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Helena Pimenta

Entrevista

11 Oct 2021

Helena Pimenta, directora de escena y dramaturga

"La cultura y el amor son los únicos antídotos contra la barbarie"

Esther Peñas / Madrid

Licenciada en Filología Francesa e Inglesa por la Universidad de Salamanca, ciudad en la que nació hace 66 años, Helena Pimenta llegó al teatro tarde, porque lo suyo, al principio, era la educación en instituto, para la que utilizaba los recursos de la dramaturgia. En 1978 fundó la compañía Atelier, con la que dirigió entre otras El avaro, de Molière, La cantante calva, de Ionesco, o Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Su buen hacer y el azar de su lado la llevó a dirigir en los mejores teatros y compañías, hasta convertirse en la primera mujer que estuvo al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Acaba de estrenar la adaptación de Los pazos de Ullua, escrita por Emilia Pardo Bazán, autora de la que se celebra este los cien años de su muerte.

A su juicio, ¿qué tiene Los pazos de Ullua para que, más de cien años después de su publicación, siga viva, interpelándonos?
 
Por supuesto, una claridad extraordinaria desde el punto de vista literario, tiene un lenguaje fantástico y sugerente, cuenta la historia de una manera que fascina al lector, es capaz de hacer un retablo de la época, de narrar lo que sucedía alrededor; a esta autora se la ha desatendido, me parece. Es cierto que se la reconocía, se la respetaba, pero acaso no estuviéramos preparados para lo adelantada que es, para sus descubrimientos. Además de todo ello, tiene una mirada femenina sobre el mundo en general y sobre la mujer en particular espléndida. Pardo Bazán es una figura a la que no le habíamos sacado el provecho necesario. 
 
¿Nos seguimos reconociendo en ese elenco de personajes, déspotas, autócratas, violentos, crueles? Quizás han cambiado las formas, pero da la sensación de que la violencia persiste. 
 
Estoy de acuerdo contigo, en esta obra se ve muy claro el eje civilización o cultura y barbarie; en muchísimos aspectos de la vida está disimulada esa violencia, es sutil, pero está ahí. No sé si es un problema eterno o si podremos ir limpiando o puliendo algunos aspectos de este comportamiento incesante del abuso de poder sobre el débil, desde siempre demasiado generalizado. 
 
Lo terrible es que tampoco la cultura nos protege…
 
No, claro… desde luego Pardo Bazán era partidaria, como yo, de la educación y la cultura como antídoto contra la irracionalidad y la  violencia, pero es cierto que se requiere un esfuerzo inmenso para que se imponga sobre la barbarie, se requiere un esfuerzo desde la educación de las familias, hasta la educación en el espacio público… es muy posible que no lo consigamos, pero no conozco otro antídoto, desde luego, junto al amor, para el equilibrio social, la igualdad… esto conseguiría neutralizar tanto desmán, pero mientras que creamos que por la fuerza –psíquica y física– podemos someter a otras personas, aún quedará mucho por hacer. Tengo que reconocer que a lo largo de los años hemos evolucionado en cosas como sociedad; miro a los jóvenes y, más allá de los estereotipos, tienen una sensibilidad grande hacia los demás y hacia el mundo en general.
 
¿El pecado (de tenerlo) de don Julián es ser humano, demasiado humano? Qué sacerdote tan distinto a otro coetáneo, Fermín de Pas, de La Regenta, uno resuelto, arrogante, otro apocado y tierno…
 
Es genial ese personaje, se nota que hay una mirada femenina en las cosas, se nota en la obra, en el mismo hecho de no necesitar un personaje como Fermín de Pas, que aunque maravilloso es un retador, alguien que constantemente desafía al mundo… Pardo Bazán pone un alma buena, un ser débil, convencido de que, porque ha nacido en familia pobre, no puede tener carácter… Me emociona su alma, la capacidad de ayudar a los demás.
 
Y del resto de personajes, ¿cuál no soporta?
 
Dos, claro, aunque es fundamental cogerles simpatía teatral porque si no, no los acompañas: Primitivo y el marqués de Ulloa. Son malos, especialmente el primero, pero con razones, lo que les hace más humanos, es decir que no son estereotipos, por lo que el personaje se hace complejo y se vuelve más interesante porque nos hace ver lo cerca que estamos a veces de ese tipo de personas destructivas; eso es una alerta importante. En un montaje de Brecht, La resistible ascensión de Arturo Ui, uno de los comentarios que escuché al terminar la obra fue que el protagonista «era demasiado humano». Si Hitler hubiera respondido a un estereotipo, habría sido mucho más fácil luchar contra él. Primitivo y el marqués de Ulloa manejan todo, son personajes oscuros, negativos, inútiles en la sociedad en la que viven, por ociosidad y por inmoralidad. Estos perfiles son difíciles de encarnar para los actores, porque tenemos que conseguir que, más allá de su maldad, resulten humanos. 
 
¿Qué se pierde y qué se gana en las adaptaciones?
 
Se pierde, se pierde mucho, parece tan fácil eso de trasladar una historia al teatro… sin embargo, hay muchísimo que se pierde, hay que elegir algo concreto de sus potencialidades, y toda elección ya implica pérdida. Piensa en el lenguaje, en cuántas palabras se pierden de un género a otro. La obra entera, leída, requiere nueve horas, así que imagínate la cantidad de palabras que hemos tenido que quitar. Eduardo Galán creo que ha hecho una espléndida adaptación, muy intuitiva, consciente, así como una síntesis de situaciones, personajes y atmósferas que funciona muy bien. A partir de ahí, nos toca al resto atravesar ese texto por la emoción. Y lo interesante es que tienes un texto riquísimo original sobre el que indagar en tu personaje, acompañarlo en su recorrido, puedes enterarte de cosas de su vida, adquieres muchos matices para interpretar, y eso es un placer. 
 
