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Ibáñez

Entrevista

20 Jul 2020

Andrés Ibáñez, escritor

“El escritor, como el poeta, es un paranoico porque relaciona cosas que no lo están de manera lógica”

Esther Peñas / Madrid

Nunca preguntes su nombre a un pájaro (Galaxia Gutenberg). Con este título (un tanto áspero pero jugoso a la postre) Andrés Ibáñez (Madrid, 1961) no convida a una historia de misterio, en la que lo sobrenatural tiene una presencia por momentos angustiosa. Ibáñez inaugura en su haber este registro en la órbita de Lovecraft o Chambers e imprime oficio, un punto de maestría, y el remate del orfebre. Y dos personajes, Horst y Eva, de los que uno conoce y siente cerca ya para el resto de sus lecturas.

Como dice el mantra que escuchamos por doquier, ¿saldremos mejores de esta experiencia, de esta pandemia?

No sé… es curioso que se dé por hecho que sea así… unos saldrán mejor y otros peor, cada uno desarrollará lo que tenga dentro… de momento, lo que veo es una gran explosión de odio por todas partes, quizás como consecuencia de estar apartados unos de otros y encerrados. Sí, odio, rabia y querer culpar a todos de algo que no se sabe lo que es… la pandemia lo que ha hecho es colocar Rayos X sobre algunas cuestiones y nos ha permitido verlas con claridad, por ejemplo la sanidad pública.

Los maestros literarios son seminales para quien escribe, obvio, pero ya que Freud aparece varias veces en la narración, ¿cómo se mata al padre, a esos autores con los que hay que acabar si uno quiere tener un estilo propio, a esos Carver, o Borges o Cortázar, cuya maestría puede pervertirnos más que alentarnos..?

Es curioso lo que dices… cuando hablamos de padres literarios siempre defiendo el sentido que tenían como padres en tanto que me animaban y alentaban, al tiempo que había otros padres terroríficos, que me sumían en el silencio o en un intento continuo de imitación… de entre los buenos, Borges, un autor que siempre que lo leo me produce felicidad, me incita a escribir y a leer. Como en este libro he querido ser un escritor americano, me he librado de esos otros padres castradores yéndome con otros, como Lovecraft…

O Chambers, a quien cita en el pórtico. Esa mención es la maravilla…

Sí, maravillosa, lo es. Pertenece a La historia del rey de amarillo, una obra de teatro a propósito de ese libro misterioso y terrorífico que fue germen del Necronomicon.

Los autores que lo atraviesan a uno de adolescente (pienso en Salinger, aunque usted menciona a Walter Scott), ¿permanecen con uno?

Sí, las lecturas que uno hace de niño o de adolescente marcan muchas cosas; cuando releo libros que leí con 16 o 17 años encuentro combinaciones de palabras o frases o ideas que están en mis hábitos lingüísticos, en mi lenguaje. Leí prosa y poesía con mucho frenesí cuando era joven. Espacio, de Juan Ramón Jiménez, u Orlando, de Virginia Woolf, mis primeras lecturas adultas… marcan mucho nuestro lenguaje, nuestro léxico, el tipo de combinaciones lingüísticas y semánticas.

Que, según el narrador, la descripción del paranoico sea la del novelista imaginativo, no sé si deja en buen lugar a quien escribe…

Ah, espero que no nos deje bien… me pasó leyendo a Freud, en su libro Paranoia y neurosis obsesiva, cuando describe al neurótico y paranoico, que me sentí muy identificado con lo que decía, sentí que me estaba describiendo a mí; por eso creo que el novelista, como los poetas, desde luego que es un paranoico, porque el poeta, el paranoico, lo que hace es pensar que están relacionadas cosas que en realidad no lo están de manera lógica.

En la novela se habla de dos puertas de entrada, la poesía (Rilke, Whitman, Blake…) y Jung, el inconsciente. ¿Hay más accesos a esa cierta lucidez?

La poesía es una puerta, sin duda. Quizás la puerta, la puerta genérica, está dentro de nosotros, dentro de nuestra conciencia, y se abre cuando uno consigue salir del pensamiento mecanizado; la poesía ayuda a parar la mente, nos ayuda a ver el aquí y el ahora, como la meditación, también los viajes, cualquier cosa que cambia tus hábitos, que te hace salir de esa cajita en donde todo está explicado, permite que entre un poco de conciencia y realidad.

Las ruinas cumplen un papel importante en la narración; las ruinas como símbolo de cuanto tiene una historia, en un momento en el que los objetos carecen de ella…

Piensas en la casa, en esa pasión que encuentra el protagonista en restaurar muebles antiguos… cuando hablamos de artesanía, de madera, de hacer cosas con las manos, hablamos de libros. Libros de papel, claro, no electrónicos. En ABC, preguntamos a escritores o a lectores si prefieren libros electrónicos o en papel. Aún nadie ha respondido que los electrónicos, todo el mundo prefiere el papel, porque son objetos, artesanales. El móvil y el libro son cosas, pero distintas. El móvil es una cosa que se estropea rápido, y desde luego un texto electrónico es un texto, no un libro… y la casa donde se desarrolla está como en ruinas, tienes razón, y es importante para la historia; la imaginé a partir de la casa de mi maestro de yoga, en Estados Unidos, que también está en las montañas. Como quería seguir viviendo allí, la convertí en la casa de la novela.

¿La casa original también tenía una biblioteca con 12.000 libros? 

Eso es un sueño… la gran biblioteca con la que soñamos tantos… Sí, las bibliotecas les encanta hasta a quien no lee… incluso en muchos videojuegos entras en un sitio misterioso lleno de libros.

