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Roger Caillois

Libros

17 Nov 2020

Siruela publica su ensayo 'Los demonios del mediodía', un estudio sobre mitología mediterránea

Caillois y la hora inmóvil

Esther Peñas / Madrid

¿Hasta qué punto la magia de la hora del mediodía sobre la sensibilidad humana es poderosa? A esta pregunta llameante parece contestar con un largo respondo telúrico el escritor Roger Caillois (Reims, 1913- París, 1978) en Los demonios del mediodía (Siruela), colocando el eje de la narración en esa «hora decisiva» que marca el punto culminante de la elevación del sol. Lo que queda a un lado y a otro de ella guarda un significado distinto, siendo la primera mitad–del alba a la hora del Ángelus- el espacio sagrado de la jornada, el tiempo de los dioses (tiempo eónico, más próximo desde luego al kairótico, es decir al subjetivo, que al cronológico), tiempo del sacrificio en altar con elevación de plegarias; pasado ese umbral, por excelencia la hora de las apariciones, es el momento de los héroes y de los hombres. 

Precisamente la tradición cristiana califica de este modo, «demonio del mediodía» a la acedía (determinada tristeza, angustia, una pereza del alma que constituyó el octavo pecado capital hasta que Gregorio Magno lo eliminó del inventario moral). 

Mediodía. Instante en que «el sol lanza verticalmente sus radiantes dardos y amenaza con la insolación». Hora exacta (tan exacta como que era marcada con la sombra de la vara, el gnomon) que indicaba el fin de los negocios y las ocupaciones políticas; de hecho, también estipula el tiempo de los entierros, porque «uno no debe enterrar a sus muertos después del mediodía, porque entonces los niños de los espíritus cierran las puertas y los niños del cielo encienden el fuego».

A las doce en punto, los indígenas se esconden por miedo a perder su alma. A las doce en punto, dicen los pitagóricos que los muertos no parpadean, porque es el único instante en que quieren estar solos (acaso para recibir a los suyos, ya que solo a esa hora la luz es suficiente para el viaje del alma al paraíso).

Está prohibido detenerse a mediodía y a medianoche en un cruce de caminos (lugares especialmente encantados por los espíritus, allí donde recibían tierra los suicidas y a quienes no podían recibir venerable descanso).  

Luz y amenaza. La irradiación demoniaca del mediodía. Los demonios. Las sirenas que, no se olvide, son una clase específica de la antigua representación del alma concebida como una especie de demonio alado «vívido de sangre», representación cuyo tipo más antiguo «parece haber sido el de las keres» –las diosas griegas de la muerte violenta-. Los demonios. Las sirenas como representación de las almas de los muertos, en especial de «los muertos antes de hora».

Los demonios. Lotófagos (que encantan a los humanos por sus argumentos), las cigarras, que incitan a la pereza y al sueño, las ninfas, que puede provocar «falta de movilidad, mudez y locura», íncubos, súcubos…

Caillois, con ese estilo demiúrgico tan característico, va adentrando al lector allí donde no queda claro qué es vigilia y qué superstición, superchería o profecía cabal, presagio o plegaria. Luz en cualquier caso, la prosa de Caillois, para un alma cada vez más sedienta de las fuerzas misteriosas.