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Roche Rodríguez

Entrevista

23 Mar 2020

Michelle Roche Rodríguez, escritora

“Los monstruos que más nos asustan son aquellos que se parecen a nosotros”

Esther Peñas. Fotografía: Emilio Kabchi / Madrid

La figura del hematófago, no muerto o vampiro nos acompaña desde la antigua Babilonia. Es un arquetipo que a día de hoy nos sigue cautivando por las lecturas que ofrece, por cuanto nos habla de nosotros mismos. La escritora Michelle Roche Rodríguez (Caracas, 1979) se sirve de él para hablarnos de los excesos y atropellos del dictador venezolano Juan Vicente Gómez en un contexto en el que el petróleo irrumpe para acentuar el clasismo y avivar codicias, mientras respiran –como pueden- la homosexualidad y la mujer que no se somete. El resultado, Malasangre (Anagrama).

¿Qué tiene el vampiro como arquetipo que resulta no solo inagotable sino en continua evolución de matices?

Malasangre no es propiamente una historia de vampiros, sino una novela de formación histórica que usa como metáfora ese mito gótico. Crecí leyendo obras escritas en el género fantástico. Leí Drácula a los 13 años, no mucho después de Frankenstein de Mary Shelley, poseída por un vértigo que me hizo devorar varias colecciones de cuentos del género, entre las cuales estaba la legendaria Vampiros, editada por Jacobo Siruela. Creo que aquello que hace inmortal el mito del vampiro es que nos muestra, envuelto en un bonito paquete de seducción, la perversidad que se anida en cada quien. Los monstruos que más nos asustan son aquellos que se parecen a nosotros.

¿Cuándo lo familiar se “convierte de forma irremediable en algo siniestro”?

Esta es la definición de unheimlich de Sigmund Freud. Escribió sobre el tema un ensayo en 1919, titulado Lo siniestro (la traducción al castellano de unheimlich) que es uno de los fundamentos para interpretar desde la academia (y la psicología) al género gótico. Aquellos eran tiempos propicios para el miedo, si nos guiamos por la historia. Padecemos pequeños temores cotidianos y vivimos con miedos de toda clase, porque de eso se trata el avance del tiempo, de hacernos dudar sobre el futuro; pero el miedo sólo nos paraliza cuando acaba con una de nuestras certezas —es decir: aquello que nos es familiar—.

Una de las peculiaridades del contexto en el que se desarrolla esta historia es “la naturalidad con que hablábamos de los horrores de las torturas y la violencia policial”. ¿No está volviendo a suceder esta anestesia ante el horror hoy en día?

Es interesante esta lectura porque me ofrece un contexto completamente removido de la dictadura venezolana actual. Y eso lo agradezco: me hace pensar que el libro también construye metáforas fuera del universo particular en donde yo lo escribí. Aunque todo lo que aparece allí pasó en la historia de verdad —a excepción de la familia de hematófagos, por supuesto— en Malasangre, la tesitura de la dictadura de Gómez viene de aquello que conozco bien debido a los veinte años de chavismo que he padecido. Cuando señalo la “naturalidad” con la que se habla de los horrores en la dictadura, me refiero a un efecto de la sujeción al poder militar hegemónico en mi país, en el siglo XX tanto como en el XXI, porque funciona como escarmiento. Y aquí vuelve a aparecer el miedo y mi certeza de que, como decía Fyodor Dostoievski, la manera más fácil de gobernar es aterrorizando al pueblo.

“Hundirse en las pasiones era una ruta en línea recta hacia algo similar a la saciedad”. ¿Cuándo hay que sucumbir y cuándo resistir a las pasiones?

La dicotomía entre sucumbir o resistir una pasión es judeo-cristiana y me he pasado la vida tratando de liberarme de esos dilemas, así que ya no me la planteo. Me interesa más la pregunta de quién se beneficia cuando yo satisfago una pasión o me reprimo.

La política, ¿siempre tiene un reverso terrorífico?

La política siempre es terrorífica porque su oficio es el poder.

Sangre y petróleo, dos sustancias espesas y sagradas, circundan esta historia que habla del poder. ¿En algún caso es inocuo, el poder? ¿Tenemos alguna posibilidad quienes no lo ostentamos frente a él?

