Compartir en redes sociales

Sonia Sendra Crespo

Entrevista

15 Mar 2023

Sonia Sendra Crespo, escritora

«Cassen fue el primer showman de este país»

Esther Peñas / Madrid

Pocos humoristas españoles alcanzaron la versatilidad de Casto Sendra Barrufet (Tarragona, 1929-Barcelona, 1991), popularmente conocido como Cassen. Su ingenio (veloz como la centella), sus dotes cómicas (inagotables y frescas siempre), y su humor (geográficamente cósmico de tan rico en matices) hicieron de él una presencia indispensable en la televisión de los años 60. Su primer papel importante en el cine fue Plácido, de Luis García Berlanga, pero tuvo muchos otros que dejaron huella. Su hija Sonia Sendra Crespo acaba de publicar su biografía, Bromeando con mi padre (Editorial Amarante), cuajada de entrevistas, anécdotas y un recorrido exhaustivo por la cerrera del que fuera uno de los grandes cómicos en nuestro país. 

¿Qué distingue el hacer de Cassen de otros cómicos, de otros artistas de su época? 

Podría decirse que es el primer showman de este país. Inventor del chiste rápido, fue el primero en hacer imitaciones, cantaba, tocaba la guitarra, escribía sketch, dibujaba caricaturas, se disfrazaba en público… En el momento en que Cassen irrumpe en nuestra escena, a principios de los 50, solo estaba Gila con sus largos monólogos, o Toni Leblanc, en el papel de paleto, y de repente aparece alguien que tenía algo de sajón, un showman en toda regla, como decía José Luis Cuerda, «un respiro para esa España garbancera y procaz». Cassen no era sólo un cuentachistes.   

¿Qué has descubierto que desconocías de tu padre al hacer esta investigación?

He descubierto al guionista de cine, al hombre lleno de dudas a pesar de su genialidad, al showman, al incansable Cassen, al que no dormía por sus ansias de innovación. Dos funciones diarias sin día de fiesta, más de cuatro horas en el escenario… Realmente era un hombre obsesionado con el humor.  Él popularizó la frase «es broma», en el contexto de meterse con alguien sin ofenderlo, por eso lo titulé Bromeando con mi padre. Al leer sus entrevistas empecé a recordar su voz en mi cabeza y quise así incluirlo en primera persona porque Cassen, junto con mi madre, era el principal testimonio de esa época.  

Tu padre trabajó con los grandes (Forqué, Berlanga, José Luis Cuerda…), ¿a quién de ellos admiraba especialmente?

Lo que sentía por Berlanga y por Azcona era verdadera admiración; a Berlanga lo consideraba todo un genio. En cuanto a José Luis Cuerda, recuerdo que reía mucho al leer el guion y decía que no entendía nada. Parece ser que cuando se encontró con Saza, se abrazaron y los dos dijeron casi a coro: «¿Tú entiendes algo?» Tanto a Cuerda como a José Luis García Sánchez los veía como a grandes intelectuales. 

Cubierta del libroDe las muchas entrevistas que recoges como material para el libro, ¿cuál te emocionó más y por qué?

Las entrevistas con el director Paco Betriu y los actores de teatro Luis Barbero y José Peñalver, porque me dio la sensación de que lo conocían de verdad. Me hablaron de su profesión, pero también del hombre que conocí. Con Paco Betriu viajaba a Perpignan para ver películas prohibidas y protagonizó uno de sus mejores personajes en Furia española. Luis Barbero me habló de una época desconocida para mí, los años 60, cuando quedaban siempre con Tip y Coll, de quienes eran muy amigos. Con Peñalver tenía largas charlas, coincidieron en sus principios, de hecho, trabajó con mi madre cuando aún no había debutado Cassen, y en su final, en una de las primeras sitcoms de España.

¿Cómo era su método de trabajo? ¿Cómo ideaba esos chistes, esa vis cómica? 

