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Cubierta del libro (fotograma de la película interpretada por Louise Brooks)

Lecturas

5 Abr 2021

El paseo editorial rescata este delicioso y sicalíptico texto

Diario de una perdida

Esther Peñas / Madrid

Perdularia, depravada, libertina. Golfa, descarriada, disoluta. Pornógrafa. Para los más compasivos, acaso una mujer de moral ciertamente despistada. En cualquier caso obscena, porque no sólo cultivaba una vida envilecida sino que la puso por escrito, escandalizando a propios, ajenos y amancebados. Ríanse ustedes de esta cosa lechuguina tan en boga hoy llamada bioficción. Diario de una perdida (El paseo editorial) es una narración de tal hondura autobiográfica como exquisita en su capacidad de convocar la ficción para que el texto se extienda como sábana recién lavada sobre majuelos.

«No sucede gran cosa en nuestro nido olvido por Dios. Y lo que sucede no merece la pena ser anotado. Pero quiero imaginarme que soy una persona famosa y que escribo mis memorias. En ese caso hasta lo más irrelevante tiene importancia». Ya lo creo que la tuvo. Thymian Frauke Katharine Gottebal, trasunto de la autora, Margaret Böhme (Husum, 1867-Hamburgo, 1939), provocó una sacudida mayor que el latigazo que causa el apellido Dietricht al pronunciarse. Un escándalo absoluto.

El ardid es un clásico: Böhme se erige como editora de Thymian. La historia es un reproche generalizado, ya que todo aboca a la protagonista a la prostitución, una acusación intolerable para una sociedad que se arroga una moral superior a la del vulgo, descarriado por sus vicios irrevocablemente. Thyman tiene una voz recia, alejada de la sensiblería, de la cera de la lástima, de las duquitas a modo de culpa o remordimiento. No se jacta, encara lo real con aprovisionamiento de arrojo. Resolutivamente. 

El diario es un moroso recorrido por el mundo de la hipocresía burguesa, la prostitución, el engaño, el chantaje, el estupro, la maldad, pero también por la sutil esperanza del amor: «Qué no daría yo si tuviese una, una sola persona en el mundo, que me escuchase, a la que pudiera vincularme, de la que supiese que está ahí para mí». No pensemos que nuestra protagonista peca de ingenua: «sé que la mayoría de los tipos son escoria». En el lodazal de aquella vida que transcurre sin que nadie quiera mirarla, como si no existiese, la luz que se filtra huele a moho. Y convierte en rancia la carne.

«En los bajos fondos hay tanta gente que padece o que disfruta como lo hay en otros ambientes. Las cuatrocientas de arriba son aquellas que tienen un amigo rico que las mantiene. A esas debería yo, en realidad, pertenecer. Podría haber sido así si Ludwig no hubiera llegado a la loca idea del divorcio del matrimonio y si yo no hubiera sido tan colosalmente estúpida de soltarle mi confesión a la cara».  

Del contundente éxito de Diario de una perdida, en 1905 (año de nacimiento de otra incorregible, Greta Garbo), dan buena cuenta los millones de ejemplares que vendió, su traducción a catorce idiomas, las lisonjas que le dedicó Walter Benjamin (que calificó la novela de «emancipatoria»), y la versión cinematográfica que dirigió G.W. Pabst protagonizada por la ménade Louise Brooks. Ahora, por vez primera, podemos disfrutar de su lectura en castellano, gracias a la espléndida traducción de Fernando González Viñas. 

«Mi pecho es tan ligero y libre como hacía años que no lo sentía. Estaría sana por completo si no fuese por este agotamiento. Gracias a Dios que llega la primavera. Mañana quiero levantarme… Mañana…»