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Menchu Gutiérrez

Entrevista

19 Feb 2021

Menchu Gutiérrez, escritora

«La memoria tiene muchos pliegues, algunos son tan profundos que pueden confundirse con la muerte»

Esther Peñas / Madrid

Lo que contiene todo regreso. Desasosiego, intensidad, lo no resuelto, el propósito, la memoria que emerge, la sombra del reproche. La mitad de la casa (Siruela) narra un encuentro poblado de sensualidad en la disposición de la palabra en el que el tiempo (de nuevo) resulta la médula de cuanto se nos va contando. A las manecillas de ese reloj incandescente, Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957).

Cuando leo el título, me vienen a la cabeza unos versos de su poemario Lo extraño, la raíz: «en el interior de la casa somos lo que fuimos». ¿Es el espacio de la infancia por excelencia, el recinto sagrado canónico, la casa?

Hay un verso de Milosz que expresa el sentimiento profundo que nos liga a la casa, desde la infancia: «Yo digo casa y digo madre». Sí, creo que la casa viene a ocupar el espacio abandonado del vientre materno, y que es nuestro primer espacio de referencia.

¿Se puede habitar la mitad de la casa?

Una casa no es solo una sucesión de habitaciones, un pasillo… objetos visibles sobre mesas o estanterías, en la casa se incuba el misterio de la vida y por eso, en cada casa, hay una parte visible y una parte invisible. La casa es un almacén de emociones ligadas a una ventana o al peldaño de una escalera. 

¿Sólo se nos está permitido conocer la mitad de?

Yo diría que nuestro conocimiento de las cosas es siempre incompleto. La mitad es una sensación física muy poderosa que aparece en el mismo momento de nuestro nacimiento cuando el mundo se parte en dos: el brazo derecho y el brazo izquierdo, la pierna derecha y la pierna izquierda, el ojo derecho y el ojo izquierdo. 

Para que una casa sea un hogar, ¿ha de guardar, al menos, un secreto o un secreto es lo que impide que la casa sea hogar?

Es verdad que el término hogar parece asociarse a un espacio que nos acoge con calor, como esa chimenea que está alojada en un «hogar». El secreto es difícil, pero todos convivimos con ellos. Una casa deja de ser hogar cuando te expulsa. 

¿Cuál es «la precisión exacta del retraso»?

Quizá la vida es un reloj que adelanta en un lugar y atrasa en otro, a un mismo tiempo. Envejecer quizá sea tomar conciencia de esa doble realidad. 
     
¿Cómo se equilibra el exceso y la falta de sueños?

Con los sueños dirigidos de la vigilia.

Pienso en la escena en la que la narradora ve a su padre (al que, vivo o muerto, no tiene nada que decir). «De estas visiones no se despierta nunca». ¿Qué importancia tiene para usted en la escritura y en la vida el sueño? Más allá del sueño físico, ¿cuándo conviene despertar del sueño y cuándo no?

Yo nunca he utilizado mis sueños como material de escritura, pero creo que los sueños no son menos reales que nuestras experiencias a la luz del día. Los sueños se encuentran en otra dimensión de la realidad y dejan un rastro muy importante en la vigilia. Yo diría que son un alimento fundamental para la imaginación.

Cierta atmósfera de irrealidad va tiznando la historia, ¿es la muerte o la memoria la que impregna de cierta niebla lo que se cuenta?

La protagonista del libro no sabe si ha llegado a una casa para guardar un secreto o para abrir el cofre en el que está guardado un secreto. La memoria tiene muchos pliegues, algunos son tan profundos que pueden confundirse con la muerte.

«Solo he guardado fidelidad absoluta a este espacio». ¿De qué modo nos conforma, hace de nosotros lo que somos, los espacios?

La casa es casi una extensión de nosotros. Decía el arquitecto Frederick Kiesler que la casa es un organismo vivo que reacciona como una criatura de sangre caliente. Creo que hay espacios que nos acogen y otros que nos repelen, y ese abrazo y ese rechazo nos van modelando.

«El remo secreto» que «hunde la pala en las aguas secas y oscuras de la página» me remite al comienzo de otro de sus libros, La tabla de las mareas. Siempre tengo la misma sensación, que escribe con una brújula más que con un mapa. Que trata de orientar (se) más que de describir el terreno. Por eso persiste cierta sensación de ingravidez en vez de suelo firme…

El libro comienza con una profunda intuición pero, efectivamente, hay una gran parte desconocida que irá surgiendo en el proceso de la escritura. Sin ese elemento de encuentro, de sorpresa, otra forma de decir, con el mapa en la mano, no podría progresar.

Hay una acendrada sensualidad en la cadencia de su escritura, algo grácil, de una belleza que cala pero no interrumpe. ¿Es intencionada?

Creo que cada persona tiene una cadencia, una forma de respirar, una relación con el silencio, con la pausa, en definitiva, una música que le es propia. Nos movemos de una manera particular, hablamos de una manera particular y esa misma particularidad afecta a nuestra forma de escribir.

¿La felicidad es la energía que pone todo en juego?

Creo que son muchas las emociones en las que tomamos impulso. También las que están en el otro lado del espectro actúan como motor de vida. 

¿Cuánto de juego hay en la escritura?

La escritura puede instaurar otras reglas temporales, otras conductas, un acuerdo con la máscara. En ese sentido puede formar parte de un juego. 

«Tengo quince años en un lugar del que no puedo desaparecer». ¿Es eso escribir, ese lugar?

Escribir sería habitar ese lugar.

Por cierto, ¿de qué se ríe el sol? 

Decía La Rochefoucauld que ni el sol ni la muerte se pueden mirar con fijeza. Así es que no me ha dado nunca tiempo de averiguarlo.