Compartir en redes sociales

Daniela

Entrevista

5 Sep 2022

Daniela Hernández Gallo, cuentista

«Mentir también es una forma de vincularnos»

Esther Peñas / Madrid

Falta de comunicación (o exceso espurio de ella), sexo a destiempo o en punto para deshacer complicidades, parejas que se conjugan, que resultan de la no intersección, parejas que tratan de salir a flote a pesar de, que hacen lo que pueden por respirar (a pesar de las mazmorras en las que se desenvuelven), parejas que se sostienen en el humor, en el detalle, en la rutina. Y una manera de contarlas llena de detalles (que son, al fin y al cabo, lo que distingue y da sentido a cuanto sucede). El resultado, el primer libro de relatos de Daniela Hernández Gallo(Bogotá, 1983), Parejas ejemplares (Talentura).

¿Cómo son las «parejas ejemplares»?

Para mí no existen las parejas ejemplares. Lo «ejemplar» es una construcción social y cultural como el concepto de lo «puro», lo «natural» o el «amor», creemos compartir un significado, pero es demasiado abstracto para que cada persona interprete lo mismo. 

Todas y todos tenemos modelos emocionales, aprendemos a vincularnos en función a los ejemplos que nos rodean de nuestra familia, círculo y clase social, lo que leemos, vemos, escuchamos, el lugar donde vivimos, nuestra cultura… construimos relaciones de pareja y conformamos familia según estos ideales; pero, en la cotidianidad, lo que nos une es diverso, no basta con amar, con tener química sexual, con haber encontrado una persona especial, con tener hijos. El conflicto está presente y la forma de confrontarlo es muy personal. Por este motivo me interesa el tema de las relaciones de pareja, por las contradicciones que existen entre las distintas capas de nuestro aprendizaje emocional y la singularidad de nuestro deseo. En el deseo, lo ejemplar no tiene cabida porque funciona a base de impulsos y de nuestra capacidad para seguirlo y contagiarlo, no sigue un modelo concreto de comportamiento.

Para que una pareja funcione y sea capaz de mantener su fuerza cinética, ¿qué se requiere? ¿Y para que un cuento funcione?

Me resulta difícil opinar sobre qué permite que una pareja funcione y se mantenga en el tiempo, no existe una fórmula infalible. Ahora bien, para mí hay cosas que ayudan: la escucha atenta es una, la propia y la del otro, y es fundamental para poder construir una buena comunicación, para expresar nuestras necesidades y emociones de una forma satisfactoria y comprensible para la otra persona. Esta escucha, en mi opinión, es un pilar para mantener esa «fuerza cinética» que me planteas porque supone un compromiso, responsabilizarte de lo que sientes para contrastarlo con tu pareja, para trabajarlo en conjunto e individualmente, según se necesite. No basta con expresar lo que siento o decido, esto es importante, pero se queda en una esfera egoísta si no tiene como objetivo también construir con el otro, es decir, confrontar que lo que yo siento es solo una variable en una relación. El diálogo implica negociar y la negociación es una forma de seducción, algo tengo que dar y facilitar a la otra parte para que funcione, para que se mantenga y actualice con el tiempo. Y con dar no me refiero a sacrificar, para dar hay que tener conciencia de cómo es mi deseo, de qué busco y cuáles son mis límites.

Con respecto a tu segunda pregunta, la de qué hace falta para que un cuento funcione, en términos generales diría que es muy importante elegir bien el conflicto central, eso que se quiere mostrar al lector, y a partir de ahí, trabajar en todos los detalles que ayuden a mostrarlo. Un relato, por su brevedad, necesita intensidad en el ritmo, mantener la tensión, el manejo del tiempo, que la historia avance y todas las piezas tengan un sentido, se debe medir las descripciones, la información que se da de los personajes y del espacio en el que se desarrolla la acción. Un cuento es, ante todo, contención, asumir el reto de encontrar soluciones dentro de unos límites que el género impone y de otorgarles un sentido.  

