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Cristian Crusat

Entrevista

7 Jul 2020

Cristian Crusat, escritor

“Sebald acredita que toda nuestra ética y moral es, en el fondo, estética”

Esther Peñas / Madrid

Pocos autores contemporáneos pueden enfundarse el jubón correspondiente a la grandeza literaria. W.G. Sebald es uno de ellos. En sus escritos encontramos el desarraigo y la pérdida de la identidad, la agonía (en su doble acepción, asunto tan unamuniano) y, sobre todo, Europa, como la amada a la que uno trata de entender sin escamotear sus fantasmas. En W.G. Sebald en el corazón de Europa (Wunderkammer), Cristian Crusat (Marbella, 1983) ahonda en la mirada acrisolada, sagaz y lúcida de Sebald sobre el viejo continente, aderezando el texto con una fecunda cosecha de aportaciones propias, lo que convierte en deliciosa la lectura de este ensayo.

Sé que para responder a esta pregunta usted escribió el ensayo pero, ¿de qué manera uno puede entender a Europa mejor leyendo a Sebald?

Tengo para mí que los paisajes y las personas que concurren en la literatura de Sebald manifiestan una constelación de conflictos y tensiones protípicamente europeos, entre ellos un buen número de guerras y genocidios. Lo fundamental, en mi opinión, es que Sebald nos permite aproximarnos a estos fenómenos desde un ángulo especialmente fecundo: llamando la atención sobre la abigarrada naturaleza del tejido multicultural y microétnico del continente y sobre la conformación de una serie de “tradiciones inventadas” que entre 1870 y 1914 determinaron el clima político de todo el siglo XX; abordando el asunto del Holocausto mediante estrategias opuestas a la nostalgia o el sentimentalismo espúreo; y fundando una especie de ética de la miniatura frente a las fatuas tendencias colosales de Europa (en lo referente a la arquitectura de los edificios oficiales o a las propias estructuras de poder). Creo que leer atentamente a Sebald es indispensable para pensar en los vaivenes de este continente, asumiendo, entre otras cosas, que todo lo que es colosal y uniforme es decididamente antieuropeo, que todos los proyectos que aspiraron a configurar una Europa homogénea acabaron fatal, que más vale dejar de lado cualquier nostalgia, y que la literatura sigue siendo un notable instrumento de restitución.

Que “el único orden de Europa es el desorden del desastre tumultuoso”, ¿juega a favor o en contra del futuro del continente?

Sobre todo, es un factor intrínseco a Europa, y con el que hay que lidiar a cada momento. No queda más remedio. Desde el siglo XV, Europa se convirtió en un torbellino dialógico, en un espacio bifurcante y efervescente en lo relativo a la creación de un cuerpo ingente de ideas, corrientes y teorías, pero también de sus representaciones contrarias y antagónicas. Y este proceso no hizo sino acelerarse desde finales del siglo XVII, desde ese periodo que Paul Hazard identificó como un umbral decisivo mediante el que Europa pasó definitivamente de la estabilidad al movimiento: errancias, revoluciones, reminiscencias herméticas, vanguardias artísticas… Me parece muy significativo que el propio eje cultural de Europa haya estado siempre sujeto al cambio y el desplazamiento: Madrid, Ámsterdam, Londres, París, Jena, Berlín, Viena… Europa es un auténtico vaivén de ideas y gentes, a menudo yuxtapuestas o enfrentadas.

Sé que la fragilidad de Europa como unión de países es tan frágil como la salud del teatro pero, ¿vale la pena el proyecto europeo?

Absolutamente, pues en el seno de ese torbellino se abrieron paso algunas de las manifestaciones culturales más relevantes, entre ellas –sin ir más lejos– la novela moderna, un género literario que responde a la necesidad del hombre de examinar la aventura de la vida humana, de explorar las asombrosas oscilaciones entre el azar y la necesidad que rigen el destino de las personas, es decir, su libertad, si es que esta significa algo aún para nosotros.  

Que Europa sea capaz de ser una cosa y su contraria (como el movimiento Romántico) –razón/ fe, duda/ empirismo; tradición/ vanguardia, etc.– ¿significa que es capaz de aglutinar cualquier cosa que pueda suponer una amenaza o que está a cada instante a punto de saltar por los aires?

Me temo que son caras de una misma moneda. En el pensamiento europeo late una radical negatividad que, como ha señalado Emanuele Severino, introdujo la filosofía griega, la cual quedó seducida por la idea de que lo nuevo no estaba presente en la existencia antes de ser creado. Del mismo modo, y por la misma razón, todo lo creado podía entonces ser devuelto a la nada… Y así sucesivamente. Esta oposición entre creación y destrucción permeó desde el principio el espíritu europeo, tan  inclinado a la tabula rasa, a la duda y la ironía, al cuestionamiento y la rebelión, desde Montaigne, Descartes y Pascal a los héroes del fracaso, tan típicos de la novela moderna (desde don Quijote al whisky-priest de El poder y la gloria de Graham Greene). Tras cada uno de estos tipos humanos late una feroz individualidad que se consagra a explorar cada recodo de la existencia humana.

