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Pilar Blanco

Entrevista

15 Sep 2020

Pilar Blanco, poeta

“El fracaso y los años regalan la ventaja de devolvernos la libertad si alguna vez la perdimos”

Esther Peñas / Madrid

Yo escribo la noche (Chamán editorial) es un poemario que desde su título vindica el modo y el lugar de la escritura de cuanto nos enseñó Pizarnik para recibir el badajo de los versos de Mujica, un poeta trapense de versos descalzos. Con ambos palafreneros la bembibresa Pilar Blanco nos ofrece un diván en el que se nos advierte que así como la belleza no es un lugar para cobardes, “la poesía no es un consuelo para pájaros”. El amor. Sobre el amor. Desde el amor. Cuando la ausencia. Estas son las órbitas por el gravitan los poemas de Yo escribo la noche. 

¿Qué palabras se utilizan para escribir la noche que no podrían ser usadas para escribir el día?

Todas las que muerden.

“(…) Que su silencio no tiene aire sino/ estallidos de espejismo”. La noche, ¿de qué modo confunde y de qué otro clarifica a la hora de pespuntar versos?  

Yo no escribo de noche, sino desde la noche, cuando no importan los relojes sino el filo de sus agujas.

“Como el ser desvalido/ que soy en este hueco de palabras”. ¿Cuánto de fragilidad deja ver el poeta en lo que escribe?

Pilar es más firme de lo que parece desde que consiguió que la poeta cargara con su exceso de fragilidad. Todo lo que se muestra en la escritura se diluye en la vida real, quizás porque “yo es otro”. Y porque nombrar la herida ayuda a cauterizarla.

¿Qué aportan los ritos, las costumbres, las normas a la poesía?

Creo que lo que a cualquier otra actividad humana, a veces seguridad, otras servidumbre o sed de libertad. En mi caso la de no seguirlos o amoldarlos a mí.

“Tuve que irme a vivir a otro lenguaje”. ¿Cómo sabe el poeta que está inaugurándose un camino y que no vuelve a transitar el mismo?

Cada amor necesita un lenguaje. Cuando se cierra se clausuran con él no solo el sentimiento sino un decir, una casa simbólica, el fragmento de biografía vivido y los que nunca se vivirán. Pero eso no se sabe, ni siquiera se intuye. Sucede y entonces se canta.

¿Cuál es el sonido de un corazón de ámbar sobre una mano huida?

Ulula como la lechuza del engaño. Cruje como la seda al desgarrarse. Enternece como el gañido de un cachorro abandonado.

“Poder vivir sin luz”. ¿Es posible?, ¿es deseable?

Sorprende la capacidad del deshabitado para amoldarse a su intemperie, para justificarla o enlucirla, para “creer que eso es la vida”. Desde luego no lo deseo para mí.

¿Quién apaga la luz al poeta?

Hay muchos apagavelas posibles, depende del poeta: muchas veces es la misma persona que se la mostró. También son eficaces el fantasma de la edad, el del desencanto, el de la conciencia del fracaso y las propias limitaciones, el de la comodidad y el tiempo implacable…

“Hay un paso que solo la Belleza puede dar”. ¿Qué es para Pilar la belleza? ¿Todo es susceptible de ser mirado desde ella, desde lo bello?

El poema señala muchos de los contenidos que puede albergar la palabra “belleza”. A veces erramos el concepto, no todo posee el don de generar belleza, ni siquiera el esteticismo deshumanizado, preciosista pero hueco por dentro. Dice Gamoneda que la belleza no necesita ser pensada. Estoy de acuerdo, la belleza es. Y es por sí misma aunque seamos incapaces de apreciarla. El paso que solo la Belleza puede dar, así concluyo el poema “Visión de la belleza”: conduce a la vida.

Prácticamente todos los poemas están presididos por versos ajenos. ¿Cuáles son los poetas sin los cuales Pilar Blanco no se entendería?

Muchos poetas han hecho más fácil mi paso por la poesía, es decir, por la vida, desde mis primeras lecturas hasta hoy mismo. El camino ha sido largo y no ha acabado aún, espero que Ítaca se haga de rogar un poco más y la travesía me siga enriqueciendo con hallazgos y también con las inevitables desilusiones. Sin embargo, ateniéndome estrictamente a la pregunta, creo que Pilar Blanco no se entendería sin Quevedo, que le enseñó escepticismo y juego verbal; Antonio Gamoneda, que rompió sus certezas y endureció su decir para “amasar las sombras”; Paul Celan, que le quitó bridas y temores estéticos y temáticos; Eliot, que cambió su concepto de tradición y le mostró un camino oscuro y alucinado que ya sentía dentro; Valente que le inoculó sed de luz desde la conciencia de la tiniebla y Hugo Mujica, cuya espiritualidad le mostró que las palabras más hondas y sencillas también vuelan. 

Tiene un hálito épico el poemario que ya no se estila. ¿Cuánto de insensato, de druida, de rey, de mago tiene el poeta?   

Una épica del fracaso, diría yo; pero es que el fracaso y los años regalan la ventaja de devolvernos la libertad si alguna vez la perdimos.
 Ahora bien, no todos los poetas son insensatos, druidas, magos de conjuro y arrebato fuera del microclima de sus poemas, aunque estos sí contengan un poso alucinatorio. Los hay de sofá y manta, de litrona y calimocho, los que se sientan a tomar un café con la vida que pasa y le hablan en el roman paladino de los gorriones, los semáforos y las hierbas del campo. Y hay también quienes miden meticulosamente cada paso que dan, cada palabra que cruzan, cada verso que comparten. El mito del demiurgo sigue ahí, pero no deja de ser eso, una leyenda de tiempos áureos y libertinos que no cabe demasiado en este mundo de corrección, cálculo y cucaña.