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JIménez Morato

Entrevista

14 Dic 2021

Antonio Jiménez Morato, escritor

«La Historia no es más que una rama de la literatura con pretensiones documentales»

Esther Peñas / Madrid

Después de algunos títulos más que estimulantes (La piedra que se escribe, Mezclados y agitados o Lima y limón), del florilegio antólogo de Poesía en mutación o de la selección –como toda colección siempre impugnable– de cuentos del mejicano Alberto Chimal, Siete, este filólogo y maestro, también crítico literario llamado Antonio Jiménez Morato (1976) acaba de regalarnos una novela alucinada, densa como sangre de sacrificio en prosa, que nos atropella, nos seduce, nos embiste y nos fascina a partes iguales: NOLA (Jekyll & Jilles), un asentamiento en intensidad de escala (narrativo, emocional, lingüístico, sonoro) en la ciudad de Nueva Orleans.

«Suena horrible, lo sé, me imagino tu cara ahora mimo hipócrita lector», escribe el narrador cuando da cuenta del olor de los jóvenes que viven en la calle. ¿La buena literatura es aquella que incomoda al lector?

No sabría decir si tiene que incomodar como tal, porque la sensación de displacer no es la única característica de la buena literatura, quiero decir que la buena literatura no se caracteriza solo por ser displicente, pero sí creo que, desde luego, no puede dejar indiferente al lector. Iría más allá, no solo no debería dejar indiferente al lector, sino tampoco al estamento literario, ni a su industria o ámbito profesional, elija cada uno el término que quiera, ni siquiera al propio autor que la escribió le podría dejar incólume. Porque muchas veces se olvida algo tan sencillo como eso, que una literatura que el autor suelta como quien va al retrete no va a cambiar la literatura, ni siquiera va a permanecer allí mucho tiempo, apenas lo que se tarde en accionar la cisterna. Hoy vivimos en medio de una profusión de una literatura de consumo, contra la que no tengo nada per se, hay literatura de consumo que es estupenda, aunque conviene no perder de vista cuáles fueron sus objetivos y presupuestos, no dejar de lado como suele hacerse demasiado a menudo que tampoco eran especialmente ambiciosas en lo literario, y eso las lastra aunque no queramos verlo porque todos tenemos eso que ahora llaman «placeres culpables» y antes se denominaban «debilidades», estoy pensando en Zweig o Simenon, cimas de la literatura de consumo pero literatura de consumo a fin de cuentas. Sí que me resulta un tanto incómodo que el mero argumento de la cantidad de libros vendidos sirva como marchamo de la supuesta calidad de un libro, que sea un mecanismo objetivo no lo hace válido, ni sobre todo omnipotente, me temo. Nadie diría que un menú de una cadena de hamburgueserías es mejor que un filet mignon porque se vendan muchos más menús. Por ejemplo, bajando mucho el listón respecto a los ejemplos anteriores: todo el revuelo con los Carmen Mola. Parece que lo indignante sea que tres tipos se enmascaren tras un nombre femenino, cosa que leída de modo literal lo que evidencia es que sí se ha producido un vuelco real en la industria del libro y la institución literaria respecto a la situación del pasado, o sea, que esto debería haber sido leído como una victoria del feminismo más superficial y no como una afrenta, que es lo que ha sucedido porque no se quiere ver lo obvio, y en cambio ha pasado desapercibido y considerado como cosa perfectamente normal lo verdaderamente escandaloso: que se pueda fabricar, siguiendo unas directrices reconocibles a las que amoldarse un súper ventas y que sea exitoso, porque la mayoría de estos best sellers prefabricados no venden un carajo, por eso las librerías están llenas de libros malos hechos pensados para que se vendieran, en buena medida son malos por eso, porque quisieron ser los más acomodaticios de todos los libros, y en cambio estos dieron en el clavo, molaron podría decirse, como en su momento hizo Umberto Eco con El nombre de la rosa, por poner un ejemplo de alguien que era brillante, ahí