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Cubierta de la revista

Lecturas

18 Ene 2022

La revista Litorial dedica su último número a este sentimiento

El territorio (lector) de la felicidad

Esther Peñas / Madrid

En estos tiempos pandémicos, de miedos (fatuos y no), de angustias por un futuro que ya no parece contener progreso, mejora de la calidad de vida ni bienestar, de películas y series apocalípticas y una literatura autorreferencial, que rebaja la calidad y subestima al lector, se agradece la apuesta temática del último número de la revista Litoral: la felicidad.

Aunque «es imposible trazar en un mapa los destinos de la felicidad, cada ser guarda en su corazón, en su maleta o en su bolsillo, una brújula distinta que le indica el norte de su alegría, sentimiento que es traje por antonomasia de la felicidad», nos dice Lorenzo Saval en su saluda, y pese a que en estos tiempos que vivimos «puede parecer una utopía», necesitamos como nunca habitar aquellos espacios (de memoria, físicos, comunes, íntimos) que nos produzca esa suspensión momentánea de todo, esa sensación fugaz de plenitud. La lectura, sin duda, es un camino exitoso para ello. 

A lo largo de sus casi trescientas páginas, Litorial, como acostumbra, delimita el territorio sobre el que se despliega y así coloca jalones y leyendas: ser feliz, la feliz antigüedad, el placer de vivir, la arcadia feliz, carpe diem; el instante que se va; almas dichosas; naturalmente feliz; beatus ille; la alegría; la terapia de la risa, humor feliz; ocho maneras de ser feliz; amor pleno; sexo feliz; placeres alimentarios; la felicidad de los libros; amigos felices; felicidad fantásticas; felicidad maquinal; notas felices; alegres animales; la engañosa felicidad y entre penas y alegrías. Estos son los parajes soberanos sin otra jurisdicción que el deseo irrenunciable de ser feliz que delimita Litorial.

La prosa (y sapiencia) de González Iglesias nos hace recalar en dos estaciones necesarias para la felicidad, el «gaudeamus» («gocemos/ mientras somos jóvenes») y el beatus ille («dichoso el humilde estado/ del sabio que se retira/ de aqueste mundo malvado») al tiempo que nos recuerda que «las palabras nos mejoran», y Antonio Lucas nos procura un inmenso y bellísimo (lo cual es sinónimo de lo feliz) poema, Cumpleaños: «Al borde de las copas ya suena la elegía: es la sangre de los trópicos, el tiempo aquel de las pupilas rotas», mientras Antonio Praena, en su disfruta de la noche, asegura que «todos danzamos/ aunando en comunión el albedrío».

Acaso, de los momentos más felices en esta lectura, el poema de Jorge Guillén: «Beatus ille quien/ hasta lejano de la propia senda, respira un aire bien/ solar sin que se le encienda/ nunca en su frente chispa de contienda». O El hombre alegre, de Vicente Huidobro: «(…) y su canción/ no brota de sus labios», quizás La alegría de Valente: «(…) Ven hasta aquí,/ pisa todos los límites/ todos los intersticios y las toses airadas/ de la pequeña muerte».

La nómina, una vez más, de autores es de un arco dramático pleno, desde los clásicos (Aristóteles, Víctor Hugo, Jacinto Benavente, Séneca o Diderot), hasta los insólitos (Marilyn Monroe), los maestros (Bécquer, Octavio Paz, Vallejo, Cardenal, Montale…), los próximos (Luis Alberto de Cuenca, Atencia, Amalia Bautista), los raros (Carls Edmundo de Ory) y tantos otros.

Un magnífico modo de inaugurar este año par, la lectura de Litoral, a propósito de la felicidad, «un arma caliente que nos dispara al corazón, siempre con la complicidad de un buen sueño, que es el lugar donde reposan todos los deseos».