Leía muchísimo, se empapaba de todas las novedades, viajaba a Italia, Francia o Inglaterra para ver espectáculos. Normalmente, ideaba por las noches, las noches que no trabajaba, claro; como tenía el sueño cambiado, se las pasaba dando vueltas por la casa. 

De los artistas de hoy en día, ¿cuál, de haberlo, dirías que se asemeja más a lo que representa tu padre? 

No te sabría decir, porque era muy versátil. Le veo un poco el ingenio de David Fernández, la genialidad de Raúl Cimas, el punto absurdo de Joaquín Reyes, la seriedad cómica de Corbacho...

El hecho de que muriera tan joven, ¿crees que jugó en contra de su merecida fama con el pasar del tiempo? 

Es posible, porque estaba entrando en su segunda juventud, esos últimos años volvía a recibir propuestas de cine, teatro, televisión, tuvo que rechazar muchos trabajos a causa de su enfermedad y perdió sus últimos 10 o 15 años de carrera. 

¿Se hubiera adaptado bien a las nuevas maneras de hacer cine y televisión?

Totalmente, seguro que sí. ¡Y lo que hubiera disfrutado con los teléfonos móviles!

¿Por qué has esperado casi treinta años para escribir este libro? 

La primera versión la acabé en 2003, fueron casi tres años de trabajo y realicé unas setenta entrevistas a compañeros y amigos del mundo del espectáculo. Mi admiración por él fue creciendo a medida que ayudaba a mi madre a sacar de los cajones guiones inéditos, documentos con millones de chistes, sketches, críticas, reseñas, libretos de revistas musicales… Al principio no sabía por dónde empezar y cuando lo acabé pensé que había cumplido mi misión de recordar al mundo quién fue Cassen. Alguien tenía que hacerlo. Para mi sorpresa, en aquel momento no tuvo la acogida que esperaba por parte de las editoriales, así que lo aparqué hasta el año pasado, lo actualicé y la editorial Amarante se interesó en seguida. Es posible que la perspectiva del tiempo sea importante para el reconocimiento. Es como una miopía histórica, cuando algo está próximo cuesta más enfocarlo, como Amanece, que no es poco, que en su momento no tuvo éxito y ahora es una película de culto. Quizás ahora se valora más la labor de los humoristas, con el auge del club de la comedia, los monologuistas, la comedia musical, pero al final todos los premios se los lleva el drama, cuando es mucho más difícil hacer reír que llorar.  Pienso que este país no sabe cuidar a sus cómicos.

Si tuvieras que escoger una de las muchas interpretaciones que hizo tu padre, ¿cuál sería?

Plácido, sin duda, aunque su mejor registro estaba en las salas de fiesta, con el personaje que se había inventado. Con las risas y los aplausos del público no había quien lo sacara del escenario. Cuando actuaba en directo en televisión y le pedían que cortara, le resultaba imposible parar ante las risas el público y acababan pasando los créditos de fin de programa mientras seguía contando chistes. 

Hay algunos cómicos que en su vida privada resultaban más bien serios, casi ásperos. ¿Era el caso de tu padre? 

Áspero no. Serio, sí, pero era una persona muy cariñosa, al menos con su familia y, según he comprobado en las entrevistas, se llevaba bien con todo el mundo. Un hombre entrañable y lleno de humildad. Una de sus frases era: «Quien bien te quiere te hará reír», palabras que le persiguieron hasta su epitafio. Otra: «El humor es una cosa muy seria». Él no se tomaba a risa su trabajo, está claro. 

¿Tenía buenos amigos del mundo del espectáculo, ese mundo aparentemente cainita?

Sí, a pesar de ser una persona poco dada a la vida social. Se casó muy joven con mi madre, que era modelo de revista y actriz, y siempre iban juntos. Se tenían el uno al otro y no parecían necesitar más. Se llevaba muy bien con actores como Luis Ciges, Agustín González o José Sazatornil, con perfiles de vida muy parecidos a él (caseros, familiares), tenía verdadera amistad con algunos actores de teatro, como Luis Barbero o José Peñalver, y directores como Paco Betriu y Antonio Giménez-Rico.