están sus ensayos para demostrarlo y hacía buena literatura comercial o de consumo, porque el problema es que suele pensarse que los escritores de estos libros son menos brillantes que los otros, cosa que no es real. Pero lo que se confirma es que sí se puede fabricar un producto para un nicho de mercado reconocible, y esto viene además acompañado no ya de las campañas de publicidad y promoción lógicas y esperables de las editoriales para colocar sus productos, el otro día llegué a ver carteles por las calles como si de conciertos de pop se tratase, sino, y creo que es incluso peor, de una legitimación a manos de críticos de suplementos culturales, porque en los suplementos se publicaron críticas laudatorias de los libros de Carmen Mola como ya sucedió antes con los de Pérez-Reverte para legitimarlos y tantos otros ejemplos de por qué están las mesas de novedades de las librerías tan bastardeadas y llenas de lo que están llenas. Entonces, frente a esa literatura de mero consumo, intercambiable, casi podría decirse que desechable una vez ha servido a su uso, efímera y banal, sí que me gusta ensalzar una literatura que interpela, que incomoda, que hace pensar, que obliga a cuestionar cosas. Una literatura que conmueve, que remueve, que escapa a las clasificaciones y que surge de modo muy intuitivo, incontrolable y hasta cierto punto doloroso para su creador. No creo que todo eso suceda solo mediante la sensación de incomodidad, pero sí que, y en eso estoy de acuerdo con la mayor de la pregunta, está claro que desde luego no con o desde la de comodidad. Una literatura comodona y apoltronada no es buena, no puede serlo casi por definición, y desde luego no es algo que a mí me interese, ni como lector ni como autor. Pero de aquí surge otra paradoja que voy a explicar porque no querría ser malinterpretado. Llama la atención que mucha de la literatura que se nos vende, uso el verbo con toda la malicia del mundo, como «arriesgada» sea en cambio eminentemente comodona, porque requiere para funcionar de que se mantenga el estado de cosas. Digo esto porque, precisamente, una de las «marcas de identidad» de mucha literatura actual es la búsqueda del escándalo, pero lo hace recurriendo a una supuesta inmoralidad que en realidad impone, exige, la existencia de esa moral a la que se ataca. Por ejemplo, casi todo lo que leo sobre el poliamor da bastante vergüenza ajena, porque está cimentado en una actitud del tipo «qué salvajes e intrépidos somos, y lo somos porque hay que ver cuánto molestamos al burgués por follar con quien queremos». Luego necesitas la existencia de esa moralidad establecida y que se perpetúe para que alguien pueda sentirse escandalizado por tu libro. El día que eso se resuelva tu libro pasa a ser una rareza de museo, como mucho. Si la única virtud de tu libro es el escándalo, mal negocio. Si seguimos leyendo a Rimbaud, a Verlaine y a Flaubert es porque sus libros eran buenos, no por el escándalo generado en torno a ellos en la sociedad de su tiempo. De hecho, la mayoría de la gente que se acerca a ellos ni siquiera sabe que sus autores tuvieron problemas con la ley. Otro ejemplo más doloroso si cabe es la continua revisión del canon que se lleva a cabo de modo constante y un poco ingenuo desde filas feministas o poscoloniales: lo verdaderamente rupturista sería desactivar la idea del canon, no querer meter la cabeza y exigir formar parte de algo tan aburridamente burgués como la idea de un conjunto de modelos y referentes comunes, esto es, una imposición para los planes educativos, instituciones artísticas, gobiernos, etc. O sea, en última instancia no van contra el sistema que se ha revelado inoperante y excluyente, sino que quieren integrarse en él. Pues vale, me parece perfecto, pero volviendo al principio, entonces no te incomoda el canon, la idea de exclusión o de unos valores impuestos, te incomoda no estar en él, no ser doxa, y en ese fascismo dúctil e interesado me cuesta encontrar algo que me provoque simpatía. 

¿Cuánto de Nueva Orleans lleva usted dentro?

