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Jesús García, durante la presentación del libro

Entrevista

17 Jun 2022

Jesús García Rodríguez, poeta y traductor

«En Emily Dickinson, se da una extraordinaria autenticidad e integridad entre su vida y su obra»

Esther Peñas / Madrid

Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830, - Amherst, 1886). Una poeta mistérica, mística, de raíces románticas. La cotidianidad de sus imágenes forja una dialéctica intensa, su insólita manera de puntuar (usando guiones, como quien tendiera casi obsesivamente puentes), su imaginario trascendente (el blanco, la abeja, algunos pájaros, la naturaleza, Dios) siembra una multiplicidad de sentidos y significaciones inagotables. El poeta Jesús García, miembro del Grupo Surrealista de Madrid, acaba de traducir un ramillete de sus poemas, acompañados —cada uno de ellos— por una glosa que los sitúa en su contexto, lo que facilita un primer acercamiento a la obra de la americana. El resultado: No soy nadie, ¿quién eres tú? (El sastre de Apollinaire).

Además de «nadie», ¿quién es Emily Dickinson?

Sin duda, la poeta más enigmática, original e influyente del siglo XIX en Norteamérica, y probablemente en Occidente. Una poeta surgida del Romanticismo que nos impresiona y conmueve por su modernidad.  

¿Qué hace de esta poeta una de las grandes poetas de todos los tiempos?

La autenticidad de su vida y de su obra; la pluralidad y hondura de sus temas y su forma tan personal y única de abordarlos; su sensibilidad, que desborda los límites temporales de su época; su capacidad de ver lo universal en lo particular; la delicadeza de su ironía y su uso novedoso del lenguaje, que le lleva a crear una poesía absolutamente singular y única.  

¿Qué tiene ella que resuena en ti?

Su sensibilidad por la naturaleza y por las especies y los espacios naturales; su ironía y sentido del humor al tratar temas en apariencia solemnes e incluso trágicos; su adentramiento casi sin llamar la atención en las esferas del inconsciente; su sentido para lo maravilloso y lo encantado del mundo; su capacidad de plasmar en muy pocas palabras el paso del tiempo, lo efímero del instante, la eternidad o la perplejidad ante el misterio de la existencia.   

Una de las aportaciones de esta edición, además de la propia traducción, son los comentarios a los poemas, que no clausuran ninguna interpretación sino que aportan claves. ¿Por qué decidiste incluirlos?

Como indico en el prólogo, los poemas de Dickinson has sido muy traducidos al español, pero poco «presentados» al público hispanófono en su contexto histórico, cultural, literario, religioso y filosófico. He intentado humildemente llenar, aunque sea de un modo mínimo, esa laguna con una labor de contextualización, intentando iluminar ese trasfondo de los poemas, que escapa a una mera traducción y que es muy importante para comprender su poesía (en ocasiones incluso imprescindible, pues sin él puede resultar en ocasiones en exceso hermética).

Ese constante blanco (color con el que vistió de manera neurótica al final de su vida), ¿qué representa?

Se han dado muchas interpretaciones, religiosas generalmente (el ángel, la monja), pero también personales (la virginidad, la infancia, la mortaja), literarias (la novela La mujer de blanco, de Wilkie Collins, de 1859, una de las primeras novelas de misterio, uno de cuyos personajes femeninos en efecto viste siempre de blanco, o la literatura de fantasmas) e incluso meta-literarias (recuerdo ahora la interpretación de Laura Freixas, que lo pone muy inteligentemente en relación con la página en blanco y la posibilidad de ser cualquier cosa). La propia Emily no da ninguna explicación clara ni determinante al respecto. Mi opinión es que tendría que ver de alguna forma (no necesariamente religiosa) con la renuncia personal de Dickinson a la vida social, y a un tiempo (no es ni mucho menos incompatible con lo anterior) con la consagración de su vida por entero a la poesía.     

Cubierta del libroA la hora de traducir a Emily, ¿qué es lo más complejo?

Sin duda, la sintaxis, debido a su peculiar ortografía, que usa guiones en lugar de puntos o comas, y hace muy difícil saber si una frase ha terminado del todo o no, dónde empieza una frase o cómo debe continuar. Por esa razón he optado por interpretar y adaptar su ortografía, eliminando los guiones en mi traducción y substituyéndolos por signos convencionales. Es una traición que a Emily le hubiera contrariado mucho (se enfadó enormemente con su editor Higginson  por una sola coma), pero que asumo por mor de la máxima claridad a la hora de presentar sus poemas. 
    
¿Cuál fue el criterio para escoger estos sesenta poemas?

Intenté buscar poemas representativos de los temas fundamentales de Dickinson, apelando, en muchas ocasiones, a sus poemas más conocidos, pero que, como dije antes, no son entendidos correctamente en muchas ocasiones. Recogí, por supuesto, los que me parecieron más hermosos entre los representativos, o aquellos que me provocaban un estremecimiento. Como la propia Emily decía en una de sus cartas, la buena poesía se reconoce cuando produce escalofrío, cuando produce un efecto físico en el lector o la lectora.  

