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Fourier

Entrevista

6 Jun 2022

Fernando Díez, historiador

«Hoy parece que más que futuro hay memoria»

Esther Peñas / Madrid

Pocos otros como Charles Fourier (1772-1837) han dedicado la energía, la pasión y la capacidad de pensamiento para idear la ciudad perfecta. Los falansterios, organizados por normas de convivencia que, dos siglos después, mantienen su fuste de modernas, y cuya lectura a día de hoy resulta más fresca que muchas propuestas contemporáneas. El historiador Fernando Díez acaba de publicar el ensayo La utopía oculta: Charles Fourier y los orígenes de la cultura del deseo (Marcial Pons), en el que trata de analizar esta figura por encima de una corriente —el socialismo utópico— que no supo entender, a juicio del historiador, la altura de sus planteamientos.

Después de escribir este ensayo, ¿qué destacaría de Fourier como ideólogo?

Charles Fourier concibió su utopía en el primer tercio del siglo XIX. Ya en vida, su pensamiento utópico fue la base de uno de los socialismos románticos de la época que se denominó a sí mismo furierismo. Desde el primer momento, su relación con el furierismo fue conflictiva. Por una parte, necesitaba de un movimiento social que trabajase por la realización de su idea de una nueva sociedad. Por otra, se revolvía contra los líderes de este movimiento, pues consideraba que alteraban gravemente los fundamentos en los que se basaba el nuevo mundo que su utopía buscaba.
A partir de entonces, Fourier ha quedado adscrito a lo que poco después se denominaría socialismo utópico, el más importante de los socialistas utópicos, pero su devenir histórico como pensador quedaría gravemente engatillado por esta denominación que no le hace justicia en absoluto, pues limita y tergiversa gravemente su pensamiento.

Si rescatamos a Fourier de los brazos pretendidamente atractivos, pero asfixiantes, del socialismo utópico, lo que resulta es un pensador que, en el modo utopía, es uno de los primeros que esboza algunos de los rasgos maestros de lo que podemos llamar Modernidad. Y lo hace, lo que es su genio particular, de una manera extrema. Al límite. Su idea de la Modernidad pivota enteramente sobre la expresión y realización de las fuerzas elementales del psiquismo humano, a las que entonces se llamaba pasiones; en la plasmación radical, individual y social, de la imaginación del deseo y, en tercer lugar, en el inmenso poder de atracción que él creía anida en las pasiones que busquen su satisfacción en un medio social enteramente liberado de represiones. 

Por esta vía, Fourier se convierte en un pensador original e importante en el arranque de la Modernidad que, mediante el contenido de su utopía, establece una forma de la misma que hoy nos es muy reconocible en alguno de sus aspectos fundamentales.

¿De qué manera contribuyó Fourier a la cultura del deseo?

Fourier recoge una tradición inmediatamente anterior a él, propia de la Ilustración liberal del siglo XVIII, en la que había comenzado a construirse una cultura del deseo, mediante su relativa liberación en el contexto del capitalismo comercial de la época. Él retoma esta corriente, la reformula y le concede una expresión radical y todo ello como programa de la construcción de un nuevo mundo, al que llama Armonía. En su reconstrucción, el malo de la película no es el capitalismo, sino la Civilización. Fourier utiliza este término para hablar de todas las sociedades históricas, también la que tiene ante sus ojos, a las que define por la sistemática represión de las pasiones y los deseos que tiene la funesta consecuencia de convertir las primeras en lo que él denomina «contrapasiones» (las pasiones reprimidas que crean en su plasmación todo tipo de males, desavenencias, violencias). Por ejemplo, la pasión sexual convertida en contrapasión como lujuria, la pasión adquisitiva convertida en avaricia. En estas condiciones, todo tipo de males, amenazas y dominaciones sociales están servidos. En consecuencia, la Civilización cursa necesariamente mediante el desarrollo de un aparto gigantesco de represión, suspicacia y vigilancia, dado el desarrollo de contrapasiones que le es propio y los efectos deletéreos de las mismas.

Para él, el capitalismo es una forma más de economía civilizada. Para Fourier el mal no es la economía, una economía de pasiones económicas desatadas, de deseos materiales, de pasiones adquisitivas, de consumo desaforado. El mal es psíquico, cultural, moral en la medida en que el capitalismo desata las contrapasiones como economía civilizada que es. 