Pues, curiosamente, mucho. Aunque bien pensado es la menos sorprendente de las cosas, porque los lugares donde uno vive lo amoldan a uno, quiera o no. Hoy me sorprendo leyendo, contemplando, interesándome, etc. por casi cada cosa que tenga relación con la ciudad y se cruce en mi camino. He llegado a ver o leer cosas horrendas por ese motivo. Hay una canción muy famosa, Do You Know What It Means, to Miss New Orleans, compuesta por Eddie DeLange and Louis Alter, que se hizo muy famosa cuando la interpretaron Louis Armstrong y Billie Holiday en la película New Orleans. Si se ve la escena del filme, y es algo sencillo gracias a internet, puede verse al conjunto de músicos negros que tocan la canción que conmueve a los protagonistas, todos blancos, que también añoran la ciudad. Pero ahí es dónde hay que preguntarse, ¿qué echa cada uno de menos? Los libertos que se escapan hacia el norte del país, eso que ha metaforizado tan bien Colson Whitehead en The Underground Railroad, no creo que echaran de menos ni la esclavitud, ni a los amos blancos, ni la segregación de la sociedad del Sur. Añorarían la música, la comida, el clima. En cambio, los manifestantes que salen a la calle no solo en Nueva Orleans, sino en todo el Sur de los Estados Unidos, cada vez que se toca algún símbolo sudista, ya sea la bandera secesionista a las estatuas de los militares y presidentes del Sur durante la Guerra Civil, seguramente añoran algo muy distinto. ¿A dónde quiero ir con esto? A que en realidad es peligrosa la nostalgia. Claro que echo de menos la ciudad, a mis amigos y mis rutinas allí, y un poco de mí se ha quedado allí y un parte de mi ser tiene el ritmo y el sabor del Delta ya por siempre, por decirlo de modo cursi pero no por eso menos verdadero. Pero por fortuna son cosas a las que puedo volver cuando quiero gracias al recuerdo, siempre procurando evitar la melancolía y sus peligros, claro. Así que sí, no sabría medir cuánto, pero algo se ha quedado ahí dentro. Eso es bueno, pienso.

Cubierta de NOLAMirando hacia atrás, que le dieran una beca para hacer el doctorado, ¿resultó una bendición?

Pues enlazando con lo anterior, sí. En realidad, a mí me parece que las cosas que a uno le pasan son las que te hacen ser cómo eres y no hay que estar dándole más vueltas de las necesarias. Uno siempre medita, reflexiona acerca de cosas, sobre todo para evitar cometer los mismos errores, pero no creo que, a la postre, la beca haya sido algo malo. Fueron unos años de poder dedicarle mucho tiempo a la lectura, a pensar en cosas que normalmente no tienes tiempo para meditar, y eso siempre es una suerte. En mi día a día actual estoy más ocupado con la traducción que tengo entre manos que reflexionando sobre ciertos aspectos de teoría literaria, pero en aquella época podía estar horas pensando en esas cosas. Y sin sentirme un idiota. Así que sí fue bueno, o al menos prefiero verlo así. Y las bibliotecas universitarias, esas bibliotecas son algo que sí se echa de menos, aquí en Europa la gente reivindica las librerías porque no ha debido visitar jamás ninguna de esas bibliotecas. Además, esos años pasados en los Estados Unidos me han permitido entender mejor el mundo en el que vivimos y la deriva que está tomando, que no me parece especialmente inteligente ni excitante, pero al menos sirve para ver por qué vamos hacia donde vamos. O sea, uno de los pilares del libro es que yo iba y venía de aquel país y al principio me parecía muy marciano aquello, y en cada regreso a casa, y mi casa es España, veía esto cada vez más parecido a aquella marcianada, y eso es algo bastante inquietante. Ni siquiera copiamos lo bueno. 

La narración se parece más a los ciclones que padece la ciudad (por su caudal, por su naturaleza torrencial), al desenfreno, que al rhythm and blues tan arraigado. Hay implícita, en la escritura, una urgencia última, ¿puede ser?

Puede ser, yo escribo siempre con cierta ansiedad y mucha ambición, escribir sin ambición es algo que respeto, pero no me interesa tampoco, soy ese tipo con hábitos sedentarios que sale a correr una maratón, aunque si la termina lo haga al borde del infarto. Pero sí que la idea del libro era escribir un texto de frases largas, por ratos inacabables, que avanzara retorciéndose como si fueran los meandros de un río, del brillante Misisipi por ejemplo. Esa corriente, esas inundaciones, posiblemente esos huracanes, también fluyen como un río y eso se traslada a la prosa. Lo que también tenía muy claro es que el fenómeno o acontecimiento que más me gusta de los espectáculos de la ciudad, las Second Line, fluyen, van recorriendo las calles y son también torrentes de música y baile que se desplazan por esos espacios comunes. De hecho, todo eso me interesaba más cuando me puse a escribir que contar cosas concretas o historias. Me está comenzando a poner muy nervioso que la gente dé por buenos libros por lo determinante de aquello de lo que se habla en ellos y no por lo que tienen de artefactos literarios. No termino de entender que se pueda descuidar tantos aspectos para mí determinantes en la realización de un texto literario, que es, ante todo, literatura. Creo que este libro sobre todo quería ser eso, o era lo que yo tenía en la cabeza, un libro de frases largas, de largo aliento, posiblemente tempestuosas y urgentes por llegar su final. Además, ha llegado un momento en que me ponen muy nervioso los libros secos, minimalistas, hechos casi como los haría un delineante. Es tan sencillo hacer esos libros como escribir cuentos de taller de escritura, que cuando les pillas el truco salen como le salían los sonetos a Pepe García Nieto. La idea era ser desmesurado, incluso de modo consciente, podía haber escrito un libro de ochocientas páginas en un momento dado, pero entonces el editor me mata. Posiblemente con razón. 

