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Cubierta de la plaquette

Poesía

5 Ago 2019

El poeta Pedro Alcarria y el collagista José A. Ortiz componen una plaquette sobre aquello que nadie recoge

Damnatio memoriae o la deriva del recuerdo doliente

Esther Peñas / Madrid

La condena de la memoria. Con esta expresión latina, en latín, damnatio memoriae, el poeta Pedro Alcarria y el collagista José A. Ortiz pespuntaron una bellísima plaquette en torno a eso mismo, a la ferocidad con la que el recuerdo se aferra a la piedra para quedar inscrito en un parasiempre tantas veces imposible.

Desde el juego especular de la cubierta y contracubierta (dos figuras –las reconocerán por sus gestos- en profunda desolación) cada detalle es la maravilla. Los collages, desde luego (desde el que inicia, esa sonrisa antigua, esas flores en saturación de vida a los que van conformando un linaje que preside el silencio –los ojos vendados, las texturas raspadas, los objetos de otro tiempo: émbolo-, la planta que se tacha y se deshecha por incapaz, lo que busca la luz, lo que respira, hasta ese sutil homenaje a Goya, ese esqueleto sobre pared empapelada de mueca, de ojo derramando el alma, o la sangre que desborda la boca, el teatro en representación de sucedáneo, el hombre asaetado, los estadios del ser, disolviéndose ya en un quebrado amasijo de yeso y grafito). Fascinantes collages que encogen el vuelo o lo atrapan en un sueño tan hermoso como pesadillesco. Poético, en cualquier caso. 

De los textos (zarpazos, irrigaciones líricas, plano secuencia y primer plano en punto de fuga), seis habitaciones y un pórtico bajo la designación de Introitus, como un diálogo de resistencia: “Sus últimas palabras?/ Déjame vivir, no entiendo por qué nos matan. Recuerda cómo conoció a su prometido? Fue en una sesión de tarot donde acordaron la rendición incondicional del mundo.

Las visiones, las voces, los versos se suceden como quien sube los escalones de una antigua mansión presa del abandono, y descorre las cortinas. “Los seres vivos amenazados de sequía y tristeza/ dan flores en agosto”; “La gente de esta casa desea la luz/ pero heredó una larga vida sin albores” (I).

La mirada se adentra en el misterio, lo escucha, arracima trazos (“Apiádate Señor de la flor de mayo./Noviembre tiene siervas ardientes”, o “Mujeres de luto que envía la noche a consagrar/ el miedo” –II-); los deslumbres y la muerte, los resplandores y el niño muerto (“Háblame memoria de la tarea que me aguarda, /porque he oído igual que un loco,/ con palabras que nacen/ de la inspiración contra un testigo,/ compartimentos de ira y aire hueco/ que exigen su derecho y enferman:/ No será la tuya la muerte del niño/ que causa desolación y llanto en la casa.” –III-); la luminiscencia y el tormento (“Los holocaustos, el recto rayo,/ las palabras que describen el miedo,/ las estafas astutas, largas entrevistas con héroes/ disfrazados,/ los tormentos de los lobos en invierno,/ se despliegan y se ahondan mejor a oscuras”. –IV-); las intuiciones y los huecos, las grietas, el vacío (“No, no! Cesad la caridad que divide mi herencia!”, o “Las antiguas, las blancas nuestras se han entregado a otro/ para cantar la ira,/ las entregué yo mismo preparando el vacío oscuro de su/ nombre.” –V-); el infausto salmo del sexto número (“Salve vencida, acicalada y pulcra señora/ que enloquece sin nombre en su alcoba./ Gloria a ti, hiena de liceo, vampiro hospitalario, madre,/ que los domingos decía el casamiento es el mayor azote/ que ha asolado el mundo tras la guerra y la muerte.”); la inmensa melancolía previa al fin (“Disparo contra el amor, contra aquel que me reclama,/ para anidar en su pecho y en las cuencas de sus ojos./La vida del artista hacia el refinamiento del crimen,/ciertas formas razonadas de deseo y violencia,/ o la negación de Dios, no pueden esperar perdón/ni recibir amparo./Si más honda raíz y vida en la muerte. –VII-).

El cierre, la adenda, ese añadido al texto, porque éste es incorregible e ilimitado, sintetiza no sólo la historia, no sólo la narración, la vida misma: todo es fragmento.

Un mapa. Un hallazgo. Las ganas de jugar. El deseo de que lo inútil nos guíe (lo inútil como aquello que no podrá nunca convertirse en mercancía). La escucha. El amor por el enigma. Una deriva. Con todo ello alumbraron Pedro y José esta damnatio memoria, como la maravilla en decimal.