La propia autora, es quizás, su personaje más lúcido, el más interesante, el más fascinante de todos… ¿España es un poco madrastra con sus artistas?
 
Sí, lo siento así, no es algo querido, por supuesto, pero el poder, por lo general, nunca muestra el menor interés ni respeto por los artistas, más allá de ciertas simpatías individuales; el poder, que sería el que podría facilitar la integración de los artistas en la sociedad, la integración real, lo que hace es hacernos más vulnerables, reiterando ese afán por destruir, y me viene a la cabeza la pintura de Goya, la de los bastonazos. Si cualquier justificación es válida para dejar de lado a alguien, sobre todo en el trabajo artístico, en el caso de una mujer, a principios del siglo XX, imagínate lo que tuvo que encarar Pardo Bazán, empezando por sus propios compañeros de profesión. 
 
Especialmente, Clarín…
 
Claro, claro, a veces la alaba y otras, la mayoría, la machaca… pero esto que me has dicho es precioso, eso de que ella misma es su mejor creación… Es real, peleó lo indecible para ser ella, para poder escribir hasta la última gota de tinta, mantuvo contra viento y marea esa vocación suya de ser una intelectual, de ser reconocida… su fuerza es tan fuerte, tan intensa… se me viene a la cabeza cuando pienso en ella Lope de Vega, La dama Boba, La dama duende… creaciones literarias en las que la mujer necesita construir una realidad paralela para poder cumplir su propio destino, su camino. 
 
Hay justicia poética, desde luego y por fortuna en el caso de Pardo Bazán, pero también su contrario, una injusticia incomprensible, por ejemplo, la que soporta Buero Vallejo, que en Madrid al menos debe de hacer treinta años que no se representa…
 
Sí… No lo había pensado… la última vez que vi una obra suya fue en el Español, o en el Centro Dramático Nacional, dirigida por Mario Gas, pero tienes razón, hace muchísimo que no se representa… es una cuestión a veces de oportunidad, a Buero le coincidió, como a tantos autores, por ejemplo Alfonso Sastre, que acaba de dejarnos, aunque es un autor de corte distinto, un contexto social y político que cambió drásticamente, dejándolos fuera, porque entre otras cosas hubo una tendencia muy grande a lenguajes escénicos diversos, más físicos, más corporales… yo siempre he sido una gran defensora del texto, y me decían que eso era una antigualla, que eso ya no se llevaba ni en los mangos del paraguas. A ello se añade que las carreras de los dramaturgos son, por lo general, fugaces, manejan un lenguaje que se consume muy rápido, pese a que es una de las expresiones más profundas, escribir teatro. Lo de Buero es, en efecto, una injusticia poética absoluta. 
 
¿Qué tiene que tener un texto para que Helena Pimenta se decida a ponerlo en pie?
 
Es difícil de explicar… supongo que con los años desde luego me tiene que gustar desde el punto de vista del estilo, tiene que llegar al corazón y a la cabeza, me tiene que concernir, que interpelar; tengo que encontrar conexión con la experiencia humana y con mis inquietudes, las de ahora, del presente. En el caso de Los pazos de Ulloa, la razón fundamental para aceptar dirigirla ha sido contribuir a celebrar su figura y la obra de Pardo Bazán, y aceptar el reto apasionante de pasar una novela a la escena. He dicho no bastantes veces, sabiendo que en aquello que elijo también me puedo equivocar, pero lo que sí noto es que antes era mucho más intuitiva esa decisión. 
 
Por cierto, usted que formó parte del jurado del Premio Princesa de Asturias a la artista serbia Marina Abramovic, ¿qué destacaría de ella?
 
¡Es verdad!
 
¿No se acordaba?
 
Sí, ¡cómo no! Lo que me hace gracia es que lo sepas tú, ja, ja, ja. No soy una experta en ese mudo de la performance, pero desde luego ella ha sido una visionaria en muchos aspectos, una de las primeras en mostrarnos el camino de la performance, con lo que implica de riesgo en tanto que presentación y no representación; hace años me asustaba, me provocaba mucho verla, me resultaba una experiencia dura, luego ya he ido siguiendo su trabajo. La admiro profundamente, es absolutamente teatral.
 
¿Qué se echa de menos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico?
 
Soy sincera: todo… y nada. Sabía que era un tiempo que tenía que concluir, un periodo de mi vida, y me alegra tanto haberlo disfrutado a tope, me siento tan orgullosa de lo que vivimos todo el equipo, que cuando algo ha sido tan hermoso y te ha dado tantas satisfacciones no lo olvidas nunca y lo echas de menos, claro. He sido muy feliz en la Compañía, y creo haber podido aportar todo lo que sabía y lo que no; ahora esta nostalgia es mucho más saludable, porque al principio lo echaba muchísimo de menos, casi por una cuestión física o química, por aquello de un máximo de excitación al que le sigue el síndrome de la despresurización. Ahora también estoy muy a gusto, este equipo es formidable, y el espectáculo me permite disfrutarlo.

(Entrevista publicada en 'Cermi,es'  453)