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Imagen de Bruno Jacobs, 'Las anclas sedentarias'

Reseña

14 Sep 2020

Hacemos un breve recorrido por sus intervenciones poéticas

Bruno Jacobs, un marino en asombro

Esther Peñas / Madrid

Lo suyo es una mirada de salitre, rocosa, en jergón de algas. Con una cierta pleamar gaditana, en concatenación de línea de costa. Bruno Jacobs. No digamos más de este poeta. Su nombre. Hablemos de algunos resplandores suyos. De su obra –con perdón-. De parte de ella. 

Frente al deslumbramiento, la luz del candil que ha de avanzar para ver el contorno del prodigio. 

Frente a la prestidigitación del chiste, cierta turbación etílica que se asienta.

Frente a la frondosidad del lenguaje, el paseo de quien se ajusta el sombrero y sonríe. 

La trilogía en tríptico de Un caminante (Las dunas) ofrece tres momentos maravillosos relacionados con el agua en los que una reflexión, mitad metafísica, mitad irónica, sirve de broche a una narración enhebrada en el filo de la austeridad de lo lírico. 

Corrales y curiosidad se detiene en esas piedras ostineras que -junto con valvas, moluscos y otros deliciosos detritos marinos- forman recintos en los que quedan atrapados los peces al bajar la marea. “¿Será un vicio la osadía y un espejismo la sed de nuevos horizontes?”, se pregunta el poeta. 

Las olas convergentes, uno de sus más hermosos textos al parecer de quien esto escribe, aúna con una facilidad –y acaso sin intención- a Heráclito y Parménides, en el cimbreante movimiento de la grácil comunión (todo cambia porque permanece. O viceversa): “La masa de agua que nos alcanza con su espuma no es la misma que vimos crecer en la distancia; sólo es su movimiento”. 

La cosecha deslumbrante nos sitúa en la sutileza de las salinas, la flor del mar, el fruto de su particular primavera. 

De factura similar, Almar (las dunas), cuya autoría también la ejerce ‘Un caminante’ y cuyo flujo poético parece “sacado de bocas/ o de la luz”. También Las revelaciones oceánicas, fascinante relato visual de las ¿ofrendas, votos, venganzas? que deja el mar en la orilla:  una cinta de casete (las ondas ahogadas), el corazón de una manzana (el origen de la humanidad), un sobrecito de azúcar (dialéctica del optimismo), un billete de veinte euros (el rechazo natural)…

Para un itinerario por La costa, Un caminante propone un maravilloso juego visual que inaugura ‘La costa imaginaria’, en Zahora; la rugosidad de una cortina oceánica replegada, en San Fernando; el marco vertical como un sustento de la Playa de Los Bateles, allí donde pisó Malévich; la fabulosa ducha celeste en Zahora o la fantasmal almadraba de Rota, entre otras propuestas costeras. 

Jacobs es un equilibrista del océano en tierra, y navega en la intensidad de un encuentro que no es instantáneo, sino que requiere una suspensión un poco más prolongada, un dejarse entrelazar durante los compases de una –pongo por caso- habanera. Pero prefiero vidalita, tiene más de canta de vuelta, de anzuelo lanzado.  

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Cual nómada, nómada al estilo al que describió Deleuze, en su decir quienes habitan siempre el mismo territorio (anímico, añado), Jacobs se adentra en la ciudad con la certeza de que “el viajero que entra en la ciudad, portavoz de fiebre, lleva imágenes ardientes, pidiendo justa elevación por encima del relieve de los hechos”. 

Así factura una (anti)guía de Cádiz a través de sus monumentos (y el posesivo se refiere a Bruno, no a la ciudad, que también): Javier (“las mutilaciones del tiempo ostentan sus flancos”), Fray Domingo (“se instaló una constancia negra, un colosal saco de bronce…”), Juan Bosco (“creyó fervientemente en un aprendizaje espiritual magnífico mediante una revolución enteramente posible de la Cinematografía), Cayetano (“ganó una roca blanca completamente erigida”), Victoria (“aparece idea, afán, lujo en medio de las asistencia”), Segismundo (“Su viaje con cartera indescriptible fue como un fallecimiento”), José Celestis (“…estudio en volúmenes que constaría de la justa causa de las plantas”), de Mora (“…ofreció costear una llamativa lapida dorada sobre la imposibilidad de encontrar una efigie del hecho de ser”), Emilio Castelar (“se encargó del verbo cuadrado de la actualidad”), la Virgen R (“ofrece diseños de Triunfo fabricado”).

