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Juan Moreno

Entrevista

3 Ago 2022

Juan Moreno Rubio, abogado

«El gran error de la II República fue la prisa»

Esther Peñas / Madrid

La proclamación de la II República española fue uno de los momentos más emocionantes del devenir de nuestro país, no sólo por lo que significaba, el punto final de una dictadura, un texto constitucional moderno, generoso en derechos y progresista, la deposición de la monarquía y una alegría serena que se extendías por calles y plazas. También por lo que vino después: el horror de la Guerra Civil, provocada por los —mal llamados— nacionales, y los cuarenta años de desolación franquista. El abogado Juan Moreno Rubio (Villarobledo, 1957) acaba de publicar un espléndido ensayo sobre este asunto: La proclamación de la II República Española. Cuatro días que cambiaron España (Anexo).

¿Fueron cuatro, los días que cambiaron España?

En mi opinión sí, aunque hay una larga evolución hasta llegar a ese momento. El día 12 se celebraron las elecciones que, no obstante ser solo municipales, habían adquirido un tono plebiscitario respecto de la monarquía. El día 13, el Gobierno conocía con detalle los resultados y como no era monolítico respecto a la pervivencia de la monarquía, la mayoría al menos cualitativa de sus miembros, consideró que la institución monárquica había sucumbido.
El día 14 se proclamaba la República, en un tono alegre y festivo, sin registrarse incidentes graves en ningún lugar de España, habida cuenta de la trascendencia de la proclamación.

El día 15 se publicaba en La Gaceta de Madrid (hoy Boletín Oficial del Estado), las normas que conformaban el armazón jurídico inicial del nuevo Estado. La familia real abandonaba España —el rey se había marchado el día anterior— y comenzaba el reconocimiento de la República por distintos países.
 
¿Qué porción de azar hubo en esos cuatro días?

Creo que alta. Pensar que, a través de unas elecciones locales, se pueda cambiar la forma de Estado, en un Estado moderno, obedece a la ingenuidad o, como sucedió en aquel momento, a la conjunción de distintas circunstancias que, unidas al azar, posibilitaron el cambio.

¿Cuál diría que fue el detonante para la proclamación de la República?

El detonante mediato fue el alzamiento del general Primo de Rivera con la aceptación del rey. El más próximo, el Gobierno de Dámaso Berenguer tras la dictadura de aquel, y el Gobierno del almirante Aznar tras Berenguer, pues —en ambos casos—, a una dictadura militar siguieron dos gobiernos presididos por militares.
Además, España se había quedado sin constitución, ya que la de 1876 fue suspendida por Primo de Rivera, y las normas no permitían una nueva puesta en funcionamiento.

¿Cuánto de duda hubo en el bando republicano para proclamarse?

Las dudas en el bando republicano fueron absolutas. Los más optimistas pensaban que se proclamaría tras uno de los intentos de golpe que venía impulsando el Comité revolucionario. Los más pesimistas no veían la llegada de la República sino a muy largo plazo.
No obstante, hubo republicanos como Miguel Maura —primer ministro de la Gobernación de la República— que ya el día 12 de abril estaban convencidos de la llegada de la República en muy pocos días.

En el ámbito sentimental, ¿con qué momento de esos cuatros días se queda Juan?

Sin ninguna duda, con el momento de la llegada de algunos miembros del Comité revolucionario a la Puerta del Sol, en la tarde del día 14 de abril, para hacerse cargo del Gobierno.

El pueblo de Madrid, que copaba la plaza, prácticamente impedía la llegada de ese Comité al Ministerio de la Gobernación —hoy sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid—, entre cánticos y alegría desbordada. Cuando Alcalá-Zamora salió al balcón para manifestar al público que se había proclamado la República, su voz no pudo ser escuchada por el griterío del pueblo, dando vivas a la república y mueras al rey.

Siempre se habla de «dictadura blanda» cuando nos referimos a Primo de Rivera pero, ¿hasta qué punto lo fue?

La dictadura de Primo de Rivera solo se puede considerar «blanda» si se la compara con la posterior de Franco. Hay que decir en favor de la primera que no fue cruenta, aunque sí arbitraria y con una justicia, como ha calificado un famoso historiador, propia del lejano oeste americano. Por lo demás, y como es propio de toda dictadura, carecía de órganos representativos del pueblo. 

Realmente, por «dictablanda» se conoce al gobierno presidido por el general Dámaso Berenguer, pues fue la continuación de la dictadura de Primo de Rivera, pero con un intento de ir devolviendo libertades al pueblo para preparar unas elecciones.

¿Cómo entender el «gesto» de Alfonso XIII de marcharse?

Algunos historiadores han sostenido que el monarca comprendió que no contaba con el amor de su pueblo y decidió marcharse.

Sin embargo, soy de los que piensan que el rey se marchó convencido de que sería llamado inmediatamente para volver a ocupar el trono. El recorrido hasta Cartagena no fue muy rápido, habida cuenta de los veloces automóviles en los que viajaban. Nada más llegar a la ciudad murciana, preguntó si había noticias sobre él, y durante la travesía marítima estuvo pendiente del radiotelégrafo. Una vez desembarcado en Marsella, volvió a preguntar. Durante la vida de la República, ya convencido de que no sería llamado para regresar, no dejó de conspirar y financiar posibles golpes contra ella.

