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Cubierta del libro

Entrevista

28 Oct 2019

Jorge García Torrego, poeta

“Antes había más respeto, más dudas, más vergüenza al decir que eras poeta”

Esther Peñas / Madrid

Jam sessión. Encuentro informal en el que preside la improvisación. Se aplicaba, en origen, a los encuentros de músicos de jazz, tan proclives a lo espontáneo, a la contingencia. Poco a poco, este concepto ha ido calificando distintas disciplinas. Por ejemplo, la poética. Del fenómeno da cuenta el poeta Jorge García Torrego (Miraflores de la Sierra, Madrid, 1986), que ha analizado, experimentado y conbebido estos recitales, mitad performance, mitad ensayos, que abundan en diferentes locales de la capital. El resultado, «Convivir poesía / conbeber poesía”, el fenómeno de las jams sessions y la poesía oral en el Madrid del siglo XXI» (Amargord).

¿Qué aporta el fenómeno de las jam a la poesía?

Bueno, entiendo que el primer aporte es el de ser un formato innovador. Y no solamente en un plano estético por ser oral y/o performativo, sino que se trata de un espacio que aúna creación y participación, en el que los escritores son a la vez autores y público. Este hecho, irremediablemente, ha «bajado del pedestal» a los poetas reconocidos, famosos, con trayectoria y con voz propia y consagrada. Los ha puesto en el mismo plano que cualquier espectador que, tan solo con voluntad y un poema, puede ponerse a su nivel (o al menos durante unas horas o minutos en una jam session). Y este hecho, que parece nimio y completamente positivo, cada día que pasa me hace tener más dudas de que sea tan positivo y nimio. 

Hay quien ve en estas sesiones un foro para ‘poesía de poca calidad’. ¿Qué tipo de versos se escuchan en estos espacios?

Me gustaría, antes de responder a esta pregunta, decir que todo aquel que escribe un poema merece mi respeto y mi fraternidad. Somos del mismo equipo, vamos. Sí, así de tajante porque no estamos en una sociedad en la que se lea o escriba poema de forma masiva, y yo siempre iré con el marginado, el que lucha, el que es diferente. Vale, después de esta salvedad que tenía que hacer, te comento que tengo que hacer una división. Hace tiempo que lo digo y esta división con el tiempo se ha vuelto más acentuada: Al inicio de las jam sessions, o al menos, cuando yo empezaba a ir, en 2009 o 2010, podías encontrar muchas voces, muchas trayectorias poéticas y muchos estilos diferentes. Esto se debía a que había habido mucha gente que, durante años y sin que lo supiera nadie (o prácticamente nadie), escribía y leía poesía por necesidad. Por saber quiénes eran, porque necesitaban respuestas. Y esas respuestas estaban (y están en los libros). Ahora bien. Hubo un momento en el que el foco del escenario llamó más la atención que el blanco del libro y los poetas escénicos se/nos dieron/dimos cuenta de que para conseguir admiración, lectores y público había un atajo llamado jam session. Y aquí, con perdón, se jodió la cosa. Antes había más respeto, más dudas, más vergüenza al decir que eras poeta. Hoy en día, con la liquidez de los términos (y de todo), cualquiera que escriba un poema es poeta, pero ¿es eso ser poeta? Aún no tengo una respuesta para esta pregunta y quizá no haga falta tenerla. Y, por cierto, volviendo a tu pregunta, creo que se hace una poesía resultadista, inmediata, que no tiene la capacidad de evocación o de riqueza que la poesía en papel. Y funciona, funciona muy bien, pero quizá el camino de la poesía, de la poesía real y que te cambia la vida, no sea que funcione bien, sino que sea certera. Que cada poema sea un disparo de cerbatana, no de escopeta. 

