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Cubierta de la antología

Entrevista

26 Mar 2021

Asociación Cultural Clave 53, poetas

«Al verso no se le puede enjaular»

Esther Peñas / Madrid

Amapolas desde el balcón. Con este título, encendido, sorprendente, visual, el grupo de poetas coordinado por Giusseppe Domínguez, Asociación Cultural Clave 53 publica su segunda muestra colectiva, alumbrada y horneada en el reflujo del confinamiento. Hemos conversado con algunos de los poetas que participan en esta antología.

¿Cómo son las amapolas vistas desde el balcón?

Resistentes, esperanzadoras, libres. Casi oníricas. Un día, cuando ya llevábamos mucho tiempo encerrados, vi desde el balcón un globo rojo deslizándose por la calle desierta. Ese globo rojo vagando por la calle es mi imagen de las amapolas vistas desde el balcón.

La amapola y su resistencia. ¿De qué cura la poesía?

Hay muchas opiniones al respecto: que la poesía es el grito de los silenciados; que la poesía es la voz que los poetas le dan a los que no lo son; que la poesía es un arma cargada, o un tiro en la sien. Da igual. Para muchos, en plena pandemia planetaria, la poesía ha sido un acto de afirmación humana. La poesía debería ser útil para alguien; en palabras de Machado: «Dejar quisiera/ mi verso, como deja el capitán su espada:/ famosa por la mano viril que la blandiera,/ no por el docto oficio del forjador preciada». Pero creo que no te he contestado: la poesía cura el sinvivir, sea este cual sea.

De nuevo, el grupo poético dirigido por Giusseppe Domínguez publicáis un ramillete de poemas. Desde la última entrega, ¿qué ha cambiado y qué ha permanecido inalterable?

A pesar de la pandemia, la poesía resiste, a pesar de las crispaciones, la poesía resiste, a pesar de las penurias económicas, la poesía resiste… y nos ayuda a resistir.
Nos encontramos con más intensidad, aunque con menos proximidad, nos encontramos en la palabra, aunque no en el aliento, nos encontramos con la lujuria típica de la creación poética, como siempre, pero sin las mismas posibilidades de consumación.

Nos permite sentir cierta inalterabilidad, cierta normalidad, en mitad de un mar de incertidumbre, nos permite sentir cierta incertidumbre y aprehenderla desde la creación, desde la recreación, desde un recreo semanal que nos libera de la dureza de la cotidianeidad.

Es una fantasía. Es una realidad. Nada ha cambiado. Todo ha cambiado.

Seguimos escribiendo y confiando en que la poesía nos enriquezca, sabiendo que no es la finalidad de la poesía, que es libre y rica per sé.

Los libros no se pueden presentar físicamente y sin embargo llegan a todos los rincones, colándose subrepticiamente por las grietas del muro a derribar: amapolas que han crecido en las circunstancias más hostiles posibles. Pero así es la poesía: resistente, resiliente, si se prefiere, superviviente, sobreviviente, pues aumenta la vida, la realidad, en una sobrerrealidad (surrealista o no), una realidad ampliada, una vida expandida, un espasmo del espacio-tiempo que habitar infinitamente (sin fin) hasta el fin.

Nos encontramos toda lectura con ecos de tristeza, nostalgias, pérdidas, pero nuestra escritura brilla con optimismo, con esperanzas, con afán de diversión, no por escapismo, sino por revolución: no hay nada más revolucionario que la lucha a la contra, batalla silenciosa y perdurable, que lleva a cabo incontables microacciones que modifican el entorno, que aportan lo que creemos necesario a nuestro alrededor, que construyen lo que queremos que sea un futuro (con ese arma cargada) e incluso perfilan un presente diferente al programado en las cadenas de televisión, en la prensa, en la simpleza del click.

Nada ha cambiado. Todo ha cambiado.

Seguimos escribiendo de cara a un futuro que se construye a nuestro paso, haciendo camino, que diría el ínclito poeta castellano que vivió peores épocas que la nuestra.
Seguimos inmersos en un presente siempre poco amigo de la lírica y, sin embargo, agradecido a su existencia.

Nada ha cambiado. Todo ha cambiado.

Nos vemos tras pantallas para escribir poesía, hablar de poesía, leer poesía, vivir poesía, ser poesía y, en un futuro, porque habrá futuro, igual que habrá poesía, publicar poesía, otro ramillete de poemas con los que perfumar el diverso universo.

¿Cómo definiríais la poesía?

«La poesía es en el fondo sólo unas comillas huidas» (Jess Ornsbo, poeta danés). O unas comillas impares, o una cortina de gotas de lluvia, o un surtidor de vino. La expresión del miedo, del amor, del deseo, del desamor…

Trabajar en grupo la poesía, leerla, compartirla, ¿qué aporta que no puede conseguirse en soledad?

En mi opinión aporta justo eso: leerla en grupo ayuda a ver, oír diferentes lecturas, distintas visiones, acentos diferentes. 

Es cierto que considero que es necesario estar solo para escribirla y darle el sentido que cada uno queremos darle, trasladar al papel el sentimiento del momento absolutamente íntimo de escribir.

Pero leer nuestra poesía junto al grupo o por otro miembro del grupo nos otorga una visión sonora y perceptiva diferente que nos hace juzgarla vista desde fuera.
Oír y apreciar otros matices que, probablemente, nos sirva para hacer enmiendas de lo escrito.

Pienso en vuestro poema «Señor que estás en los cielos», ¿qué queda en este mundo postmoderno de sagrado?

El culto al poder y al dinero, el postureo y el amor a los «likes» en las redes sociales. Esto es lo primero que me viene a la cabeza. Pero necesito creer que todavía nos queda algo de empatía y solidaridad, que no sé si son sagrados, pero sí son necesarios.

¿Qué tiene de hermoso la muerte?

La muerte es pura vida. Es el ciclo que se completa y deja paso a uno nuevo. 

No es aniquilación, La muerte es transformación y su belleza radica precisamente en que nos recuerda la impermanencia de todo, de lo bueno y de lo malo; incluso de nuestra propia existencia. 

¿Qué poetas ejercen de custodios?

Aunque muchos poetas ejerzan de guardianes de la palabra, y se sientan como recipientes por los que transita la poesía, creo que sería más apropiado preguntarse si son ellos los que cuidan del verso o es al revés, y es el verso es que los protege. 

Hay poetas que precisan su dosis diaria de poesía e intentan comprender el mundo dándole nombre y escribiendo con continuidad aunque ello pueda suponer menos meticulosidad en la forma; otros se enfrentan a las palabras con fervor religioso y nunca parecen satisfechos de haber elegido la más apropiada; los hay que confían en la ciega inspiración, la musa propicia y esperan que ella les dicte el poema perfecto; algunos se sienten iluminados o especiales o sublimes cuando se les acerca un verso nuevo.  

Como bardos, vates o trovadores… muchos poetas pretenden custodiar la palabra exacta, aquella que refleja el sentimiento más profundo, la reflexión más certera, la sensación más intensa. Olvidan que en su origen la poesía fue oralidad compartida, aire, palabra en vuelo. Y que al verso no se le puede enjaular. Cuando sale al mundo, ya no nos pertenece.

Cambia con cada lector, con cada lectura, con cada momento. Y nos libera de la imperfección del mundo. Él sí que ejerce de ángel custodio, acompañándonos y perdonando que no hayamos sido capaces de reflejar toda su esencia. O que ejerzamos de poetas en su presencia.