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Cubierta de 'Delito de vida'

Entrevista

6 Feb 2019

Jeannette L. Clariond, poeta y traductora

“Para Alda Merini, la locura es un estado del alma”

Esther Peñas / Madrid

‘Delito de vida’. Con este provocador título, la editorial Vaso Roto acaba de publicar la aubiografía de la poeta Alda Merini  (Milán, 1931-2009), mujer de collar perlas sempiterno y pitillo en ristre (entre setenta y ochenta diarios), mujer de verso colmado de afectos, articulado por el dolor, con una sencilla dulzura y custodiado por la sombra de los espectros. Acompaña al texto una exacta selección de sus poemas. Con Jeannette L. Clariond, poeta y traductora de esta edición, invocamos a Merini.

Lo de la Merini, ¿tuvo más de delito que de camino de santidad? 

Nacer un 21 de marzo, día de la primavera, es un destino, que Merini acoge como su sino: Proserpina es la Primavera, diosa de la vida, muerte y resurrección. Y, se verá reflejo en un bello poema: “Nací el 21 en primavera/ y no sabía que nacer loca, / pudiese desencadenar tormentas. / Así, Proserpina leve, / ve llover sobre la hierba, / sus gruesos trigos gentiles, / tal vez sea su ruego.”

Es una de las poetas cuya biografía tiene tanto interés como su propia obra. ¿Qué es lo que más le fascina de este personaje? 

Lo que llama mi atención es su fuerza interior. Su intuición, y la creencia de que la vida misma es poesía. Ella creó su realidad en el manicomio, era el lugar en donde ella se sentía bien, en casa. La locura es un estado del alma. Mira que uno de sus poemas dice: “los más bellos poemas/ se escriben con las rodillas llagadas / y la mente aguzada por el misterio…”. Ella misma es un misterio, ella no separó vida de poesía. Nos hemos preguntado si la niña de la que habla en un poema le fue realmente arrebatada. Nadie de sus estudiosos lo sabemos. Pero lo que importa es que, a través de su canto, te hace sentir que en realidad algo le fue arrebatado, o sea, algo de su vida cuando le daban los electrochoques. 

“La locura es un bien social”. Merini tuvo una entrañable relación con su locura. ¿De qué modo la influyó su paso por psiquiátricos?

A los 18 años Manganelli la acompañó al psiquiatra, fue cuando vio sus primeras sombras. El médico le recomendó escribir. Su estancia en el manicomio fue de diez años, y después otros internamientos. Sale al mundo y no entiende la realidad, de la forma en que la entiende quien no ha estado allí. Pero su sufrimiento la hace ver el dolor de los otros con inmensa humanidad. Por bien social alude a eso. 

Alguien que a los ocho años recita la Divina Comedia, está avocada a ser poeta. ¿Qué distingue su poesía de la de otros compañeros de generación? 

Su verdad. La poesía no puede hablar sino del sí mismo. Memorizar la Divina Comedia te habla ya de una necesidad de saber, pero también, de un deseo, como Proserpina, de descender a los infiernos. Manganelli decía que su vida era “el natural infierno de vivir”. Por ello se entiende la vida en toda su hondura. Los personajes de la Comedia ilustrada por Doré que tenían en su casa, la “traumatizaron”, escribe ella en varias entrevistas. Pero, el sentido común permite visualizar a la niña pequeña aupada en las piernas del padre buscando saber lo que la madre no le permitía leer. El de ella fue, en cierto sentido, un padre salvífico. Su último libro, titulado Padre mío, da a ver la figura divina y espiritual, pero también un padre que siempre la ayudó a seguir su vocación de vida. El padre le dio cultura. Y eso, es lo que salva. 

Lo que la salvó, según ella misma cuenta, fue “el estupor”. Pero también algunos hombres, como Manganelli o Fornari. ¿Quién resultó ser su figura tutelar? 

Me parece que ambos, Manganelli, en el sentido amoroso-erótico, y Fornari, en el sentido de su certeza en que la poesía salvaría a la poeta. Quien conoce profundamente el dolor, acrece su capacidad de establecerse en el amor. Aldo Merini fue una lúcida pensadora en lo que respecta a temas amorosos. No sé si su relación con Manganelli fue tal y como ella la describe. Lo que sí sé, es que también permanecerá un misterio. Pero lo que sucedió no importa. Lo que en verdad importa de ella es la forma en que ella lo vive. No hay muro entre realidad y deseo. 

La conversión o más exacto la acentuación del lado religioso de la Merini (ella quiso entrar en convento de joven) hacia el final de su vida, ¿qué lo provoca? 

La soledad. Muchas mujeres, al ver que no pueden estar en el mundo, buscan estar en un convento. Aún las mujeres casadas. Es la necesaria soledad la que orilla a tomar estas decisiones. Pero, cuando has vivido tan sola, y se acerca el final de tu vida, puedes siempre hablar con Jesús, con el Padre, con alguien que sabes está allí para escucharte, para religarte a la vida. Más que de un modo religioso yo diría espiritual. 

¿Es más provocadora como mujer que como poeta? 

La poeta, pues en su poesía se percibe la altura de una manera más diáfana, más misteriosa. Cuando la conocí, me invitó a pasar a su pequeña cocina. Yo de inmediato sentí su sinceridad. Me hablaba de cosas cotidianas, frente a su máquina de escribir, y un gato que saltaba de la estufa a la mesa. Pero, al leerla, una emoción inmensa me recorría pues en su voz estaba su vida puesta en una flor, un río, un muro, un temor. 

Para Merini, ¿la poesía es un deseo carnal? 

El deseo es movimiento. Por la carne, creo, se llega al alma. Aunque corpulenta, ella era sensual, su modo de vestirse era sensual, no por el escote, sino por el modo de llevar sus labios rojos, sus manos llenas de anillos, era, como una diosa humilde, con deseos de estar en el mundo y gozar de él. 

¿Ocupa el lugar que merece Merini en la literatura italiana? 

Merini ocupa el lugar que ya tiene. Entrabas a una librería y nadie me recomendaba otra cosa que no fuera suyo. La siguen amando, pero no sólo los poetas sino la gente de la calle. Estuve en Roma en un Museo, y la curadora llevó a su pecho el libro que le regalé. Y, una abogada con quien hablé sobre unos derechos, me respondió con voz entrecortada que Merini había hablado por Italia, por el amor, por la locura y por todas las mujeres del mundo. 

“Cada mujer está sostenida por un carisma de belleza que lleva dentro”. ¿Cuál es esa belleza en la Merini?

Toda ella es luz. El dolor, si bien asumido, acrece la propia interioridad. A eso llamo yo belleza.