Fotografía
30 Nov 2021
Los poetas Bruno Jacobs y Javier Gálvez resignifican el concepto
Cuando lo supersticioso es cuestión de mirar
Esther Peñas / Madrid
Superstición. Del latín superstitio, superstitionis, (estar de pie). Digamos que es aquello que anida en las mentes más allá de lo establecido. La creencia que proyecta un carácter numinoso o mágico a determinados objetos o sucesos. Que se nos cruce un gato negro. Pasar bajo una escalera. La peonía (por sus efectos curativos). La lechuza (por presagiar desastres). Que se rompa un espejo. Limpiar una mesa con papel en vez de con un pañuelo de tela. Rezar con las piernas cruzadas. Tantas. Con ritmo funky, la canción de Steve Wonder, Supersticion.
Pero: ¿se renuevan las supersticiones? Para los poetas Bruno Jacobs y Javier Gálvez, sí, y lo corroboran con una deliciosa plaquette llamada La fotografía supersticiosa (Ediciones La Grieta). «No se trataría de fotografiar elementos u objetos tópicamente asociados a la idea de superstición (…) sino más bien de revelar mediante la imagen aquellos elementos de la realidad que, sin ser supersticiosos por sí mismos, insinúan plausibles casos de superstición».
La fotografía encontrada en la calle de una mano, cuyo recorte ha querido de manera azarosa amputar algunos de sus dedos. Como truncándonos el sentido, como un pedazo de un cuerpo despiezado que clamase piedad o deseo. ¿Se recoge? ¿Se abandona? ¿Se puede abandonar lo que previamente ya quedó abandonado?
Dos guantes de trabajo, con goma blanca a la altura de las muñecas, separados por la misma distancia que separaría, en estado normal, nuestras manos. Las suyas. Las mías. Los arcos de medio punto que hacen bóveda de una calle o diadema de nuestros pasos. Una tela blanca envolviendo una rama, venciéndola por el peso del agua que la engulle en su parte inferior. Supersticiones. Lo que puede inquietar el ojo que mira. El de Jacobs. El de Gálvez. Poetas en esta ocasión del desasosiego, de lo que mueve el equilibrio y hace mueca.