Compartir en redes sociales

García Zambrano

Entrevista

10 Mar 2023

María García Zambrano, poeta

«Pocas cosas más curativas que la palabra que alienta»

Esther Peñas / Madrid

Esta ira (Vaso roto) es un poemario que se sustenta en una de las emociones más indómitas, la ira, la rabia, la cólera, la furia. Y desde ella, la terrible belleza que surge, la de los versos, sí, pero también la de hacer de lo extraño y lo trágico y lo enfermo y lo distinto un territorio que habitar. María García Zambrano (Elda, 1973) se enfrenta al dolor, a la escucha, al miedo de los otros que se alejan de cuanto desconocen.

¿Cuánto de miedo se acumula detrás de esta ira? ¿Qué tiene —de tenerlo— de luminosa la ira?

La ira, como estado vital de los inferiores, según la concepción budista de Nichiren Daishonin que toma del sabio chino Tien-Tai, tiene contenidos otros estados, incluso el de la iluminación, en posesión mutua… Con esto quiero decir que las emociones o sentimientos no se manifiestan de una forma pura, estable, fija… En la ira está el miedo que a su vez trae la impotencia, el miedo a la soledad y la rabia para defenderte de él… Pero la ira también tiene un componente de acción, es el motor para movimientos en pro de la justicia, por ejemplo. Y una ira «serena», cuando es posible, a veces antecede a la apertura hacia posibilidades, porque hace de espejo y te muestra un aspecto de ti desconocido… Puede tener un lado oscuro, mostrarte tu propia oscuridad y fragilidad, tus propias tendencias, pero también luminoso, ¿no? Imagina el momento en el que te pones a orar para aplacar esa ira y se va iluminando tu pensamiento, y se va abriendo la comprensión para que la ira se pueda transformar en compasión, en sabiduría… Algo así me pasó con este libro. 

¿Por qué hay que soportar la ira, por qué no abandonarla, transformarla en otra cosa?

Quizás haya que sostenerla porque forma parte de una, soportarla por momentos en el sentido de abrazarla, también, acogerla y entender que forma parte del camino, que está en movimiento y que con ella podemos crear poesía, por ejemplo. El libro comienza diciendo que esta ira es irreal, y me refiero a que la crea nuestra mente. La palabra poética quizás me ayuda a responder de dónde viene, o mejor a formular la pregunta, que decía María Negroni. Pero esto lo pienso a posteriori de la escritura. 

¿Cuánto de violento tiene la propia escritura?

La escritura para mí es una indagación. Y en esa búsqueda, en esa ese camino hacia lo hondo, hacia lo oscuro, hay que luchar, primero con una misma y con todos los obstáculos que aparecen, que no son pocos, y después con los fantasmas que crea tu mente… En este libro lo violento se fue hacia afuera. Es por esa violencia que me cueste leer algunos de sus textos en público. Reconozco que muchos de estos versos nacieron mordiéndome el labio, con frustración, sin entender bien qué sucedía… porque la ignorancia, mi propia ignorancia, me había nublado la mente y se metabolizó en una ira muy visceral y a la vez muy atávica, muy animal y primitiva… 

¿De qué curan las bendiciones?

¿Y tú me lo preguntas? Bendición viene del latín bene (bien) y dicere (decir) pero siempre ha tenido el significado de alabar… Una bendición es una palabra bien dicha por quien te quiere bien, por quien desea tu bienestar, por quien te alaba. Y pocas cosas más curativas que la palabra que alienta, que abraza, que trae calorcito y templa el cuerpo, el espíritu, el corazón, ¿no? La voz hace la tarea del Buda, dice el budismo Nichiren. Y en ese bien decir está, quizás, una de las tareas más nobles y necesarias de los seres humanos, la de tender lazos, vínculos, afectos, dar y recibir bondad… Escuchar. Ay, qué falta nos hace, aprender a escuchar. 

Cubierta 'Esta ira'En «un planeta donde nunca amó nadie», ¿hay vida posible?

Pareciera que hay ciertos planetas donde no ama nadie y hay vida, pero tal vez una vida llena de muerte, o una vida vacía… Esos no-lugares de los que hablaba Marc Augè... O pienso en espacios terribles, carentes de afectos y donde vivir no vale nada… Pero, incluso en esos ambientes, en algún rinconcito, alguien ame, como la planta que rompe el cemento para brotar. Romper el cemento, eso lo puede hacer una bendición, como manifestación de la vida…

Luciérnagas, aves acuáticas, libélulas… ¿qué nos dicen los animales de nosotros mismos?

