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Phasma

Entrevista

11 Mayo 2021

J.L.M. Mallada, poeta

«Sería fundamental escucharse con sinceridad e humildad a uno mismo hasta el límite de lo audible»

Esther Peñas / Madrid

Imaginen un territorio poético en el que la hendidura abierta por el poeta permite que se filtre un cúmulo de saberes que en la incandescencia de su lectura nos atravesasen. Imaginen que se nos habla desde la raíz de una fórmula algebraica o con invocaciones de signo zodiacal. No hace falta ser políglota ni alquimista para que sintamos la luz en la piel. Algo de todo esto sucede en Phasma (Area/carménère), del poeta J.L.M. Mallada (Zaragoza, 1966).

¿Qué papel desempeña el fantasma en cada uno de nosotros?

Para los griegos, fantasma significaba reflejo; hacía alusión a las imágenes que somos capaces de crear en la mente. Significaba lo mismo que para los romanos la palabra imago. Fantasma y fantasía curiosamente comparten la misma raíz. En el hinduismo, maia o maya designa la ilusión, una imagen ilusoria o irreal. Se suele considerar que la realidad o todo el universo de cosas fenoménicas y que aparecen como existentes no representan más que una fantasmagoría. Acaso esa cuestión puede afectar de manera muy diferente a cada persona. Habrá algunas personas, creadores, que a veces, tras ciertos procesos de su vida, ciertos episodios, trances, llegarán a percibirse a sí mismos como fantasmas, a la manera de entidades ilusorias, irreales, sintiéndose más cercanos a espectros, a la quimera, al sueño, que a la misma existencia. Espíritus que se contemplan como en un espejo sobre el campo de conciencia, tras diversas vivencias, experiencias internas, sucesos cardinales, como es mi caso. En cambio, otra clase de individuos en función de su sensibilidad, de sus afinidades, educación, vía religiosa etc., puedan derivarlo, imaginarlo, concebir la noción asociada a campos y ámbitos situados en las esferas del más allá. La cita que da entrada a mi libro Phasma cita los siguientes versos de Tesshu, poeta japonés del siglo XIV:

«¿Quién sanara el cuerpo fantasmal de su enfermedad fantasmal, de aquello que comenzó en el útero?».

Las palabras se abren desde el interrogante y condicionan, determinan de una manera clave el tono y los contenidos que siguen.
     
¿Cuál es, cómo es la tinguna del poeta?

Desde la palabra es un tanto difícil describir los paralelos que ofrece el término tinguna (palabra escurridiza que alude desde el significado que le asignan algunas etnias de la Amazonia, tales como los desana o los shuar, antiguos cazadores de cabezas, a una especie de corriente electromagnética, una magnitud sutil, invisible) con la labor o la dimensión que surge de la manera más inesperada a raíz del acto de creación del poema, antes y después del proceso. Más allá de lo puramente racional, quizás desde mi óptica, en cualquier caso me lo imagino, trato de visualizarlo, de alguna manera, más cercano a un estadio parecido al trance telúrico, al rapto, al arrobamiento, a lo que emana en el paso de un umbral a otro. Al momento en el que en la mente, a través de una labor de indagación, de duda, de búsqueda creativa, de introspección, de cuestionamiento vital, emerge un punto donde se desencadenan una serie de elementos anteriormente dispersos, en apariencia inconexos, que ahora se definen en una circunstancia a cuya traza cristaliza un destello, un chispazo, un vislumbre, al borde el atisbo de la maravilla. Y se produce como una fusión desde el misterio. He ahí donde diferentes elementos relacionados con los sentidos cristalizan bajo un sentido. Entonces cobrarán una nueva perspectiva incluso a veces ajena a la voluntad consciente. Si reparo en la figura de un Antonin Artaud, su inmersión en la escritura y sus ensayos acerca del llamado «teatro de la crueldad» me recuerdan una vivencia particular de algo parecido a la tinguna. Entre tantos otros, Pound, Ligeti, Perlongher, Roussel, Beuys, podrían cada uno ofrecer versiones muy personales acerca de esto. 
           
¿Todo lenguaje «tiende a la fisura»?