¿No es un oxímoron jam-poesía? Parece que la poesía requiere un tiempo otro, más íntimo y lento que el de la jam.
Sí que lo parece, es cierto. Parece que deberían repelerse, luz y oscuridad, mostrarse y esconderse, pero en esta dicotomía creo que encontramos la esencia de cualquier poema porque ¿cómo es posible que, a través de escribir nuestras vivencias íntimas, personales, únicas, podamos estar contando, también y de manera simultánea, las vivencias o sentimientos de cualquier otra persona? Por eso, en teoría y desde mi punto de vista, una jam session de poesía debería ser un encuentro de intimidades, una especie de ceremonia, un compartir los lugares que hemos descubierto buscando en nosotros mismos y, en comunidad, enseñarlos y ver los caminos que han abierto otros poetas. Caminos similares al nuestro pero diferentes. 
Pero ya digo, esto es muy idílico, sí, y este encuentro y ceremonia que encontramos en la poesía es más accesible en la lectura privada y detenida.

Desde Oroza, no ha habido un gran poeta defensor de la poesía oral… ¿o sí?

Bueno, ahí estaba Agustín García Calvo, defensor también de esa poesía viva y libre, un poco a imagen de aquellos sabios griegos que adoraban el diálogo. Es verdad que Oroza estuvo más oculto, incluso, más esquivo con lo escrito.
Uno de los grandes problemas que tuve al hacer el libro fue precisamente este: cómo encontrar lo dicho y no escrito. Qué rastro deja la poesía recitada que no llegó nunca al papel o a las grabadoras. De toda la gente con la que hablé, fue Antonio Huerga, editor de Huerga y Fierro, el que más ambiguo fue con este tema. Siempre parecía que había habido más efervescencia, más poesía, más recitales colectivos de los que hubo o de los que yo al menos pude encontrar en prensa o publicaciones, lo cual, por otro lado, tiene todo el sentido del mundo, pero tuve que aprender a aceptarlo y no frustrarme. Él tiene la ventaja de haber estado allí, claro, pero es que básicamente es complicado cazar la poesía oral. 
Para mí, de todos modos, aquellos que ponen la poesía de otra manera, no sé si en diagonal en polipoesía o de qué modo, fueron los Accidents Polipoètics. Su capacidad de «hacer un show» con la palabra y no quedarse en los fuegos artificiales, combinando la poesía con otras artes escénicas para que esta fuera más allá, fue muy importante en un país como España que había estado mucho tiempo fuera de la punta de lanza de la vanguardia.

¿Cuánto de improvisado tienen estas sesiones?

Digamos que en cada jam session el poeta y el público son dos planos que nunca dejan de mezclarse. El poeta que acaba de emocionar al público con un poema impactante un segundo después deja de ser el foco de atención y no lo será más durante toda la noche y pasará a ser un mero espectador. Este cambio de papeles me fascina y, además, nunca sabes quién va a ir a una jam session. Puede ser que un día Joaquín Sabina, por decir, se levante con el pie izquierdo de la siesta y se diga: «voy a echarme unos versos a una jam», y ocurra. O quizá ha ocurrido ya, pero como se trata de un evento oral, como decía antes, no podremos saberlo.
Lo único más o menos fijo que sucede en una jam podría ser la figura del moderador/presentador, que saca a un poeta o a otro dependiendo de su criterio, que, por otro lado, también varía según le parece. 
De todos modos, este carácter inestable, impreciso y aleatorio es una de las grandes virtudes de este fenómeno. ¿Por qué? Porque es un acto vivencial, irrepetible, único, y que, pase lo que pase, no va a poder ser reproducible al cien por cien porque cambiarán los actores, el público, los poemas y el tiempo y el espacio. Ahí reside su valía: ser irrepetible y único en un mundo hiperconectado e hipercomercializado donde todo se puede vender y rentabilizar. Esto, por ahora, no. Bueno, si no tenemos en cuenta a los dueños de los bares, claro. 

¿Cuál es el perfil de los poetas que declaman en las jam? ¿Y del público que acude a ellas?

