Por esta misma razón, la imposibilidad de disfrutar de ese regreso al sitio de origen puede ser vivida, en palabras de la profesora, como un duelo entendido como una “pérdida vital significativa”.

En este sentido, no solo se trata de “echar de menos” a la persona, sostuvo, sino el contacto con todo aquello que “configura la propia identidad y un sentido social” como “las tradiciones, los elementos culturales, la lengua, la gastronomía, el arte o las costumbres sociales”.

Sin embargo, advirtió de que el impacto psicológico de no poder visitar la tierra de origen es diferente según el perfil de la persona migrante. Es así como “aquellas personas que, al migrar, se adaptaron e integraron en el país de destino, de manera que redibujaron su identidad étnica, sobrellevan mejor la distancia”, mientras que “aquellos cuya identidad sigue firmemente sustentada por el apego a la tierra de origen, son los que están expuestos a un mayor sufrimiento en caso de prolongarse los períodos de separación con seres queridos que permanecen en los países de origen”.

A esto hay que sumar que el poder regresar un tiempo a su país representa para estas personas “la gran motivación para trabajar y esforzarse el resto del año”. Por eso, Porras habla de “necesidad vital”, concretada en el mantenimiento y expresión de vínculos.

Las dificultades se han agravado con la situación de pandemia para todos esto incluye a las personas inmigrantes. Es por ello que la psicóloga recomendó “adoptar una disposición de acompañamiento” a quien esté en el entorno de inmigrantes que habrán de pasar tiempo lejos de su lugar de origen.

A este respecto explicó que “no se trata tanto de hacer o no determinadas actividades, sino de estar disponible con actitud de adaptación” ya que cuando una persona sufre por una situación que no puede controlar y no puede cambiar, sentir la disponibilidad y compañía de alguien que empatiza con ella puede ser “la mayor fuente de serenidad”.