“Su historia debería servir como dique contra la barbarie” pero ¿sirve para tal cosa cuando uno piensa en ‘esa externalización’ de los inmigrantes que procura el viejo continente?

La cuestión es que, examinados con un mínimo de atención, los conflictos europeos son reiterativos, y se repiten –bajo distintos ropajes– desde hace veinticinco siglos: la Antígona de Sófocles se encarnó en varias mujeres de Londres y del barrio de Molenbeek en los últimos tiempos. Y, por supuesto, todo aquello que sucede donde las raíces orientales y occidentales de Europa –griegas y romanas– se intersecan, alrededor de los dizque Balcanes (desde las Guerras Yugoslavas a la numerosa llegada de inmigrantes en 2015 y 2016), está determinado por formas recurrentes de proyección y de otredad que Europa debería revisar. 

¿Qué rasgos destacaría de Sebald como escritor que hacen de su lectura gloria bendita?

El modo en que problematiza las relaciones y representaciones del pasado y el presente; la indeterminación genérica; su prosa elíptica, dúctil y periscópica; su oposición al gigantismo de la época; las imágenes que ralentizan el tiempo de lectura y generan nuevos significados y asociaciones; su poética deambulatoria; el modo en que incorpora el pensamiento a la narración; la tentativa y la búsqueda esenciales…

De las “tradiciones soslayadas y acontecimientos relegados al silencio administrativo” con los que se han construido los recuerdos europeos, ¿cuáles destacaría?

Por citar un ejemplo significativo que reseño en mi ensayo: en Austerlitz, paralelamente a la descripción de las particulares investigaciones que lleva a cabo su protagonista en varios archivos –entre ellos, en los de la antigua biblioteca de la rue Richelieu en París–, se hace recuento del traslado de los depósitos y las colecciones de la Biblioteca Nacional de Francia a la actual sede de vidrio y acero en el  ingrato y ventoso Quai François Mauriac, todo ello auspiciado por el faráonico Mitterrand. Este nuevo episodio de megalomanía europea encierra una retorcida conexión entre arquitectura urbana y erosión de la memoria, toda vez que esta inhóspita biblioteca resulta alzarse sobre unos terrenos donde se ubicaba un gran almacén en el que los alemanes habían reunido el botín saqueado en las viviendas de los judíos de París. El “archivo” (la biblioteca) no sólo se deshumaniza (por su ubicación geográfica y su arquitectura inhospitaliaria y aun panóptica), sino que sepulta con todo el peso de su “legado” oficial los episodios más incómodos de su historia. La literatura de Sebald está recorrida por innumerables capítulos como este, y su capacidad para establecer correspondencias y relaciones entre hechos aparentemente desvinculados es asombrosa, gracias a su atención, curiosidad e inteligencia. 

Sebald, ¿llegó a comprender la naturaleza del mal?

Lo fundamental es que Sebald la considera parte integrante del hombre y un componente del mundo. Es decir, no cae en la trampa de demonizar el mal, no lo expulsa del ámbito humano. Al acercarse a episodios tan crueles y aparentemente inexplicables, Sebald teje su maraña de sutiles correspondencias y acredita que toda nuestra ética y moral es, en el fondo –como recordaba Rafael Argullol–, estética. Y lo es porque, al margen de nuestra capacidad de apreciación de la armonía, del equilibrio y del cosmos, también se basa en nuestra capacidad de comprensión de lo caótico. 

¿Cómo es posible que Europa no se muera de vergüenza cuando mira al Mediterráneo?

Y, paradójicamente, Europa resulta indisociable del mar y el océano… El propio mito del rapto de Europa explica que Zeus, enamorado y bajo el aspecto de un toro, transportó a aquella princesa fenicia sobre las aguas del mar hasta la isla de Creta… Y el mar de la Odisea siempre fue un mar de comunicaciones, de viajes, de batallas, de destinos inciertos, como ahora. Tetsuro Watsuji denominó al Mediterráneo “el desierto de los mares”. En cierto modo, sigue siendo percibido como una mera ruta de comunicaciones (cuando no como la “piscina preferida de todos los turistas”, como subrayó Vicente Valero). Para mí resulta muy significativo que la muerte lo encontrara a Sebald mientras trabajaba en una serie de textos localizados en Córcega. Lo que en un principio podría presentarse como una caprichosa excursión por una isla mediterránea constituye en realidad un significativo contrapunto a las caminatas británicas y continentales de Los anillos de Saturno, Vértigo o Austerlitz. A través de sus paseos por Ajaccio, Piana o el bosque de Bavella, Sebald profundiza en su historia natural de la destrucción –especialmente en lo que concierne al malogrado ecosistema insular– y, al mismo tiempo, mientras visita la Casa Bonaparte, retrocede de nuevo hasta la decisiva fecha de 1870 y los calamitosos efectos del proyecto hegemónico napoleónico…

A pesar de todo, ¿mejor Europa que cualquier otro lugar del mundo?

En todo caso, mejor un mundo preocupado por acaudalar e impulsar los logros de la cultura europea. Me quedo con lo que dijo Edgar Morin: «La Europa que debemos elegir es la Europa que fue capaz de elaborar puntos de vista metaeuropeos. Ella será capaz de integrar, en su dialógica, los puntos de vista extraeuropeos».