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Paco Carreño

Entrevista

3 Sep 2021

Paco Carreño, poeta

«Para acceder a nuestra propia existencia hay que pasar necesariamente por alguna forma de pobreza»

Esther Peñas / Madrid

Quien reúne (en una taberna oscura de sí) el coraje conveniente para salir fuera de uno, en un recorrido en el que todo es pura contingencia, fulgor, descendimiento. La libertad como una embriaguez posible, la circularidad de la palabra (conjuro sumerio del poema) y su dislocamiento del orden imperante. La articulación dolomita de una posesión: la poética. Algo de todo esto contiene Todos los días (Casus Belli), el último poemario de Paco Carreño (Murcia, 1965).

¿Hay algo que, siendo poético, suceda todos los días?

En Todos los días está la convicción de que lo poético no solo sucede en cualquier momento, sino que tiene que ver con hechos y personas cualesquiera. Lo poético es la condición privilegiada de ser cualquiera. Eso no quiere decir que cualquier poema, por el simple hecho de serlo, encierre lo poético y tenga la capacidad de liberarlo. Con una mano sigues el dictado de lo excepcional, de lo concreto, eso cualquiera (imprescindible en poesía), y con otra obedeces a lo común que nos hace hombres.

Cuando «el cansancio/ sube hasta el aliento», ¿conviene escribir, cantar, quedarse en silencio?

Para mí el cansancio siempre ha sido una manera de estar expuesto a la posible revelación. Se rompen muchas barreras que permiten la entrada de lo insólito. El mejor momento para la conciencia es la primerísima hora de la mañana o las de la madrugada. La duermevela es en ocasiones lo mejor para abrir la percepción. 

Convenientes son las tres opciones: es el silencio quien canta cuando escribimos. Poeta es el portavoz de las cosas mudas. Si canta, es porque el mundo ya lo hace. En este libro no solo canta el viento en las hojas del árbol, cantan también los motores, las sirenas de las ambulancias, el cuchillo en el pan. Yo he tratado de transmitir fielmente el enigma de esas voces. Mis poemas están basados en una actitud radicalmente descriptiva. Lo imaginario es una lección de la realidad.

¿Qué tipo de sabiduría es «la que no deja de sangrar»?

Supongo que se trata de esa sabiduría accesible a cualquiera, de esa especie de reconocimiento fulgurante de lo cotidiano, algo así como comprender, por ejemplo, al verla, una silla: su materia, su forma, su utilidad, su potencia simbólica. Ese conocimiento no es una llegada, un contentamiento, sino una partida, el principio de un viaje. 

No deja de sangrar porque un poema ha de abolir las fronteras del sujeto. El poeta es una persona especialmente expuesta. Su infinita disponibilidad lo obliga a ser el receptáculo de lo más extraño. Su curiosidad no es la del coleccionista, sino la de quien no puede dejar de ser lo que no es, la de quien no se conforma con ser uno mismo. El máximo peligro, para un poeta, es el de pensar que habla en su propio nombre, o, más bien, el de hablar en su propio nombre. Es por eso por lo que Platón los expulsaba de la República, por creerse responsables de sus palabras. El lugar de la palabra poética siempre es, de algún modo, extramuros.

¿Cuál es la forma por la que siente sed la palabra?

Las palabras son las esponjas del ser, son el calor que tira del mar, con toda su resistencia salada, para llevar las aguas a las nubes, al lugar de las formas infinitas. Las palabras son artefactos insaciables de sentido, de ahí que se las llame viajeras en «Un día iconoclasta». Cada una de ellas va buscando por el mundo objetos con los que sentirse reconocida, hermanándose en analogías, desapareciendo en ironías, con un instinto proteico que no es único del lenguaje. Este libro se hace eco de esta sed, que es la de la propia lengua, por estar en el mundo, por ser de las cosas, con las cosas, por transformar la realidad. Las palabras son también el reflejo de esa extendida necesidad de construir, de atravesar la nada, el caos, lo informe. Se ofrecen también como conciencia de la difícil separación entre crear y percibir. 

¿Qué conforma (de tenerla) la identidad del poeta?

Me reconozco más en el pensar heterogeneizante machadiano, en una identidad, que es la de las propias palabras, abierta y abarcadora. En ese sentido, el poeta no habla con propiedad salvo cuando se invierte el sentido de la posesión y es él el poseído. Aquí recuerdo aquel viejo lema del Grupo Surrealista de Madrid: la poesía posee. Supongo que también estoy conformado por dilemas e inquietudes recurrentes. Reconozco en algunos poemas respuestas a preguntas que me acompañan: cómo elegir un camino que sea todos los caminos, cómo dar voz a las cosas y hacer que las cosas te den voz a ti. También encuentro rastros de la necesidad de errar, en el doble sentido de la palabra, de equivocarse, la identificación de pensamiento y movimiento, el amanecer como momento clave de la existencia, la fascinación por la locura, el mal que ronda. 

Si el hombre es un ser que se equivoca, ¿el poeta yerra o siempre sostiene la verdad?

Diría, en nombre de Todos los días, que el poeta hace las dos cosas. Es una enseñanza de Blake que podemos demostrar válida no solo para la poesía: si el ignorante persiste en el error, al final se hace sabio. Todo el libro está impregnado de ese espíritu que nos guía a la hora de atravesar lo desconocido.

