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Díaz-Ortiz

Entrevista

2 Jul 2021

Alejandra Ortiz, escritora

«Justo lo que no se cuenta es lo que da sentido al cuento»

Esther Peñas /

La escritora mexicana Alejandra Díaz-Ortiz cultiva el arte de la brevedad, y lo hace por la lira del humor, de ese asomo poético en el que por un instante la sonrisa y el brillo de ojos del asombro se cruzan el paso. Sobre Cuentos chinos y Pizca de sal (ambos publicados en Trama editorial), hablamos con esta mujer de sonrisa por corpiño que capitanea la librería LaTresCatorce.

Lo bueno, si breve, ¿dos veces bueno?

En mi experiencia, la brevedad no es sinónimo de mala calidad, es más, en muchas ocasiones, es justo lo contrario. Solemos echar de menos aquello que no gastamos. Aquello que no nos desilusionó o aquello que no tuvo oportunidad de hacernos daño. Un amor de verano; un par de días en parajes desconocidos; una mirada inesperada; una novela corta o un poema que, en su brevedad, nos cambia la vida. Sí, sin duda, la brevedad es lo mío.

¿Lo único que existe es lo que se cuenta?

¡Qué va! Justo lo que no se cuenta es lo que da sentido al cuento. En mi caso, solo escribo las primeras líneas del relato con las que cada uno hará su propia lectura. Algunas veces, lo que yo he creído contar no ha tenido nada que ver con lo que alguien interpretó sobre mis cuentos. 

Da la sensación, leyendo sus cuentos, de que el amor (o la falta de él, en su defecto) es lo que rige todo, ¿lo cree así?

Sí, por supuesto. ¿De qué si no se nutriría la poesía, la música y hasta el café de la mañana? Eso sí, considerando que el amor es un sentimiento egoísta: amo en tanto yo me sienta bien. 

¿Qué se «ahoga en lo más profundo de la boca»?

Las palabras, siempre. Buenas o malas. Ciertas o falsas. Piadosas o impías. Si el corazón es el sitio del amor, según los clásicos, en lo más profundo de la boca se aloja la pasión: las palabras son la mejor expresión de pasión que yo conozco. Y ahí es donde me gusta vivir.

¿Qué convierte una «versión» en una «perversión»?

¡Esta es buena!... mmm… Sería algo así como ser caperucita queriendo ser el lobo. Y un buen día, o una noche, te vistes de lobo sabiendo que eres caperucita…

¿A qué conviene añadir, en cualquier caso, «una pizca de sal»?

A riesgo de sufrir hipertensión, a todo lo que se hace cada día, incluso a dormir. No es lo mismo un pijama de ositos que el gusto de una piel desnuda entrando en unas sábanas recién puestas.

¿Todo es susceptible de ser contado con humor?

Tendría que ser de obligado cumplimiento. El humor es la mejor autodefensa que existe. Vengo de un país, México, en el que aprendes a bailar con la muerte desde la infancia. La muerte, como el acto más duro, a veces cruel, y casi siempre triste, en mi país es honrada con humor. 

Reírse de uno mismo te da súper poderes: te relaja, calma la ansiedad, te da perspectiva y visión periférica para resolver problemas. 

Cuentos chinos nació de la peor experiencia vital que me ha tocado vivir relacionada con el amor: mi compañero de vida se iba apagando poco a poco, pero se ocupó, y bien, de recordarme vivir cada día con humor, humor del bueno. Él, además de poeta, era editor y un hombre muy sabio. Un buen día, creo que a modo de terapia, me aconsejó escribir sobre lo que nos estaba sucediendo, más nunca me permitió hacerlo desde el drama: «Échale humor, coronela, o no te va a leer ni el perro.», me decía tras leer algún cuento.

Desde entonces, sobrevivo a base de paciencia y humor, cerrando a veces los oídos para que no me lo contaminen con el irritante ruido que no cesa por la calle.

«Círculo: aquello que nunca deseamos cerrar por temor a quedarnos fuera». ¿Qué se requiere para cerrar capítulos, etapas, amores, círculos?

Estar dispuesta a quedarte fuera de la «fiesta». 

El problema es que somos demasiado cotillas, y un pelín masoquistas, como para dejar a nuestro ego al margen de historias que no serán. Siempre me ha hecho gracia ese consejo de primero de whatsApp: «si bebes no envíes mensajes a tu ex». ¿Cuántos no nos hemos arrepentido de haber enviado mensajes que ni siquiera recordamos a la mañana siguiente? Pues eso, para cerrar el círculo, lo primero: eliminar el contacto.

Si el amor es un cuento chino, ¿uno debe sucumbir a su engaño?

Alguna vez dije que mentimos desde la primera mirada. Y lo sigo pensando. Cuando ves a alguien que te gusta, aunque no tengas intención de nada más, enderezas la espalda, te mesas los cabellos, te estiras la ropa y, ahora con la mascarilla, te aseguras de que tus ojos miren bien. Y lo hacemos porque estamos dispuestas a sucumbir cuantas veces sea necesario. Hay quien tiene suerte y le basta con un amor. Hay otras que hemos ido mucho al «chino».

¿Cómo detectar cuando nos están amando en falso?

¡Epa!, eso lo sabemos, lo olemos, lo sentimos: es visceral, instintivo. Otra cosa es que lo queramos aceptar, porque no es lo mismo dejar que ser dejado, aunque una misma esté amando en falso. Como dijo mi tocaya Pizarnik: «querer quedarse queriendo irse».

¿Qué se hace con un «lapsus pertinaz»?

Escribir un nuevo cuento, aunque ya te sepas el final. Como escribiera Roberto Bolaño, «Uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.»

¿Cuál es el último libro que le ha emocionado?

Me emocionó, y mucho, La historia del silencio, de Pedro Zarraluki. Una novela espléndida sobre el amor y el engaño, íntimamente ligados al silencio. Tengo el libro muy a mano y de vez en cuando, releo algunas páginas. 

Me ha librado de las culpas que ocasionan los silencios. 

Como cuentista, ¿a quién citaría Alejandra Díaz Ortiz?

En primer lugar, a Corín Tellado, la mejor escritora de «cuentos chinos», en este caso, asturianos, sobre el amor y el desamor. Mientras mis padres me daban a leer libros «serios», yo me escondía en el baño a leer la revista Vanidades que cada quince días publicaba uno de sus relatos. Hasta la fecha, cuando escribo, se me vienen a la cabeza sus paisajes y ese cursi, aunque indispensable, optimismo de los finales felices con perdices. 

Mi admirada Esther, en el amor, siempre: «Si tú me dices ven, yo aquí te espero».