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Lola Vivas

Entrevista

26 Oct 2020

Lola Vivas, escritora

“El arte nos acerca a lo que somos de una forma más real”

Esther Peñas / Madrid

Cachorros de arena (Torremozas). Con este título, Lola Vivas (Madrid, 1969) hilvana un manojo de relatos en los que el aliento de lo inquietante, cierta irracionalidad de atmósfera y un desasosiego final conforman un miriñaque narrativo bajo el que encontrar la belleza del oficio. Cuentos en los que el placer de comprometer y violentar al lenguaje sirve de comba que pauta el ritmo exacto de la cadencia, de la extensión, de la intensidad.

Pienso en el relato que abre el libro. ¿Cuánto de ‘visita’ tiene la escritura, y cuánto de voluntad?

Ambas cosas son necesarias a la hora de escribir; la visita como rutina obligatoria y la voluntad como medio para que dicha rutina sea fructífera. Precisamente en ese relato, cuyo título completo es “la visita (anunciación)”, elegiría la palabra que lo matiza –y que por ello está entre paréntesis–, como germen esencial de mi escritura, una intuición de búsqueda que desencadena temor y deseo a partes iguales. De hecho, lo coloqué el primero del libro precisamente como una afirmación de eso mismo, una especie de obertura: al personaje le sobreviene algo a lo que ni siquiera es capaz de poner nombre, algo le es “anunciado”. Se trata de un movimiento muy pequeño, leve, pero que le hace decidir un camino. Añado también que, de todo el proceso de la escritura, lo que más me interesa es la construcción a través del lenguaje –lo que somos a través del lenguaje–, intentar forzar sus límites expresivos de forma que no tenga que recurrir a la retórica. Me interesa la voz, lo que muestra y oculta como posibilidad futura, y por eso trato de darle libertad y dejarme guiar por ella. 

A propósito de ‘Gordo’, ¿cuánto de nuestra identidad –sea lo que quiera decir identidad- se conforma por oposición a un otro?

“Gordo” es un relato de crecimiento, de búsqueda, muchos de los relatos incluidos en “Cachorros de arena” lo son. Y yo solo entiendo la identidad –sea lo que sea, como bien apuntas– como el desvelamiento del ser en el mundo. Algo que solo sucede en la otredad, no tanto como oposición o porque el otro nos conforme (que también), si no, y sobre todo, como ruptura y riesgo, en esa diferencia. Ese es el motivo por el que a las protagonistas de “Gordo” les atrae todo aquello que es “feo”, “sucio” y “malo”, o está prohibido y es peligroso, una atracción que no es tanto por oponerse a lo que les dicen sus padres, como por no dejarse amedrentar por ello y descubrir el mundo por sí mismas. Ahí está la decisión que esconde la puerta verde. No hay cabida para el crecimiento si no hay ruptura y dolor.

Cuando nada en la hija se moviliza al escuchar el imperativo de la madre, ¿aparece el terror o la liberación?

Creo que aparecen ambas emociones y en ambos personajes al mismo tiempo, aunque con intensidades y en direcciones distintas. Eso sí, hay un punto de unión: a partir de ese momento, ambas están solas.

La madre como figura siniestra se repite en algunos relatos. ¿Cuándo se traspasa la línea que separa lo que podría ser el fracaso de una ‘buena madre’ de la influencia materna trágica y terrorífica?

Me interesa lo siniestro en el sentido de lo espeluznante, de lo anómalo o extraño por estar lejos de lo que podemos entender como lo conocido o familiar. Entendiéndolo de este modo, todo aquello sostenido y en alguna forma alejado, incluso la belleza –posiblemente una de las cosas más siniestras que existen¬–, nos provoca un frío como de hielo, nos inquieta. Me interesa ese punto justamente, no tanto la tragedia o el terror. El punto en que las cosas dejan de ser “hogar” para escurrirse hacia otra cosa casi innombrable. Ser madre es bello y terrible a un tiempo. Es el lugar de la tierra, el centro del crecimiento, el vínculo directo con la vida. Pero también es el territorio de la escisión y la ruptura necesaria, y por eso es inevitablemente complejo. 

La mayor parte de los personajes que deambulan por el libro son eso mismo, cachorros, seres no cuajados aún ni del todo. ¿Lo inquietante se intensifica cuando entronca con la inocencia que se presupone a los seres ’frágiles’?

Soy incapaz de distinguir entre seres frágiles y seres que no lo son. Para mí todos somos cachorros sin cuajar pretendiendo en muchos casos no serlo. Sin saber que lo pretendemos, además. Pero entiendo que afrontar esa fragilidad, asumirla como tal y seguir adelante, nos expone en exceso y por eso nos recubrimos y reinventamos casi cada día. Es la forma de seguir. Y por ello, aunque no es algo que decido de antemano, creo la voz me lleva hacia esos lugares, no tan cerca de seres frágiles en sí, si no a esa fragilidad con la que cargamos todos.

Otra de las peculiaridades –a mi juicio- de los personajes es que casi todos ellos actúan como hipnotizados, obedeciendo un mandato de lo más profundo de sí, más irracional que meditado… ¿hubo propósito o fue azaroso?

