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Cubierta de los relatos de Joyce

Entrevista

5 Abr 2022

Diego Garrido, traductor

«Estoy seguro de que Joyce murió sin conocer la magnitud real de lo que había hecho»

Esther Peñas / Madrid

Sin apenas haber cumplido un cuarto de siglo, Diego Garrido se ha convertido en el traductor más joven de James Joyce del que tengamos constancia. Ha hecho posible que, por primera vez, se traduzcan al castellano cuarenta años de escritura breve (cuentos, anotaciones, epifanía, intentos de biografía, fábulas…) en una edición preparada, traducida y anotada por él. El resultado: James Joyce. Cuentos y prosas breves (Páginas de Espuma), más de quinientas páginas de lectura fascinante.
 

Cuando un autor escribe una obra monumental como Ulises, pero también Retrato de un artista adolescente, parece que todo lo que estuviera entremedias o viniera después estuviera abocado a un silencio, a un desmerecer. ¿En qué reconocemos a Joyce en sus cuentos? ¿Están a la altura de su narrativa novelística?

Los cuentos de Joyce están entre los mejores cuentos ingleses de su siglo, y se aguantan en pie por sí solos. No son ninguna curiosidad, ni sirven solo para una mejor inteligencia de Ulises, por mucho que lo dijesen Borges o Nabokov. El hecho de que algunos de sus personajes se vuelvan hipertrofiados en Ulises solo hace que los dos libros sean mejores. Sin Ulises, los cuentos de Dublineses son igualmente una pequeña obra maestra. Ulises mejora Dublineses, como Dublineses mejora Ulises o como la película de John Huston mejora ‘Los muertos’.

¿Es Los muertos, el mejor relato del inglés?

‘Los muertos’ es el mejor cuento de Dublineses —y quizá de su siglo— gracias a la nostalgia. Joyce se encuentra en Roma, odiándola a ella y a los romanos. Por primera vez descubre que Irlanda no era el Infierno: al contrario, era su casa. Descubre que la hospitalidad irlandesa era eso, irlandesa. Estas ganas de volver a casa, unidas a la imposibilidad de hacerlo (sería admitir su derrota ante la gente que, piensa, lo traicionó) desembocan curiosamente en una comprensión y un cariño que Joyce no había sentido hasta entonces. Por supuesto, y afortunadamente, seguía siendo Joyce: nada de sentimentalismos, que matan la emoción.

Diego GarridoDestaca, especialmente, la profundidad psicológica de sus personajes en estos relatos. ¿Por qué tipos humanos sentía fascinación Joyce?

A Joyce le fascinaron muchos tipos humanos. Le interesó lo que vio: gente más bien pobre o de clase media —nada más difícil que llegar al «alma» de la clase media. Él lo hizo. Ha pasado a la historia por dos personajes: Stephen Dedalus, versión desencantada de su propia juventud, joven triste, rabioso, brillante, agotado, aforístico y metafísico —un ser excepcional— y Leopold Bloom, un hombre de mediana edad, bueno, más bien inteligente, raro en lo sexual, corriente en muchas otras cosas, pero imaginativo e ingenioso —un personaje también excepcional, muy mal visto por la crítica general como, «el hombre medio». ¡Ojalá!

Da la sensación de que la cartografía cumple un papel casi seminal en las narraciones, Dublín, claro, pero en general Irlanda, como si reivindicase esa idiosincrasia soberana, ¿algo así? 

Joyce sentía que los escritores irlandeses no entendían Irlanda. Irlanda no era solo el negativo de Inglaterra, ni era solo una tierra de folklores, mitos y política. Era su historia y era los irlandeses, todos los irlandeses: y que no se entienda mal esto, Joyce no tuvo ningún ánimo conciliador: su ánimo fue estético. No logró identificarse con el Renacimiento Celta, menos con los pro-ingleses; se marchó y trató de imaginar Dublín, su Dublín piedra a piedra, hombre a hombre y mujer a mujer. Era lo más cerca que podía estar de su casa, que ya no existía más.

Una y otra vez, la juventud. ¿Pudiera pensarse que le angustiaba (es una constante crónica, casi malsana), como si nada importante o de interés pudiera sucederle a uno después de ella?

Joyce estuvo obsesionado con la juventud y con la pérdida de la juventud; luego comprendió que, seguramente, se había equivocado. ¿Cuál era el objetivo de Joyce? Escribir buenos libros. ¿Cuándo los escribió mejores? Cuando su ánimo estaba templado —una temperatura perfectamente compatible con el fuego creador, que no debe quemar o saldrá una brasa. La juventud de Joyce fue una juventud alucinada, triste y dolorosa. Mitificarla, comprendió, era romantizar —¡nada más lejos de su ánimo!

¿Qué es lo más fascinante de Joyce, como escritor, como persona?

Recuerdo un mini-cuento de Borges que hablaba de un maniaco que quiso hacer un mapa del mundo a escala 1:1, un mapa del mundo que fuese tan grande como el mundo. Joyce quiso hacer lo mismo y la literatura fue su herramienta, quiso expresar la vida como se vive. Lo más fascinante de Joyce es, en mi opinión, que no vio desde el minuto uno que esto era imposible y que era una empresa vana, es decir, que lo intentara: esta terquedad inaudita nos ha dejado una de las obras más curiosas y mejores del Siglo XX.

¿Por qué ese encono, ese desprecio hacia la literatura fantástica?

Pienso que Joyce no despreció la literatura fantástica. Ulises y Finnegans Wake son dos obras perfectamente fantásticas, llenas de criaturas mágicas, sueños, visiones y pesadillas. Ulises es una pesadilla mirada con lupa; Finnegans Wake con microscopio.

Leyendo alguno de estos textos, se advierte su calidad de borradores (aunque ¡benditos borradores!). ¿Le hubiera gustado al él ver todos estos textos publicados?

No, seguramente a él no le hubiera gustado que viésemos su «cocina» —era un hombre muy vanidoso. Pero afortunadamente él ya es de todos y nos lo podemos permitir. Lo mejor que le puede ocurrir a un escritor es que algún día deje de ser él y pase a ser todos. Esto le ocurre a muy pocos. Le ocurrió a Cervantes y a Coleridge.

Respecto del cuadernos dedicados a sus amigos y sus enemigos, ¿podríamos asegurar que era consciente del lugar que ocupaba en las letras, le dolían las críticas que recibía?

Era consciente del lugar que quería ocupar, o más bien del que podía ocupar. Era muy consciente de su talento y sobre todo de sus energías, tan importantes o más. El genio, sin embargo, no puede comprender el genio, y estoy seguro de que Joyce murió sin conocer la magnitud real de lo que había hecho. Sabía que le iba a salir, y se esforzó porque le saliera, pero le salió «a pesar de sí».

Leí –no recuerdo dónde- unas declaraciones suyas en las que insistía en que había mucho humor en estos relatos. Vinculo este testimonio con el hecho de que estuve viendo Silencio, de Juan Mayorga, un texto fantástico pero muy denso que incluye algunas notas de humor, a mi criterio innecesarias, como si al público hubiera que entretenerle, aligerar ciertas experiencias que pueden ser densas, o intensas… no sé si estás de acuerdo. Quiero decir, que un texto grave, pero sublime, no requiere del humor para hacerlo accesible… (y que conste que hice mi tesis sobre ¡Jardiel Poncela!)

Él nunca vio en el humor una manera de hacer sus libros accesibles. El humor podía ser algo muy grave, una herramienta del arte. El suyo fue un humor bajo y escabroso, muy de caca culo pedo pis, en ocasiones graciosísimo, en otras… menos.