«Sentía que Petra me escuchaba ilusionada». ¿Un relato escucha o nos habla?

¡Las dos cosas! Es lo maravilloso del pacto que establece con el lector. El relato nos habla, nos sugiere, pero por momentos también escucha y resalta para cada lector unas partes frente a otras. Por eso merece la pena leer los relatos más de una vez.

La sinceridad (o la falta de ella) está presente de una u otra manera en estos relatos, ¿hasta dónde llegar para que no se convierta en una bomba de relojería?

Está claro que cuando la falta de sinceridad persiste, inevitablemente se convierte en una bomba de relojería, aunque la sinceridad también se puede usar como una agresión. Todo depende del contexto en que salga esa sinceridad y del efecto que queramos crear. Ser sincero no es necesariamente sinónimo de humildad ni de ausencia de moralidad, también sometemos a un juicio a la otra persona, la avergonzamos o limpiamos nuestra conciencia.

Siempre que se habla de sinceridad no puedo evitar pensar en dos cuestiones diferentes. Por un lado, en los distintos acuerdos que tenemos con cada persona con la que nos vinculamos. En cada relación íntima establecemos unos pactos tácitos y otros explícitos; en base a ellos calibramos los ámbitos en que podemos ser más o menos sinceros y el riesgo emocional que conllevan, pero el miedo está presente y no siempre medimos bien. Mentir es habitual, se miente para tener ventaja, para ganar o perder algo, para esconderse… es un pacto de humor o de agresión. En otras palabras, mentir también es una forma de vincularnos.

Por otro lado, están las normas no racionales, las que rigen el deseo y en las que el secreto funciona como un gatillo erótico, ya que genera un espacio emocional que el otro desconoce y eso lo hace magnético. Según sea la persona y la naturaleza de ese secreto, puede convertirse en un problema sin solución o en todo lo contrario, un potenciador del deseo. 

Como la protagonista de Cómo hacer de Rosa Luxemburgo, ¿cómo saber cuándo conviene estar sola?

Estar sola es importante se esté en pareja o no, forma parte de esa escucha atenta que planteaba en tu anterior pregunta. Ahora bien, decidir no estar en una relación o dejarla como Carla, la protagonista de Cómo hacer de Rosa Luxemburgo, parte de una necesidad de romper con una inercia que resultaba cómoda pero no satisfactoria. Si la confusión emocional interna es muy grande y los intentos de vincularte aportan más sufrimiento que otra cosa, creo que lo conveniente es estar sola, recibir ayuda de otras personas que no sean tu pareja, tomarse un tiempo para construir desde otro lugar. 

Usualmente, se piensa que la vida en pareja es mejor o más plena, pero la soledad también puede ser una elección que no tiene que partir de una mala experiencia emocional o ser una transición a otro estado sentimental. Aceptar que no se quiere un compromiso, que se vive mejor sola o solo es también legítimo y satisfactorio.  

¿Cómo se sabe qué historia merece ser contada?

No sé si se sabe, se intuye primero y luego se va confirmando esa sensación de que es algo que puede interesar a alguien más que a ti. Y, como las intuiciones, algunas llegan como una certeza y otras tardan en concretarse. Puedes saber que un tema es interesante, pero contar una historia requiere de otro tipo de habilidades. Para mostrar un mundo sin explicarlo hay que estar inmerso en él, pasar horas trabajando, puliéndolo, frustrándose y jugando, equivocándose, también disfrutando del proceso de escritura. Al lector le corresponde luego juzgar si merece la pena leer esa historia.

Marcelo, Petra, Carol, Igor, Milena… ¿qué importancia tienen los nombres de los personajes para los relatos?

En mi caso, lo importante es descubrir al personaje más que nombrarlo. Excepto en casos específicos como el de Bárbara de Cosido Diseño de Interiores, que me llegó primero el nombre y luego construí el personaje, normalmente lo que necesito para escribir es definir los detalles del personaje, profundizar en su conflicto para luego encontrar un nombre. En más de una ocasión tengo la tentación de no nombrarlos, como hice en Escala 1:1, un relato en el que lo primordial fue encontrar el nombre de la ciudad, Porzia, pero no los de los personajes.

