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Lentini

Entrevista

14 Nov 2019

Rosa Lentini, poeta

“Lo que uno aprende, en el oficio poético, es a traducirse a sí mismo”

Esther Peñas / Madrid

No es fácil a estas alturas del vértigo humano encontrar una poeta en la que el lenguaje se dinamite para ensancharse, que sea el lenguaje mismo quien se escriba, que la palabra (en la órbita romántica tantas veces) convoque aquello otro, lo que no encuentra un ensamble adecuado y es hermoso por la arista. Así Rosa Lentini (Barcelona, 1957). Animal sospechoso ha publicado Poesía reunida (2014-1994). De este volumen, la densidad, que ahonda la mirada. De este volumen, el instinto feroz de quien abre la hendidura y encuentra. 

Lentini intervino en la fundación de las revistas de poesía Asimetría y Hora de Poesía –de la que fue directora-. Actualmente es editora y directora, junto a Ricardo Cano Gaviria, de Ediciones Igitur.

¿Hasta qué punto uno escribe poemas para saldar “la deuda del deseo”?

Escribir es siempre una forma del deseo, acaso la más elaborada y también una de las menos perecederas.

Una orden ¿“siempre prescribe”?

Debería. Decía Roland Barthes, que pasó media vida estudiando las reglas y modos de escribir suyos y de los demás, que solo cuando empezó a desaprender, su escritura se convirtió en algo verdaderamente personal. Una orden es una atadura, y solo liberándonos de órdenes y ataduras -la mayoría de las veces autoimpuestas-, somos capaces de encontrar nuestras palabras, y al encontrar nuestra voz las palabras empiezan a fluir. 

Tengo un par de versos para devolvérselos en forma de pregunta: ¿Qué hacer con el miedo?

Reelaborarlo, pasarlo por el tamiz del poema, porque hace falta nombrar primero algo, designarlo, para poder empezar a controlarlo.

¿Cómo se vence –de ser posible- la tentación de modificar un verso ya publicado?

No puedo responderte a eso, en mi caso no he vencido esa tentación, en mi Poesía reunida precisamente decidí reescribir todos los libros anteriores a Tuvimos, que era el último hasta el momento y el más clarificador, y a partir de él los poemas anteriores me pedían ser reelaborados, y así lo hice. Por otra parte, una obra, en cualquier modalidad artística, siempre se está haciendo, es un “work in progress” que solo finaliza cuando acaba la vida.

¿Se puede vivir, “sin ventanas a las estrellas”?

Todo es posible, hay quien en el encierro ve un modo de justificar una existencia inmadura. No es mi caso, la sensación de encierro y asfixia me resulta inaguantable, porque sé que existen alternativas.

“Coser a la noche/redes de la infancia”. Escribir, ¿tiene más que ver con la nostalgia o con convocar un futuro?

Es una pregunta muy sugerente; lo menos que puedo decir, yo, que he reelaborado mis libros anteriores, es que el pasado también se puede reelaborar… ¿De qué modo? Con la ayuda del autoanálisis, que modifica nuestro yo presente, es decir, nuestro punto de vista… Si el pasado es una mirada desde el ahora, es decir, desde nuestro punto de vista actual, es también algo que se transforma, obligándonos a resituarnos y encarar – a convocar, como bien dices- el futuro. Y donde digo autoanálisis casi que digo psicoanálisis...

¿La experiencia más radical con la lengua es la creación o la traducción?

La creación es muy importante pero creo que hay un tipo de poeta, al que pertenezco, en el que la creación no se dispara hasta que no tiene el aval de la traducción… Traducir es crear: el poeta que se compromete a traducir la obra de un autor acaba empapándose de ella, bien es cierto, pero sobre todo de las propias fórmulas que encuentra como traductor y que acaba incorporando a su propia creación. Traducir es una inmensa, y probablemente la mejor, escuela de aprendizaje, entre otras cosas porque lo que uno aprende, en el oficio poético, es a traducirse a sí mismo... Pero de todo lo dicho se deriva otra pregunta, ¿cómo no dejarse influir por un autor? Soy del parecer de que hay que dejarse influir por todos los autores que nos gusten, y de todas las lecturas ya saldrá nuestra propia voz. Además, si tenemos miedo a contagiarnos es que la salud no es buena.

Junto a Francisco Rico, publicó Mil años de poesía europea. ¿Aguantarán mil años los poetas del XXI?

Hay muchos –y buenos- poetas en el mundo, y en la historia del pasado siglo. Con mi marido, el escritor colombo-español Ricardo Cano Gaviria, concebimos Ediciones Igitur como un taller de lectura, es decir, pensando en publicar los libros que nos gustaran, el tener una editorial con este criterio hace que valores especialmente lo que crees que va a permanecer por su calidad literaria y no por cualquier otra razón. Además en la actualidad se está dando –solo por poner un ejemplo- una revolución en la poesía escrita por mujeres y todavía no se puede valorar hasta dónde cambiará el panorama mundial de la poesía y el modo de entender e incorporar este otro punto de vista. No me refiero a hacer visibles los temas exclusivamente femeninos, lo cual es muy meritorio pero claramente insuficiente; más importante es el punto de vista específico de la mujer, de cuya existencia no cabe duda alguna, y que es un como más que un qué: es claramente una forma de expresar la relación consigo misma, con el mundo y con los otros.

La poesía era un reducto en el que el sistema capitalista no había entrado (acaso por no encontrarle rentabilidad). Sin embargo, ha sido capaz de convertir en mercancía un sucedáneo de la poesía. ¿En qué medida afecta este hecho a los poetas?

Afecta no tanto a los poetas de una cierta edad, o que sienten un inequívoco compromiso hacia la poesía, como a los lectores primerizos o a los poetas en formación, es decir, sin la suficiente educación literaria. Ellos, porque saben mucho del ruido (hay que ver cómo las nuevas formas musicales que los atrapan están llenas de ruido), creen que ya han llegado a la madurez, cuando todavía no saben nada del silencio. Y la poesía es principalmente silencio... Por otro lado, está el asunto de las redes sociales, en las que todo parece perderse, difuminarse, y hay pocos lugares que se conviertan en asideros. Fallan también los contrastes, por falta de puntos de referencia, y sobre todo falta saber por qué un poema permanece en la mente de una comunidad y en cambio otro no. A los jóvenes todo les parece válido si tiene la suficiente publicidad, y, sin embargo, no es así: la validez a largo plazo muy poco tiene que ver con la fama –siempre efímera- del momento.

Como editora de Igitur, ¿qué tiene que tener un texto, un poemario para despertar las ganas de publicarlo?

Originalidad, elaboración, coherencia…y compromiso poético. Llamo compromiso a una mirada ética antes que política respecto a la propia poesía. También intentamos captar si el poeta ha sabido crear una distancia, porque la poesía es también una máscara que nos permite distanciarnos de lo que somos; quiero decir que es necesario escribir con las tripas, pero no mostrar las tripas, no llegar a la confesionalidad, aunque siempre escribamos desde el yo. Esto implica, de forma complementaria, saber quiénes somos y desde dónde escribimos. Decía la poeta norteamericana Adrienne Rich que a ella le costó muy poco escribir buenos poemas, y que en cambio necesitó mucho tiempo para entender que lo hacía desde la postura de una mujer de mediana edad, que además era blanca y que vivía en el país más poderoso de la tierra. Yo entiendo que, desde el momento en que asumió todo esto, su poesía fue exactamente la que quería y debía escribir...