Música, desenfreno y criminalidad, ¿son los tres ejes sobre los que se sustenta NOLA?

El libro no, desde luego, y tampoco me gustaría transmitir la idea de que la ciudad sea solo eso. Pero sí que son aspectos muy determinantes del día a día en la ciudad, y la condicionan. El desenfreno porque la industria turística local vive de la gente que busca eso precisamente, la criminalidad que surge de ese desenfreno y porque la pobreza de la ciudad y su modo de vida alientan que sea una de las ciudades con mayor criminalidad de un país donde ya de por sí los índices son intimidatorios. Y la música claro que es un pilar, hay mucha música, es lo único que la ciudad exporta, es su gran pasaporte para la posteridad, allí nació el jazz, y por extensión buena parte de la música popular que hoy escucha medio planeta. Obviar que se desarrolló allí no sería justo, aunque no haya servido para hacer ricos a los músicos de la ciudad, que en general han tenido que irse de ella para poder hacer dinero con su trabajo. Pero hay más en la ciudad y hay más en el libro, creo. Además, no pretende ser un libro costumbrista, ni de denuncia, ni una crónica o reportaje como para quedarse solo en esas cosas. 

¿Que Estados Unidos convierta a NOLA en una sucursal de Disneyland es cuestión de tiempo?

Bueno, ya está camino de ello, y, como digo en el libro, acaso lo peor sea que buena parte de la ciudad está encantada con ello porque eso les asegura un sustento, y siendo como es el estado con el sueldo mínimo más bajo, o uno de los más bajos, de todo el país no es algo baladí. De todos modos, la explotación, de corte capitalista claro, por eso es explotación, de lo folclórico es una de las características del mundo que nos ha tocado vivir. Sucede en todas partes. Si uno se detiene a observar las exaltaciones nacionalistas o identitarias, por ejemplo lo que sucede aquí en España, resultan muy cómicas. No me cuesta imaginar parques temáticos del nacionalismo catalán o vasco, Gernika y Montserrat son un poco eso, y tampoco creo que la Feria de Abril o el Rocío sean otra cosa a día de hoy que parques temáticos de lo que el franquismo construyó como la idea de lo «andaluz». Si en Madrid están tan obsesionados con España y lo español es porque consideran que no hay un folclore local apto para ser ofrecido como tal y prefieren convertirse en sinécdoque de todo el país. La derecha española está llena de ladrones, pero no de idiotas. Ahí está el chiringuito que le han puesto a Toni Cantó, que al final en política ha demostrado que es mejor actor de lo que sospechábamos. O sea, no es que Nueva Orleans vaya a ser un parque temático, es que ya lo es en cierto modo. Basta con atender al turista y lo que busca en la ciudad, que tiene mucho que ver con lo que ofrece como imagen de sí misma. Por otro lado es algo que termina pasando con todas las ciudades montadas como lugares de paso y turísticos. Mientras los viajes requerían mucho más tiempo, Nueva Orleans tuvo sentido como ciudad, la gran urbe de la desembocadura de la cuenca fluvial de Misisipi-Misuri y la gran urbe gringa del Caribe hasta la Gran Guerra, pero hoy no es más que un decorado para Instagram, para casi todos los yanquis un lugar donde emborracharse por poco dinero, y la meca de un tipo de música para cuatro entendidos, porque tampoco nos engañemos, siempre se habla de Nueva Orleans como «la cuna del jazz» y parece que hubiera masas enfervorecidas pidiendo más jazz en los hilos musicales y en sus vidas, cuando en realidad a día de hoy el jazz es algo más bien high-brow, y si los conciertos están llenos en la ciudad es porque tienen lugar en bares donde la gente va a beber y bailar, o sea, Nueva Orleans es un sitio donde hay música en directo en los bares que de estar en otras ciudades pondrían música enlatada, básicamente viene a ser eso. Y a la mayoría les da bastante igual quiénes sean esos músicos, de hecho. 