No obstante, en el universo de los nombres hay marcas que definen y que tengo en cuenta a la hora de elegirlos: las geográficas, de clase social o generacionales.

Sus personajes se masturban, ayuntan, se desean… ¿cree que, en general, la literatura actual, peca de pacata?

Bueno, es difícil responder porque, al final, mi visión de la literatura actual está acotada a lo que leo. Diría que existe de todo y que un libro puede resultar pacato aunque los personajes se masturben o haya genitalidad. 

Sí que pienso que la literatura tiene también una condición erótica, un erotismo que puede ser más o menos contenido, estar presente en escenas de sexo explícito o en otras maneras de sensualidad, como por ejemplo a través de la cocina en mi relato Ensalada de codorniz. Cada texto pide algo diferente. En mi libro, en Parejas ejemplares, la mayoría de personajes tienen entre 20 y 40 años, una franja de edad en la que el sexo vertebra las parejas y por eso forma parte de los relatos.  

Pienso en Flaubert, que tardó años en escribir Madame Bovary, que reescribió tres (o cuatro) veces Las tentaciones de san Antonio, que trabajaba infatigablemente sus textos, carente del don de otros que escribieron casi arrebatados. ¿Hasta qué punto se puede enseñar a escribir?

Sí, Flaubert tuvo la suerte de vivir de su patrimonio y poder dedicarse a escribir sin tener que atender los cuidados cotidianos. Invirtió su tiempo y energía a escribir y a revisar sus textos. Pienso que, en general, es necesaria una fase de revisión de lo escrito, no sé hasta qué punto ese don del arrebato permita llegar a un texto cerrado en una sola vez, a mí me resulta imposible. Mircea Cărtărescu, por ejemplo, sostiene que escribe así, bajo un arrebato y que nunca corrige lo escrito.

¿Hasta qué punto se puede enseñar a escribir? Puedes enseñar técnicas, las normas de los géneros literarios, aportar referentes y lecturas que ayuden en el proceso de creación, señalar lo que funciona mejor o peor… Esta parte técnica de la escritura se puede enseñar y aprender y, en mi opinión, es necesario practicar con ella, fijarla. Ahora bien, hay otra parte más escurridiza que depende de la sensibilidad de la persona, de cómo observa el mundo, de qué quiere contar y de la facilidad que posea para plasmarlo literariamente. No sé hasta qué punto se pueda aprender. 

Compártame algunos escritores que, para usted, hayan sido maestros.

Suelo dividir mis maestros en diferentes categorías y voy a compartirte algunos que escriben narrativa de ficción. Por un lado, están los maestros que modificaron mi manera de percibir el mundo y de concebir la literatura, aquí entrarían autores como Jorge Luis Borges o Marcel Proust. Después de leerlos, mi búsqueda personal y literaria se modificó por completo. Por otro lado, estarían los que llamo mis maestros de escritura, aquellos autores que me sirven como modelo para escribir, de los que he aprendido y a los que regreso una y otra vez. Sus libros los tengo muy a mano. En esta categoría incluyo a Raymond Carver, Julio Cortázar o Fleur Jaeggy, entre otros. Y, por último, están los maestros amigos, aquellos que me acompañan, con los que dialogo como si estuviéramos dando un paseo o en el salón de casa. Aquí incluyo sobre todo a mujeres, como Grace Paley, leerla es acercarse íntimamente a la historia de una época. Con ella descubro una mirada empática de los personajes y me abro a diferentes posibilidades de estructura de un libro de relatos. Otras maestras amigas más contemporáneas son las latinoamericanas Claudia Ulloa y Mariana Travacio. Tienen un estilo de escritura muy diferente al mío, pero disfruto con cada frase de sus libros y me despiertan mi lado analítico de filóloga también, las ganas de acercarme a su forma de crear, de discutir en torno a sus decisiones de escritura.