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Perlado

Entrevista

4 Jul 2022

José Julio Perlado, periodista y escritor

«Documentarse es un trabajo oscuro pero necesario»

Esther Peñas / Madrid

En Los cuadernos de Miquelrius (Funambulista), José Julio Perlado (Madrid, 1936) más próximo a unas memorias que a una autobiografía, hace un ejercicio de memoria y reflexión, con una veta lírica sutil. En ellos se evocan encuentros con algunas personalidades más fructíferas del XX (Fellini, Cortázar, Baroja…), el titubeo de todo autor a propósito de la validez de lo escrito, una zarabanda constante con su ciudad natal, pero también con otras como París o Roma, y una reflexión sobre la validez de la palabra. 

«Eran unos cuadernos alargados, de tapa dura, de pequeñas cuadrículas…» ¿Cómo condiciona el soporte —estos cuadernos específicos, en el caso que nos ocupa— en lo escrito?

Para mí, esas líneas y cuadrículas me han sido siempre muy cómodas. No me han condicionado lo escrito. La tapa dura y alargada de esos cuadernos me ha ayudado a escribir en cualquier sitio porque en esas tapas me he apoyado. No me han ayudado en cambio las hojas sueltas ni las hojas pequeñas, excepto para tomar notas y hacer esbozos para obras. Es un simple tema de ayuda y de comodidad. Es una costumbre. Eso me ha invitado materialmente a escribir.

¿Cómo se sabe que un texto «funcionará»? 

Reconozco que la palabra «funcionar» o «no funcionar» no es la palabra correcta. Pero, por ejemplo, para un editor esa es una palabra clave, precisamente porque arriesga su dinero. También para el director o los intérpretes de una obra de teatro o de cine. Lo mismo en el caso de un programa de televisión. Pero, por ejemplo, ante un poema o un libro de poemas, no debería decirse nunca «funcionará». El poema está en otro ámbito, mucho más profundo y más alto, no es cuestión de funcionar sino de emocionar, de llegar a la intimidad del lector. En mi caso, como al principio de mi libro hablo de un editor, quise emplearla. Pero —por seguir usando esa palabra—, se sabe si un libro «funcionará» si tiene un eco de lectores, sea pequeño o grande; más aún si va de boca en boca. Un ejemplo de cómo fue una obra de boca en boca fue Cien años de soledad, mucho antes que las críticas y valoraciones posteriores. Pero todo eso tiene muchos matices. Un libro puede pasar desapercibido al principio y remontar luego con el tiempo. Influyen las modas, los críticos, numerosas cosas. No hay que obsesionarse con que un libro «funcione». Hay que escribir lo que uno quiere y lo que debe escribir.

¿Cómo reconocer qué cosas merecen la pena ser contadas?

Pues pienso que hay muchas respuestas para esa pregunta. Merecen ser contadas cosas interiores o exteriores que le han sucedido a uno y que uno cree que pueden tener algún interés, bien sea para los demás o bien, para evocarlas nuevamente para uno y revivirlas. Merecen ser contados recuerdos históricos que de algún modo enriquezcan cosas ya sabidas pero que las iluminen y complementen. Merecen ser contados descubrimientos de la personalidad o vivencias que uno ha tenido, aun con el riesgo de que hayan sido dichas ya por otros. No hay que olvidar que cada individuo tiene su personalidad, es único e irrepetible, y por tanto merece contar, siempre que él lo crea interesante, su propia experiencia. En el caso de mi blog, por ejemplo, prima siempre el interés hacia los demás, no el interés mío, prima el manifestar y divulgar cosas que puedan enriquecer, servir, enseñar o incluso meramente entretener a los demás. El resultado de ese interés hacia los demás, y no hacia mí, es la causa por la que escriba en el blog — porque pienso en ellos al escribir diariamente —y de ahí sale esa cifra de 1. 8OO.OOO visitas que tengo.