Y sostiene la verdad, claro, pero la condición de su verdad está siempre vinculada a ese «presente incurable» que aparece en el libro, por lo que es difícil enunciarla e imposible apresarla. La verdad es quizá la libertad en estado puro. Me gustaría que no se confundiese esta verdad arraigada en el tiempo con la actualidad en la que se puede defender hoy algo y mañana lo contrario. Ese es más bien el triunfo de la verdad conveniente y responde a una lógica dominada por abstracciones inhumanas en el peor sentido de la palabra. 

La verdad en Todos los días llega a la torsión de negar la realidad y afirmar que un hermano muerto no está muerto. Me temo que las verdades de este libro no son el producto de una demostración, sino una invitación a compartir aquello que no está demostrado.

¿Qué hay que «elegir antes de morir»?

Este poema, «Un día u otro», surgió en parte como reacción a la obra de Hirst «For the love of God». No sé si recuerdas aquella famosa calavera de platino adornada con casi diez mil diamantes. De alguna manera creo que para tener acceso a nuestra propia existencia hay que pasar necesariamente por alguna forma de pobreza, solo ella nos puede introducir a esa verdad que es, como en el poema, una forma cualquiera y única de dar la luz sobre una palmera.

¿Qué es lo único que requiere el poeta para escribir?

Te diría que ojos, nariz, manos, oídos y boca. Desde luego, necesita esos instrumentos fundamentales para percibir. Todo lo que impida esa relación sensorial con el resto de la vida es un obstáculo. Recuerda lo que decía Lorca en su charla sobre Góngora: el poeta es un maestro de los sentidos.

¿Cómo se detecta «un día perdido»?

Un día perdido es un día en el que no has sentido nada, no has mirado a nadie, no has visto nada, no has olido ni siquiera el tufo de las colillas. O no has tenido la suerte de que un desconocido te regale un montón de cerezas. Días horriblemente cuerdos. Para mí, como estar en la cárcel.

¿Cuándo «la vida se desprende de cualquier interés», cómo se vive?

El poema donde has leído esto es uno de los dedicados en el libro al tema de la locura. Siempre me ha resultado un territorio muy tentador. De hecho, a veces pienso: ahora, en cuanto deje de ver esto que estoy mirando delante de mí, perderé la razón. Es un vértigo extraño y una inquietud afín a la curiosidad que siento por las drogas, esta última sobre todo teórica. He leído con avidez a Artaud, a Michaux, a Huxley, a Castaneda y a Jünger, buscando, supongo, el tesoro de una conciencia inmediata, de una percepción fulgurante y reveladora, de ese desprendimiento del interés que imagino también en los ritos dionisiacos, útiles para entrar en esos miles de detalles de los que prescindimos para orientarnos en una especie de miniatura de mundo que hemos hecho a nuestra medida. Me fascina que los mejores dibujos de Michaux sean los que hizo bajo la influencia de la mezcalina, aunque defendiese la ebriedad del vaso de agua.  

Tu pregunta es realmente buena: cómo vivir cuando la vida se desprende de cualquier interés. Probablemente sea imposible a largo plazo. Quedarse a vivir ahí es entregarse definitivamente al silencio, y yo creo con todas mis fuerzas que somos los guardianes del infinito y tenemos que nombrarlo una y otra vez en la medida, o desmedida, de nuestras posibilidades. Por eso para mí un loco siempre es un ser especialmente precioso al que deberíamos acompañar cuidadosamente en su terrible soledad entre nosotros. 

¿Para quién escribe el poeta?

El poeta escribe para todos, uno a uno. Para todos aquellos que sienten una necesidad de atención insaciable, para los que buscamos abrir la percepción todo lo posible y tratamos de ver lo insólito también en lo ordinario. Hay que mantener adiestrados los sentidos para seguir percibiendo todo eso que a menudo queda en los márgenes porque no es inmediatamente útil, y a eso se dedican los poetas. 

El poeta tiene la única responsabilidad de ofrecer su conciencia a la realidad muda. Nos creemos que utilizamos el viento para hablar mejor de nuestros sentimientos, pero son el viento y las hojas que mueve las que encuentran en nuestras palabras la posibilidad del pensamiento, se realizan como conciencia, participando así de lo invisible. Esto es una enseñanza de algunos autores del Romanticismo. Por eso podríamos decir que el poeta escribe también para dar voz a las cosas mudas, para que ellas se escuchen a sí mismas. Y esto es especialmente delicado. La clave, supongo, es dejarse poseer, la ebriedad, salir de sí mismo.
El poeta también habla para sí mismo. Él mismo necesita saber qué quiere decir. Kleist recordaba que el pensamiento se hace al hablar, y no puedo estar más de acuerdo.

¿Es poética la maldad?

Es uno de temas más importantes de la literatura. Cumbres borrascosas, Crimen y castigo y los Cantos de Maldoror son cimas de la poesía del mal. Es curioso, el único día que se repite es el «Mal día».  En este libro se dice que la maldad es inexplicable. No es raro, dado el interés de la poesía por lo desconocido, que sea uno de los caminos a explorar. No sé si es posible contemplar el mal sin luchar contra él. Solo sé que descartarlo de nuestro horizonte nos acerca peligrosamente al final del mundo. La maldad es poética cuando se cruza con la inocencia.