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Xoan Abeleira (colección  privada)

Entrevista

17 Dic 2021

Xoan Abeleira, poeta

«Ser feliz es lo más insumiso que hay»

Esther Peñas / Madrid

La poesía no es un cuento, además de un luminoso libro de Gloria Fuertes, responde al título de un ensayo (o un prontuario de ensayos, puesto que son varios los auntos que analiza) del poeta Xoan Abeleira (Maracay, Venezuela, 1963) en el que teje una urdimbre de canto y salmo con la que caminar por las aguas lábiles, sutiles, bellas y procelosas de lo sagrado y lo profano: chamanismo, numerología, latido, verso de aliento, sustento, espiritualidad… pero también concursos amañados, intentos de edulcorar la poesía, de mancillarla, estafas poéticas, ambiciones prosaicas a ritmo de estrofa. Con un estilo inacabable, boscoso, Abeleira se adentra allí donde la Diosa le convoca. 

Si la poesía no es un cuento, ¿por qué hay tanto embaucador que nos intenta hacernos pasar gato por liebre?

Antes de nada, permíteme aclarar que con este ensayo no he pretendido, en modo alguno, sentar cátedra respecto a qué es la poesía (lejos de mí semejante vanidad), sino incitar a la reflexión general sobre qué está ocurriendo ahora mismo, a mi juicio y a juicio de unos cuantos críticos al margen del sistema literario, en los distintos panoramas poéticos actuales. Por una parte, un creciente desnortamiento respecto a las diferencias fundamentales entre los lenguajes, las estructuras y los recursos poéticos de los distintos géneros literarios -empezando por los de la prosa–; por otra, una caída en picado de la calidad de la poesía que se nos está vendiendo desde los grandes grupos editoriales y desde los medios de comunicación afines, como si –curiosamente– estuviésemos asistiendo a una suerte de «boom poético» jamás visto hasta el momento. El gran auge de la poesía.

¿Dónde habría que buscar las explicaciones a esta situación que acabas de describir? 

Las causas son varias: educativas, sociales, políticas… incluso literarias, claro. Pero en la base de todas ellas subyace (y digo subyace porque la mayoría de la sociedad española sigue sin enterarse de ello) la trama de mafias literarias que fueron conformándose desde los años ochenta, tanto en España como en Latinoamérica, con ciertos individuos, ciertas editoriales y ciertos responsables políticos sin escrúpulos que se dedicaron a trepar en la escala social y a llenarse los bolsillos amañando y repartiéndose premios entre ellos, organizando encuentros y congresos a los que casi siempre asistían más o menos los mismos, desviando fondos de asociaciones e instituciones públicas y privadas, etc. Un fenómeno de un calibre como jamás se había visto en la historia de la poesía hispanoamericana. En una palabra, pura sinvergüencería, a cuyo cenit –e incluso glorificación– estamos asistiendo, ay, en este momento: ¡casi cuarenta años después!

Este asunto no es nada baladí, no. La corrupción en el ámbito cultural (algo que implica, a todas luces, robo y malversación de fondos públicos) es pareja a la del ámbito político, con la diferencia de que la primera o bien no sale a relucir nunca o, si sale alguna vez, queda aún más impune que la segunda, pues ni siquiera los medios de comunicación se encargan de investigarla. Lo peor, a mis ojos, es que muchos de esos delincuentes también llegan a ostentar cargos públicos –aupados, por supuesto, por otros delincuentes con mayor poder. 

Es esa gente, toda esa gente –que, aunque parezca increíble, continúan en el candelero– la que contribuyó con sus tejemanejes a que los mundillos literarios hispanoamericanos alcanzasen sus más altas cotas de miseria…

¿Cómo reconocer la autenticidad de un poema?

Por fortuna, no creo que nadie pueda responder satisfactoriamente a esa pregunta. Y quiera la Poesía que la respuesta siga siendo un misterio... Además, creo que los auténticos poetas así como sus obras resplandecen de por sí: no precisan que nadie los autentifique, por muy oscuros que puedan parecernos al principio. Recuerdo a este respecto un poema de Octavio Paz, titulado “René Char no miente” (para quien, por cierto, «poesía y verdad son sinónimos»). Los poemas auténticos nacen, obviamente, de una experiencia auténtica (como los grandes haikus, por ejemplo). No son obra de un fingidor…  Cuanto más honda es esa experiencia, más verdad entraña el poema (el “Cántico espiritual”, sin ir más lejos). Pero hasta los poetas más falsos tienen a veces momentos, vislumbres auténticos. Pues la Diosa es sumamente generosa con quien la anhela; incluso con quien se traiciona a sí mismo, y la traiciona a Ella. 

