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Jaime D. Parra

Entrevista

3 Mayo 2022

Jaime D. Parra, poeta

«Puede que al final no haya más belleza que los precipicios»

Esther Peñas / Madrid

Los poemas que componen Wyoming (Animal sospechoso), de Jaime D. Parra (Huércal-Overa, 1952) son meteoritos místicos, herméticos, mistéricos, sugerentes. Saben a rosa de Alejandría y prenden el incienso. Acaso no en vano sea un entendido y entusiasta de la obra de Cirlot. Conversamos con él por este sendero suyo de lo numinoso.

«La poesía es la gran salvadora», leemos en el prólogo. ¿De qué salva?

Salva de la falta de poesía (aunque parezca una obviedad): ya cuando era adolescente el mundo me parecía demasiado prosaico, creado para gentes en prosa, banqueros y comerciantes, y me preocupaba cómo sobreviviría en él. Como Boecio a la filosofía, yo me acogí en mis años juveniles a la «consolatio» de la poesía.

¿Qué ilumina «la luz en el exilio»?

Ilumina todo lo que toca, el camino mismo del exiliado o la exiliada (o de quien cree serlo); la voz de la soledad, que es sombría; la desesperación, que es negra; los sentimientos, que no son incoloros; los sentidos, que a veces parecen enrarecidos, o manchados de tinta. Ilumina y da luz de color naranja o amarilla o verde o lila. Y a veces “luz negra”.

¿Qué importancia tiene lo onírico en la poesía y en la vida, en general?

La vida nocturna es la mitad de nuestra vida. No entiendo la poesía sin lo onírico. Importan los sueños. Sean diurnos o nocturnos. La poesía es como el sueño: tiene halo mágico, magnetismo, desconcierto y felicidad, a la vez; irradiación y di-solución. Como el sueño, la poesía es simbólica, vive de imágenes, y las imágenes nos fascinan más cuanto más alucinantes. El hombre es un dios cuando sueña, decía Hölderlin.

¿Qué le sostiene a uno «entre pérdidas»?

Las pérdidas mismas son un sostén, como el detritus es el comienzo de la fertilización, o como el humus es generador de vida. Esto, sencillamente, es así. La poética de las pérdidas consiste en revertir la situación: transformarla. Perder, pero perder de verdad, para llegar al hallazgo, diría Apollinaire. De las pérdidas, y de la crisis, ha surgido siempre una situación apta para la gran poesía. Pura pérdida no es absurda pérdida. Es transformación. Todo arte es alquimia: en la poesía y en la vida.

Su poesía está atravesada por el misterio, por lo simbólico. ¿Hay un alejamiento del hombre moderno de lo sagrado? ¿Qué perdemos si perdemos lo sagrado? 

Un dedo nos señala el misterio. Es como un índice. Lo sagrado se manifiesta en lo actual, como estaba en el pasado, en sus dioses y sus mitos. No han desaparecido los símbolos, que son vivenciales: ha variado la situación, el sitio, el nombre, el prisma; pero persisten como fuerzas vivas. Lo sagrado está ahí, nos envuelve. La misma sexualidad o la fascinación de un filme puede tocar lo sagrado, lo numinoso. ¿Qué perdemos, si nos alejamos? Perder lo sagrado es perder la visión del sentido. La perspectiva. Un cuerpo sin psique. Es ponerse delante del desierto y dejar que la arena avance. 

¿Cómo hacer de las «horas pensativas» terreno fértil?

Las horas pensativas son como las estrellas nocturnas, que se fijan en ti, y parpadean y te van sacando hilo a hilo imágenes creativas, que no se dejan morir. Además, todo verdadero pensamiento y creación nacen del aparente vacío, de aquietarse: del silencio generativo. Hay algo de alucinación, de iluminación en eso. Algo de imán, de electricidad, como en el rayo.

«Llama a tu tiempo otro tiempo: ya muerto». ¿Cuál es el tiempo de la poesía?

La poesía se escribe desde aquí, con voces de aquí, y pueden rozar el allí y la otredad. Es como una bisagra en los límites del lenguaje. El tiempo «muerto» es de recuperación, pero tiempo «ya» muerto es no tiempo. En la muerte no hay tiempo ya. La poesía, arte temporal, es el tiempo vivo que roza el tiempo muerto y nos avisa; y puede ser mediadora. La poesía, ante todo, es tiempo propicio.

¿Se sale indemne del exilio?

No se sale indemne de nada, si ha habido riesgo. Se vive en exilio, y con él vivimos aunque regresemos cada día a casa. Nosotros mismos somos exilios. Seres en extranjería. Emigrantes y pasamos. Algo nos empuja siempre hacia otra parte: fuerza, temor, extrañeza, incertidumbre. Y puede que al final no haya más belleza que los precipicios.

¿Qué disposición de ánimo hace falta para recibir los múltiples mensajes o símbolos que nos muestra la vida?

Tu ánimo es tu destino: tu alma y tu tino. El des-ánimo esteriliza, mata. El universo es un jeroglífico, un puzle, un rizoma, una red de símbolos y relaciones vivas y se necesita mirar animado para ver. Lo que ves en una gota de agua está en un vaso y en el mar y más. Cada ojo mira desde su interior que hace de túnel o de puente. Pero ¿dónde ponemos el ángulo de visión? 

«Uno llega donde llega su respiración». Sin embargo, vivimos en un sistema que nos fatiga, que nos angustia. ¿Cómo hacer de nuestra respiración algo acompasado con la belleza, con el sosiego?

La respiración es el alma de lo vivo: su energía y su compás. Su ritmo. Como un pájaro, impulsa: aire, aliento, hálito, latido. Dominas la respiración y dominas el cuerpo, tu mundo. Si la respiración cesa, el cuerpo no responde, y se encamina hacia la destrucción, que bien entendido es una vuelta al cosmos, al origen. Regeneración. La belleza es respirar a pesar de las ruinas, o a través de ellas. La belleza emana desde el fondo umbrío de las raíces hasta el color amarillo o azul de la flor. Sosegarse, aquietarse, escuchar. ¿Estoy diciendo algo muy terrible?

¿Cuál es el límite de un verso?

El verso puede ir independiente, en una línea poética,  o como un fragmento, o como salto de la sintaxis a la línea siguiente, implicándola, con ritmo fluyente. Y en otras formas. La poesía, con frecuencia, rompe límites. Y ahora no nos importa tanto la regularidad como que la escritura tenga su pulso y litorales que respiren. Letras, sonidos, sintagmas, reiteraciones, aliteraciones, espacios, silencios, también imprimen. Creo que el ritmo –la respiración- es fundamental.  Y el límite de un verso es su poeta.