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Muñoz Rengel (Foto: Isabel Wagemann)

Entrevista

14 Oct 2020

Juan Jacinto Muñoz Rengel, escritor

“Una de nuestras tareas es poner orden entre las mentiras, establecer jerarquías”

Esther Peñas / Madrid

¿Cuánto nos mentimos al cabo del día? ¿Cuántas mentiras escuchamos, damos por buenas, ponemos en entredicho? Mentiras piadosas, intencionadas, mentirijillas, plagios, bulos, embustes, calumnias, coba, hipocresía… ¿de veras tienen las patas tan cortas como asegura el refrán? ¿Heredamos nuestra tendencia innata al engaño da la propia naturaleza? ¿Y la ciencia? ¿Acaso está libre del pecado de falsear, de simular? De estos asuntos y otro muchos –de linaje igualmente edulcorado- trata el ensayo del escritor Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974), Una historia de la mentira (Alianza).

¿Cuánto me vas a mentir en esta conversación?

Ja, ja, ja… sinceramente, te voy a mentir todo lo que pueda, pero date cuenta de la paradoja, porque acabo de decir ‘sinceramente’… empezamos mal.

Sé que eres licenciado en Filosofía pero ¿por qué un ensayo si lo tuyo –hasta ahora- había sido la ficción?

Sí, estoy formado en Filosofía y siempre ha sido una de mis vocaciones, la reflexión; por otro lado aparecen en todos mis libros ciertas constantes como la inquietud por el problema de la identidad, los límites de nuestra percepción, la subjetividad, la realidad como simulacro… En El sueño del otro la historia se sustenta sobre la posibilidad de que la realidad en que vivimos sea falsa, una simulación. Y con El gran imaginador di todo lo que podía dar de mí en el terreno de la ficción, pero la propia novela trataba sobre la ficción; el personaje en un momento determinado dice que toda la realidad es un constructo, que la propia verdad es una construcción humana, y que lo único que hay es ficción, la ficción con la que construimos nuestro mundo. Me seguía apeteciendo indagar sobre este tema, pero me sentía agotado a la hora de imaginar tramas, así que supe que lo que necesitaba era un cambio de género y formato, y empecé este ensayo. 

¿Y te resultó fácil y cómodo ese cambio de registro?

Sí, a un nivel práctico fue un acierto pleno, lo escribí con mucha facilidad, pudiendo decir las cosas tal y como las pensaba, sin recurrir a otras estructuras complejas. Tú lo sabes, cuando escribimos, lo más complicado es la ficción, estamos inventando argumentos pero hay mucho entre líneas, donde tiene que colocar las cosas más complejas, y en cierto modo ocultarlas, para que emerjan a partir de la historia que creas. Es decir, escribes todo el tiempo en código, pero con el ensayo bastaba con decir las cosas; había, claro, una labor de análisis y reflexión pero la escritura expositiva me simplificó mucho e hice placentero el viaje. 

¿Contar una historia de la mentira es mentir?

Sí… desde el mismo momento en que empezamos a escribir ya estamos mintiendo; lo planteo en términos jocosos al inicio del ensayo, reflexionando sobre el hecho de que el propio narrador ya es una impostura. En el momento en que cualquier frase que parte de una grafía es simbólica, de algún modo es ilusoria. A mi gato le abres el libro y no ve nada. Lo que emerge de ahí es una extracción simbólica que necesita del proceso de la metáfora, de la ficción, de la hipótesis y de la mentira en sentido genérico. Lo que digo en sí. El autor de cualquier libro impone su verdad y como la verdad no existe de alguna manera estoy mintiendo, yo no puede estar seguro de lo que digo, ¿cómo se comprueba la verdad? Nos movemos en una red inestable, temporal, en el intento humano de asirnos a algo.

¿Por qué tiene tan mala prensa la mentira?

La mentira sobre todo así dicha, malintencionada, la tiene, en ese sentido a todos nos da rabia que nos mientan, y si son líderes políticos, más. Pero trato de hacer un recorrido por un concepto amplio de la mentira, que incluye la metáfora, el relato, la capacidad de poetizar, el pensamiento simbólico, las hipótesis científicas… aspectos de la misma cosa, ese poder del ser humano para sustituir lo real por un pensamiento; esa sustitución es nuestra mentira. Podemos generalizar y decir que todo es mentira en sentidos muy distintos, no es lo mismo que te mienta tu pareja para protegerte a que lo haga porque te está engañando con otro, o que lo haga un jefe o un empresario o un líder político creándote un perjuicio cuando él obtiene a cambio un beneficio. Todo eso no es lo mismo que una mentira artística, pactada.

Todo el ensayo habla de la mentira extramoral, de acuerdo, pero si todo es mentira, si se trata de “dar por hecho que todos mienten”, entonces nadie lo hace, y nada es mentira…

Claro, esa es la gracia, es como cuando digo que el artista es el que menos miente porque es el único que reconoce que lo hace. Eso le da un grado distinto, si todo lo es nada lo es, pero depende de dónde nos posicionemos, por eso no entro en valoraciones respecto de la mentira, expongo lo que creo que configura nuestro mundo ficcional, el humano. Dentro de eso uno puede pensar que vamos caminando hacia el horizonte de la verdad o no. En cualquier caso, esa verdad con mayúscula no la conocemos ni está hecha para nosotros, si es que existe esa verdad platónica, que lo dudo. En ese caminar se establecen una serie de grados, en distintos aspectos de nuestra vida, en los que mentimos más o menos, funcionamos mejor en algunos momentos de ese progreso hacia esa supuesta verdad. Hay grados, y la tarea que tenemos por delante es poner orden entre las mentiras, establecer jerarquías.

