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José A. Ortiz

Entrevista

25 Ene 2023

José A. Ortiz, historiador y crítico de arte

«No nos gusta mostrar nuestro dolor ni hablar de la pérdida de un ser querido»

Redacción / Madrid

Piensen en cuadros como «Cementerio de monasterio en la nieve», de Friedrich; «El triunfo de la Muerte», de Bruegel el Viejo; «Las Edades y la Muerte», de Baldung; «La muerte en un caballo pálido», de Doré; «El Tránsito de la Virgen», de Mantegna o «Finis gloriae mundi», de Valdés Leal. Todos ellos, tantos otros, nos recuerdan la finitud del hombre. El historiador del arte José A. Ortiz acompañó a su padre en la última noche de hospital, y el arte, a su vez, lo asistió en forma de lienzos, de óleos que conocía bien. El resultado de ensamblar, desde el afecto y la vocación, su luctuosa experiencia con el conocimiento pictórico se plasmó en el libro Pintar la muerte. Cuadros para despedirme de mi padre (Temporal).

¿Qué experiencia vital se requiere para pintar la muerte?

Para pintar la muerte se necesita haber vivido y temer a lo desconocido. Para escribir Pintar la Muerte se requiere que dos editoras, Fani Manresa y Lucía Boned, de la editorial barcelonesa Temporal, te contacten para un proyecto en el que por primera vez como historiador del arte me alejo de la aséptica tercera persona de los textos académicos y hablo en primera sobre la pérdida de mi padre, usando la pintura como consuelo y acompañamiento en mi proceso de duelo. 

Se puede pintar, obvio, pero ¿hasta qué punto un cuadro simboliza la muerte, la contiene?

La contiene en sus signos visuales y en las evocaciones personales del artista. Una calavera nos remite al eterno tempus fugit y a la decadencia de lo corporal de la existencia con un esqueleto que nos baila una última danza. Pero me resulta más interesante, y así lo he intentado reflejar en mi libro, vincular la creación artística con momentos concretos de las biografías de los pintores y pintoras: Claude Monet al perder a su esposa, Marlene Dumas al despedirse de su madre, Salvatore Rosa ante un brote de peste o Edvard Munch y la enfermedad materna y de su hermana Sophie. 

Una de las conclusiones que se extrae del libro es que el arte no sé si repara, pero, desde luego, sostiene en determinados momentos. ¿De qué cura el arte?

Para mí, el arte cura de los males espirituales. Siempre me he refugiado en un museo para buscar esa serenidad necesaria en muchos momentos de mi vida. En mi adolescencia, pintar me liberó de mis propias cadenas y, en la edad adulta, me ha permitido avanzar como especialista, pero sobre todo como persona. Durante la enfermedad y muerte de mi padre, el arte siguió a mi lado, mostrándome el camino y enseñándome una vez más que el dolor es humano. 

Cubierta del libro¿Qué supone la muerte del padre?

Verse reflejado en su cadáver. Pensar en nuestra propia muerte al vernos en él como en un espejo. Supone recordar nuestra niñez e intentar mantener viva su memoria. Pintar la Muerte. Cuadros para despedirme de mi padre es mi homenaje a su vida, a sus enseñanzas y una última conversación que he podido tener con él a través de las páginas del libro. 

El que la muerte suceda, por lo común, extra muros, es decir, fuera del hogar de quien agoniza, ¿es un avance o un retroceso?

Es un síntoma de la modernidad. Pero sí que tengo una reflexión sobre este tema: el personal del hospital público donde pasó sus últimos días mi padre nos hizo sentirnos en nuestro hogar. La delicadeza de sus palabras, la atención al enfermo y a la familia son dignos de destacar y agradecer como sociedad. No nos olvidemos nunca de lo importante que es la sanidad pública de calidad.

¿Qué queda de quien fue en su cadáver?

Nos queda todo y nos queda nada. Nos queda todo lo que hemos aprendido, las anécdotas y la memoria de los momentos compartidos. Quizás no nos queda lo material, pero el ser humano es mucho más que lo carnal.

El ritual de la despedida, del entierro o la incineración, ¿hasta qué punto es importante para quienes sobreviven al finado?

Es la necesaria despedida. Es una de las fases del duelo para enfrentarnos a la realidad y aprender a vivir con ella. Toda sociedad ha ritualizado la muerte.

Del inventario de las maneras de morir, ¿cuál es la más recomendable? ¿Y la más susceptible de ser representada pictóricamente?

Históricamente, la buena muerte que describen los textos del Ars Moriendi es la muerte familiar junto a los seres queridos y en paz con las creencias religiosas de cada individuo. Pictóricamente son tantas las formas de mostrar la muerte... Descubramos en museos y galerías las iconografías que pueden hacer uso de sutilezas como la efímera pompa de jabón o las que nos muestran sin tapujos el rigor mortis del cadáver sobre el lecho funerario. 

Memento mori, tempus fugit, et in Arcadia ego, homo bulla est… ¿el sistema nos hace olvidarnos de que hemos de morir cuando hasta la fórmula del miércoles de ceniza ha cambiado su fórmula de «polvo eres, y al polvo volverás» por «conviértete y cree en el evangelio»? Es como si la muerte se hubiera mudado en una desfachatez…

El tabú en el momento de hablar de la muerte tiene mucho que ver. No nos gusta mostrar nuestro dolor y mucho menos hablar de la pérdida de un ser querido. Pero debemos hacerlo, aprender a vivir pasa por aprender a morir. He notado al escribir este libro que cuando nos expresamos libremente es cuando superamos lo que nos aflige.

Antonio de Pereda, El Bosco, El Greco, Coubert, Mantegna, Valdés Leal… de los muchos pintores que deambulan en estas páginas, ¿por cuál siente especial querencia y por qué?

A mis editoras les pedí una imagen para el libro, El sueño del Caballero, conservada en el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Esta pintura ha sido por años una compañera en mi relatar la muerte a través de la historia del arte. Si pienso en nombres propios puedo citar a Antonio de Pereda y Valdés Leal, por haber formado parte de mi tesis doctoral. A Caravaggio, por la fascinación que siento por sus sombras y la realidad cruda de sus obras. También me ha emocionado el dolor de Monet y de Vernet cuando pierden a sus respectivas esposas. Para todo el resto del elenco artístico, dejo que los futuros lectores y lectoras lo descubran en las páginas de mi libro.