Los animales parecen tener una compasión y una forma de obediencia en su sentido etimológico, (obedecer significa en latín «saber escuchar»). Esa escucha, como el respeto a los ciclos de la naturaleza, a la vida, que quizás los seres humanos hemos perdido, eso nos enseñan. Que no hay dolor gratuito, que debe haberlo, porque el dolor, como el gozo, son parte del vivir. Que hay una ley más fuerte a la que escuchar, la ley de la propia naturaleza, de la vida… 

¿Cómo se sobrevive «al terror de los nombres»?

A algunos nombres es difícil sobrevivir… Pero se logra haciendo un trabajo poético, es decir, yendo a la raíz, quitándole a ese nombre todo lo que tiene de connotación y resignificándolo. El campo semántico de la enfermedad está lleno de tabúes, de eufemismos, de tecnicismos, de palabras huecas para mí… Yo me las llevo al terreno de la poesía. La razón poética me ayuda. También la etimología. Y le quito a esos nombres lo que tienen de convención para que vuelen. Me ha pasado recientemente con el término «paliativo», que viene de paliar, que tiene una acepción que es suavizar… Imagina que fueran «cuidados suavizativos» en vez de paliativos… O cuidados suaves… Nuestra mente los percibiría de otra forma… 

¿Cómo encontrar la belleza en lo cotidiano? ¿Reside en quien mira o en lo que se contempla?

Lo sagrado está en lo cotidiano. Lo decía Teresa de Jesús, lo explica el budismo… Ser capaces de mirar esa belleza que está aquí mismo requiere quitarse de los ojos muchas telarañas, prejuicios, modelos aprendidos, estigmas… Por ejemplo, lo que sucede con las personas que tienen algún tipo de discapacidad es que desaparecen bajo «eso» que rompe lo normativo (y entrar en lo que es o no normal sería muy largo): una silla de ruedas, unos dafos, una sonda… Y somos incapaces de ver al ser humano que vive bajo el objeto que lo conceptualiza. Una anécdota que me sucedió hace unos años, y que me provocó mucha tristeza: un verano en el que decidimos irnos toda la familia a Alicante. Fui con Martina, mi hija, en tren, para que el viaje fuese más corto, y aproveché para dar un paseo por la ciudad de mi infancia. Paseando por la avenida principal iba feliz, hasta que me di cuenta de que la gente nos miraba demasiado y algunos con gesto extraño… Yo iba tan contenta que no caí en la causa. No recordaba que mi niña llevaba la sonda nasogástrica (un tubito amarillo que entra por la nariz para poder comer). Me sentí tan mal que me metí en un bar y luego volví al punto de encuentro por una calle menos transitada. Esa sonda no permitía que viesen lo que había detrás, una niña. No ser capaz de ver la belleza reside en quien mira. 

En ‘Poética de la fractura’, como en algún otro de los poemas, el yo poético se desdobla. ¿Cuántos yoes hay que desplegar para vivir?

No sé cuánto hay que… En mi caso, parafraseando a Pizarnik, «no puedo hablar con mi voz sino con mis voces», y esas voces corresponden a ese fluir que somos, a ese yo que se despliega, que se enmascara en la poesía… pero que, en el fondo, responden a un yo más esencial. Es complicada esta pregunta, la cuestión de la identidad no es baladí, más en estos tiempos en los que se reivindican otras identidades. En mi caso mi yo esencial, el que debería desplegar para vivir, es mi identidad como «bodisatva de la tierra». Esa es mi identidad primera, la elegida por mí, según el budismo que practico hace veinte años en la Soka Gakkai. Pero a veces se me olvida. A veces se me olvida que soy una bodisatva, que puede iluminarme como lo hizo Buda. Desde ahí, desde mi condición de bodisatva, desde mi condición de Buda podría vivir mucho mejor… Pero la oscuridad, la ignorancia me hace olvidarlo… Ay, por eso es tan importante practicar cada día, para recordar cada día quién soy y a qué he venido a esta existencia… 

¿Qué peso tienen los otros (las hermanas, las malditas) a la hora de escribir? ¿Cuánto del otro nos conforma como identidad?

No hay separación entre los otros, las otras y yo. No debería haberla. El problema es, como decía antes, esa ignorancia que te hace separarte, que hace que aparezca la ira, los estados más inferiores como la falta de comprensión, la envidia… A la hora de escribir escribo para decir ese secreto doloroso que no se puede decir, parafraseo a Zambrano, y por eso hay que escribirlo. Ese secreto que tiene que ver con que somos seres humanos que no entendemos lo fundamental, que la vida es un tesoro, que la joya que tenemos cosida a nuestro vestido permanece ahí, para cuando la necesitemos, que cada instante es valiosísimo, que las personas que nos acompañan en el vivir son inseparables, o debieran serlo, «como los peces y el agua en que nadan», dice una carta que Nichiren le envía a un discípulo, que el propósito debiera ser vivir en paz, que sin los otros, sin las otras no hay vida posible.