Si la naturaleza ‘miente’ para sobrevivir (la sepia, el camaleón, etc.), ¿para qué lo hace el hombre?

Para lo mismo. El ser humano desde sus orígenes miente como cualquier otro animal, emplea cualquier mecanismo evolutivo porque sobrevive mejor (me camuflo, me escondo, hago como que no estoy o estoy muerto). La mentira, además, nos facilita la cohesión del grupo, el relato del grupo para permanecer unidos; el hecho de que seamos seres asociativos facilita haber sobrevivido porque un ser humano desnudo ante un león poco tiene que hacer, pero en grupo, con estrategias (mentirosa), sí podemos. La prueba: los grandes depredadores están casi extinguidos y nosotros los hemos dominado, gracias a la mentira. Son mecanismos darwinianos, y afectan a todos los sectores de la sociedad, que reproducen de una manera fractal lo que había en la naturaleza.

También analizas la mentira en la ciencia, un territorio que parecía imbatible a la mentira; se ve muy claro estas semanas, a propósito de la pandemia, cuando los políticos se aferran a los criterios científicos para justificar unas medidas de distinta laya.

Lo que ocurre con la ciencia, a la que tengo mucho aprecio porque salva vidas, es que en los últimos tiempos se ha subido a un altar e imita muchas veces el comportamiento religioso, parece estar en posesión de la verdad, cosa que no puede ser cierta. La ciencia tiene un método de validación y contrastación que no tiene la religión, nos puede llevar a un cierto progreso, lo que ocurre todo eso es un conglomerado de conjeturas, porque las hipótesis científicas surgen como especulaciones, pura ficción, por tanto, que hay que contrastar. Se basa, no lo olvidemos, en el ensayo y error, y si se somete a presión a la ciencia, no da resultados o los da erróneos, a propósito del ejemplo que utilizas de la pandemia. Tiene que equivocarse x veces para comprobar cosas y puede solucionarlas, sí, pero eso no significa que esté posesión de la verdad, y mecho menos de la verdad inmediata. Y olvidamos a menudo que la ciencia se mueve por factores humanos, es decir, económicos, políticos, coyunturales, que depende del grupo y de sus intereses individuales, de ahí que las farmacéuticas dicten qué camino seguir, y por eso hay enfermedades sencillas de subsanar que no tienen cura porque no interesa invertir en ellas. Está llena de agujeros, la ciencia. 

Terrorífico que el dinero presida en la ciencia… y no menos camandulero el hecho de que “las democracias imposibiliten que el ciudadano pueda tomar la más insignificante decisión política”. Esta afirmación que haces en el ensayo, ¿no se puede enmendar?

Sí, sí se puede, pero se requiere voluntad política y no la hay ni la va a haber porque no interesa; hasta ahora hemos vivido un bipartidismo que nos trataba condescendientemente, tratando de hacernos creer que somos ciudadanos libres que votan. Pero ahora que ya no estamos en un bipartidismo, ahora que por fin ha cambiado la cosa, por desgracia no ha cambiado tanto, porque lo que tenemos son partidos radicalizados que llevan a lugares indeseados el voto ciudadano, otros que no dan la talla, etc., es decir, estamos lejos de una democracia participativa, que es muy compleja de estructura y exige un compromiso al ciudadano. Nos queda bastante para convertirnos en auténticos demócratas.

¿Por qué nos gusta tanto lo sucedáneo, el espectáculo, lo superfluo?

Por una cuestión de pereza intelectual y de facilidad, todos tendemos a la comodidad. Estamos en una sociedad en la que todo se banaliza y es más fácil moverse en cualquier red social en la que no te lee nadie, salvo que escribas algo gracioso. Eso es twitter, una maquinaria de reproducir chistes, comentarios ingeniosos… el ingenio y humor son aspectos desde los que se pueden contemplar las cosas, pero son un aspecto más y ni siquiera el superior de los aspectos posibles. El único espacio para la reflexión sería la lectura, pero la gente lee cada vez menos. 

¿No resulta agotador andar sospechando las veinticuatro horas de todo y de todos?

Claro, lo que ocurre es que yo sospeché mientras escribí el libro y a lo que invito al lector es a sospechar mientras lo lee. En la vida cotidiana necesitamos creer en cosas: en que el sol va a salir, en que la gravedad no dejará de funcionar... la mayoría de las veces son hipótesis, altísimamente probables, sí, pero hipótesis. Tengo que creer, además, las mentiras de la gente para no convertirme en un paranoico, nos dejamos llevar por la débil estructura con la que configuramos nuestro grupo y entorno. Cada cultura de cada país está atada a un montón de complicidades, tantas veces absurdas. Se mantiene por inercia en tantos casos, así que es un buen ejercicio sospechar de tanto en tanto.

Para ti, ¿cuál es la mentira más bella de todas?

Siempre tendrá que ver con el arte, porque hay algo de revelación de nuestra propia naturaleza en él. Somos un ser que miente y decide seguir adelante con sus mentiras, y el arte es una sublimación de todo esto.