La naturaleza y la religión son dos de sus ejes, en vida y en obra. ¿Desde qué lugar las aborda?

La actitud de Dickinson ante la cuestión de la trascendencia y la inmanencia es ambigua y compleja. Por un lado, la naturaleza suele aparecer en sus poemas como una fuerza maternal, benefactora, iluminadora, dadora de vida y de seguridad, mientras que el Dios del cristianismo (en concreto del calvinismo, en el que fue educada) se nos aparece como una figura absolutamente indiferente a los sufrimientos humanos y a veces incluso como malvado o vengativo, incluso cínico. Cuando Emily habla de Dios, y parece —por tanto— estar escribiendo del lado de la trascendencia, deriva hacia la ironía e incluso la burla, como si viera ese campo de la trascendencia como algo que le es completamente ajeno; cuando habla de la naturaleza o el amor carnal, y parece estar por tanto del lado de la inmanencia, surge siempre un elemento o un anhelo de trascendencia, y un sentimiento de lo misterioso y de lo maravilloso ante las bellezas naturales que parece indicar que es la inmanencia lo que le es en realidad ajeno y que quiere trascenderla. Me gusta denominar a esa actitud de Emily como misticismo laico.    

La biografía de Emily, ¿es tan fascinante como su obra?

Quizá no en eventos extraordinarios, peripecia vital, viajes o vida social, política o cultural, dado que permaneció en su ciudad natal la práctica totalidad de su existencia. Pero en lo que se refiere a su vida interior, y a la manera en que fue capaz de profundizar en el autoconocimiento y en las relaciones con sus allegados, y por su absoluta singularidad, desde luego que sí. 
 
¿Qué es lo que más te intriga como traductor de su vida?

Seguramente su decisión de recluirse en The Homestead, la casa familiar, y renunciar al contacto directo, incluso visual, con personas del exterior.  

¿De qué modo tienen que dialogar la vida y la obra en un escritor? ¿Puede la primera anegar la segunda, deslegitimarla (pienso en casos como el de Pound o Heideggerd)?

Personalmente, no creo que la vida, la biografía, deslegitime la obra de un escritor o artista; son, en todo caso, sus actos y decisiones sociales, morales o políticas los que deslegitiman esa vida, es la biografía la que deslegitima a su autor, pero no a su obra. Otra cosa muy distinta es la coherencia y la integridad: en el caso de Dickinson, se da una extraordinaria autenticidad, una enorme coherencia e integridad entre su vida y su obra. Como ya dije, la suya fue una vida consagrada por completo a la poesía, con todas sus consecuencias.     

¿En qué momento comienza a recuperarse su obra?

Lamentablemente para ella —y es algo muy habitual en el caso de los poetas—, después de su muerte, concretamente cuatro años después, en 1890, cuando T. W. Higginson y Mabel Loomis Todd (amante de su hermano Austin) publicaron sus poemas, que ella había recogido y conservado en cuadernos cosidos a mano. El libro fue un éxito de ventas en Nueva Inglaterra, y luego en todo Estados Unidos, y no pararon de hacerse muchas ediciones nuevas y reediciones. A partir de 1955, con la edición en tres tomos de Thomas H. Johnson, se sucedieron las ediciones académicas, realizadas ya con aparato crítico.     

Especulemos: ¿qué crees que ocurrió en ese «acontecimiento» que cambió radicalmente la vida de Emily?

Es difícil saberlo, solo cabe conjeturar. Personalmente, creo que se debió tratar de un intenso ataque de pánico, o quizá algún tipo de colapso mental en la iglesia, durante un oficio religioso, en 1853, que explicó a Sue Gilbert en una carta como la visión de un «fantasma», lo cual podría explicar en parte su absoluta negativa a pisar la iglesia después. Es posible que ello derivara en una fobia social muy intensa, y que determinara su progresiva y casi total reclusión.      

A tu juicio, ¿cuál fue la relación personal que más marcó a Emily?

Más allá de su círculo familiar más íntimo (sus padres, su hermano Austin y su hermana Vinnie), sin duda su gran amiga Susan (Sue) Gilbert, que con el tiempo se convertiría en su cuñada. Ella recibió la mayor parte de las cartas que escribió, era la principal lectora de sus poemas, a ella le abría su corazón y le confesaba sus estados de ánimo y sentimientos, era su gran interlocutora… En una de sus cartas, Emily afirma que de ella es de la persona que más aprendió de la vida, descontando a Shakespeare. Fue su amistad más grande y duradera, que algunos han interpretado como enamoramiento —aunque eso es aventurarse más allá de los testimonios de los que disponemos.