Compartir en redes sociales

Cubierta de 'Días de hambre y miseria y su traductor, Javier Vela (fotografía de Juan María Rodríguez)

Entrevista

12 Mayo 2021

Javier Vela, escritor y editor

«Editar es propiciar el encuentro de los lectores con un texto del que tú mismo te sentías huérfano»

Esther Peñas. Javier Vela por Juan M. Rodríguez / Madrid

Acaba de recibir el XI Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado por su obra Cuando el monarca espera, y está a punto de presentar su novela Revelaciones de la maestra del arco (Pre.Textos), pero conversamos con Javier Vela (Madrid, 1981) por su labor de editor y traductor, ya que acaba de inaugurar Firmamento, una editorial independiente y de bella factura, cuyo primer título él mismo ha traducido, Días de hambre y miseria, de la neerlandesa Neel Doff, un texto que, como dice Vela, nos ayuda a entender situaciones actuales, como las vergonzosas «colas del hambre».

En un país en que se editan al año alrededor de noventa mil títulos, ¿qué anima a alguien a levantar una editorial?

Bueno, si de veras se editan anualmente casi noventa mil títulos, quizá no sea tan grave poner en los estantes una docena más… Bromas aparte, nos mueve sobre todo el entusiasmo de «recobrar» un oficio. Cuando vivía en Madrid, me desempeñé como editor durante casi diez años, primero como lector y corrector de pruebas, luego como editor externo y finalmente como editor de mesa y coordinador editorial. Pasé por varios sellos (Alfaguara, Siruela, La Fábrica…), revistas y cabeceras de prensa. También codirigí junto a Paul Viejo una pequeña colección literaria en La Palma, la editorial de Elsa López, en la que pude observar muy de cerca el proceso íntegro que convierte un texto «desnudo» en un libro. Preparábamos ediciones bilingües de poesía extranjera y de poesía contemporánea en español, contando con la ayuda del tipógrafo y diseñador gráfico Xurxo Insua, del que aprendimos mucho. Paul, por su parte, ha sido siempre uno de esos amigos cuya complicidad me ha hecho no deslindarme del todo del mundo de la edición. Junto a la familia Pre-Textos, ha estado también muy presente en la creación de Firmamento, aconsejándonos a María y a mí en cuanto necesitábamos y contagiándonos siempre de esa energía motora y tan llena de vida que él desprende.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que, aunque esporádicas, mis incursiones como traductor comprenden en ocasiones la concepción casi completa de un libro: desde el primer hallazgo (que es muy probablemente de lo que más disfruto) a la revisión previa a la del editor. Siempre me ha gustado participar en ese proceso y, por suerte, he podido permitirme traducir sólo aquello que de veras me apetecía.

Creo por lo demás que este oficio se despliega en nosotros como una extensión natural de la lectura y la escritura. Sin ir más lejos, María acaba de publicar en la Fundación Lara una antología de poetas hispanoamericanas (El cielo de abajo) que guarda una estrecha relación con su visión general de la literatura, y yo he incorporado al catálogo de Firmamento varias de las traducciones que inicié hace tiempo a modo de ejercicio escritural. Al fin y al cabo, editar es propiciar el encuentro de los lectores con un texto del que tú mismo te sentías huérfano, poniendo luz sobre un puñado de páginas que esperan ser compartidas para tomar alcance y sentido plenos. A veces sigues una sencilla intuición. En otras ocasiones te conduces por un proceso mucho más racional, meditando cada detalle, lo cual no implica necesariamente que la apuesta resulte acertada. Es una incertidumbre de la que participa todo lo que está vivo, ¿no?

¿De dónde el nombre, Firmamento?

Se le ocurrió a María. Llevábamos ya meses rumiando ideas y palabras en el empeño de ceñir una imagen que había tomado rumbos diversos, cuando ese nombre apareció de pronto y ambos lo vimos claro. 

¿Cuál es el criterio de selección de títulos?

Nuestra intención es visibilizar la tradición no ortodoxa de la literatura europea e hispanoamericana con la publicación de ciertas obras de marcado carácter literario que no han tenido hasta ahora el espacio que merecían, permaneciendo en muchos casos inéditas y, en otros, incomprensiblemente desatendidas.

Nos gustaría crear una agenda complementaria y restaurar un acervo que se ha vuelto casi invisible bajo la tiranía del sencillismo y la edición comercial.

Existe toda una constelación de autores y autoras a los que no se ha leído con la calma que requieren sus obras, pese a su indiscutible calidad. Ocurre a menudo: el clima social y cultural de una época opaca ciertos nombres y da relieve a otros que no siempre gozan de especial mérito, y sigue pasando hoy día. Sería poco elegante enumerar a todos esos escritores y escritoras que ocupan a diario los medios de comunicación, y no hablo en este caso, o no sólo, de los fabricadores de bestsellers, sino también de aquellos que se autopromulgan portavoces de su generación, su ideología, su condición social o su género, con obras "literarias" de cortísimo alcance y trayectorias en general fortuitas e hipertrofiadas por un sistema cultural y mediático de lo más estanco. Hay realmente un abismo de pasividad e ignorancia entre la heterogeneidad que rezuma la creación literaria de nuestros días y la uniformidad que los medios y los agentes culturales españoles se empeñan en trasladarnos, en ocasiones de modo deliberado. En no pocos países de Latinoamérica, por suerte, esa brecha se acorta sensiblemente. Allí permea todavía una literatura exigente y respetuosa con el lector, que en España permanece casi soterrada. La tarea prospectora de las grandes editoriales ha bajado sus filtros hasta niveles poco menos que vergonzantes, y lo mismo se observa en ciertos sellos así llamados independientes, y donde la literatura “independiente” y no sujeta al marchamo lo de lo comercial apenas si tiene sitio.

