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Cubierta del libro

Entrevista

9 Jun 2022

Félix Ruiz de la Puerta, escritor

«El arte se ha olvidado del alma femenina para dar énfasis al cuerpo»

Esther Peñas / Madrid

En Damas, diosas y musas (Ediciones asimétricas), Félix Ruiz de la Puerta (Toledo, 1948), emprende un itinerario cuyas hosterías le llevan a analizar la representación de la mujer en el mundo del arte, desde las venus prehistóricas a las figuras curvilíneas de Tamara de Lempicka, pasando por la figura de la geisha. Este matemático, doctor en Filosofía y profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid consigue embarcarnos en un viaje vehemente durante el que abre no pocas líneas de fuga.

¿Qué diferencia a una dama de una diosa y de una musa? 

Quizá la diferencia esté en cómo se perciben esas tres figuras. Para ser más concreto, diría que la musa es la ensoñación; la diosa es la creación y la dama es la que goza lo femenino. 

Aunque en su ensayo hay un recorrido exhaustivo de lo que ha supuesto la mujer en el arte, ¿cuáles podrían ser los jalones históricos que marcan cambios irreversibles en esa concepción?

Los cambios en los medios de producción económicos y el control del poder por la clase dirigente; en particular, los movimientos históricos que han desplazado lo matriarcal en favor de sociedades patriarcales.

El arte desde antes de Pompeya (aunque las villas nos ofrecen mucha información al respecto), ¿da buena cuenta de la vida de las mujeres?

Las Venus de Paleolítico y, en particular, la Venus de Willendorf, nos informan de la importancia de las mujeres en aquellas sociedades. La Venus de Willendorf es un ejemplo extraordinario que habla de la mujer y no del hombre. Es decir, la pequeña estatuilla está reflejando una cosmovisión como nunca se ha realizado. Además de lo que se dice en el libro, hay que tener en cuenta el gorro que tapa el rostro, que nos comunica una visión del universo a través de la figura de la mujer. El gorro está formado por siete círculos que pueden representar los siete objetos móviles que verían estas gentes en el cielo nocturno y complementado con dos arcos incompletos que cubren la nuca, que muy bien podían representar el fondo, es decir, el cielo estrellado. Una percepción fenomenológica de esta figura nos da una información valiosísima del papel de la mujer en esas sociedades.

¿Por qué y de qué modo la mujer en Japón utilizaba la oscuridad para manifestar su personalidad?

Hay que tener en cuenta que las construcciones tradicionales japonesas son espacios donde predominaba la penumbra. En sus sumisos encuentros como los varones, desvelaban poco o casi nada de su cuerpo y menos de su espíritu, quizás para protegerse o bien para que el hombre pudiera fantasear con aquella mujer que tenía cerca y de la que desconocía su rostro que estaba demasiado empolvado con arroz.   

En la mirada masculina sobre la mujer, ¿cuánto de neurosis, traumas propios y miedos sociales se concitan?

En la mirada de la mujer se descarga toda la psique del varón; cuando este tiene un alto nivel de conciencia, la percepción no es traumática.

¿Qué cambia cuando quien refleja a una mujer es otra mujer y no un hombre?

Se desvela lo femenino en todo su esplendor; para mí resulta una experiencia maravillosa.

Geisha, mujer hacendosa, virgen inmaculada, mujer fatal, brujas... ¿cuánto de verdad hay en cada uno de estos estereotipos?

Todavía Occidente no ha tomado conciencia del desgarro emocional que supone el falso y destructivo juego erótico que sufre la geisha.

De entre todos los tipos de representación femenina que usted recoge, ¿por cuál siente especial querencia y por qué? 

Sin ninguna duda, por las representaciones femeninas de Renoir. Por qué, porque sin esfuerzo, sin prejuicios y sin propósitos se entra en el alma femenina. ¿Y puede haber algo más maravilloso en este mundo que esta percepción? 

Si «las ensoñaciones tienen fundamentalmente un carácter emocional y escapan al control de la irracionalidad», ¿cuánto de onírico, en líneas generales, tiene lo femenino en el arte?

Por regla general, la realidad femenina no es captada por el varón y, en su defecto, hay que fantasear, y el arte es una buena herramienta para este logro. 

¿Dónde residen ese gusto por la «ausencia de gesto» a la hora de representar a la mujer?

En la incapacidad por entender lo femenino, pero siempre hay excepciones.

A día de hoy, entrando en la postmodernidad (sea lo que signifique), ¿qué  caracteriza la representación de la mujer en el arte?

Las respuestas son muchas y variadas, por resumir: se ha olvidado el alma femenina para dar énfasis al cuerpo.