Le devuelvo la pregunta que se hacía su madre: ¿qué es el niño llamado José Julio Perlado, de mayor?

El niño de entonces, siempre —desde los 11 años—, tuvo una gran inclinación por la lectura. También por la escritura. Luego vino el estudio casi permanente, la investigación, la formación, la curiosidad, y yo creo que también la mezcla entre la invención y la observación. En líneas muy generales, puede decirse que existe una literatura de observación y una literatura de invención. Dos ejemplos de literatura de observación serían Delibes y Pla: los dos lo han confesado así. Los dos estaban mucho más capacitados para observar que para inventar. Y un ejemplo de escritura de invención y a la vez de observación es Ferlosio. Ferlosio escribe El Jarama como pura observación, y Alfanhui como pura invención. Yo, en mi modesta medida de lo posible, he mezclado la invención con la observación; creo que me inclino más hacia la invención, me atrae más la invención, pero la observación lleva mucha documentación — también la invención, que tiene ese soporte—: documentarse para luego inventar historias es esencial. Y documentarse lleva mucho trabajo. Durante dos años se documenta Vargas Llosa para luego inventar y poner en pie situaciones y personajes. Documentarse es un trabajo oscuro pero necesario.

Pirandello, Thomas Mann, Malraux, Pound, Cortázar, Stanislaw Lem, Quevedo, García Márquez… de todos los autores que deambulas citados por estas páginas, ¿cuál le ha conmovido más y la obra de quién de ellos le resultó seminal?

Son muy dispares. Thomas Mann, para mí, es un ejemplo de trabajo constante y de una vida literaria abierta a grandes temas y ambiciones: ahí están Los Budembrook o Doktor Faustus. Cortázar es un excelente cuentista, no un novelista. Malraux es un intelectual abierto a muchas artes, por ejemplo, a la pintura, con su Museo imaginario. Pirandello profundiza e investiga en el alma humana, y eso a mí me interesa. De todos los citados en la pregunta me quedaría como enseñanza de ambición y de trabajo con Thomas Mann, que supera las fronteras del siglo XlX precisamente por sus grandes temas, aunque ahora se escriba de otro modo.

Me ha sorprendido no ver citado a un autor que, al menos el año en el que usted me dio clase, fue convocado en numerosas ocasiones: Julio Camba…

Supongo que cité en clase a Julio Camba porque me parece un ejemplo de periodista observador, lleno de humor e ironía, que supo extraer originalidad y nuevos puntos de vista a las cosas. Fue un excelente corresponsal, viajero y, sobre todo, un gran articulista. No lo cito en mi libro porque no puedo citar a todo el mundo. Como tampoco cito, por ejemplo, a Alvaro Cunqueiro, otro excelente articulista, lleno de inventiva, que a mí me atrae mucho. Como tampoco cito detenidamente a Pla, un escritor muy dotado para la observación, como así lo refleja en sus Diarios.

Cubierta del libroA Perlado, ¿también le gusta más Proust que Joyce?

Sí, a mí me gusta más Proust que Joyce, los dos que revolucionan la novela moderna. Proust indaga en los matices de la sensibilidad humana, y lo hace con un estilo muy personal, evocando recuerdos. De Joyce — como digo en mi libro — me interesan sus Cuentos de Dublín, que retratan la parálisis de Irlanda. Y de todos sus cuentos el titulado Los muertos, que es un relato admirable.

¿Cuánto hay —de haber— de Hildrebando en Perlado, dado el equívoco insistente de Fellini?

Yo creo que no hay nada. Fue una invención o fantasía de Fellini en aquel momento y nada más.

Sin ánimo de ser impertinente, ¿es posible que dos personas (pensemos en usted y Saramago) imaginen un mismo argumento (pongamos una pandemia que cursa paralizando la muerte)? ¿Nunca se le ocurrió interponen una denuncia por plagio?

