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Cubierta de 'Vida económica de Tomi Sánchez'

Entrevista

25 Sep 2020

Javier Sáez de Ibarra, escritor

“El espacio verdaderamente humano es aquel en que la libertad y la ética compasiva derrotan a la necesidad”

Esther Peñas / Madrid

Vida económica de Tomi Sánchez (La Navaja Suiza). Con este título, Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961) construye la historia de una subjetividad –con todas las contrariedades que implica hablar de semejante sustantivo-, la alegoría de una generación, la imagen de una sociedad malograda, pero capaz de enmendarse. ¿Capaz? El lector habrá de entenderse con este tipo que da título a la novela, un personaje al que podría verse –según desde qué ángulo- como un fracasado pero que, sin embargo, conserva la dignidad y espolea el arrojo de colocar, como decía el poeta, una bomba en el corazón mismo de la muerte, por tanto introducir la alteridad allí donde se requiere un cambio. Narración complejísima en fondo y modo propia de maestros, ya que uno lee sin darse cuenta de lo difícil que ha debido de ser coser sin dejar nudos ni hilos sueltos por el envés.   

¿Hasta qué punto el aspecto económico condiciona nuestra vida?

Un niño que no recibe alimentación suficiente durante los primeros años de su vida muere o sufre un daño cerebral irreparable. En la India trabajan más de 40 millones de niños. En Tailandia se prostituyen o se venden los propios hijos. En Brasil se abandonan en la calle. En el Mediterráneo se ahogan miles de migrantes. En España hay cada día familias desahuciadas de sus casas y personas que fallecen sin que se atienda su dependencia. Recientemente, hemos visto morir encerrados en sus habitaciones a ancianos que no tenían un seguro privado de salud que les proveyera de una ambulancia para rescatarlos. Esto en cuanto a su carácter absoluto. Ahora, yo puedo entender que la vida es el fin último de la organización económica y no al revés, y que esta debería ser el sustrato que nos permitiera una vida humana libre y digna.  

El trabajo, ¿no pertenece a la vida de uno, como le trata de convencer su jefe a Tomi?

El jefe le explica a Tomi que en el trabajo no caben ni la libertad, ni el deseo, ni las convicciones personales, ni las objeciones de conciencia; y que ha de postergarse también la atención a la familia. Eso pertenece a “la vida” de la persona; pero el trabajador a sueldo debe renunciar a ella en favor de la empresa. Podemos recordar aquí las entrevistas de trabajo a mujeres a quienes se les pregunta si tienen novio o piensan en tener hijos.  

La acción comienza cuando un obrero metalúrgico pierde un brazo. Si el obrero como tal ya está en vías de extinción, si resulta incluso un vocablo poco amable, ¿qué interés literario despierta esta figura?

Asociamos “obrero” con el trabajador físico o manual que está en una fábrica, una mina, una plantación o un andamio. Puede resultar “poco amable” porque en el fondo rechazamos que las personas tengamos que hacer trabajos penosos que deberían realizar máquinas. Ojalá estuviera en vías de extinción. Tomi, el protagonista, es siempre un trabajador por cuenta ajena; pertenece a la clase obrera, trabajadora o proletaria que es la de la mayoría de la población. A mí, literariamente, me interesan más estos personajes comunes que los rentistas, los empresarios, los “profesionales” o ese sinnúmero de personajes de cuyos medios de vida el narrador no nos dice nada.

Pienso en el Comando luciérnaga, al que pertenece Tomi. ¿Qué margen de acción tenemos para cambiar las cosas?

La novela nace de mi angustia personal por el sufrimiento provocado por la crisis de la especulación financiera en 2007, y las políticas en aras de la empresa privada a costa de la precariedad laboral y el recorte en gastos sociales llevadas a continuación en España sin el menor escrúpulo. Nace además en el contexto de la derrota sin paliativos de la lucha obrera (otra vez la palabra) en las últimas décadas ante la imperante doctrina económica neoliberal. Veo un país agarrotado, sin capacidad de respuesta, con miedo. Los medios de comunicación nos dominan, los poderes económicos nos sojuzgan y los partidos nos distraen. Más del 20% de los españoles son pobres, la gente no puede asumir los gastos corrientes, muchos se quedan sin casa y muchos más todavía comen de la beneficencia. ¿Se ve coraje político para resolver esas situaciones? ¿Alguien oye hablar de la implantación de una renta básica? No se termina de poner en primer término la satisfacción de las necesidades elementales de la población (que pomposamente llamamos derechos humanos). Hemos aceptado el sálvese quien pueda. 

Vigor, Libertad, Energía, Pasión, Salud, Voz… ¿de qué modo condiciona el nombre, tanto a las personas como a los personajes?

En el caso de la novela son los ideales de Tomi y sus parejas, en parte en retirada, que proyectan sobre sus hijos. Para cada cual es una herencia algo menor que los genes o la educación de la que, quizás, hay que librarse o podemos asumir pensando que respondió al mejor de los deseos de quienes nos dieron la vida. En el caso de los dos hijos mayores de Tomi, creo que hacen honor a sus nombres. 