¿Qué le impidió ser uno más en esta ciudad, disfrutar de Mardi Gras, usted que le gusta el carnaval gaditano?

Bueno, tampoco me vuelve loco el gaditano. Yo entiendo el espíritu carnavalesco cuando tienes que estar todo el día fingiendo y moderándote, es una espita maravillosa en la que aprovechar para perder el norte, es algo parecido a cómo se vive Halloween. Pero si eres como yo, una persona que por lo general dice lo que quiere y vive más o menos como le da la gana, pues no sé, lo del carnaval tiene poco sentido. Por otro lado, la diferencia fundamental entre el Carnaval gaditano, con sus comparsas cargadas de ironía, y el de Nueva Orleans, menos sarcástico, es justamente esa: el sarcasmo al menos requiere una intervención por tu parte, aunque sea la de entender el chiste y compartir la sátira y el escarnio, pero la mayoría del carnaval de Nueva Orleans se limita a estar emborrachándote en el lateral de una calle viendo a gente pasar. Y posiblemente lo de emborracharse tiene que ver con poder aguantar ese planazo. Al final la parte buena es estar con los amigos, y para eso no hace falta el Carnaval. 

¿Qué una generación no sepa quiénes son los Beatles es indicativo de la decadencia de una civilización?

No sé si de decadencia, pero sí desde luego de una lacerante incultura. El caso de los Beatles me parece paradigmático porque no estamos hablando de una parte elevada de la cultura, no se trata de que la gente deba haber leído el Ulises de Joyce o reconozca las suites de cello de Bach, sino de canciones que forman parte ya casi de la tradición folclórica, con versiones por todas partes. No sé si es demasiado lógico un mundo donde la gente no sepa quién compuso y grabó Strawberry Fields y Penny Lane. A mí me entristece, porque tienen acceso a ellas, jamás hemos disfrutado de un acceso a las producciones culturales como del que disponemos ahora, es un cliché, lo sé, pero no deja de ser cierto, y que pese a ello hay, más todavía que antaño, una hostilidad hacia lo intelectual. Es algo que me pasma, me deja sin palabras ni argumentos. Al final todo en esta vida se está reduciendo al Me gusta/ No me gusta, y ahora ya ni eso, porque las redes sociales están quitando el botón de No me gusta, así que ya se supone que nos tiene que gustar todo. Y en un mundo donde todo te gusta termina dando igual todo, porque entonces es igual de buena una fabada que un engrudo de cantina de cuartel. Además, esa incultura se fomenta desde las propias industrias, si la gente leyera a Galdós no van a leer las mierdas que promociona Planeta a golpe de premios y reciben eco de los periodistas que terminan ganando esos mismos premios antes o después. Pues lo mismo sucede con todo. Galdós nos habla de la España de hoy de modo más vigente y crítico que casi todos los libros de las mesas de novedades, y aún así la gente no solo no lee a Galdós, sino que cada vez menos gente lo conoce. Y con los Beatles pasa lo mismo. 

¿Por qué “Nueva Orleans es el símbolo del orgullo del ser humano”?

Bueno, yo digo sobre todo de la terquedad. De ser del orgullo sería del orgullo como traducción de la “hybris” griega. Nueva Orleans es uno de los primeros ejemplos de las secuelas del pensamiento Ilustrado y el desarrollo tecnológico que se desata en el siglo XVIII. Tengo serias dudas de que, de haber llegado allí antes, se hubiera elegido ese lugar para levantar una ciudad, o de que se persistiera en no trasladar el asentamiento, algo que se ha hecho muchas veces a lo largo de la Historia, lo de elegir un emplazamiento y con el tiempo ver que es mejor mover el lugar elegido para que la ciudad crezca de modo más eficiente y seguro. Pero la fundación de Nueva Orleans coincide con el momento en que Occidente se convence de que puede doblegar a la naturaleza, y la contumacia de mantenerse allí pese a las inundaciones, lo insalubre del clima y demás obstáculos sirve como ejemplo perfecto del engreimiento humano. En ese sentido es, también, ejemplo perfecto de la situación en la que nos encontramos ahora en el mundo, de los problemas que enfrentamos precisamente por considerar que podemos someter a la naturaleza. Y no es así, en primer lugar porque no la estamos sometiendo, sino aniquilando, y luego ya hablaríamos de las pulsiones que podamos tener como sociedad para querer someter al entorno en el que vivimos en vez de sencillamente habitarlo. Cuando ves que lo primero que hace un tipo que compra una parcela en el monte es hacerse un patio con cemento o incluso solado sobre la anterior pradera entiendes que dentro de nosotros, como especie, hay más de maltratador de lo que queremos reconocer. Así están las cosas. 