Pues ha cambiado, y creo que por desgracia. Una jam session es un espacio abierto y esto siempre será así, pero sí que es verdad que dependiendo del barrio, de la hora o del estilo de poesía que se lea en ese bar, hay unos poetas u otros. Lo que sí que he podido ver es que hay cierta homogeneización en la prosodia y en los temas. Un mismo tono y una vuelta constante sobre los típicos temas adolescentes: el desamor, la bebida, la mala vida, el estilo Bukowskiano, digamos. Creo que cada vez hay gente más joven en las jam, pero no sé si se arriesgan todo lo que la poesía necesita o si solo buscan reconocimiento. Y aquellos poetas que han escrito más y que han leído más no se atreven tanto por miedo a un juicio de gente joven, que, por otro lado, no tiene la maduración suficiente como para poder apreciar algunas poéticas más complejas. Siempre digo que son procesos de creación diferentes. Uno necesitaba probar, hacer, explorar y el otro, con el paso del tiempo, necesita limar, quitar, ser menos para llegar al hueso y a la esencia. Dos situaciones o ecosistemas poéticos diferentes que, en mi opinión, no son excluyentes. 
De todos modos, esta situación es una apreciación mía que tengo por haber ido recientemente a algunos recitales abiertos en los que he encontrado este planteamiento, pero no tiene por qué ser así en general ni para siempre. 

¿Qué queda de la polipoesía, con influencias, como dices, de Cravan, Poncela y Gómez de la Serna?

Creo que dentro de las jams sessions hay una veta de poesía escénica muy interesante. Es cierto que no es mayoritario, vale, lo sé. Pero también es verdad que el carácter performativo de algunos poetas es, desde luego, una herramienta más para potenciar el mensaje poético. Poetas como Diego Mattaruco, David Trashumante o Jesús Ge fundamentan su poesía (o polipoesía) en recursos utilizados por grandes artistas de la vanguardia y, al igual que aquellos, hacen que potencien su mensaje.

¿Se produce este fenómeno en otras ciudades españolas o se centra en Madrid?

Pues la verdad es que no lo sé. Cuando empecé a estudiar este proceso decidí centrarme en Madrid porque, si ya es lo suficientemente esquivo este tema, intentar averiguar qué era lo que estaba pasando en otras ciudades podía ser demasiado y podía correr el riesgo de que el trabajo quedara diluido y no tan trabajado. De todos modos, lo que sí que te puedo decir es que lo que se ha extendido muchísimo es el Poetry Slam  que, si bien no es una jam session, sí que comparte muchas de sus características. Se celebra todos los años un Poetry Slam nacional y, al menos, en cada capital de provincia ya existe un encuentro periódico de este tipo de «competición poética».   

¿Cómo hiciste la selección de poetas entrevistados?

Bueno, quise que todos los planos de la poesía (underground, oficial, académica) estuvieran representados porque creía que esta multitud de puntos de vista podría complementar la visión del fenómeno. Y creo que así ha sido. De hecho, para mí ha sido una suerte que profesores de universidad como Manuel Alcántara Pla o Clara Isabel Martínez Cantón, grandes autores reconocidos como Juan Bonilla o Luis Antonio de Villena o algunos de los pilares de este fenómeno como son Carlos Salem o Escandar Algeet, hayan querido formar parte y dar su opinión. Y, aparte del carácter ecléctico que quise darle, la verdad es que los que están fueron mis primeras opciones, son aquellos que pensé, en un primer momento, que mejor podrían complementar mejor mi opinión y estudio en este libro. Y, de hecho, sin su opinión puedo decir que este libro sería bastante pretencioso e incompleto. 

Compártenos un recuerdo inolvidable de estas sesiones…

Creo que siempre digo lo mismo, pero creo que es una buena señal de que es inolvidable. Para mí, que soy de pueblo, bueno, en concreto de dos, Torrelaguna y Miraflores de la Sierra, llegar a la ciudad siempre me ha supuesto un reto, un espacio de aprendizaje y de sorpresa. Quizá, siguiendo esa tendencia general, empecé a bajar a Madrid a las jam sessions de los Diablos azules cada martes. Recuerdo que pasaba una hora en coche, aparcaba cerca de la calle mayor y luego iba andando hasta Malasaña. Allí, al final de la noche, solía salir un poeta que se llama Toño Benavides, que tiene una fuerza muy especial en su poesía y en su manera de escenificarla. Estar ahí, escuchando a Toño, teniendo la sensación de estar absorbiendo poesía, para mí justificaba el resto de la semana de trabajo, madrugones y desencuentros. Ahí, en esas horas de comunidad en un bar de Madrid, había una mística y un encuentro, un espacio para el diálogo, para la fraternidad, y soy feliz por haber hecho este libro porque es algo que debía a toda esa gente grande que conocí y que me regaló tanto.