Cubierta del libroSe ha hablado mucho de la manipulación que hubo (coacciones, apremios, etc.) en las elecciones municipales. ¿Usted diría que fueron «limpias»?

En los lugares en los que se celebraron las votaciones el día 12 de abril, se puede hablar de limpieza sin duda alguna, a pesar de que hubo casos —pocos— de intento de coacción y manipulación de votos.

Sin embargo, la ley electoral de 1907, bajo la que se desarrollaron las votaciones, contemplaba que, en aquellos municipios en los que el número de candidatos fuera exactamente el mismo que el de concejales a elegir, no se celebraran votaciones, sino que esos candidatos serían automáticamente proclamados concejales. La norma —art. 29— tenía su lógica: para qué celebrar votaciones si todos van a ser elegidos. Pero este es un camino que permite la corrupción: los candidatos que han sido concejales en anteriores elecciones, impiden por todos los medios que puedan presentarse otros nuevos, siendo de este modo elegidos siempre los mismos, o los que ellos designan. Hubo miles de pueblos en España cuyos concejales —fundamentalmente monárquicos— fueron elegidos por este sistema. 

Proclamada la República, en numerosos pueblos se impugnaron las elecciones en base a esa elección automática, alegando —sobre todo la conjunción republicano-socialista— haber sufrido coacciones que les impidieron formular su candidatura.

La II República, como la I, no cuajó. ¿Es un modelo para el que España no está preparada?

Esta cuestión se ha suscitado en numerosas ocasiones, pero creo que la respuesta es: ¿acaso está preparada para la Monarquía? ¿Acaso tenemos, los españoles, un gen que nos hace monárquicos y antirrepublicanos? Francamente, no lo creo. Si nos fijamos con detalle, vemos que la diferencia principal entre una forma de Estado monárquica y otra republicana, es que el jefe del Estado sea elegido por su dinastía o por el pueblo, respectivamente. Pero, a partir de ahí, las instituciones hay que crearlas y desarrollarlas con arreglo a una guía que puede ser democrática o no. Y así, podemos tener un modelo democrático avanzado, como sucede con la monarquía española actual, o un modelo poco democrático, como ocurre con muchas repúblicas latinoamericanas o asiáticas. 

¿Cuáles, a su juicio, fueron los errores de la II República?

Fundamentalmente, la prisa. Toda la sociedad tenía mucha prisa por cambiar todo. Y así, en apenas ocho meses ya se había promulgado una Constitución de las más avanzadas de su época, que quizá hubiera requerido más sosiego.
En aquella España eminentemente rural, se aprobaba en un año la reforma agraria; tema este que exigía mucho debate y un gran consenso. 
Pero hay que entenderlo: la sociedad no podía esperar porque pensaba que la República había llegado precisamente para resolver con carácter inmediato esos problemas. Haber pedido paciencia para abordar los grandes retos, se habría entendido como inutilidad del cambio de régimen.
Manejar los tiempos en política es todo un arte: ni muy deprisa ni muy despacio. Aquella sociedad no dispuso de ese arte, a diferencia de nuestra Transición.

¿Qué condiciones habrían de darse para una III República? 

La diferencia entre la monarquía de Alfonso XIII y la de Felipe VI es abismal. A pesar de que aquel tampoco gobernaba, lo cierto es que sí imponía a los presidentes del gobierno, y estas decisiones, al final, le pasaron factura. Amén de no oponerse en modo alguno al pronunciamiento de Primo de Rivera.
En nuestra actual situación, con un rey de convicción democrática y respetuoso con instituciones y sociedad, solo sus futuros errores —o de sus descendientes— podrían permitir la llegada de la III República. 

Los españoles no tenemos un gen monárquico, pero esta institución está muy arraigada en nuestra sociedad, por lo que un cambio de régimen tan drástico solo se producirá en el caso de que sea la monarquía la que caiga.
 
Hay quien establece vínculos entre el estado anímico de cierta euforia durante la proclamación de la República y los campamentos de la esperanza, durante el 15-M. ¿Es plausible la comparación?

Creo que la comparación es válida: ambos grupos rechazaban el modelo político en el que vivían, y demandaban profundas transformaciones políticas y sociales. Quizá también se pueden establecer vínculos en cuanto a cierta ingenuidad, al creer que esos profundos cambios podrían acometerse en breve plazo.

¿Por qué suscita tantísimo interés no solo en España, sino fuera de ella este periodo histórico nuestro?

Quizá por la misma razón que me llevó a mí a interesarme por conocer ese breve período histórico: por tener la sensación de que aquel fue un momento mágico en el que, sin usar la fuerza, el Ejército se aquietaba; la Guardia Civil se pasaba al bando republicano; los ministros dejaban sus cargos y se marchaban a casa, y la familia real abandonaba España. El 14 de abril resultó todo tan inesperado, que los primeros sorprendidos fueron los republicanos.