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Martínez el Castillo y la cubierto de 'Lo terrible'

Entrevista

8 Ene 2021

Ana Martínez Castillo, poeta

«El poema debe ser, ante todo, música»

Esther Peñas / Madrid

De lo terrible (Chamán ediciones) es un poemario con peso de bronce, inquietante en tanto que transita cierta irracionalidad y discurre por regiones en las que no se permite brida alguna. Su autora, Ana Martínez Castillo (Albacete, 1978), profesora de vocación, ha cincelado un espacio visionario presidido por el misterio en dos movimientos: ‘La gran música’ y ‘Átropos’.

¿Dónde anida –de tenerla- la belleza de lo terrible?

Lo bello terrible habita en las manos moribundas del padre, en el rostro de la madre, en las ruinas de la casa familiar. Habita en la juventud que se escapa, en los tejados grises de tardes pretéritas. En definitiva, esa belleza está en todo aquello que se arruga y muere, en el derrumbe, en lo que se malogra.

¿Por qué lo bello no se puede soportar?

Porque lo bello hiere. Lo bello corta. Existe una belleza en todo lo que es aterrador, esa estética de lo sublime que tan bien conocían los románticos. Y eres pequeña y frágil frente a la inmensidad. Eres pequeña y frágil frente a la hermosura de lo extraño y peligroso. Tal y como señala Rilke, “todo ángel es terrible”. Y nos entregamos a esa belleza aún a sabiendas de que nos puede aniquilar.

 

La primera parte de De lo terrible, que lleva por título ‘La gran música’, apela más al recuerdo de un pasado mejor, más feliz, más libre. Son, en su mayor parte, poemas celebratorios y algunos, como el poema ‘Treinta y ocho’, tratan sobre el deseo de vivir intensamente, de tocar esa gran música y huir para enfrentarse a las cosas. De manera que no es nunca suficiente el mundo cuando se va en pos de uno mismo, en pos de lo que se desea.

¿Por qué «se huye del silencio»?

Se “huye del silencio” y se hace “abrazados a los dientes, inadaptados”, se resplandece en los márgenes. Uno se convierte en real apartado de todo y de todos, de modas y clichés, de cánones y círculos selectos. Se encuentra la voz y se construye un ruido propio, una música única y diferenciadora. Al final, danza uno su propio vals.

¿Cuándo se hace necesario enloquecer, «enloquecer muy despacio al alba»?

Cuando una comprende que va a morir y que la vida, la mayor parte del tiempo, es un trámite molesto. De modo que hay que vivir, enajenarse, dejarse llevar.

¿Estamos en tiempo de descuento, como la numeración de sus poemas?

Claro que sí. Esto es una cuenta atrás inevitable y terrible. Quién sabe cuánto va a durar. Pero no nos lamentemos, vivamos.

¿Cuánto de azar, de átropos, y cuánto de música tiene el poema?

El poema debe ser, ante todo, música. Aunque el poema sea en prosa (lo cual, mantengo, no resta lirismo), aunque el verso sea libre. Hay muchos procedimientos para dotar de ritmo un poema. Y luego de azar… también. Manejo mucho la escritura automática, trato de escribir en estado de exaltación, de modo que ahí se plasmen imágenes arriesgadas. Hay azar en muchos de mis versos, cayeron sobre la página. Luego se trabajan, claro que sí. Nada queda igual a como nació. En cuanto a Átropos, negra señora, se instala en todo lo que toco. No hay libro de poemas, desde Bajo la sombra del árbol en llamas hasta De lo terrible, que no hable de la muerte, del destino, de la aniquilación. El tema está también en mi obra en prosa. Muy posiblemente sea cierto eso de que escribimos siempre el mismo poema, y el mío lo contiene a Ella, a la Parca, que es, a su vez, Musa, inspiración.

¿Qué «muertes que no nos pertenecen» son las que más duelen?

Toda muerte duele. Incluso las muertes metafísicas, las muertes que se pasan por el filtro del poema y que dejan de ser, de alguna manera, de verdad.

¿Es posible «estar al margen de los idiotas y los bárbaros»?

Es difícil porque los idiotas y los bárbaros son muchos y muy variados, pero hay que intentarlo.

¿Dónde reside la pureza del poema?

No sé si existe una pureza del poema. Más bien creo que el poema ha de ser impuro, sucio, construido a partir de caídas y muertes y agravios, hecho a partir de derrumbes y venenos y pequeñas y constantes aniquilaciones. El poema debe ser humano, y hay poca pureza en lo humano.

Este es un poemario en el que se hospeda el misterio. ¿Por qué tratamos hoy en día de expulsarlo de nuestras vidas, por qué nos resulta tan incómoda su presencia?

El misterio representa lo ajeno, la otredad, lo siniestro, esa belleza de lo sublime y de lo aterrador que no es más que enfrentarse a los miedos propios, a la naturaleza propia, mirarse en un espejo que deforma y envilece. El misterio es metáfora, nunca literalidad. Y lo metafórico es difícil, por eso, muchas veces se descarta o se entiende mal.

¿Qué sucede si «se domestica la luz»?

En De lo terrible, la luz es un concepto negativo, cegador, oscuro. Existe una “oscuridad luminosa”, un algo tremendo que se agazapa tras la imagen de lo cándido. Los idiotas y los bárbaros a menudo habitan en la luz. Pero uno puede resistirse y plantar cara, encomendarse a todas las oscuridades, defender lo salvaje y estar de parte del veneno y la derrota y el derrumbe que nos hace mucho más humanos.