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Cubero

Entrevista

4 Oct 2021

Alberto Cubero, poeta

«Se trata de perder el miedo a que emerja lo desconocido que habita en quien escribe»

Esther Peñas / Madrid

Trazos (S), publicado Eolas Ediciones con pórtico de Evaristo Bellotti, es un poemario polifónico. Por distintas razones. Las voces, claro, pero sobre todo por las combinaciones posibles en su lectura, con dos niveles, el de arriba (decir superior puede inducir a equivoco), más narrativo, menos arriesgado –el eje de lo que sustenta al sujeto en su vigilia– y el inferior, más onírico, de pulsión libérrima. Lleno de hendiduras, de escucha, de quietud (ese no-movimiento que sostiene la tensión), uno encuentra la posibilidad de no mentirse leyendo este poemario. Lo cual, en estos tiempos en los que la verdad no cuenta, es, más que un regalo, una ofrenda. A las respuestas, el autor del mismo, Alberto Cubero (Madrid, 1972).

«qué tras la dentellada del verbo en la pulsión». ¿Qué verbos muerden y cuáles son bujías del deseo?

Bien, en ese verso «verbo» funciona como sinónimo de palabra y, por extensión, de lenguaje. La dentellada del verbo en la pulsión –hablando en términos estrictos, deberíamos decir «la dentellada del verbo en lo animal», que es precisamente lo que genera la pulsión-, esa mordida del verbo nos constituye como humanos y nos saca de la plena animalidad, con la consecuencia de que se genera una pérdida original no-restituible. Además, dicha marca no ceja en su afán por picotearnos.
Por lo que se refiere al deseo, su bujía es la falta. Sin falta no hay deseo. Luego está la cuestión de que el deseo es como una rana encabritada: salta constantemente de una piedra a otra y, por muchos insectos que devore, nunca quedará satisfecha.

«donde nada crece», ¿qué puede suceder?

Que en ese lugar hay una constante donación de tiempo. Esto conlleva la posibilidad de que algo emerja. En los eriales suelen crecer, de manera inesperada, las flores más bellas.
        
¿Qué puede decirse a propósito de «lo no-constituido»?

Que siempre tenemos ante nosotros aquello que no ha llegado a conformarse aún, pero que lo hará en algún momento y entonces seremos interpelados sin remedio.

¿Qué se sitúa entre lo expulsado y lo que insiste?

El sujeto. Entre la animalidad expulsada y la marca que forja tal expulsión –y que insiste en recordarnos que está ahí y que percute-, queda el sujeto.

Cubierta del libro¿Siempre surge la poesía de «la desnudez del espacio»?

La poesía, creo, nace de la desnudez del espacio interior del sujeto. Esto no implica que el poeta tenga que contarnos sus alegrías, sus miedos, lo que coloquialmente llamamos «desnudarnos por dentro». Una narrativa de sus emociones o algo así. Se trataría, más bien, de un rechazo de cualquier tipo de control sobre lo que escribimos, sobre lo que adviene en nosotros sin haberlo invocado. Esto es, perder el miedo a que emerja lo desconocido que habita en quien escribe.

Tanto en la vida como en la poesía, ¿se trata de «cabalgar el límite»?

La noción de límite resulta fundamental en la existencia. Sin el límite inaugural que ejerce lo simbólico no hay emergencia del sujeto. Sin los límites que establecemos unos sujetos a otros, no hay crecimiento posible. Podríamos citar lugares del lenguaje donde esto se explica muy  bien. Por poner algunos ejemplos, La comunidad inconfesable, de Maurice Blanchot, toda la filosofía de Eugenio Trías, que es una filosofía del límite, y, claro está, el campo del psicoanálisis.

Se trata, pues, de cabalgar el límite en el sentido de no perder de vista su necesidad. Por cierto, aviso para navegantes: límite no es lo mismo –ni por asomo- que prohibición.

¿Merece la pena contemplar «aquello que vemos y no palpita»?

Y tanto que merece la pena. “Ver aquello” conlleva no sólo que la mirada está en funcionamiento, sino también el imaginario y la  intuición. Tenemos una imagen del mundo, una imagen de cómo somos, de cómo son los demás, una imagen de nuestro cuerpo. Por cierto, imágenes atravesadas fuertemente por el inconsciente. El imaginario alimenta lo simbólico, y viceversa. Ambos repercuten sobre «lo que palpita», el cuerpo, que deja pues de ser únicamente anatómico y  es horadado sin cesar por la palabra y la mirada. Así pues, contemplar “aquello que vemos y no palpita” es tan importante como, por cierto, sentir y elaborar la intensidad de lo que palpita y no podemos identificar. 

«Sin voz que interpele», ¿se puede vivir plenamente?, ¿qué o quién interpela al poeta?

