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Mario sazt, durante la presentación de Una piedrecita blanca

Entrevista

7 Feb 2022

Mario Satz, escritor

«Todo creyente auténtico es fundamentalista, pero puede ser pacífico»

Esther Peñas / Madrid

Dice el Apocalipsis: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré del maná escondido y le daré una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita un nombre nuevo, el cual nadie conoce sino aquel que lo recibe». A partir de este sugerente y enigmático mensaje, el escritor Mario Satz (Buenos Aires, 1944) imagina cómo pudo ser «el discípulo amado», cómo se organizaban y quiénes eran los primeros cristianos, la belleza de las enseñanzas, los recelos, los temores, la inocencia primera. El resultado, Una piedrecita banca (Eirene Editorial).

Juan, ¿es el más fascinantes de los apóstoles?

No creo que Juan sea el más fascinante de los apóstoles. Sin duda alguna es Pablo, con sus cosas buenas y malas. Pero el hecho de que en el Apocalipsis empiece nombrándose es de una gran modernidad o, cuanto menos, actualidad, me parece.

Es un judío extraño, Juan, que habla griego, ¿está más próximo a la cultura helenística que hebrea?

Está, como puede verse en el libro, a caballo entre el hebreo -lengua cultural-, el arameo -lengua coloquial de entonces-, y por supuesto el griego. El cristianismo es indivisible del helenismo.

¿Qué cosa oculta nos revelará el nombre escrito en la piedrecita blanca que recibiremos cada cual, de la que habla el Apocalipsis?

La piedrecita aparece mencionada en el Apocalipsis, yo no la inventé. Inventé, eso sí, su historia, su punto de vista para hablar de su época. En cuanto al nombre, ¡es el de cada uno de nosotros, pues ella es una suerte de espejo e imán al mismo tiempo! Todo está explicado en las notas finales, que considero no sólo muy bellas sino también pertinentes.

La piedrecita blanca, que nos narra la historia, ¿es una, individual e intransferible, o la compartirán los elegidos, irá de mano en mano, como en su novela (que la sostiene desde el escriba Ajitob a Juan el Zebedeo?)

Irá de mano en mano, se perderá y se volverá a encontrar. Los pitagóricos tenían una suerte de talismán para entrar a las dependencias de sus escuelas. Es una credencial con una memoria de superdotada.
Siento una gran ternura por mi piedrecita: intenta ser objetiva y no siempre lo consigue. Diría que es un libro muy humano sobre un texto casi fatídico de la cultura occidental, entre exaltado y bilioso. Fue empleado como instrumento de tortura o de condena, un cedazo mortal. Un libro para inquisidores

Por cierto, que uno de los asuntos es el tráfico de antigüedades, de objetos religiosos. ¿Cuánto de filosofal tiene esa piedrecita blanca, está emparentada con la senda cabalística?

No hay mucha Kábala, la verdad, pero sí mucha filología griega y hebrea. Viajes hacia el significado de las palabras. En cuanto al tráfico de antigüedades, ya existía en Egipto, y por supuesto en la Magna Grecia o sur de Italia, que los romanos saquearon buscando objetos griegos. Sobre todo, cráteras. Vasos pintados.

¿Cuándo uno se convierte en fundamentalista?

Todo creyente auténtico es fundamentalista, pero puede ser pacífico, como los budistas y los primeros cristianos, o agresivo como los islamistas actuales. Fundamentalista se ha convertido en una mala palabra, pero recuerda que a los Evangelios no le gustan los tibios.

¿Qué supuso la isla de Patmos para los primeros cristianos, que fueron en origen judíos?

Patmos fue uno de los tantos paraderos provisorios. Se movían mucho y se comunicaban entre sí con silencios significativos y palabras clave, aquellos heroicos cristianos. Sabemos eso por los topónimos que figuran ya en el comiendo del libro.

Los personajes de Patmos, de alguna manera refugiados o exiliados, trazan una red de afectos muy interesante. El amor, ¿todo lo puede?

Claro que sí, el amor todo lo puede. Ayer, hoy, y siempre, es la única argamasa que genera una y otra vez ilusiones. En cuanto a la amistad, la fraternidad, hubo épocas mejores que la nuestra para ella, tan autista y digital.

Hay mucho amor hacia la figura del maestro (Pitgamei Yeshu, pero el propio Cristo, claro). ¿Cómo se les reconoce, a los maestros?

Los Pitgamei (proverbios) Yeshu son la médula espinal del libro. Y, como las frases del Evangelio de Tomás, que no es canónico pero sí hermoso y perturbador, contiene frases fosforescentes para pensar muchas veces. En cuanto a mi amor por Jesús, no es mayor que el que siento por el Buda, Pitágoras, Sócrates o Lao Tsé. Pero, y si el cristianismo ha de sobrevivir, habría que releerlo de arriba abajo sin prejuicios ni deseos de barrer siempre para casa.
Dos frases que no son mías sobre los maestros: «Maestro es uno que empezó antes que tú». «Maestro es aquel a quienes los demás llaman maestro».
No se reconocen fácilmente los maestros, Confucio murió como maestro y a los ciento cincuenta años de su fallecimiento se erigió el primer templo confuciano. Y no se reconocen, en muchos casos, hasta décadas después de su magisterio. Muchísimos han pasado desapercibidos incluso para los más cercanos.

¿Cuánto de apocalíptico tiene la época de hoy en día?

Sin duda, estamos en una época apocalíptica, pero también genésica: tienes el virus y tienes la vacuna, la condena y la absolución, la desgracia y la gracia muy cerca la una de la otra.

Si allí reside lo más hermoso, ¿cómo ir «a lo más profundo»?

Lo más profundo es siempre aquí y ahora. Casi mil doscientos años después de Jesús, san Francisco se vuela la cabeza leyendo el Evangelio. Eso es ir a lo profundo, así pasen miles de años de la creación -y el ocultamiento- de un tesoro.