Así como la biografía de Kafka está adulterada (no es cierto que fuera un completo desconocido ni que no publicase nada en vida), si el día de mañana se alterase algún punto de su biografía, la de Antonio Jiménez Morato, ¿cuál le gustaría que fuera?

No creo que me toque a mí decidir eso. Esas adulteraciones las hacen siempre otros, no el protagonista, el protagonista bastante tiene con vivirlas y ni siquiera se da cuenta de ellas. De todos modos, todas las biografías son ficción, es algo sabido, y la Historia no es más que una rama de la literatura con pretensiones documentales. No creo que deba uno ser quien decide esos asuntos, otra cosa es estar atento para señalar esas manipulaciones realizadas en las biografías de otros, claro. Ahí se trata de un deber moral. Se conoce que soy muy moralista. 

¿Usted, como los del pueblo de Amanece que no es poco, siente devoción por Faulkner?

Por supuesto, auténtica devoción por Faulkner. Y, ya que uno se dedica a esto, también por la traducción de ¡Absalón, Absalón! que hizo Miguel Martínez Lage, uno de los mejores trabajos que se han hecho al verter al castellano la prosa de otra lengua. Se trata de un autor que casi no se lee hoy, por desgracia. Incluso ciñéndose a sus compañeros de la «Generación perdida». Por cierto, conviene decir, aunque sea un excurso, que es el único caso en que el nombre de toda una generación dentro de la secuencia histórica de generaciones bautizada por escritores. Un pasaje de Hemingway donde recuerda un comentario de Gertrude Stein en concreto. Bueno, pues aunque a mí me parece el más grande de todos, se conoce que hoy vende más la biografía de niño alocado y juguete roto de Scott Fitzgerald, —ahí influye mucho la presencia de Zelda, otra de esas mujeres incomprensiblemente revindicadas por el feminismo más superficial, en este caso un feminismo de Cosmo y Vogue, teniendo a Stein o Djuna Barnes, que dan muchos más de sí—, o Hemingway, o Wolfe, incluso los menores como Madox Ford, Steinbeck o Anderson, o los poetas Eliot, Pound y Williams. Hoy es raro que alguien reivindique a Faulkner. Posiblemente porque su tema principal hoy sigue siendo inquietante, es un tema no resuelto aún. Si fuera sencillamente que hubiera denunciado el racismo, o la privación de la sexualidad libre de las mujeres, sería más digerible, pero lo que obsesionó a Faulkner era la obsesión por el coito entre razas, sobre todo de hombres negros con mujeres blancas, y en ningún momento lo simplifica, deja que cristalicen todos los matices: el tabú social, la excitación de ambos provocada por el mero placer sexual y la transgresión del tabú, porque de no haber tabú pierde parte de su gracia, claro. Todo eso está de modo obsesivo en las novelas de Faulkner, y además, como bien señaló Martínez Lage, como mínimo dos veces por narración, porque Faulkner sabía que lo importante hay que repetirlo. Entonces es incómodo, porque señala la importancia del tabú, no solo para demolerlo y abolirlo, sino por las pulsiones que desata y que se pierden sin él. Es demasiado complejo para ser reivindicado en el mundo simplón de Twitter, Instagram o Facebook. Hay que ser honestos, no es que Faulkner se haya quedado viejo, sino que nuestro mundo se ha vuelto muy simplón. Por otro lado, volviendo a Amanece..., a menudo tengo la sensación de que, por la relevancia que tiene la presencia de Faulkner o de su obra en la película, podía haber sido también Cavafis o Tagore el elegido. Pero encontró un actor, Arturo Bonin, que se parecía mucho con su bigote a Faulkner tal como aparece en el retrato que le hizo Cartier-Bresson. Y entonces, claro, en aquel pueblo todos habían leído a Faulkner. Pero en la película de Cuerda podían haber sentido devoción por Foucault si se llega a cruzar con un actor calvo con un suéter de cuello de cisne. Pero puede ser una percepción errónea.