La pérdida de calidad en la poesía que se nos vende, ¿se debe al propósito de sacar rédito de algo tan inútil o de menoscabar nuestro interior, la belleza, en definitiva?

El sistema, el capitalismo, termina por tragarse todo lo que lo pone en peligro. Cuando yo era más joven y llegó la moda punk, a los diez días El Corte Inglés vendía la moda punk, ¡era terrible! Es la capacidad del capitalismo para tragarse todo y regurgitarlo de otra manera, adocenado. ¿Por qué la poesía ha sido siempre antisocial o revolucionaria o rebelde? Porque es una de la artes que nos reconecta con esa espiritual que se quiso cargar el patriarcado. En mi libro Animales, animales digo que la dicha es la verdadera revolución, el amor, el colmo de la insumisión; ser feliz es lo más insumiso que hay, porque el sistema prefiere tenernos adictos, infelices y enganchados para que compremos. 

¿Se puede vivir al margen del sistema?

Tengo un libro raro, A pegada de Man, sobre «el alemán de Camelle», que creó un museo del mar; sí, se puede vivir al margen del sistema, con mucho valor, como hizo este hombre, o Thoreau. Sí, sí se puede, pero hay que prescindir de muchísimas cosas y desapegarse de otras tantas. 

Cubierta de 'La poesía no es un cuento'¿Cuánto de cántico, de salmo, ha de tener un poema?

Retomando una de tus formidables preguntas: lo que exija la hondura de la experiencia auténtica que lo generó. Debemos ser muy humildes, en ese sentido. Ponernos al servicio de lo que quiere manifestarse, expresarse, comunicarse… a través de nosotros. Si anteponemos nuestro ego, nuestro orgullo, incluso nuestra destreza técnica a eso, fracasaremos, sin duda. Nuevamente, Juan de Yepes, san Juan de la Cruz es, para mí, el mayor maestro. En eso y en todo lo relativo al hecho de ser poeta. 

Ahora que menta a san Juan, ya que en el ensayo hablas del haiku y del chamanismo, y de lo sagrado, echo en falta una reflexión concreta sobre la poesía mística (Eckart, Silesius, santa Teresa…)

Ay, sí. Tenía en mente dos cosas. Una, ampliar el ensayo de “Arte y meditación”, ejemplificando el tema en varios poetas, orientales y occidentales. Y dos, escribir un ensayo sobre la relación entre la espiritualidad/psicología budista y la vida y las obras de san Juan de la Cruz. Pero… ¡quedaron pendientes! Ojalá puede meter las manos en la masa pronto. 

En la línea de tantos otros, por ejemplo Julia Uceda sin el lado digamos esotérico, Castaneda o Jodorowski, defiendes la hipótesis de que el poeta es una especie de médium. ¿Qué se necesita, qué disposición de ánimo se requiere para dejarnos decir? 

De médium o de vidente… para mí este es uno de los temas cruciales del libro, cómo el arte y la poesía son una vía de conocimiento de uno mismo y del universo; el problema es que hemos perdido el origen sagrado del arte y su sagrado propósito. Estoy convencido de que el arte nos ayuda a conocer aquella parte de lo maravilloso que hay en nosotros y reconocer lo maravilloso que hay fuera de nosotros. El arte de por sí no basta, ha de haber una vía de conocimiento espiritual que nos permita encontrar nuestro camino y nuestra vía, en mi caso la meditación y el chamanismo. En el origen del arte que se indaga en el ensayo, encontramos un chamán, personas espirituales que utilizan la poesía o el arte como manifestaciones o vislumbres de lo que se va encontrando por el camino; en ese sentido, Rimbaud es un ejemplo. En el Romanticismo, los artistas vuelven a conectarse con la espiritualidad de la diosa (prefiero hablar de espiritualidad, la religión la identifico con patriarcado). 

