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Quino

Entrevista

30 Sep 2020

Quino, dibujante

"Dibujo pensando que se puede mejorar un poco el mundo"

Esther Peñas / Madrid

Padre de uno de los iconos más queridos y celebrados del pasado siglo, Mafalda, esa niña respondona que quería ser traductora de las Naciones Unidas para mejorar el entendimiento entre países, Quino (Joaquín Salvador Lavado, Mendoza, 1932) refleja en sus viñetas lo surrealista del ser humano, las complejidades propias de la pareja, la incomprensión absurda del hombre frente a las injusticias. Y todo ello con una ternura impropia —o quizá inherente— a todo hombre decepcionado por la situación actual del mundo.

(Como homenaje a este inmenso humorista, fallecido hoy, reproducimos la entrevista que le hicimos en 2004 para 'cermi.es', en su edición en papel)

¿Prefiere que le llame Joaquín o Quino?

Quino, si no le importa.

¿Se siente un personaje querido?

Sí, sí. Evidentemente, a estas alturas de mi carrera profesional he tenido muchas muestras de cariño en muchos países, no sólo en el mío. Y es algo que agradezco.

¿Cómo es un día normal en la vida de Quino?

Lo normal es que esté sentado en mi mesa de trabajo. Tendría que salir a caminar, ya sé… pero la mitad del día la paso pensando en lo que hay que dibujar y, el otro medio, dibujo. Aunque cuesta más pensar en lo que se va a hacer que hacerlo.

¿Qué humoristas gráficos españoles despiertan su admiración?

Hay algunos fabulosos… los nombro siempre… Chumy Chúmez, a quien quería muchísimo; El Roto, hijo directo de Chumy; Gila, con ese humor brutal…; Mingote... Todos ellos me han influido mucho.

Hace un par de años fue nombrado por la Universidad de Alcalá de Henares como Catedrático Honorífico del Humor. ¿Cómo es eso de institucionalizar el humor? ¿Se puede enseñar?

No, en absoluto. Es un reconocimiento de la Universidad para darnos un poco de prestigio a los dibujantes. Algo que a mí me hizo mucha ilusión, como cuando recibí el premio «Quevedo», un honor enorme y algo hermoso porque sólo se lo han concedido a Mingote y a Chumi. Ahora yo también estoy entre ellos. El humor se puede transmitir si uno se cría con gente que lo cultiva, pero enseñar… si ni siquiera se sabe con certeza qué es. Cuando era más joven leía muchos tratados filosóficos acerca del humor, el de Bergson, por ejemplo, pero llegó un momento en que no quise preguntarme más qué sentido tenía eso de la risa. Me acostumbré a trabajar con el humor sin necesidad de definirlo. Es mejor así.

¿Sigue siendo un subgénero el humor o por fin ha conseguido el respeto que merece?

A través del cine se valoró muchísimo. Actores como Chaplin o Keaton consiguieron que el humor se considerase como un arte similar a cualquier otro.

Recuerdo una viñeta suya en la que hay distintas clases sociales contemplando en la gran pantalla la escena en la que Charlot se está comiendo una bota, y cada una de ellas reacciona de un modo distinto…

Sí. Es un misterio cómo sucesos trágicos, como es el tipo que no puede comerse otra cosa más que una bota, provoquen la risa. Y, sin embargo, sucede.

El humorista ¿mitiga las imperfecciones del mundo o tiene capacidad para perfeccionarlo?

Dibujo pensando que se puede mejorar un poco el mundo. Creo que estamos atravesando uno de los peores periodos, cargado de desilusiones, guerras… siempre me planteo cómo sería la Europa en la Quino que gobernaban Franco, Hitler, Salazar y Moussolini. Pese a todo lo que costó, se recuperó. Ahora que gobierna, directa o indirectamente, Bush, ¿podremos recuperarnos?

¿Le resulta gracioso Bush?

No, es demasiado peligroso como para hacerme reír.

Usted ha cultivado ambas opciones pero, ¿un dibujo es más directo con o sin texto que lo apuntale?

Para mí el ideal es la viñeta sin texto, pero hay ideas imposibles de transmitir sin texto. Lo que no me gusta e intento que nunca me ocurra es que uno pueda entender la viñeta sin el texto o viceversa.

Una de las campañas en las que usted participó fue para el Congreso Internacional de Ambliopía. En este año, que es el Europeo de las personas con Discapacidad, ¿qué le dice esa palabra?

Todo el mundo tiene su propia discapacidad, en cierto modo. Que qué me dice la palabra… lo que hacen ustedes con esta publicación, luchar mucho para concienciar a gente como los arquitectos, que no piensan en las personas con discapacidad. A veces pienso con cierta tristeza, ¿qué puede hacer una persona en silla de ruedas que viva en Venecia?

Hace poco conocimos la noticia de que 2004 será el Año Iberoamericano de la Discapacidad. ¿Qué papel juegan los medios de comunicación en todo esto?

