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Sergio Artero

Entrevista

28 Oct 2020

Sergio Artero, poeta, actor y director de escena

“El auténtico poeta sabe cuándo nos acostumbramos a ver una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección”

Esther Peñas / Madrid

Extravagantes. La poesía como necesidad (Ojos de sol). Con este sugerente título Sergio Artero (Madrid, 1980) pespunta un formidable ensayo sobre lo poético, su autoría, los poetas y la manera de entenderse, y todo ello en tres actos: ‘Algunos renglones torcidos de la poesía’, ‘Exilio y poesía’ y ‘Homosexualidad y poesía queer’, tres movimientos en los que el actor y poeta va adentrándose en un lúcido y hondo recorrido por algunas cuestiones poéticas en las que él repara. 

¿Puede hablarse de rasgos comunes en la “poesía enajenada” (Jacobo Fijman, Panero, Castrejón, Pizarnik…)?

Así es. Defiendo que la “escritura enajenada” tiende a mostrar unas características tales como obscenidad, sadismo, absurdo y antinormatividad. En realidad, se trata de la consecuencia lógica de su relación con el mundo onírico, las capacidades cognitivas y lingüísticas de ciertas enfermedades y cierta rabia, rabia hacia el mundo, hacia su situación, lo injusto y azaroso de su enfermedad. ¿Cómo entenderse, dialogar consigo mismo? ¿De qué otra manera traducir o exorcizar el dolor o la desesperación? Tal vez para eso no importen los sonetos ni los modales. Pero cuidado: no todos los escritores con enfermedad mental eligen una “poesía enajenada”. Muchos protegen su escritura de la enfermedad, seguramente porque entienden la literatura como la ‘Ciudad de los Libros’, la ‘Tebas de mil puertas’, en expresión de Benjamin. Es el caso de Jacobo Fijman, Guy de Maupassant, Willian Styron y tantos otros.

El arte otro, el Art Brut, crea fuera de los límites de la cultura oficial. Sin estar loco, ¿puede escribirse desde un afuera, desde fuera del sistema?

Creo que no debemos ser sentenciosos cuando hablamos de arte, pues tiene tendencias, normas, trucos… pero no leyes inmutables. Dicho esto, contesto tu pregunta: no, no lo creo. La clave está en que somos seres culturales e incluso lo anticultural o contracultural o anticonvencional o anti-arte se define, como ves, por relación a una cultura oficial que se conoce y a la que se pretende retar o dinamitar. Ya somos lo suficientemente maduros como para saber que es un callejón sin salida. Siempre hay unas referencias, unas claves culturales que encorsetan las formas de expresión, incluso en estado de éxtasis místico o de ebriedad alucinógena. No hay caso. La pureza de la que hablamos, la virginidad de estar fuera del mundo, sólo existe en los niños y en los locos, Dubuffet lo dijo así de claro. Él mismo, que tanto abanderó el Art Brut y la pureza antiartística, se convirtió en una figura capital de la Historia del Arte. Ahora bien, buscar intencionadamente esa pureza no tiene por qué ser un objetivo ni tener interés. Rebasa lo artístico y responde a una ideología de fondo que, de hecho, yo mismo no comparto.

¿Qué deberíamos de aprender de ese Art Brut?

Al movimiento Art Brut le debemos, más que a nadie, la idea de la capacidad sanadora de la expresión artística, hoy generalizada. Pero en el terreno cultural, quizás la gran aportación del Art Brut es la radical expulsión del artista de la obra de arte, en el sentido de que, dicho brevemente, se plantea por primera vez de forma transparente que un objeto artístico puede haber sido creado por personas que no son artistas ni pretenden serlo. No se trata ya de que un duchampiano diga “esto es arte” porque lo digo yo, que soy artista. Sino que el público, el receptor, dice “esto es arte” porque lo digo yo, que no soy artista, a pesar de que el propio artista no lo piense como arte, a pesar de que el mismo objeto artístico no sea considerado arte por el sistema cultural. Es decir, a pesar de todo. Un “objeto de arte bruto” no invoca a un “sujeto-espectador”, y por eso ese espectador no tiene la necesidad de ser tal, de ser “espectador de arte”, lo que le confiere una libertad (un traspaso de la libertad del sujeto-creador) sobre lo que el objeto es. En realidad no importa nada si es arte o no. Apropiándome de las palabras de Kojéve sobre Kandisky: el objeto de arte bruto es de una manera absoluta y no relativa; es, independientemente de sus relaciones con cualquier cosa otra que él. De alguna manera es intransferible, cerrado, objetual.

Panero, Gimferrer, Villena… ¿cuánto de narcisismo requiere la poesía?

Muchos poetas son narcisistas. Forman parte de una sociedad donde el narcisismo es una fórmula de protección, defensa o valimiento. Los poetas no son distintos a los demás. La poesía, por el contrario, requiere una falta total de narcisismo: busca diálogo, no admiración.