Pero antes, de nuevo, san Juan…

Si hay algo que tengo claro a mis 58 años es que san Juan es el poeta por antonomasia occidental; para él, la poesía es algo secundario, a él lo que le importa es la iluminación, que él busca por su senda católica, él trata de iluminarse, y lo consiguió, eso lo sé, cualquiera que sepa cómo murió y cómo afrontó la muerte, igual que buda y que tantas mujeres y hombres a lo largo de la humanidad. Su obra, la de san Juan, son vislumbres, pequeñas iluminaciones, lo importante era el camino, estarse amando al amado, el olvido de lo creado, la memoria del creador, la atención interior… esto último, surrealismo puro.

Algunas digresiones que hay, por ejemplo, a propósito del poema de “Palabras para Julia”, parecen más propias de la apofenia que de lo posible…¿Cómo saber si una interpretación es acertada?

Si te refieres al tema de la numerología, del simbolismo de los números –que se aborda en distintas partes del libro– no hay nada de apofenia en mi afán por profundizar en él. Cada vez estoy más convencido de su importancia en las historias de las artes, y no solo de la poesía. Por ejemplo, hace poco me enteré de que los poemas que aparecen insertos en el Bardo thodol (El libro de los muertos tibetano) son de versos eneasílabos (como los de “Palabras para Julia“), lo cual tiene toda la lógica espiritual y poética, tratándose de un libro que habla sobre el re-nacimiento, y de una cultura cuyo número mágico por excelencia es el 3. ¿O no?
En el caso de Sylvia Plath, que también recojo en el libro, hay pruebas sobradas de que recurrió al simbolismo de los números para estructurar muchos de sus versos y poemas (cosa que demuestro en las “Notas” de la nueva edición de la poesía completa que se publicará en la primavera del 2022). Sería una lástima que muchos lectores puedan ver en mi insistencia sobre ese tema un simple desvarío, cuando es un hecho comprobado que el simbolismo de los números está presente en infinidad de obras artísticas: arquitectónicas, pictóricas, musicales, cinematográficas… y muy presente en nuestro inconsciente colectivo, además. 

Por cierto, ¿por qué afirma que la conversión al anglicismo de T. S. Eliott no es auténtica?

Tengo una relación no de amor-odio, como sí la tengo con Juan Ramón, del que tiré un libro suyo contra la pared, porque Juan Ramón es muy bueno, pero ese ego tan grande me desespera. A Eliot es que no me lo creo, Eliot es una falsa moneda; además, traduje la biografía de su mujer, a la que abandonó en un sanatorio… y cada vez que lo leo y encuentro un verso que me gusta resulta que no es suyo…

Bueno, algo de inquina por tu parte hacia Eliot, hay, por que otros como Claudel o Alberti tampoco estuvieron a la altura de su hermana y su mujer…

Eliot no es auténtico, es lo contrario a san Juan. 

¿Puede hablarse de distinción (más allá de la formal) entre poemas y poemas en prosa? ¿Qué aporta el cambio de disposición en uno y otro? 

Es un tema muy complicado, Marta Agudo con su antología Campo abierto, lo demostró. Los recursos y el lenguaje de ambos son los mismo, la prosa nace de romper el molde del verso, la métrica y la rima. Fíjate en Rimbaud, por ejemplo, cómo va rompiendo las compuertas del lenguaje… mi amigo Alejandro Valero, ante mi tentativa de traducir de nuevo los versos de Rimbaud con medida, me dijo que ni hablar, que ganaban mucho como lo había hecho. Pero el lenguaje es el mismo. Lorca podía haber dicho «cuando era pequeño todavía no conocía la muerte y era feliz y no tenía miedo», pero lo que escribió fue: «Aquellos ojos míos de mil novecientos diez/no vieron enterrar a los muertos,/    ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada,/ ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar». Renè Char habla del «deseo de un corazón cuyo umbral no se modifique», eso es poesía. 

¿La belleza está en quien mira o en lo mirado?

La belleza está en las dos partes, soy bastante místico, y si partimos del hecho de que dentro y fuera de nosotros hay una porción de lo maravilloso, como hemos hablado antes, la belleza está en las dos partes y, de alguna manera, como sostienen la filosofía hindú o budista, dentro de nosotros llevamos el reflejo o la esencia del universo. Una de las funciones del arte, como te decía, es ayudarnos a reconocer eso, a conectar esa parte de dentro de nosotros con la Madre.