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Mario Satz

Entrevista

13 Ene 2022

Mario Satz, escritor

«Quiero que un escritor me arrastre hasta el vértigo de la belleza o la inteligencia»

Esther Peñas / Madrid

Bibliotecas imaginarias (Acantilado), Mario Satz (Coronel Pringles, Provincia de Buenos Aires, 1944) zurce un tapiz con historias de bibliotecas de todas las épocas, desde que portaba Quevedo siempre consigo, y que terminó convertida en pasto de cabras hasta el incendio de la de Alejandría. Hongos que devoran el papel en los sótanos del Vaticano, libros que no tienen forma de tal, robos, hallazgos, enseñanzas, saqueos, rescates… de todo ello nos habla Satz con un tono delicado y lírico y luz de asombro.

«Los libros luchaban para no ser arrancados de la quietud de su mutismo».  ¿Cuándo dejar de leer un libro que no nos atrapa, y cuándo persistir en él por si se modifica el curso de la lectura?

Coincido con Borges: si no nos gusta un libro o no nos atrapa, no tenemos que seguir con él. Al menos que se trate de deberes para el colegio o la universidad. Es difícil que la lectura se modifique o supere nuestras primeras impresiones. Si se es un lector apasionado como yo y de gusto heterogéneo, se es un poco más tolerante. Intenté leer a Bolaño y no pude, tampoco pude con Almudena Grandes, hoy en los altares. Como decía Lezama Lima, quiero que un escritor me arrastre hasta el vértigo de la belleza o la inteligencia. En el primer caso, Proust, en el segundo, Kafka. Sobre todo, los aforismos, un género que adoro. Un detalle en el que pocos críticos caen al leer mi libro es que posee una prosa vívida. Esa es la palabra justa.

El peor enemigo de un libro, además de la barbarie, ¿es el fuego, el agua o el hongo violeta?

El peor enemigo es, primero, el fuego, estadísticamente hablando. La biblioteca de Sarajevo es la prueba. Luego, los tiranos de aquí y allá. Por lo que sé, y no es una invención, el hongo violeta sólo estaba, o está aún, en los archivos del Vaticano. Tardé una década en convertir ese dato en una historia creíble.

Usted recoge que si se contaba el número exacto de los ejemplares de la biblioteca de un monasterio, podría ocurrir una desgracia. Pensando en esto y en la biblioteca (mínima) itinerante de Quevedo, ¿es más una cuestión de calidad que de cantidad, la biblioteca de cada cual?

De calidad, obviamente; yo tengo libros en exceso de los que es difícil deshacerse. Las bibliotecas municipales no los quieren porque la revolución digital y sus obras ocupa menos lugar y acumula menos polvo. No me desharía, empero, ni de las enciclopedias ni de los diccionarios.

¿Qué dice de nosotros nuestra biblioteca?

Una biblioteca lo dice todo de la curiosidad de su dueño. También de sus especialidades y gustos. He sido un comprador compulsivo, pero internet puso fin a eso. No porque me guste leer en el kindle o en el ordenador, sino porque para obtener cierta información basta con la red.

¿Cuál es el libro que más le ha conmovido tener entre las manos a Mario Satz?

El libro que más me conmueve, claro, es la Biblia, y luego los clásicos griegos y los chinos. Biblia significa libros, es decir muchos. Sin ella se derrumban las catedrales y ninguno de nuestros grandes místicos tendría su razón de ser.

«Escribimos para que (…) la enseñanza no se enfríe nunca». ¿Cuánto de azar existe en el hecho de que unos textos hayan sobrevivido al tiempo?

El azar existe, desde luego. Como podrá releer en el último relato de mi libro, el trasiego es más o menos el destino de todo lo escrito, moverse, ensuciarse, venderse y comprarse, quemarse, salvarse, entusiasmar a pocos y dejar indiferente a la mayoría.

No deja de ser asombroso que celebremos el día del lector, del libro, de las librerías… ¡pero no honremos al inventor del papel, Cai Lun!

El inventor del papel es uno de los pocos personajes que en la obra lloran. Pero de alegría, de emoción, tal vez de felicidad. Todo es auténtico en él.

Recuerdo la historia de Artemidoro, gran interpretador de sueños… ¿cómo saber qué libros son los necesarios?

Como profesional, creo que todos los libros son necesarios. Especialmente, los grandes textos religiosos de la Humanidad, de los Salmos a los Upanishads. Diría que imprescindibles.

Así como el jazmín es un remedio para la melancolía, ¿de qué cura leer?

Leer no cura, alivia. Leer acompaña, consuela e inspira. No es poco para un artefacto casi prehistórico como el libro.

¿Por qué «lo que une a todos es lo que no se ve»?

Lo que une a todos es lo que no se ve porque todo lo que se ve da origen a la medida y a la dualidad. El aire, del que somos criaturas inseparables, por ejemplo. O el electromagnetismo, del que sabemos por sus actos pero no vemos. Recuerde: todo lo que se ve es divisible, multiplicable, restable y hasta predecible. Pero el Espíritu, que es invisible, es siempre igual a sí mismo en todas partes.

De los libros «que no tienen forma de libro», ¿cuál es su favorito?

Las huellas de los pájaros, la baba de los caracoles, las redes de las telarañas, las amarillas películas del polen en primavera.

«De un solo libro pueden nacer, y hasta renacer, muchos hombres. Pero de un tirano no puede venir al mundo más que amargura y cenizas». Viendo el panorama, donde cada vez hay más tiranos (el propio sistema, la publicidad, las nuevas tecnologías…), ¿aún es posible la salvación por la lectura?

La historia de La salvación por la lectura, uno de los capítulos del libro, es verídica y está construida sobre una foto, la de los niños del gueto de Varsovia leyendo y estudiando.

Los libros, ¿tienen más de memoria o de deseo de porvenir?

Los polacos reconquistaron su libertad, en la época de Lech Walesa, frecuentando la Biblia y, sobre todo, los Evangelios. Vencieron a la tiranía comunista gracias a su sensibilidad lectora.

El libro, la escritura, como decían los latinos, manent, permanece. Pero activa su mensaje con el llanto o la emoción de algún lector, y entonces se mueve, lo escrito reverdece como el musgo tras la lluvia.

En cierto modo cada libro es una carta al futuro y un esfuerzo del lenguaje por extenderse a sí mismo.

No le puedo dar los tres días que obtuvo la cronista Sei Shônagon para responder a esta misma pregunta pero ¿cuál es su libro favorito?

Todos mis libros favoritos cabrían en una sola estantería y en ella estarían los textos sagrados.  En este momento, y desde hace años, mi libro profano favorito son los Diarios, de Henry D. Thoreau, que traduje parcialmente hace años y leí por vez primera en Nueva York, cuando tenía veintitantos años. En ellos hay de todo y no es poco: climatología, historia, mitología, poesía, sociología, espiritualidad y, sobre todo, inteligencia de alguien que quiso, y lo logró, mirar todo con la misma intensidad y un respeto profundo por la vida.