Lo que me dijo Saramago únicamente aquel día que le vi fue que «las ideas están en el aire» y no me dijo nada más. Nunca quise interponer una denuncia.

¿De qué cura escribir?

Cura de muchas cosas. Por ejemplo, de la soledad. También cura de las supuestas reflexiones sobre si uno tiene un mundo interior propio que quisiera comunicarlo o confesarlo. Cura del aislamiento excesivo, del estar siempre pensando sólo en uno mismo y no en los demás. Puede curar de la aflicción, de cualquier sentimiento — el amor, por ejemplo — y abrir más campos a la felicidad. Puede curar también de la timidez y del silencio obsesivo o enfermizo. Creo que puede proporcionar el integrarse en un mundo exterior gracias a que uno intenta comunicar cosas suyas interiores.

¿Qué distingue —en cuanto a placer y esfuerzo—una pieza periodística de una obra literaria—?

Una obra literaria y una periodística son dos cosas muy distintas. Las dos requieren esfuerzo. Hacer las cosas bien supone siempre un esfuerzo. El placer de escribir un libro es más profundo, más trabajoso, lleva consigo mucha más fe en uno mismo y sobre todo mucha más paciencia — se puede uno pasar dos años mínimo escribiendo un libro—. El placer de escribir una pieza periodística es más inmediato, más fugaz, está acuciado por la velocidad, la instantaneidad, la prisa. Y, sin embargo, uno puede encontrar satisfacción al terminar una pieza periodística si le ha salido redonda respecto a datos, precisión y estilo, si con ella ha contribuido a informar o comentar o interpretar mejor un tema, si ha ofrecido un trabajo de interés para los lectores inmediatos.

Como profesor de Periodismo, estos tiempos de abolida bonanza y mucha procela —en el decir de Azorín— para la verdad, para la estricta información, ¿son irreversible? ¿Cómo es posible que cunda tanto pensamiento mágico, tanta paparrucha que aceptemos sin cuestionarla siquiera, por qué se ha sentimentalizado de tal modo el discurso?

En estos momentos, y hablando en términos muy generales, el periodismo carece de un pensamiento crítico, no se enjuician en profundidad los temas, muchas veces no se contrastan las fuentes, se informa de una manera cómoda, no crítica, se pliegan muchas empresas a los intereses de los gobiernos o a los intereses comerciales, sobre todo porque hay una dependencia comercial, publicitaria y económica respecto a los grupos de presión, empresas o gabinetes de gobierno. Hay algunos periodistas que adoptan una mirada crítica y cercana a la independencia, pero no son demasiados. Naturalmente, es más cómodo no enjuiciar demasiado, pero eso no es lo que se debe hacer, y a esa comodidad hay que añadir la comodidad de las nuevas tecnologías que transmiten el mundo de pantalla a pantalla, eludiendo si pueden el trato directo y humano, porque ello supone — viajes, desplazamientos, etc.— desembolsar dinero como empresa; por tanto, se soslaya muchas veces el trato directo humano, el detalle de las facciones, las dudas, la atmósfera, el ambiente, es decir, todo lo que transmite la personalidad de un ser humano, por ejemplo, a la hora de hacer un buen reportaje. Las vidas enteras de los demás hay que reflejarlas en el periodismo, y no sólo las palabras. Los gobiernos tienen periodistas afines a sus intereses y eso es lo que buscan y en lo que se apoyan.

¿Cómo saber que uno «cumple con su obligación» del mejor modo posible?

Cuando uno es honesto consigo mismo, con su conciencia, con su pensamiento y con sus valores. En el campo de la literatura y del arte uno debe de hacer lo que cree que debe y tiene que hacer, no las modas ni los aplausos. En mi libro pongo dos ejemplos, al menos en lo que se refiere a las dimensiones: Giacometti, con sus figuras estilizadas, y Botero, con sus figuras orondas. Uno tiene que escribir lo que cree que debe y cree que tiene que escribir. Uno no puede traicionarse a sí mismo.