Absolutamente hipnótica es la plaquette Introducción a un surrealismo oral, alargada como el tornado que hace boca de hongo en su altura imposible. Abrir esta plaquette es sentirse Simbad. O Lovecraft. O Anne Bonny. O Poseidón.

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Pero no solo de plaquette vive el ansia poética de Bruno Jacobs. También de publicaciones sediciosas e insurrectas –sí, también de naturaleza bucanera-, como Mareas. Diario de las revoluciones marinas. Que tiene descendencias y se emancipa: “Ya sabemos que el ascenso y descenso del mar sigue ciertas atracciones. Pero el hermoso fenómeno nos insinúa más bien algo que se hincha, respirando como el cielo…” 

Otras gacetas de Bruno –suyas o por él impulsadas- tienen un corte manifiestamente político, como La altura de las circunstancias, libelo de denuncia, no de difamación, en el que cuenta con la participación de algunos otros conjurados (Javier Gálvez, Leticia Vera…) y en el que se festeja la rebelión allí donde brota.

La Grieta, medio de expresión del Movimiento Surrealista Cádiz/Sevilla, por ejemplo su número de abril de 2020. “Se ve de modo cada vez más claro con la perspectiva: la civilización capitalista-burguesa, cada día más tecnocrática/totalitaria, y sus valores básicos están en plena involución, si no descomposición. Salvo escasas excepciones, la aridez a nivel precisamente cultural que esto implica es significativa, incapaz de cualquier creación/ innovación que no sea puramente formalista, parasitaria, mercantil o/y espectacular, sofocando toda sensibilidad”.  

La pandemia y su hedor a tiacetona detonó El otro tiempo. Recuerdos y testimonios de la espera, un bellísimo tabloide a color con colaboraciones asiduas, como el extenso y prodigioso texto ‘Hacia ambos lados’, de Julio Monteverde, o el colofón, a cargo de Thomas Typlados. 

¿Cómo calificar, cómo describir en cuanto a género material El mundo, esa sábana zurcida de texto poético que dan ganas después de leerla de filtrarla en sangre? “El cielo, orilla de simplicidad, es sombra de transparencia. /En medio del mismo avanza la tierra pávida, impunemente azul, amando la luz. Asume su edad sin nombre, precipitándose en la profundidad etérea” (…) “Que se abra el mundo, errante útero nuestro, movimiento huérfano./ Que se abra el mundo, imitador de vocablos, exceso de los hombres./ Que sea la parte-abismo de lo humano donde pesan sus vísceras: nos llama su luz”. 

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Formidable su Conjuro del tabaco, otro inclasificable: ¿mancia delirante?, ¿delirio tabáquico?, ¿hallazgo ceniciento?, ¿qué? Gloria bendita, aparte de incorrección absoluta y necesaria: “Su humo es vigoroso, tonificante, da aliento; encierra millares de leyendas y de verdades de hermosa tradición folklórica y ya sabemos que el Folklore es la ciencia popular. El humor del tabaco habla según el capricho de su etérea forma”. Enciendan un puro, estamos a punto de terminar. 

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Antes de la entrega de estas líneas llega una tarjeta de visita: Violeta Cadena. Sin necesidad de adjetivación alguna. Un nombre. En el dorso de la misma, dos versos: “¿Oh, levante, gran viento asocial!”. Y acompañando, una plaquette, El aire. Hay algo que me recuerda infinitamente a Jacobs, cierta sutiliza en el uso de la metáfora. Escuchen: “Un eco/ se despliega/ inaudito/ discurso curvado/ bocanada/ corriente de incompletud”. ¿No les parece? 

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Hay un territorio más prosaico que todo esto que les he ido compartiendo pero que puede ser resignificado: Facebook. Tecleen: surrealismo La grieta. Tecleen: El ojo de la gaviota. Tecleen. Quién sabe. “También por la piel se llega al cielo”.

Y busquen la huella de Bruno Jacobs. “Todos sus gestos son de agradecimiento”.