La colección se abre con Días de hambre y miseria, de Neel Doff, una autora desconocida en nuestro país. ¿Por qué quiso inaugurar con ella precisamente?

Comencé a traducirla hace unos cuatro años, pero tuve que abandonar el empeño por falta de tiempo. Me había propuesto traducir su trilogía autobiográfica, que descubrí en su día gracias a Carlos Edmundo de Ory, quien la cita en su Diario y sus Aerolitos. El hecho es que marcaba muy bien la línea que nos habíamos propuesto seguir, invitando a crear espacios transversales de reflexión y debate crítico sobre nuestro tiempo a toda una nueva comunidad de lectores. Por poner un ejemplo, el drama de las «colas del hambre» puede entenderse mucho mejor a la luz del testimonio narrativo de Doff. Eso es lo que distingue a los clásicos o mejor dicho a los imprescindibles, sean clásicos o contemporáneos: sus obras encierran siempre visiones de lo esencial, y saben distinguir, como quería Montale, lo esencial de lo transitorio.

Como traductor, ¿qué destacaría del estilo de Doff?

Quizá la transparencia y la sutileza de su fraseo, contrario a la ostentación y exento del menor patetismo aun cuando refiera experiencias o situaciones narrativas en verdad asfixiantes. Su modo de mirar el mundo está tocado por una especie de inocencia finisecular. Es una autora muy "honesta" desde el punto de vista literario: no adorna los hechos ni aumenta el destino de sus personajes, lo cual es de agradecer.

Parece haber una armonía casi hiriente entre lo que nos está contando Keetje Oldema, trasunto de la autora, y el modo en que lo hace (hirsuto, áspero, escueto)…

Sí, así es; hay una fuerte conexión entre fondo y forma que aquilata su estilo y confiere verosimilitud al relato.

Hay momentos durísimos, recuerdo los pasajes en los que Keetje trata de alcanzar su décima estrella para recibir la estampita… ¿ha cambiado la manera de ejercer el poder, el poder? Pareciera que hoy en día utiliza medios más refinados…

A mi modo de ver, la polarización social en que el mundo sigue instalado no dista mucho de la de la Europa de finales del XIX y comienzos del XX. La opresión se ejerce ahora de forma mucho menos explícita, eso sí, algo de lo que Byung-Chul Han, entre otros, ha dado ya buena cuenta y en lo que sería obvio insistir. Conviene, no obstante, no perder de vista la necesidad de concretar y encarnar nuestras denuncias en el terreno de lo real, a fin de no perdernos en abstracciones e ideas meramente voluntaristas. Sara Mesa, por ejemplo, dejó constancia en Silencio administrativo de cómo se demoniza y penaliza burocráticamente la pobreza, y puso piel a un fenómeno que evidencia cómo nosotros mismos desarrollamos en ocasiones una fobia irrazonada hacia los más desafortunados. Habría que plantearse hasta qué punto no formamos parte de ese mismo poder por el que, en ciertas circunstancias y tras ciertas derivas, podemos llegar a ser oprimidos.

El hambre (esa hambre que hace que rebanadas rancias robadas sepan a gloria), ¿envilece las almas?

Sería muy osado por mi parte responder a eso, porque no he tenido que enfrentarme nunca a situaciones de extrema dificultad, pero parece claro que, al menos en la novela, la angustia y la precipitación de las decisiones que toma la familia Oldema va acrecentándose conforme sus recursos y sus fuerzas decrecen. Hay una sublectura interesante sobre la responsabilidad paterna y sobre el modo en que Keetje debe tomar las riendas y echarse a la espalda todo el peso y la determinación que sus padres, por razones opuestas, han declinado asumir.

¿Y la pobreza? Hay quien cree que a mayor pobreza mayor solidaridad…

Es posible. Recuerdo el verso de Hölderlin: «Donde arrecia el peligro/ crece lo que nos salva». Pero tengo mis dudas. De algún modo, la sociedad calvinista a la que la familia de Keetje se ve obligada a pedir ayuda casi de continuo (por medio de instituciones benéficas o de benefactores con nombre y apellidos) no deja de condenarla a permanecer en los márgenes. «Pocos son los que saben mostrarse caritativos sin meter las narices en tus asuntos», lamenta Doff en cierto pasaje. Es probable que la idea de solidaridad presente en la novela resulte hoy día anacrónica (¿o no?), pues realmente no hay nada de solidario en ella. Se trata más bien de un ejercicio de caridad farisaico y exento del menor compromiso cívico.

Pienso en la escena de Kees haciendo contorsionismos en la calle… ¿en qué momento uno pierde la dignidad?

En el caso de Kees, se trata de un proceso paulatino y relativamente inconsciente. Es la mirada de Keetje la que nos revela el declive de su hermano menor. Esa deriva suya es consecuencia de la desatención de sus padres, que apenas si ejercen como tales. De algún modo, Keetje es la única «adulta» de la familia…

¿Qué deberíamos aprender al leer esta novela?

Es curioso, porque cada lector o lectora que nos ha hecho llegar sus impresiones nos traslada una enseñanza distinta. Todas están unidas, eso sí, por la convicción de que, como Keetje, existen personas cuya capacidad de sacrificio y superación parece no tener límites, como tampoco los tiene su voluntad de alejarse tan pronto como sea posible de esa «pendiente fatal» que hace peligrar sus conquistas y que amenaza con hacerles volver en cualquier momento al lugar del que venían. Días de hambre y miseria es, en el fondo, una historia de supervivencia profundamente humana en un medio social no tan distinto del nuestro, y cuya crudeza nos ayudará a ejercitarnos en la comprensión del presente más inmediato.