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Bértolo. Fotografía: Mariú Bértolo

Entrevista

20 Jul 2022

Constantino Bértolo, escritor y crítico

«Responder se ha convertido hoy en un malvado signo de autoritarismo»

Esther Peñas / Madrid

Constantino Bértolo (Navia de Suarna, Lugo, 1946) nunca deja imperturbable con su lectura (de los hechos, de los libros, de los escritores, del mercado editorial). Incomoda, contraría, molesta. Por eso mismo, el gozo es inmenso. Escribe desde la honestidad, con algunas ideas trazadas de antaño que casi suenan proféticas, y un pespunte de humor como una suerte de arbotante. Una poética editorial (Trama) recoge algunos de los textos de mayor calado a propósito de la tarea del editor: cómo conjugar riesgo y necesidad de beneficio, por qué apostar por un texto y no otro, qué repara (y qué destruye) la literatura y sus intereses creados, en el decir del Nobel.

¿Qué mirada hace falta para ser un buen escritor? ¿Y editor?

Tanto en un caso como en el otro, lo que se requiere es la mirada de un explorador, es decir, la mirada de alguien que debe saber a dónde quiere llegar, tenga un buen mapa del territorio que debe cruzar con sus correspondientes curvas de nivel, y posea una buena brújula (criterio) que le señale si va o no va por el buen camino. Y, dado que uno y otro dependen en primer lugar del capital editorial que lo publica y financia, deben poseer una buena mirada socioeconómica a fin de saber qué es lo que en cada momento ese capital les consiente o exige.

«Una sociedad se caracteriza tanto por aquellos bienes materiales e intangibles de los que disfrutan como por aquellas creencias materiales e intangibles que aspira a satisfacer». ¿Cómo de ajustado está lo uno y lo otro en nuestro país?

 Hablando de este país, creo que el poeta Dámaso Alonso hoy bien podría escribir que «España es un país con más de treinta millones de desclasados». Una mayoría sociológicamente conformada sobre una amplia base social que, en primera, segunda o tercera generación, se siente a sí misma como clase media, aunque ahora barrunta la amenaza de que la realidad económica pueda quitarle esos zapatos nuevos que con tanto esfuerzo se había logrado alcanzar. El intangible actuante los años de la Transición era precisamente ese sueño del progreso continuo y feliz, que ya la crisis del 2008 puso en cuestión y que hoy parece haberse convertido en pesadilla. Lo curioso, lo que caracteriza en mi opinión el presente, es que hoy parecen convivir la autosatisfacción y el pesimismo.

La literatura, ¿enajena o libera?

Diría aquello del «ni el sí ni el no», pero tampoco el «todo lo contrario». El simple hecho de que la lectura sea un acto solitario introduce un sentimiento narcisista que fomenta el yo como universo. Conviene, además, no olvidar que, hasta hace relativamente muy poco tiempo, la lectura era una actividad propia de las élites, que aportaba distinción y prestigio. Diferencia y superioridad respecto a los otros, egoísmo y autosatisfacción. Pero, por otro lado, en sociedades como las nuestras, la enajenación es, además de múltiple, frecuentemente opaca, por lo que la lectura puede ser útil para advertir esa opacidad y, en ese caso, bien podría hablarse de la lectura como mecanismo de liberación. Evidentemente, la lectura nos librera de las cadenas del analfabetismo, pero no creo que eso sea suficiente para liberarnos de la alienación o cárcel mental que vivir en el capitalismo supone.

¿Qué consecuencias tiene que «todo lo sagrado se desvanezca en el aire», como dice parafraseando a Marx?

Entiendo que el pensamiento de Marx anunciaba lo que ya estamos viviendo: el triunfo de la mercancía sobre cualquier otra tipo o clase de Dios o ídolo. El capitalismo ha convertido aquella sociedad sucia del nacionalcatolicismo franquista en una sociedad laica en la que la única medida parece ser el cuánto compras o el cuánto vendes. Nos hemos convertido al dios marketing y nadie siente ya ningún pudor a la hora de anunciarse a sí mismo. Los escritores se han convertido en marcas comerciales y tratan desesperadamente de ocupar los mejores sitios en el escaparate convirtiendo sus libros y a sí mismos en algo noticiable. Ya todos somos «unos vendidos».