Creo que esta pregunta tiene mucho que ver con mi insistencia en el deseo como único móvil “real” de nuestras acciones. Ese mandato que, como dices, parece salido del lo más profundo de cada uno, es eso mismo. A mí me sucede una y otra vez que veo clarísimo el camino y hacia dónde quería ir, una vez he llegado y no antes. Entonces, parece que todo estaba trazado de antemano. Pero nunca es así, aunque creo que a todos nos encanta vivir en esa fantasía de control. Bien es cierto que tampoco me atrevo a afirmar que se trate de un proceso del todo irracional; más bien se acerca a una mezcla de no saber y saber al mismo tiempo, una guía interna. Así que la respuesta sería que ni hubo un propósito firme y decidido ni fue azaroso tampoco.

Son, por último, personajes que quedan del lado de la nuda vida, como llamase Agamben a esas vidas privadas de contexto y de toda posibilidad de comunicación. ¿De qué dependen que una vida se trunque, irremediablemente?

Hay días en que pienso que nuestras vidas no son así. Pero la mayor parte del tiempo creo que la comunicación real existe en muy escasos y gloriosos momentos, y que lo que nos hemos acostumbrado a llamar comunicación es en realidad “entretenimiento”, inercia, ganas de sentirnos algo más acompañados o peor aún, pura venta. Por eso valoramos tanto cuando esa comunicación es real. Aún así, no creo que en “Cachorros de arena” se planteen vidas truncadas, sino algo más complejo: todo lo bello que tiene la vida, que es mucho, lo tiene también de terrible. Y eso, que empezamos a intuir desde niños, según crecemos o bien lo negamos o bien parece ser muy difícil de conjugar. Con el problema añadido de que nos hemos acostumbrado a vivir entre pares y como con un cartel que nos define: o somos felices o no lo somos, positivos o pesimistas, alegres o tristes…, ¿qué significa todo eso? Simplificar es un imposible. Para mí el arte, cuando lo es –y entiendo como arte la buena escritura–, también tiene esa función desmitificadora: la de acercarnos a lo que somos de una forma más real.

En cuanto a la acción, la sitúas en ese territorio en el que algo puede dejar de ser pero aún no ha comenzado a convertirse en ese otro algo. ¿Cuáles son los mejores detonantes literarios para el punto de giro?

Si una cosa he aprendido escribiendo –y aquí no tengo más remedio que pedir disculpas a mis alumnos– es que jamás pienso en los detonantes ni en los puntos de giro cuando escribo. Es más, ahora mismo si me preguntases cuál es el punto de giro en alguno de mis textos, tendría que pararme a pensarlo y analizar uno a uno. Lo que sí veo con claridad en muchos de los relatos de “Cachorros de arena” es que hay algo circular que no llega a completarse, un impulso de avance y retroceso constante donde el punto final queda algo más adelantado del punto de inicio. Posiblemente, este movimiento inacabado es lo que provoca esa “tierra de nadie” en la que, como bien dices, las cosas pueden dejar de ser pero aún no se han convertido en otra cosa, y simplemente persisten en el anhelo de un nuevo reinicio. Un estado vital que creo tiene mucho que ver con el proceso de metamorfosis de una crisálida. 

“Esa palabra horrible: holgazanería”. ¿Cuándo tendría sentido aplicar esta sentencia?

Siempre y nunca. Siempre porque todos nos identificamos con esa sentencia en algún momento. Y nunca, porque es una sentencia terrible que no nos deja parar. Me interesa mucho la culpa, y cómo asumimos para ello un lenguaje automático. 

Por lo general son cuentos con ritmo ágil, frases cortas, casi filosas, con un cierto lirismo más próximo a la ironía que a la poesía. Los engranajes internos –de los personajes- están a punto de estallar, con lo que esa cadencia intensifica cierta angustia. ¿Por qué no interesa narrar el territorio de la dicha humana? 

Es cierto que lo que me hace escribir es el agujero, el vacío, la grieta. Buscar cierta calma. Precisamente, creo que lo hago así por la ausencia, en un intento de alcanzar cierta plenitud brevísima. Pienso: ¿qué sentido tendría escribir sobre la dicha si no fuese porque una y otra vez se acaba? Entiendo que esa es la eterna pregunta, por qué no cantar a la vida cuando tiene partes tan bellas. Lo cierto es que no tengo la respuesta, solo sé que este punto no me interesa. Supongo que en los momentos de dicha prefiero no despistarme con ninguna otra cosa.

¿Por qué relatos y no otro género?

El relato por su extensión y concreción se ajusta mucho mejor a la búsqueda en la que estoy ahora mismo. También, según lo entiendo, es más artístico y su proceso creativo tiene mucho más que ver con la pintura, a la que le he dedicado tantos años. Además, cuando me he embarcado en géneros más extensos –tengo escritas y “en el cajón” un par de novelas– me daba cuenta de que, mientras escribía, entraba en un estado de aburrimiento horrible y lo único que quería era saltar por encima de todo lo que me parecía superfluo en la historia e ir al grano y centrarme en lo que en realidad deseaba. Y, claro, eso suponía eliminar casi por completo la trama y centrarme únicamente en la voz y en la escena. Lo hice y fue un alivio.

Le devuelvo una pregunta de uno de sus cuentos: ¿es posible que el mar germine en invierno?

Por supuesto que sí, desconfiaría profundamente de alguien que no creyera en ello.