Sin el otro no somos nada. El sujeto se constituye a partir del otro, desde que es traído al mundo y escucha la primera «voz otra» y la primera «mirada otra». Sin interpelación, el sujeto no dispone de hendiduras por las que indagar, reflexionar, crecer, estrechar la mano tendida desde un lugar que no es el suyo.

En cuanto a qué o quién interpela al poeta, creo que deberíamos referirnos a un «qué»: el lenguaje. Ciertamente, al poeta le interpela el mundo, lo que le rodea, el conjunto de sus experiencias, lo visto y escuchado a lo largo de su vida, pero todo ello vehiculizado a través del lenguaje. Sucede que este lenguaje, en gran medida, está posicionado inconscientemente. Sucede que no hay una única voz que asalte al poeta y, mucho menos, que lo haga de manera secuencial. Más bien se trata de una multiplicidad de voces que advienen diacrónicamente y que, como buenos significantes que son, se van sustituyendo entre ellas.

Pero hay que apuntar que no es infrecuente que se dé una  simultaneidad en ese «qué»: junto a una voz puede aparecer una imagen, una emoción, esa simultaneidad de elementos emergentes de los que hablaba María Zambrano en su razón-poética. De modo y manera que ese «qué» puede ser plural, donde el componente fundamental, en mi opinión, es el lenguaje.    

Los «pronombres de la herida», ¿varían en su disposición el resultado del dolor?

¿Quién es el ser humano? Alguien que tiene nombre, herido por lo infinito, dice Josep María Esquirol en su libro Humano, más humano: una antropología de la herida infinita. La existencia conlleva una herida, lo  que no quiere decir que la vida consista en un constante valle de lágrimas y lamentos. Antes al contrario, se trata de abrazar la vida, elaborar la herida e incluso, en ocasiones, exorcizarla abrazándola. La herida, como continúa diciendo Esquirol, nos ha de llevar a la inacabable vocación de responder. La disposición de «los pronombres de la herida», que constituyen algo así como la posibilidad de que ésta pueda enmascararse, no creo que influyan en una intensificación del dolor o al  contrario. Eso sí, hemos de conducir al dolor al sendero de la catarsis. 

Por cierto, el verso los pronombres de la herida me recuerda otros versos que escribí, hace ya unos años, en el poemario La textura metálica del dolor: «di tu nombre y el pronombre que te habita cuando nadie te pronuncia».

«allí contemplas quien crees no ser». ¿También el poeta se engaña? ¿Cómo reconocer, por poco que nos guste, a quien realmente somos?

Todos tenemos tendencia a engañarnos. También el poeta, sólo faltaría. Sencillamente, porque la producción de verdad respecto a sí mismo es incómoda para el sujeto. En principio, es más cómoda la mentira. Sólo en principio. Pero sucede que existen personas dispuestas a hacer suya la máxima del oráculo de Delfos, «conócete a ti mismo». Para ese conocimiento interno es indispensable un otro que refracte en uno. No un otro como espejo donde te reflejes, sino que funcione como una suerte de espejo que te devuelva la imagen de quien crees no ser, esto es, de lo que desconoces de ti. El otro sería, así, una especie de espejo refractante, lo cual viene a ser una aporía que puede resultar eficaz, conceptualmente hablando.

¿Qué sucede entre la sed y el beber?

El deseo. La sed es falta, lo que hablábamos antes. La pregunta se podría traducir como: ¿qué sucede entre la falta y la conquista de la falta? El deseo; ya sabemos, esa rana encabritada.

«qué mirada lee el otro». ¿Qué es menos modulable, la voz o la mirada?

¿Qué mirada puede leer el otro? La que ve en los ojos puede leerla y esa mirada, creo, es modulable. Pero la que queda detrás de los ojos, allá al fondo –de esto habla muy bien, por ejemplo, Bernard Nöel- esa es difícilmente modulable pero, a cambio, más auténtica –para bien o para mal- y también más inescrutable. Lo mismo sucede con la voz. La que emitimos es modulable y, me atrevería a decir, menos sincera que la voz que nos llega desde latitudes desconocidas y emite enunciaciones cuando menos peliagudas. Resulta complicado modular esta voz. 

De modo que, en mi opinión, ambas pueden ser modulables, con un grado mayor o menor de dificultad, dependiendo de a qué voz y a qué mirada nos estemos refiriendo.

El origen del enigma de la palabra conjugada, ¿es origen o es destino?

Como nos recuerda Ana C. Conde en ese estupendo texto titulado Lo siniestro enroscado a la palabra, «la palabra remite siempre a ese origen perdido, es siempre reflejo del fantasma del origen, que en tanto reprimido, usando la terminología freudiana, se manifiesta como algo siniestro». Lo strano in parola. Eso mismo: la palabra no es origen, remite, precisamente, a un origen donde no existía la palabra. En el comienzo no fue el verbo. En el comienzo fueron las manos auscultando la tierra. Estos versos los escribí en el poemario Hendidura. Parece como si la existencia se fuera replegando sobre sí misma constantemente, ¿verdad?