En el caso del lenguaje cuando este mismo, por medio de vías artísticas, por medio del pensamiento, es cuestionado se cuestiona indudablemente lo que representa a nuestros ojos la realidad inmediata y a la inversa. En la sintaxis no se sigue un curso lineal, porque a lo largo de los paisajes inacabados figuran a la fuerza la elipsis, abundantes lagunas, vertientes alabeo, ondulaciones. A falta de sostén suficiente para cumplir sus fines, la escritura echa mano de unas muletas pasajeras. Alrededor del ahonde, la lengua, en su tentativa de dejar constancia de las impresiones, de la percepción, trastabilla, parece dar boqueadas, carece de apoyo. Su simetría se antoja lisiada. El avance pasa por el zig-zag. Los decorados en pie imitan un trampantojo. Se querría sustituir vocales y consonantes por el arrastre de una brocha cargada de pigmento. De tal manera que desde la palabra, en una tesitura semejante al bucear aquí y allá, al sondear el entorno que nos rodea, nuestra condición humana, nuestros vínculos, nuestras potencialidades tanto como nuestras insuficiencias, uno cabría encontrarse ante sí, tal vez sin esperarlo, con grietas, orificios, variadas hendiduras, superficies fragmentarias, y hasta espejismos. Ya un terreno más quebradizo de lo que se percibía y apreciaba en cualquiera de sus inicios. A diferencia de lo que a simple vista representaba sin más un marco unitario y sólido. Visto en consonancia con lo anterior, me atrae asimismo la idea de un lenguaje emparentado con la figura de un mosaico.  

Mallada¿Cuándo conviene «un remontarse a los comienzos»?

Tal vez cuando en el proceso de construcción, a través de la llamada «oscura noche del alma», aflora una situación en la que el poeta toca fondo, su vida peligra, parece descender hasta un grado cero y se encuentra solo a la intemperie, falto de recursos, falto de protección, extranjero al lado del habla ordinaria, vulnerable, en una sensación de debatirse suspendido en el puro vacío, tal vez ahí surja la necesidad de reencontrarse con un origen a fin de reconocer unos vínculos con los pilares fundamentales de la existencia y reconocerse en el Todo-uno. 
 
¿Qué haría falta para distinguir «en verdad quién es quién»?

Sería fundamental escucharse con sinceridad e humildad a uno mismo hasta el límite de lo audible, interrogarse, autoexplorarse, conllevaría encarar todas las facetas del yo dentro de un mirada abarcadora, gracias al coraje, a la perseverancia y a la audacia, tomar conciencia de las acciones, enfrentar toda clase de miedos y compulsiones, sanar, soltar y liberar yugos, mordazas. Además de despojarse de una máscara tras otra pese al dolor, la zozobra y el quebranto. Suplantarlas a favor de la dicha, la luminosidad. En última instancia, si cabe, desvelar a partir del silencio nuestra naturaleza original como si nos viéramos desnudos delante de un espejo.

 ¿Qué se puede hacer «mientras se desata la tormenta»?

A lo mejor convendría guarecerse a salvo. Las tormentas se definen como violentas perturbaciones atmosféricas que traen lluvia, granizo o nieve, a menudo acompañadas de fuertes vientos, truenos y rayos. La tormenta, que trasciende la iniciativa y el control humanos, puede ser un fenómeno meteorológico sorprendente, lo que la convierte en metáfora natural de convulsión espontánea en los asuntos comunes de la vida que puede resultar aniquiladora o trasformativa. De forma simbólica, la tormenta evoca la tensión psíquica que crece poco a poco hasta estallar o las irrupciones más repentinas de las potentísimas energías transpersonales. En el texto que menciona esas palabras «Edictos de la psique bajo las concordancias», late algo parecido a una atmosfera de persecución cíclica en una frontera situada entre el sueño y la vigilia. Por otra parte, los personajes de los payasos representan una amenaza. De fondo la ayahuasca (la soga que conduce al país de los muertos) al trasmundo circula a su antojo por las vías sanguíneas y el tuétano, dilatando canales. Describe una purga. En su escenografía, así como en sus cantos, se accede a estados expandidos de conciencia. Además de la insinuación a la inminencia de un juicio, la inmersión directa en el vértigo, un vértigo metafísico, el ser y el no-ser expuestos a la manera de un guante vuelto del revés. Tal vez el anuncio de un salto a la nada en medio de un paisaje envuelto en llamas.