¿Es una traición que un autor al que descubre un editor, cuando consigue cierta relevancia cambie de sello?

En mi opinión, que un editor se sienta traicionado porque un autor vaya a una editorial donde pueda ser remunerado de mejor modo es prueba de una ingenuidad patética, de un no enterarse de la realidad, creyéndose que la literatura es algo ajena a las reglas del juego que una sociedad basada en la lógica del beneficio supone. En todo caso, el editor debería sentirse orgulloso de que alguien desee aquello que él ha sacado a la luz.

¿Es mejor leer cualquier cosa a no leer nada?

No leer es imposible, estamos leyendo continuamente, y en la vida cotidiana no paramos de escuchar historias. Leer un libro supone un gasto de tiempo y el tiempo es un recurso escaso y no renovable, así que parece recomendable no malgastarlo estúpidamente. Conviene, además, recordar que, durante siglos y siglos y siglos, la humanidad no ha leído casi nada, mientras que la lectura de algunos libros «sagrados» son causa de fanatismo, ignorancia y oscuridad.

¿Qué caracteriza a «la poética postmoderna de la lectura»?

La idea de que los libros deben —como mucho— plantear preguntas, pero nunca caer en el pecado nefando de proponer respuestas. Responder se ha convertido hoy en un malvado signo de autoritarismo.

Habla usted de «bisutería sentimental, de morbo revestido de crudeza, de tremendismo barato, de espontaneidad programada y de misterio infantiloide». ¿Qué este tipo de libros cale tanto se debe a la falta de criterio o a una invasión (imposición) del mercado?

Es que, hoy, la formación del criterio está atravesado por el mercado. Hoy, por ejemplo, un profesor de universidad debe ante todo para sobrevivir como tal «encantar» a sus alumnos, seducirlos, entretenerlo, es decir, tratarlos como clientes y a él mismo como mercader de espejuelos y esparcimiento.

¿Por qué «tener criterio es una forma de resentimiento»?

Creo haberlo aclarado en una respuesta anterior; el criterio —el ajeno, claro—, se ve como una pretensión dogmática propia de tiranos resentidos.

¿Se puede acabar con el capitalismo salvaje sin erradicar el capitalismo?

No, el capitalismo siempre es salvaje, pero en algunos lugares se viste y reviste de civilización. En eso se fundamenta el colonialismo y los imperios. En la Europa Occidental, se arropa a los trabajadores con los recursos que se extraen en otras regiones.

Pienso en Las once mil vergas, de Apollinaire, El necrófilo, de Gabrielle Wittkop, en cualquiera de los títulos de Sade o Henry Miller, y dudo de que se pudieran publicar hoy en día sin que secuestraran la edición o los llevaran a la cárcel. ¿Nos hemos vuelto más pacatos?

Con un buen marketing intelectual, creo que se publicarían y venderían, si bien pertenecen a una clase de escándalos que suenan a muy antiguos

¿Cómo hacer de la literatura «una casa habitable»?
 
La pregunta sería para quién. Para los que vivimos en «el Excedente» ya lo es.

¿Cuándo murió la literatura?

Cuando la lectura, y sobre todo la escritura, dejaron de ser actividades ligadas a las élites.

Pienso en los libros que le hicieron daño (Blanchot, Stevenson…) ¿La edad repara ese daño? ¿Hay algún título nuevo que añadir a esa lista de libros dolientes?

La edad te hace más desconfiado. Me hace daño leer los libros de poemas de Raúl Zurita a Xosé Luis Méndez Ferrín, porque me llevan a pensar de nuevo, y a pesar de todo, que las palabras pueden cambiar el mundo