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Taia

Entrevista

11 Feb 2019

Abdelá Taia, escritor

“El amor es un milagro muy poco frecuente”

Esther Peñas. Foto: Abderrahim Annag / Madrid

El que es digno de ser amado. Con este título, Cabaret Voltaire, ofrece una de las narraciones más sugerentes del marroquí Abdelá Taiua (Salé, 1973), en la que las lindes de la ficción y la biografía se convierten en niebla que el lector atraviesa gozoso. El que es digno de ser amado propone una honda reflexión sobre el amor (no el amor edulcorado sino el real, el que nos convierte en eternos un instante y el que nos traspasa de dolor en con sus púas).

¿Quién es digno de ser amado?
 
En la novela es el personaje de Lahbib, el verdadero héroe oculto. No aparece enseguida. Pero cuando acaba por surgir su voz en el cielo, se comprende por qué el héroe, Ahmed, está tan enfadado, por qué tiene una misión, por qué tiene que vengar a su amigo de la adolescencia… En la vida, todo el mundo merece el amor. De pequeño, la imagen del amor para mí eran mis hermanas, mis numerosas hermanas. Rezaba para que encontraran ese amor, ese hombre. Lo vivía a través de ellas y también gracias a las películas egipcias, que desbordan de amor romántico. 

El título recuerda al apodo que usaba para sí el apóstol san Juan, ‘el discípulo amado’. ¿Cuánto de sagrado tiene el amor?

El amor es ante todo complicado. Lo queramos o no, el amor es una cuestión de poder. ¿Quién lo da todo? ¿Quién lo recibe todo? Rara vez existe un equilibrio y una igualdad en el amor. El amor es, incluso, una guerra. Nos adentramos en él con sinceridad, pero sabemos que vamos a dejarnos alguna que otra pluma, a veces hasta la piel, o el alma. Los santos aman a Dios, son amados por Dios pero en el fondo están sometidos a Él. Por desgracia tengo una visión bastante negra del amor, es un combate interminable, aunque con cierta poesía. Una poesía violenta, dura, de confrontación a la vez que, o al menos eso espero, de elevación. 

¿Aman de la misma manera amante y amado?

Me gustan mucho las estatuas de madera de los santos que lloran. Lloran unas lágrimas que están fijas pero que son auténticas. Unas lágrimas que cuentan las historias de los enamorados y de la injusticia que padecen. Unas lágrimas que permiten a algunos, sobre todo en literatura, alcanzar lo sublime. Pero para llegar a ello hay que pasar por el desierto y la sequía hasta encontrar la rosa, olerla, admirarla y dejarse morir. No, el amante y el amado no aman nunca con la misma intensidad. Y quizá sea eso lo que busquemos, en el fondo: el desequilibrio, salir de esa vida plana, demasiado tranquila. En resumidas cuentas, ser molestado, sacudido. Llorar por amor.

¿Qué cambia la confesión cuando el interlocutor (su madre, en este caso) no está? 

La madre ha muerto. Ahmed no tiene más opción que la verdad. La verdad absoluta. Radical. En la vida se puede hacer trampa, pero con la muerte, no. La muerte nos lleva hasta ese umbral: el de la verdad última. Y es lo que le sucede a Ahmed con su madre. Le grita toda la verdad. No miente sobre lo que ha hecho ella. Él tampoco miente sobre lo que es, un homosexual. En lugar de levantarle una tumba falsa, ficticia, Ahmed afronta a su madre en la muerte y va hasta el final del camino de la vida. Es violento con ella, es cierto. A veces exagera. Pero lo sabemos todas y todos, solo si exageramos conseguimos que caigan las máscaras. Y algo de verdaderamente verdadero ocurre. La madre de Ahmed no es el cliché que se tiene de la mujer árabe. No. Aquí se convierte en un personaje de tragedia griega. En una Medea. Esa era mi intención: la verdad desnuda y trágica.

¿Puede repararse, de algún modo, el daño que causa una madre? 

Ha hecho lo que ha podido. No ha podido salvar a Ahmed, es verdad, y él se lo reprocha. Pero ha sido ella la que ha luchado día a día para dar de comer a la familia, para sacarlos de la pobreza, no el padre. Ella es la que se ha peleado, ha gritado, ha construido la casa. No podía ser una madre democrática. No tenía tiempo. Había que consagrarse a lo esencial. Y Ahmed no era esencial, en ese momento. Se despreocupó de él como hizo con sus otras seis hijas. Ahmed no se queja pero, al mismo tiempo, sabe que su capacidad de resistencia, sus técnicas para afrontar el mundo como homosexual árabe, incluido en París, le vienen de su madre. 

¿Hasta qué punto un rasgo como la homosexualidad construye una personalidad? 

Es el mundo el que dice, desde el principio, al homosexual que no existe. Que es esa cosa que no puede ni debe existir. Así que, de repente, el homosexual no tiene más solución que intentar encontrar en él un espacio que no existe, que no existe más que en él, de hecho, y donde puede esconderse, observar qué cosa es esa que no puede existir en el mundo, la homosexualidad, qué significa ser un vivo muerto. El homosexual lo único que hace es reaccionar ante el odio de los demás, él no es el origen de esa guerra. Pero, en la guerra, hay que ser guerrero. Para mí, ser homosexual en Rabat, como en Madrid, El Cairo o París, es ser guerrero. Un guerrero en guerra permanente. Permanente.

¿Toda experiencia vital es susceptible de convertirse en materia literaria? 

No. No. A la literatura le gustan los sótanos, las tinieblas, la desesperación, los conflictos internos, los seres rotos que intentan levantarse. Le gustan las luchas. La literatura sabe qué coger de la vida del autor para alimentar su trama, tejer la tela, apagar la luz para ver mejor. 

Pienso en la primera de las cartas. ¿Cuándo merece la pena enamorarse? 

Hasta doloroso, el amor nos da la posibilidad de salir de las mentiras cotidianas, de quitarnos la máscara, de sentirnos vivos, vivos hasta en la desgracia. Sí, claro que merece la pena enamorarse. Solo el amor nos permite alejarnos de las prisiones que son nuestras clases sociales, de la estrechez de nuestras identidades nacionales, del racismo, cada vez más suelto, alejarnos del aburrimiento y del vacío, y también de la arrogancia. Sí, ¡viva el amor! 

En cuanto a intensidad, ¿es comparable un encuentro apasionado de una noche con una relación estable? 

Vengo de Marruecos. He crecido rodeado de siete mujeres. Créame si le digo que lo sé todo de la intensidad, de los gritos y de la histeria. Y eso me encanta, en la vida y en los libros. Por eso siento una gran pasión por la actriz francesa de origen argelino, Isabelle Adjani. Todo es intensidad extrema en su manera de interpretar. Y eso es lo que hace de ella una actriz y una mujer que sigue siendo hoy moderna, y lo será siempre. Yo escribo para poner en mis palabras la intensidad amorosa e histérica de mi madre y de mis hermanas árabes. Y si el amor intenso dura solo una noche, hay que aceptarlo. Hay que saber introducirse en la santidad y lo sublime cuando se presentan ante uno. No nos equivoquemos, el amor es un milagro muy poco frecuente.

* Gracias a Lydia Vázquez por la traducción del francés.