Uno importantísimo, por supuesto. La gente tiene una gran resistencia a querer conocer más acerca de colectivos con riesgo de exclusión. Recuerdo que en Roma, aunque la idea era alemana, colocaron una instalación para demostrar a la gente cómo se mueve un ciego, para que fueran consciente de la cantidad de obstáculos que encuentra. Hubo gente que no lo soportaba. Pero, poco a poco, debemos de concienciarnos con estos problemas que les afectan, porque la solución hay que buscarla entre todos.

¿Cómo sería una viñeta en la que la protagonista fuera la discapacidad?

Hay temas que procuro no tocar porque no suscitan mi humor. La discapacidad es uno de ellos. Es algo demasiado serio. A veces da la sensación que uno se burla de ellos, aunque jamás es mi intención. Pero con temas como la religión o las drogas siempre recibo cartas en las que me recriminan tal o cual viñeta.

¿De ahí su conflicto con Amnistía Internacional?

Más o menos. Lo que ocurre es que ellos me piden una viñeta cada cierto tiempo, y siempre digo que no. Los refugiados o la explotación infantil son cuestiones sobre las que no puedo frivolizar, al igual que con la discapacidad.

¿Le han censura alguna viñeta?

El año pasado hice una página sobre un marido que maltrataba a la mujer. Está en sillas de ruedas y le pide a la mujer que, ya que no la puede pegar, le ponga alguno de los vídeos que grabó cuando la hacía. No era políticamente correcta, pero era terrible.

En España, la discapacidad ha sido objeto de numerosos chistes. Sobre todo en Chumy Chúmez o Summers…

Sí, quizá porque hay quien se ocupa de ellos, quizá porque existen organizaciones como la ONCE, que presta numerosos servicios a los ciegos. Ojalá tuvieran una entidad similar todos los países del mundo.

¿Conoce las actividades que desarrolla la ONCE?

No exactamente, pero he observado que los semáforos están adaptados a ciegos, con ese piar de pájaros, algo que me asombró bastante, y también me di cuenta de que los medicamentos están en braille. Supongo que la ONCE tiene mucho que ver en ambos casos.

Algunos de sus personajes más celebrados de los que usted dio vida son siete niños ingeniosos, concienciados, simplemente deliciosos. De las pocas veces que usted ha accedido a dibujarles de nuevo es cuando la propuesta tiene algo que ver con derecho del niño, contra el maltrato infantil… ¿Qué tiene la infancia que cautiva su interés?

Tiene… la ventaja de que a los niños se les permite hacer preguntas que hechas por un adulto parecen tontas y no lo son. Nadie se las contestaría. Uno sigue siendo niño en muchos temas. ¿A qué padre le vamos a preguntar por qué Bush está haciendo lo que hace?

Pero usted no tiene hijos. ¿Por qué?

Por convicción propia. Mía y de mi mujer.

¿No resulta perverso que Mafalda, uno de los baluartes de la contracultura o si lo prefiere una especie de pepito grillo de la sociedad capitalista, se haya globalizado?

No, es una globalización que provoca placer. En los colegios mejicanos la consideran materia de estudio. Eso me hace sentir muy orgulloso. Hay tanta gente que viene y me dice «mi hijo no quería leer nada y sin embargo le di uno de esos libritos…

Tengo un amigo que me dice que, tal y como está la situación del país, la única solución que le puede ocurrir a Argentina es que lo compre Walt Disney para hacer en él un parque temático. Usted viene de allí, ¿es para tanto?

Está muy mal, pero hablé con mi editor y me dijo que no consiguen imprenta, están todas trabajando a tope; la última feria del libro aumentó 10 por 100 las ventas. Es muy raro ese país, la demanda y oferta cultura es enorme.

¿Es Néstor Kirchner la solución para Argentina?

El problema de nuestro país es que la gente no quiere ser gobernado por alguien que no sea peronista. Este tipo es peronista pero «potable», más blandito. No tenemos otra opción.

Hace poco, Juan Carlos I reconoció la parte de culpa de nuestro país en la situación que atraviesa en estos momentos Argentina. Cómo argentino, ¿qué sentimientos tiene usted hacia España?

No, la culpa la tienen los argentinos que se han dejado corromper por empresas españolas. Así de simple.

Escuché hace un par de años a una compatriota suya, Susana Rinaldi, cantar «La balada para un loco», de Piazzola. ¿Cree que es necesario un punto de locura para poder vivir?

Sin duda.

Dígame que no le gusta el tango…

Sí me gusta, pero como yo no nací en Buenos Aires no me entró por las vísceras sino por la cabeza, poco a poco, escuchándolo, atendiendo a las letras y hay textos extraordinarios.

¿Cuál es el último libro que ha leído?

«El libro de las ilusiones», de Paul Aster y el último de García Márquez, sus memorias.

¿Qué tipo de películas va a ver?

La última que vi… ah, sí, la de los hermanos Cohen, «Crueldad intolerable». Me gustó, pero no me pareció gran cosa. «Un filme hablado», de Manuel Oliveira, me pareció extraordinario… «Elefant» es aburrida, pero uno se da cuenta de que tiene que serlo. El que me tiene un poco harto ya es Woody Allen.

¿Se considera un hombre enamorado?

Sí, enamorado de muchas cosas… de la música, de la pintura… Por supuesto, de mi mujer.