No. En ningún caso el poder es inocuo, porque si lo fuera no sería poder. Y frente al poder no tenemos ninguna posibilidad. Una opinión como esta me hace muy impopular en tiempos de redes sociales y multitudinarias protestas, pero vivimos en un sistema que todo lo engulle, incluso el disenso y en menos de lo que creemos la más radical de las vanguardias se convierte en statu quo.

Pienso en la figura de Vito Modesto, ¿qué papel cumple en nuestras vidas ese ‘maestro’ que suele aparecer en ellas para abrirnos los ojos? ¿Cómo se reconoce a un auténtico maestro de vida?

El maestro es una figura arquetípica del género narrativo de formación, conocido también como bildungsroman. Pero en la vida real también está presente. No siempre se trata del maestro de escuela o del profesor universitario, a veces llega más tarde. Se trata de alguien mayor que despierta nuestra admiración y de quien buscamos aprender. Es imposible que no lo reconozcamos: nos marca. Pero no creo que tengamos solo uno: yo, por ejemplo, he tenido varios.

Cecilia no se atreve a llamar a Diana vampira, pero sí hematófaga o malasangre. ¿Qué poder tienen las palabras para configurar el mundo, para transformarlo, para aceptarlo?

El mundo está construido de palabras y nuestra vida es del tamaño de nuestra cultura. Creo, como Michel Foucault, que el poder no está localizado en un solo lugar ni se corresponde con un grupo que subyuga a otro, sino que se trata de un sistema de producción de saberes del que participamos siempre en todas partes. Lo que esto quiere decir es que somos responsables de nuestra propia subyugación. Nuestras ideas sobre el mundo nos controlan. El mundo existe para nosotros en cuanto aprendemos a nombrarlo, por eso todos interpretamos la realidad de una manera que nos es particular: lo que hacemos es narrárnosla con nuestras propias palabras, adquiridas desde nuestra experiencia. Por eso, el argumento de la novela está construído entre el tránsito de una palabra (hematófaga) y otra (malasangre). Es posible que ninguna de las escenas de vampirismo ocurrieran en la vida de Diana y que considerarse un monstruo es la manera en que ella interpreta o encubre la decisión que tomó al final de la historia. Porque, ¿de qué otra manera podía explicarse su gusto por el mal una chica de firmes convicciones católicas?

Ese militarismo y tendencia a la dictadura, en general de Latinoamérica, pero en particular en Venezuela, ¿es posible de erradicar?

Sí. Es posible erradicar el militarismo, pero requiere tiempo y constancia. El problema ahora mismo es que en Venezuela las salidas a la crisis política se están agotando. Comienzo a reconocer en mis obras un claro interés por reflexionar sobre el poder militar. Si como dije antes, nuestra mentalidad nos hace responsables del poder que nos subyuga, yo me pregunto: ¿qué hay en la cultura de mi país para que en 200 años de historia sólo 40 hubieran sido de gobiernos civiles?

Por momentos, hay personajes que recuerdan a la condesa de Bathory, la condesa sangrienta, que no es exactamente una vampira pero que incurre en la magia roja. ¿Qué hacer frente a este tipo de personas?

Le tengo más miedo a los moralistas y a los militares (muchos de ellos moralistas) que a los brujos y vampiros. Lo sobrenatural es raro, excepcional, emerge cuando menos lo esperamos, pero no se prolonga por mucho tiempo. Las hegemonías del púlpito y de la bota nunca nos han abandonado. Contra esas sí no tengo idea de qué hacer.

Entre el ansia del poder y la antorcha de la sexualidad, ¿qué prevalece?

Para mí: la sexualidad, por lo menos haces ejercicio.

¿A quién calificaría de Malasangre?

El uso de la palabra «malasangre» para el título es un guiño a la tradición de telenovelas venezolanas con las que crecí. Un típico insulto de telenovela era decir “esa mujer si es malasangre” y eso también se podía decir de un hombre. Esto significaba que la mujer (u hombre) tenía mal genio o era pesada (o). En mi novela, por su puesto, no queda nada de esto, allí el significado de “malasangre” es el que señala el DRAE, de una persona aviesa. Lo que cuento aquí sobre las telenovelas es para revelar el chiste interno. Dicho todo esto añadiría que yo misma soy malasangre: no solo tengo mal genio, sino que también soy (un poco) aviesa.