Pero suelen terminar ardiendo…

Sí, es curioso, y pertinente la cita, porque acabo de terminar un texto sobre Ray Bradbury, sobre su centenario. Fuego y agua, los peores enemigos de los libros.

Sabemos que el nombre, al menos a los pájaros, les resta libertad, pero ¿qué nos da a los humanos?

El nombre es una máscara, lo que define quién eres tú y lo que escondes. Una identificación, con mi cara, con mi nacionalidad, mi profesión, mi grado de parentesco (hijo, padre, hermano…) es una máscara muy poderosa porque es una palabra. Y en este sueño del pájaro que tiene Horst, el protagonista, cuando el pájaro le dice que no le pregunte el nombre no sé qué significa, pero pienso que acaso quiera decir que no le puedes preguntar el nombre a un pájaro porque el pájaro no tiene máscara. El pájaro es lo que es, una forma de vida libre y salvaje.

“Cómo estar seguros de que los intrusos no se han metido en la casa en su ausencia”, se pregunta el protagonista. ¿Cuándo, en la vida, en la escritura, uno tiene que dejarse llevar por la sospecha y cuándo por la fe?

Uf… no sé responder a eso… creo que la sospecha siempre es buena y la fe es peligrosa, si fe significa creer ciegamente. Si fe es sinónimo de confianza y sospecha alude a sospechar de todo entonces no, prefiero la confianza a la sospecha sistemática. Depende del valor que cada cual  le dé a esas palabras. Creo que la sospecha es buena, necesaria, pero en nuestra cultura la sospecha se convierte en materia de obsesión y se sospecha de todo y de todos; pensar que todo es mentira es una trampa. Más que la sospecha, creo que es buena la desconfianza, siempre hay que comprobar las cosas. 

¿Andrés Ibáñez cree como Horst que estamos en manos de destino?

No pienso en esos términos, no tengo ni la menor idea de qué es el destino, si estamos en manos de quién o de algo... intento vivir cada día de la manera más sensata y lúcida posible y ser feliz, el destino me parece una cosa muy grande si lo pienso.

En una de las conversaciones, intensas y bellas, entre Horst y con Eva, hablan de las cosas horribles que llevamos en nuestro corazón. ¿Por qué nos cuesta tanto admitirlas y compartirlas, mostrarlas al otro?

Una de las razones es que pensamos que somos diferentes de todos los demás y que nadie puede imaginar nuestros secretos, que nadie ha vivido nada parecido, que nadie ha sentido lo que nosotros. Pero todos somos iguales, lo que uno siente, por extraño o vergonzoso que sea o nos parezca,  es algo común, corriente y propio de los seres humanos, todo lo que vivimos cada uno de nosotros es propio de los humanos, esto es algo que se va aprendiendo con la vida y con la edad, que enseñan a comprender, a perdonar y a aceptar. Porque todos tenemos cosas oscuras. 

¿Qué ha sido lo más complejo a la hora de pespuntar esta historia tan inquietante, transitando en un género en apariencia tan alejado a tu estilo?

No me he encallado en ningún momento, es una historia que ha salido muy fácilmente. Tengo archivo en el ordenador que llamo ‘Principio de novelas’. Algunos son maravillosos, de lo mejor que he escrito en mi vida, pero no sé qué hacer con ellos. Y este principio, el de Nunca preguntes su nombre a un pájaro, me gustaba bastante, pero no tenía plan ni idea para él, no sabía quién era Horst, ni Eva. Me dejé llevar y salió sola para mi gran sorpresa, a pesar de que es una novela que parece pensada y planeada de antemano. Me dejé llevar en todo momento, sin anticipar nada, y la fui escribiendo como sale como un río incontenible.

Pensaba leyendo este libro en otros como Brilla, mar del Edén, con el que me divertí muchísimo, siendo un libro muy complejo. En este no hay ápice de humor, aunque se mencione a Woody Allen o los hermanos Marx. Hoy en día, ¿es más fácil escribir terror que humor, dados los límites bienpensantes?

No sé… no hay mucho humor en este libro, desde luego, es otro registro, pero no veo las cosas tan negativas... es verdad que parece que no podemos hacer chistes de nada, recuerdo ese maravilloso anuncio de Campofrío, una empresa que vende jamón de york, y que hizo una anuncio en el que reflexionaba de manera brillante sobre el humor. Pero el humor es necesario no solo para la salud sino porque nuestra cultura surge del humor.

Cómo convive Andrés Ibáñez con esos dioses “que no son ni buenos ni malos, pero que viven en nosotros”?

Los dioses son simplemente una forma de hablar de fuerzas, uno puede creer que están fuera, y habla de religión, o que están dentro, y habla de psicología. Pero creo que esos dioses están dentro y fuera al tiempo; algunos son luminosos e inspiradores, otros obsesivos y oscuros; unos te destruyen, otros te ayudan. Llámalos dioses, diamon, espíritus, ángeles, factores socioeconómicos, genes… en realidad son fuerzas que están en nosotros y actúan en nosotros. Los romanos y griegos sentían amor y creían que era gracias a Afrodita, y si sentían rabia y venganza, lo atribuían a Marte. Pero eres tú, las fuerzas que están en ti. Intento distanciarme de los dioses, verlos, porque hay un lugar en el interior de uno mismo donde no hay dioses, donde uno es libre, pero llegar allí es muy difícil; se trata de conocer las fuerzas que hay en ti, sobre todo las que quieren destruirte, y no identificarte con ellas. A ello dedico una parte muy importante de mi vida a través de la meditación y el yoga, no a servir a los dioses sino a ser (al menos intentar) libre.

¿Cuál ha sido el último libro que te ha emocionado?

Qué difícil… Las aventuras de Huckleberry Finn, un libro maravilloso.

Incontestable.

Y perfecto para cerrar una entrevista.