¿Cómo distinguir a un “asalariado del sueño”, los que “meramente publican versos”, en el decir de Gimferrer o Vicente Foix, de un auténtico poeta?

Se ha comprobado que agradecemos psicológicamente la repetición. La repetición es terreno conocido, cómodo, protector. Por eso hay fórmulas de escritura que se repiten hasta la saciedad y tienen éxito porque miman el ego del lector, ya que reconoce con facilidad y está dentro de sus cánones que eso universalmente es poesía. Pero esa comodidad desactiva algo fundamental de la poesía. El auténtico poeta sabe cuándo nos acostumbramos a ver una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección, cuándo ese encuentro fortuito ya no nos dice nada.

¿Qué traduce la poesía?

Así expresado, la poesía está constantemente traduciéndose a sí misma.

Si hay derecho a ser deseo, ¿cuál es el deseo del poeta?

Pregúntele a Cernuda. O, si quiere, como dice Mestre (influido por Foucault), ser una caja de herramientas para resistir la realidad. Esa tensión, como bien dice Mariano Peyrou.

¿Cómo detectar lo necesario de la poesía?

La poesía no es necesaria. Los robots viven bien sin ella.

Sin ánimo de ser impertinente (I): Si la poesía fuera tan necesaria, ¿por qué la mayor parte de los lectores no la leen?

Ya digo que la poesía no es necesaria para todos. Sin embargo, diría que la mayor parte de la población está rodeada de poesía, aún sin saberlo: en canciones, en películas, en la publicidad. En el mismo lenguaje, por supuesto: que alguien me explique qué es un “sol de justicia”, por ejemplo. Se lee, se escribe, se experimenta más poesía de lo que se confiesa. Se diría, con Nicanor Parra, que todo es poesía menos la poesía. En todo caso, los lectores de poesía pueden ser minoría pero una enorme minoría.

Sin ánimo de ser impertinente (II), en la primera de las conferencias hay parámetros de la poesía (aquel lenguaje que está a punto de perder el sentido, lo que nos provoca extrañeza, etc.) que dinamita los postulados poéticos de algunos poetas en los que se detiene en la tercera de ellas, más próximos a Cabaliere que a Gamoneda. ¿Cómo separar lo poético de lo sucedáneo?

Es ésa su lectura, no la mía. Lo sucedáneo es también material poético. El problema de Cabaliere no es que sea un sucedáneo de Gamoneda sino que es un sucedáneo de lo insignificante. No creo que sea el caso de ningún autor que cite en el libro. No obstante, es lógico que los parámetros de una poesía que surge de un enfermo mental comparta algunos postulados con una poesía que surge contra una sociedad enferma, pero no todos. ¿Por qué tantos prejuicios sobre la poesía? ¿Quién compara a Beethoven con Edith Piaf? Simplemente son caminos distintos. Pero la poesía debería ser, como decía Aldo Pellegrini, siempre una protección contra la imbecilidad. Si nos hace más imbéciles no sé qué será, pero no será poesía. 

¿Podría hablarse de otredad poética referida a quienes escriben desde la homosexualidad después de la absoluta normalidad de poetas como Juan Antonio Glez. Iglesias, Praena, Peri Rossi..?

No creo que haya una “absoluta normalidad”. Los poetas heterosexuales, cuando quieren, escriben sin tapujos desde su condición de heterosexuales y la mayor parte de los poetas no heterosexuales escriben desde la neutralidad, que no es lo mismo. Cuando no es así ya se encarga la prensa de que sean casos conocidos, como el de Peri Rossi. Creo que existen varias razones para ello, pero sobre todo entendamos que la bandera de la legitimidad sexual no tiene por qué ser un tema o un horizonte de los poetas. Nadie está obligado a escribir sobre su identidad sexual. Pero existen autores que lo hacen desde su diversidad y no es algo común, es una “otredad”, es algo que todavía incomoda o produce tensión en el lector. A la par que la sociedad en su conjunto, creo que con los homosexuales la situación se va poco a poco normalizando pero no así con los transexuales o los fluidos, por ejemplo. Todavía es una escritura no normativa, modelos culturales no aceptados sino como anécdotas o desvíos. En resumen, no nos incomodan los autores con otras sexualidades en su vida íntima, nos incomoda que lo narren, que lo muestren, porque nombrándose se restituye una realidad negada (sea esta restitución una definición de poesía) y también porque se teme que vendan menos libros. Los hombres heteros siguen ostentando mayor prestigio intelectual, me parece innegable, también en lo que la poesía tiene de industria (véase Se dice poeta, de Sofía Castañón, véase las declaraciones feministas de nuestro más famoso editor, Chus Visor, véase los estudios sobre lectores de ensayos, y véase y véase y véase). Si todavía observamos discriminación frente a las mujeres, ¿cómo no frente a colectivos sexuales minoritarios o marginales? Aldo Pellegrini, citado antes, decía que la poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles. También yo creo que está para eso: para abrir los ojos y que entre la ventana, para abrir la ventana y salir del ojo.