Si hay un Fourier «socialista», resulta más bien rarete, extravagante y muy poco propicio para conformar un anticapitalismo de clase obrera. Cómo se come que su pretendido socialismo sea la expresión y manifestación máxima de las fuerzas apasionadas de los humanos, en cualquier aspecto de la vida y de la correspondiente liberación del deseo. Una sociedad de un hedonismo muy subido de tono que los movimientos obreros de la época ni entendieron ni podían entender.
  

A grandes rasgos ¿en qué consiste el nuevo mundo amoroso que propuso Fourier que, en cierto modo, puede considerarse feminista?

Fourier analiza de manera muy pormenorizada tres instancias fundamentales en las que bullen, o pueden hacerlo, las pasiones y los deseos de manera muy propicia para la realización de su utopía. Tres instancias que están especialmente perjudicadas, dislocadas y pervertidas por la Civilización: la comida, el sexo y amor y el trabajo. 

Un lector actual de Fourier podría rescatar, de alguna manera, la primera, la comida, en la medida en que Fourier es el inventor de lo que llama gastrosofía (ciencia de los apetitos, los gozos y los sentimientos, fusionado en el conocimiento culinario), y un consumado relator y articulador de los placeres de la mesa en un sentido amplio y muy sugestivo. La felicidad del trabajo nos queda lejos, no porque las ideas de Fourier al respecto no sean interesantes, sino porque para nosotros el trabajo ha perdido toda su enjundia, que es mucha y problemática, y se ha trasmutado en empleo. Nos preocupa mucho el empleo y no damos muchos duros por el trabajo al que es frecuente ver como una añagaza.

En materia de sexo y amor, nuestro autor parece hoy día nuestro hombre. Defensor de una verdadera revolución sexual que libere todas las sexualidades entre gente adulta y libre y un esmerado analista del amor en todas sus manifestaciones. Para Fourier el sexo y el amor cumplen, liberados de imposiciones, permanencias y rutinas, un papel muy importante en su sociedad utópica por la cantidad de pasiones y deseos que propician y por la corriente de atracción que puede establecerse entre los practicantes.

Pero, ¿es apropiado hablar de feminismo, en el caso de Fourier?

El feminismo puede hacer una lectura feminista de Fourier. Es normal y da motivos para ello. Baste recordar un texto suyo que se ha citado repetidamente: «El progreso social y los cambios del período histórico se producen en proporción a los avances de las mujeres hacia la libertad; el declive social ocurre como resultado de la disminución de la libertad de las mujeres».

En mi opinión, como historiador que soy, esto no es demasiado relevante para entender al personaje. Más bien puede distorsionar su pensamiento y su importancia en la historia intelectual. La crítica radical de Fourier al patriarcalismo, al sometimiento social de la mujer, a la asignación de roles condicionados por el sexo, no debe leerse como un asunto de injusticias y derechos conculcados. De denuncia de una victimización. Fourier no está aquí, lo que hace que su pensamiento resulte doblemente sugestivo.

¿Dónde está? Está en otro sitio desde el que la crítica a lo existente se hace, en esta materia, con una radicalidad y desembarazo muy llamativos para el tiempo en que se hizo: las dos primeras décadas del siglo XIX. Pensemos en su reivindicación de la homosexualidad masculina y especialmente femenina. En su aceptación de la prostitución siempre que sea un ejercicio de libertad sexual de los que la practican y disfrutan con ella mediante una combinatoria explícita de pasiones sexuales y adquisitivas. En la defensa a ultranza del mariposeo sexual y amoroso, en el rechazo del matrimonio y en el respeto y la admiración que le produce la existencia de amores platónicos en ocasiones completamente asexuados.

¿Lo que denominó «nuevo mundo amoroso»?

Fourier está en la libertad absoluta que exige la movilización completa de las dotaciones pasionales y las imaginaciones del deseo de los miembros de Armonía, de todos ellos, tenga el sexo y las inclinaciones que tengan. Aquí está el fundamento de lo que él llamó el nuevo mundo amoroso. Armonía no puede funcionar sin esta movilización en las condiciones de la máxima libertad que permita la completa eclosión de las pasiones y los deseos. Lo que la Civilización hace, en el caso de las mujeres, es un completo desperdicio y desprecio de las fuerzas que anidan en la mitad de la humanidad y, además, lo hace con una represión aumentada. Unas fuerzas sin las cuales otra sociedad, otro mundo, no es posible. Armonía no viene a resolver un viejo problema o a rescatar a las víctimas del proceso de civilización, Armonía viene a fundar una nueva sociedad que nada tiene que ver con lo conocido y que se hace enteramente de nuevo. 

