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Cubierta

Entrevista

31 Jul 2020

Ana Barbadillo, poeta

“Darse cuenta de que una no está sola, al final, nos devuelve la calma”

Esther Peñas / Madrid

Pangea (Adeshoras) es un poemario en el que las mujeres fuera del tiempo son capaces de enfundar el movimiento exacto que las convoca, las nombra, las cumpla. Desde ahí, su autora, Ana Barbadillo (Madrid, 1975) dirige un movimiento polifónico y orquestal en el que cada una de ellas, de nosotras conserva su individualidad para contribuir a la segunda del plural. Con un versiculado espeso, Barbadillo hace de Pangea un bello pecio musical.

A lo largo del poemario hay un yo explícita y acusadamente femenino que mira. ¿Qué cosas no hubieran podido ser vistas si este yo del verso hubiera sido masculino?

Me gusta mucho tu idea sobre un yo que mira, sin embargo, para mí, este yo femenino es más el ser en movimiento que vive dentro del poemario. Es mujer, fluye y desea ser vista mientras quienes se adentran en sus páginas la leen, la descubren.

El uso del femenino en la escritura ha llegado de manera natural, no solo porque yo soy mujer y porque lo que he escrito tiene que ver con el hecho de serlo, sino como parte de un proceso consciente de transformación. Simone de Beauvoir dijo “no se nace mujer, se llega a serlo”, y en ese llegar es cuando el femenino se ha permitido estar presente, para, con un sutil movimiento, redirigir las miradas. El uso del masculino ahora no habría tenido sentido, lo que se vería sería algo distinto de Pangea. 

Es, además, un yo que de alguna manera es la antítesis del plural mayestático, en tanto que en vez de usar el plural para expresar la individualidad, hay una primera del singular que acoge a la primera del plural…

Efectivamente, lo singular deriva en lo plural a través de un movimiento interno. Esto sucede en las distintas capas que configuran Pangea, la cual no solo es mujer, sino también obra. Ambas son entendidas como un ser que se mueve y se transforma. Lo que subyace, en definitiva, es la idea de que toda unidad es susceptible de dividirse, y de que la individualidad no podría darse sin la existencia de lo colectivo. 

“El pensamiento te define./ Pulir el pensamiento te define”. ¿Cómo saber qué pensamiento es nuestro y no inducido?

Y por qué la necesidad de saberlo. Quizá la clave sea tomar conciencia de lo importante que es pensar para entender lo que somos, lo que hacemos.  Pensar nos induce, pensar sobre los pensamientos nos transforma y también nos incita. Yo hago mía la idea de que una vez que los pensamientos aparecen, sea de la forma que sea, ya son nuestros.

¿Qué ha de suceder para que “una montaña encinta (…) de vida a las inertes rocas”?

Que lo que guarde dentro nos infunda siempre ilusión por estar en constante movimiento y por sentir el deseo de seguir aprendiendo.

“De espaldas jamás podrá ser”. ¿A qué no puede dar la espalda el poeta?

A un fluido diálogo interior, así como a una contante conexión con lo externo. No habría que perder de vista el hecho de que somos parte de la naturaleza, y que, aunque a veces no nos percatemos, nos movemos por la necesidad de adaptarnos al entorno. La poesía fruto de esos diálogos y conexiones es la maravilla que cosecha la necesidad.

“Entre los ojos y el suelo”… ¿qué habita?

La más cruel indiferencia, que hace que la caída a tierra de una lágrima se haga eterna.

“Hay una constelación aquí dentro; / no sé a dónde conduce”. ¿En qué casos hay que dejarse guiar por esas constelaciones interiores y cuándo cambiar de galaxia?

Conviene, siempre, dejarse guiar por esas constelaciones interiores, porque ellas te mostrarán el momento idóneo para el cambio.

Los movimientos que circundan el poemario, enlentecidos, con cierta majestuosidad casi todos ellos, ¿nos remiten al aliento poético interno, silente?

Yo me inclinaría más hacia un aliento conectado con la solicitud. Es un recorrido con inicio en la individualidad, pero no es silencioso. Existe una cadencia marina que la acompaña. Ocurren una serie de transformaciones o derivas como consecuencia de las corrientes, las cuales desembocan en los movimientos frenéticos de la última parte: darse cuenta de que una no está sola, al final, nos devuelve la calma.

¿Hasta qué punto la poesía se nutre de esos “monstruos que no salen de la boca cerrada”? 

La medida no sabría establecerla, pero sí puedo afirmar que para mí la poesía tiene una faceta terapéutica. A menudo la escritura se convierte en un recurso con el que enfrentarse a todas esas zonas oscuras que no se verbalizan o comparten con facilidad. El resultado no podría ser más alquímico. 

Si estos versos tuvieran una banda sonora, ¿qué escucharíamos?

Canciones de mujeres cuyas letras siempre han propiciado movimientos internos, por ejemplo, el ‘Thank you’ de Alanis Morrisette, el ‘Linger’ the Dolores O’Riordan, el ‘Human behaviour’ de Björk, el ‘She´s got her ticket’ de Tracy Chapman, el ‘Back to black’ de Amy Winehouse o el ‘Berta multiplicada’ de Cristina Rosenvinge...

¿Es deseable una subjetividad como pangea, es decir, compacta?
Como punto de partida y de retorno, la analogía entre el supercontinente al que las derivas transformó con el paso del tiempo, y la mujer y obra a las que les sucede algo parecido, no solo es deseable, sino necesaria; la recibo como una manera de comprender y situar esos procesos.