Phasma es un poemario que parece avanzar y al tiempo desperdigarse o ramificarse de tantas maneras que pareciera imposible llegar allí donde se propone, si es que no es esto mismo el propósito inicial…

Es una buena manera de expresarlo. El poemario, en mi opinión, de ciclo en ciclo genera ramificaciones, vías, cruces de caminos, desvíos. El fragmento cobra su peso y valor. El azar nos interpela. A veces acaso convendrá detenerse y hacer más de una pausa. Los interrogantes por su parte se añaden al tejido. El supuesto yo se disemina en un sinnúmero de facetas, aristas, vértices. Tan deleznable como una hoja de pizarra. Es inducido a un vaciado. Prevalece la sinestesia. A las muertes repetidas se sucede algo idéntico a la resurrección. El horizonte polífono aguarda al espejismo. A la luz de un metalenguaje por momentos asistimos a una pulsión que se contrae y a la vez se expande. Participa en su despliegue de abstracción de todos los elementos: Tierra, agua, fuego y éter. En un instante se parece a un laberinto, en el siguiente muta a una jungla, a un mar de dunas, a un vórtice. Imita a la salamandra, a los fásmidos, insectos que se camuflan en la naturaleza, al cóndor en su vuelo a las alturas. Genera múltiples paisajes, incógnitas, signos, dudas, dédalos, misterio, jeroglíficos… se acompaña de varias imágenes gráficas, del dibujo de un hexagrama. No hay pautas, ni suelo firme, ni guía, ni una única senda. En ese aspecto reclama una participación activa por parte del lector. Quiero creer que incita o induce al que se acerca ahí a emprender un viaje a parajes desconocidos de los que no se sale igual que como se empezó. Espero al menos que el contenido posea las cualidades, los ingredientes como que para cada persona encuentre a su paso sentidos, claves y opciones diferentes, polisémicas, en todo caso evocadoras. 

El lenguaje que utiliza parece emparentado con lo científico, como si en un matraz la palabra misma engendrase signos, modos de escucha y de decir… ¿cuánto tiene de alquímico el proceso de escritura?

A nivel personal diría que el proceso de escritura, y más en concreto en un libro como este, Phasma, viene acompañado de una evidente carga de alquimia. El chamanismo, la hechicería, un sustrato gnóstico la secundan. Está imbuido de ello. Llegados aquí no hay opción de vuelta atrás. Su escritura, su grafía, participa de una necesidad y una urgencia. Alienta, predomina, se cierne a lo largo de los textos la primera fase denominada «Nigredo o putrefacción», que se corresponde con el elemento químico azufre, también con la figura animal del cuervo. Es la fase tortuosa, oscura, propia de la inmersión en la materia prima que, de forma fluctuante, mediante una serie de operaciones posteriores se irá transformando más adelante en un magnitud mucho más luminosa. No obstante, por debajo se intuye una necesidad, un deseo, un anhelo por acceder al siguiente estadio, Albedo. A esa fase se suman otras variantes, otros signos de la alquimia oriental que proceden del taoísmo primitivo, la meditación zen o el sufismo. Nexos familiares a la fisiología. Así pues, el hecho de respirar cobra un peso determinante. Quien efectúa una travesía así, en verdad trasciende más allá los símbolos al uso, cada palabra, cada imagen, en una experiencia de cambio interno, no sólo simplemente aborda a tenor de la escritura un genero literario. No valen las frivolidades, esto entraña un riesgo considerable para quien ejerce el papel de psiconauta, puesto que la cordura, y por tanto la existencia misma, se ponen en tela de juego. Es como andar de continuo encima de la cuerda floja. Oído avizor resuenan los ecos, la vibración del Tat tuam asi del Chandogya Upanishad del Sama Veda. 

¿El mejor poema es aquel en el que hay un abandono de sí del poeta?

No me atrevería a generalizar hasta ese punto. Cada cual hace uso de sus métodos a la hora de crear un poema. Lo que para mí es válido en el acto de «desprenderme», «rendirme», «abandonarme» en otros puede resultar nefasto, contraproducente, y lo mismo al revés.  Pueden existir abordajes y planteamientos muy distintos de unos autores a otros. Al margen de un ejemplo como el del poema en apariencia «infuso» de Kubla Khan de Colerigde, en contraste a sus líneas, todos recordamos versos magistrales y obras que parten de ideas bien distintas a las del enunciado. En relación al sentido de abandono de sí, a mí me interesa (considero que me ha dejado su huella), la noción de Wu Wei, concepto filosófico de origen taoísta que hace tiempo que desde diversas disciplinas se ha asimilado en Occidente, traducido por «no hacer» o «sin esfuerzo», donde lo que se niega afecta a un hacer intencional. Lejos de forzar las situaciones y más que una pasividad expresa, pone de manifiesto una actitud abierta, propicia a un clima basado en dejarse fluir y adaptarse a cada instante a las circunstancias del presente, como el agua a cualquier superficie que aparece a su paso. Su influjo gravita en medio de la  elaboración del poema, casi sin buscarlo. Diríase que en el momento más insospechado a su favor surgiría la sorpresa, la magia. Junto a ello me gustaría imaginar en escena una jazzística de las sílabas.