Creo que Fourier no podría entender cosas como la corrección política, pues le sonaría a civilización por otros medios. Después de todo, algo que censura y reprime, por lo tanto, algo que propicia el engaño y la simulación. Fourier busca una sociedad de la transparencia. Es su ideal.

¿Cuánto de adversarios y de camaradas existe entre Sade y Fourier?

Fourier es el anti-Sade. El Marqués desvela una sexualidad presidida por la fuerza extrema y libérrima en su aspecto más agónico, más dominador como manifestación de poder, de un vitalismo avasallador, donde las víctimas o bien asumen y disfrutan su papel de tales, o son violentadas de manera extrema al servicio de la expresión y satisfacción de una pasión sexual que tiene detrás una condición ilimitada de irrefrenabilidad.

Fourier conocía la obra de Sade y es la otra cara de una sexualidad fundada en el mutuo placer de los copartícipes y de la armonización que la sexualidad puede favorecer en el nuevo mundo de su utopía, mediante el juego de las atracciones que propicia. Sade es la expresión más extrema de la sexualidad civilizada y del juego de contrapasiones que desata. Fourier se presenta como el liberador de una sexualidad activísima y positiva. Sin embargo, ambos colocan la sexualidad en una posición muy relevante entre los humanos y la tratan fuera de toda censura.

En qué momento se «domestican» las ideas de Fourier?

El furierismo, la rama del movimiento obrero que se articuló sobre su utopía, fue el domesticador de Fourier, precisamente por su proximidad al mismo. En el furierismo elimina todo lo que Fourier dijo sobre el sexo y su papel en Armonía, y rebaja la reivindicación de la liberación de la mujer, aunque esto último no desapareció por completo.

¿Se agotó el tiempo de las utopías?

Las utopías necesitan la expectativa de futuro, son futuro. Hoy parece que más que futuro hay Memoria (quizá mejor con letras capitales). Esto no es nada bueno para el desarrollo de un espíritu utópico. La memoria es tiempo pasado y suele predominar en tiempos de perplejidad, de desaliento, de ilusiones perdidas. Un historiador, que es lo que soy, suele recelar de la Memoria precisamente en la medida en que se dedica profesionalmente a tratar de estudiar el pasado. No a novelarlo, no a someterlo a algún tipo de relato reducido a narrativa de parte e interesada. La Memoria es siempre de parte interesada. Por otra parte, está el recuerdo, que me merece la más alta consideración como una especie de memoria personal y menor para andar por casa. También es siempre de parte interesada, pero no puede aspirar a la posición privilegiada que alcanza la Memoria, generalmente por motivos políticos.
Dicho esto, creo que no es buen tiempo para las utopías.

Una de las críticas que tuvieron las utopías era que no contenían las herramientas ni los presupuestos capaces de dinamitar el capitalismo. Más de un siglo después, seguimos sin propuestas que lo consigan. ¿Esto nos dice que el capitalismo es un sistema irrevocable, que los utópicos se han domesticado por el capitalismo o que falta deseo auténtico por cambiarlo, o acaso agotamiento de la imaginación?

Me parece que tu pregunta se centra en el capitalismo y las posibilidades de acabar con él, aunque solo sea poéticamente en el modo utopía. Lo único que tengo que decir es que el capitalismo está vivo y coleando, más que nunca, sin enemigos a la vista, mientras que toda la tradición anticapitalista occidental, que es la de referencia, está acabada, inexistente. Alguno ha propuesto que hay que volver al socialismo utópico precisamente en un tiempo tan poco propicio para las utopías. Hoy se está en otra cosa y esto es así porque el anticapitalismo está desaparecido. Se está en la política progresista, en las guerras culturales, en la imposibilidad de resucitar una cultura antagónica frente a un capitalismo que acabó con ella no por asesinato, sino por integración a su propia musculatura; una integración sólo comprensible en la palestra ilimitada del Mercado tal y como cursa en el presente.