“(…) aun cuando uno discuta con su pareja, no debe acostarse enfadado, que se paga en alegría”. En esta sociedad postmoderna, ¿dónde buscar las fuentes de la alegría, si se han ido cerrando (o, por lo menos, enlodando tantas, la fe, la poesía, la lucha…)?
No lo sé. Dice Borges que todo se puede fingir excepto la alegría. Yo se lo había discutido en un texto: “¿Cómo distinguimos la felicidad de la coca-cola?”, pero quizás sea él quien está en lo cierto y entonces habría que fiarse de lo genuino de esa experiencia que no nos deja engañarnos. Cada tanto te enteras, por ejemplo, de una persona que dejó su puesto en la oficina para cuidar osos, lo que de verdad le hacía feliz. A lo mejor hay que hacer el esfuerzo de retirar los obstáculos que nos impiden la sinceridad.

“Los transportes públicos, a partir de cierta edad, te machacan el carácter”. El fracaso de la sociedad en la que vive Tomi, que sospechosamente se parece bastante a la nuestra o a ciertas maneras que comienzan a estilarse, ¿a qué se debe?

Mi diagnóstico en esto es bastante cristiano y marxista (con perdón): la miseria, la exclusión, la guerra, la violencia, la explotación y la degradación, las pruebas más claras de ese fracaso de nuestra sociedad, creo que son esencialmente efectos de la codicia de unos pocos que dirigen un sistema económico y político en el que ganan. Hay gente buena, qué duda cabe: asociaciones que paran desahucios, gente que socorre a inmigrantes sin recursos, vecinos que recogen comida ante la desidia clasista de las administraciones. Conozco profesores que dan clases de poesía, hacen teatro u organizan coros por pura generosidad. Para mí, ahí está la esperanza. Y por eso el “fracaso” no es total. Pero semejante bondad todavía no ha roto los diques del orden social injusto. Ni siquiera tiene la fuerza para que entremos a discutir sobre los imperativos de una economía, una política, una sociedad más humanas.

A pesar de lo fácil de su lectura la novela tiene una estructura complejísima en cuanto a narradores, uso de géneros, manejo del tiempo, cambios de registros. A usted, cuando abre una novelita de las hoy en día que –salvo honrosas excepciones– son de primaria… ¿le sucede lo que a un músico de cepa al escuchar los cuarenta principales? 

Cada escritor utiliza los recursos a su alcance para expresar lo que necesita; los busca o se atiene a los más convencionales. Yo constato que hay dos esferas literarias, y artísticas en general, absolutamente separadas; y un lector o un espectador de cine, por ejemplo, están condenados a verse en un lado o en otro. Cada cual aborrece lo opuesto. El gran reto para un profesor de literatura en un instituto y, ay, la facultad, es cómo lograr que ese lector no se estanque en el bestseller. Y lo terrible es ver la lucha sorda entre los que procuran la evolución de la sensibilidad y el gusto por el arte y los que tratan de sofocarla.  

Le devuelvo en forma de pregunta una afirmación de la novela. ¿El mundo de la cultura está fuera de la realidad?

Esta pregunta es para un ensayo (por cierto, como otras anteriores que yo me despacho con la brevedad de un cuentista). Yo creo que la mayor parte del cine, muchas series de televisión, los libros de pastas brillantes y la música que difunden el 95% de las cadenas de radio no sólo no están fuera de la realidad, sino que la construyen. Esa realidad es la que consume la mayoría de nuestros conciudadanos, la que les gusta, les convence y aceptan. En ese sentido, la cultura está en el centro, junto con los medios de información masiva (mientras es la economía la que se esconde). Mis amigos escritores se quejan de que los libros de literatura están en retirada. Y es cierto. Un dato interesante: en la prueba de acceso a la universidad ya hace años que no se pide a los estudiantes que analicen y comenten un texto literario. ¿Por qué? Es obviamente un conocimiento que el sistema educativo estima irrelevante.  

¿Por qué, por cierto, un cuentista decide estirar la historia?

Bueno, ya se sabe: el cuentista que se precie de escritor debería dar “el salto” a la novela, más extensa y meritoria. Yo desearía que Tomi ascendiera hasta protagonizar una ópera. Puestos a dar saltos. Su vida, como un Leopold Bloom sin mito ya que lo respalde, para recoger la angustia y la impotencia de nuestra vida de hoy, tenía que verse confrontada de muchos modos, de ahí la acumulación de capítulos. La novela acaba en realidad en el antepenúltimo, cuando el personaje se rompe tratando de hablarle al cuello de un taxista. Y no pasa nada. 

¿Cómo se va “dando pasos hacia lo maravilloso”?