¿Sólo si uno devela la realidad accede a la contemplación del cosmos, a sentirse parte de él?

Seguramente no es la única forma. Habrá otras variantes y posibilidades. Entiendo que las alternativas, las llaves y los vehículos de acceso dependen de cada persona y de cada sensibilidad. Cuando nos preguntamos a fondo las cuestiones relativas a ¿quién soy?, ¿qué diantre es esto que me rodea? damos un paso, salimos fuera del muro, las preguntas inauguran un camino. Aquí, en sintonía, aunque se incluye la divinidad, me viene a la mente la significativa frase de Meister Eckhart: «el ojo con el veo a Dios es el mismo con el que Dios me ve». También la palabra japonesa Kensho, o el ejercicio con los célebres Koan que sugiere un flash de entendimiento no conceptual sobre algún aspecto de la realidad en el que consta un sentimiento de no-dualidad. Este flash sutil se da de súbito, en un fogonazo, comprende un entendimiento sin palabras, difícil de transmitir a los otros. Culmen silente. Da la impresión de que sucede en un acto sencillo, pero detrás se almacena un bagaje, un cultivo, un trabajo hondo, tenaz, intenso, aparte de un largo recorrido que culmina en la sencillez, lo espontáneo. Puede que en aras a lo contemplativo sea de ayuda plantar una semilla primero. Los testimonios de una serie de poetas, místicos e incluso personas corrientes aportan la prueba de que por medio de vías y estados diferentes es factible alcanzar un estado de unión con  el cosmos. Citaré aquí el verso de Ungaretti «m´illumino d´inmenso» que resume el abrazo al éxtasis a la perfección. No obstante, hay quienes acceden (quizá unos pocos privilegiados) a una vivencia de unidad semejante, de manera directa, tal cual, sin llevar a cabo un gran esfuerzo o a causa de un accidente. Según qué plano se adopte el cosmos en sí viene a oscilar entre la infinitud inmensa y lo microscópico.

¿Qué disposición de ánimo se requiere para «encontrar camino allí donde falta suelo»?

A pesar de los obstáculos y las dificultades, de las caídas y la flaqueza que surgen al adentrarse en ciertos pasajes, ciertos periodos, poética, se invoca, dondequiera que esté ausentes las referencias, el relieve, el horizonte, un norte, nuestros ejes, se hace acopio de una fuerza de espíritu, de una voz interior recóndita, de un instinto ajeno a la razón, a la lógica, que hace que sigamos hacia delante y nos sobrepongamos a las trabas cueste lo que cueste. A veces uno se derrumba y al poco se vuelve a incorporar de pie ante el desafío. Del cero despuntan los recursos.

En muchos poemas se parte el ritmo natural de los significantes. ¿Qué encontramos en el interior de las palabras cuando las partimos intencionadamente?

Sospecho que la apertura a un espacio que revela una corriente no fija de sentidos. La percepción en su asomo amplía el marco de los campos sensoriales. Cuando insistimos en tirar del hilo en tal ruptura, en hurgar, bucear, la realidad vira unos cuantos grados. Penetramos en un enigma. Acaso una vez que se ha quebrado el significante habitual, en ocasiones nos encontramos a su vez con una especie de rama potencial de árbol de nuevos términos que comportan nuevas significaciones, sonoridades, así  como dobleces, asociaciones, vínculos insólitos, más y más correspondencias. Nacen puentes y avenidas. En adelante, la etimología se hibrida. El plexo se extiende de sílaba en sílaba. Quién sabe si con todo algunas de estas partículas a la larga se vuelven soberanas respecto de aquello que antes constituía su raíz.

¿Qué banda sonora tendría Phasma?

Ojalá el libro se acompañara de una banda sonora en cd. A lo mejor aglutinaría una mezcla de músicas muy diferentes entre sí;  amazónicas, africanas, balinesas, al lado de los ritmos de trance gnawa, figurarían sones sufíes, incluyendo cánticos del sudasiático qwali, entremedio notas japonesas desde el sonido de la flauta sakuhachi, resonancias de la clásica contemporánea, acordes de clavecín, madrigales renacentistas, algo de barroco, amén de los palos más hondos del flamenco con las seguiriyas o el martinete. Y cómo no, la guinda, en una buena dosis de jazz afín a líneas muy libres, principalmente. Todo un auténtico pastiche servido en una simbiosis de géneros.

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