Rimbaud hablaba de desarreglarnos todos los sentidos. Los surrealistas de dejar que aflore lo inconsciente reprimido. Para mí, se dan pasos estándose quieto, quedándose callado. Y luego volviendo a saborear la vida. A mi modo de ver, hay que alejarse lo más posible de nuestra identidad de productor-consumidor y de las consiguientes prisas para darnos el espacio en que descubrir el amor, el bien y la belleza. Y también lo terrible y enigmático de nuestra condición y del universo inconcebible.

¿Qué tienen en común la belleza y la dignidad, ambas basamento de esta historia?

No sé si para todos los lectores Tomi alcanza la belleza y la dignidad; para otros puede ser sólo un hombre perdido y atormentado, o un canalla, o un iluso… O una mezcla de todo ello… Pero, desde luego, hay en su vida esos destellos cuando no se rinde sino que resiste a sus jefes, incluso a sus amigos, a su propio yo gastado y a la locura colectiva. Ese deseo afirmativo creo que lo emparenta con la belleza que, a su modo, puede entenderse también como la necesidad de dejar constancia de una mirada, de una huella en la tierra. Cuando él y sus compañeros pintan por completo la oficina donde trabajaba y de la que lo han expulsado, están proclamando la fuerza utópica de la dignidad y la belleza. 

¿Cuándo se ha de preferir comer a ser comido?

En el discurso desencantado de Vigor, el hijo de Tomi, no hay una tercera opción; es un joven adolescente que no sabe nada de la vida y plantea las cosas como una dualidad mutuamente excluyente. Y quizás tiene razón de hecho. Sin embargo, la vida de Tomi va adquiriendo un compromiso por el que quiere liberarse de ese régimen brutal. Por eso, su palabra se vuelve cada vez más crítica. Para mí, el espacio verdaderamente humano es aquel en que la libertad y la ética compasiva derrotan a la necesidad. Por eso, creo que todos los discursos de la inevitabilidad y el fatalismo, sean apelando a la voluntad de Dios, el fin de la historia o el pragmatismo, son ideológicos: esconden su propio interés.

Una de las acciones del Comando Luciérnaga es lanzar piedras contra los cristales de la Oficina Municipal de Urbanismo. ¿Cuándo se legitima el uso de la violencia?

Un país proclama su derecho a emprender una guerra contra otro o darle un golpe de estado. Un estado legisla que los inmigrantes capturados sean internados durante meses en centros sin contar con un abogado. Otro consiente que se dispare hacia unos inmigrantes que nadan hacia la costa y se ahoguen. Otro amenaza a barcos con requisarlos si rescatan náufragos. Otro permite que un trabajador sea despedido estando de baja por enfermedad, y también si la empresa prevé (o simplemente dice que imagina) que ganará menos… Todos estos actos de violencia contra las personas se los legitima el poder a sí mismo. La población no puede ejercer una contraviolencia y, si lo hiciera, sería derrotada porque no posee armas ni cárceles. Así que la respuesta que puede dar es siempre pacífica. Tomi y sus amigos emprenden acciones que son más bien performances; tienen la fuerza y la ineficacia de lo simbólico, y sueñan con que alguien recapacite y se pase al bando de los indignados. 

“Lo nuestro era venganza, pero también justicia”. ¿Cuándo se sabe dónde comienza la una y termina la otra?

En todas las revoluciones se da la fiesta de humillar a los poderosos. En la francesa, los quemaron las casas, los cambiaron las ropas y hasta el tratamiento. En la rusa, los obreros ocupaban sus mansiones, comían con los cubiertos de plata de los nobles y veían objetos de lujo por primera vez. Entiendo que esos comportamientos responden a las penalidades y al rencor sufridos durante largo tiempo. La justicia creo que implica restablecer lo que se debe por el bien de todos. En un mundo tan desquiciadamente desigual como el nuestro, ello entraña desposeer a los privilegiados, redistribuir las ganancias del capital, que la enorme riqueza acumulada en muy pocas manos se reparta. Pero estos no ven violencia en evadir su dinero o esconderlo en los paraísos fiscales y sí, en cambio, en que les suban los impuestos.   

“(…) yo creo que no es maldad lo que lo está moviendo, ni siquiera codicia; lo empuja la necesidad de ahogar el vacío de vivir”. ¿Es ahí donde radica el origen del mal? 

Vivir para un ser humano es llenar ese vacío, construir una identidad, desplegarse en el tiempo; se diga como se quiera. Enriquecerse, el placer de dominar y distinguirse del resto, y las comodidades que lleva aparejadas el dinero son el sentido de la vida de algunas personas. Sin embargo, no es así para todo el mundo; creo que la mayoría de la gente desea más bien vivir holgadamente y en paz; y encuentra más valioso disfrutar de la vida, dedicarse a su familia y sus amigos, hacer lo que a uno le gusta, tener tiempo. Entre ambos sentidos de la vida hay un conflicto irresoluble, lo estamos viendo. La pretensión de acumular riqueza de unos ahoga a la mayoría. Nunca ha habido una sociedad sin clases y quizás nunca la haya. Mientras tanto, hemos de luchar para que la vida de los pobres no se malogre.