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Arries

Entrevista

6 Nov 2019

Javier Arries, escritor y ensayista

“En el mundo nórdico la poesía es magia”

Esther Peñas / Madrid

Si hay algo que caracteriza cada libro de Javier Arries (Madrid, 1963) es la vehemencia y el apasionamiento con el que se adentra en sus distintas investigaciones, sea la cosmología vampírica, el poder (maléfico) de los objetos malditos, o los sortilegios en el antiguo Egipto. Ahora presenta Magia y religión nórdicas (Luciérnaga CAS), un texto arrebatado y fascinante en el que recorre, con intensidad y alevosía, el parnaso de figuras como Odín, Balder, Thor y otros tantos… su lectura, puro deleite.

¿Qué es lo que más fascina de la magia y religión nórdicas cuando uno se adentra en ellas?

Creo que la visión del mundo que subyace detrás, una cosmovisión visceral, arcaica, en la que el mundo y las cosas que lo conforman están animadas, tienen nombre y carácter propios. Es profundamente animista, pero sobre todo está cargada de poesía. No es casualidad que los poetas nórdicos, los escaldos, tuvieran un enorme prestigio en la sociedad nórdica, porque el arte de la palabra era tan temido como respetado. El sarcasmo y la maldición en boca de un poeta eran algo temible. Por otra parte la inspiración del poeta es una forma de entrar en contacto con el lado más oculto del mundo. En ese estado se pensaba que el poeta era capaz de desvelar las cosas ocultas y entrever lo que había detrás del velo de lo invisible. El poeta era además vidente. En el mundo nórdico la poesía es magia.

Al final, todas las religiones parecen narrar las mismas enseñanzas de otra manera: Balder nos recuerda a Abel, Garm, el perro del infierno, a Cancerbero… ¿eso las hace más auténticas, como si procedieran de una única fuente de saber legítima?

Eso es algo que llamó mi atención desde que, ya de pequeño, paseaba fascinado entre las páginas de diccionarios buscando mitos y aventuras de los dioses de distintos panteones. Es como si tuvieran un tronco común y cada cultura las hubiera vestido y adornado con su genio particular; pero de una forma tan magistral y propia que parecen muy distintas, salvo para el observador atento. Pero es que esa es la realidad: la mitología nórdica, la celta, la clásica, la eslava, la iraní, e incluso la hindú tienen un origen común. El filólogo e historiador francés Georges Dumézil se dio cuenta de ello y estudió estas similitudes. Todas las culturas que desarrollaron estas mitologías tienen un tronco lingüístico común, el protoindoeuropeo, y una cuna cultural común, por decirlo así. Por poner un ejemplo, el dios nórdico Thor tiene enormes similitudes con el Taranis de los celtas, el Perkünas y el Perun de los eslavos, y con el Indra hindú. En este último caso se especifica que ambos dioses del trueno, son pelirrojos y lucen armas arrojadizas. Indra incluso combate con un asura o demonio llamado Indrit que es similar al combate que Thor mantiene contra el gigante Jörmungandr. Las similitudes no son casuales, son el resultado, a lo largo de muchos siglos, de pueblos que tenían un acervo cultural común, y a las cuales dieron su propia impronta y la de los lugares donde se asentaron.

¿Qué las diferencian de las que proceden del mundo grecolatino?

Tenían rasgos comunes; para los romanos era fácil identificar a los dioses de los pueblos germanos con los que iban entrando en contacto con sus propios dioses. A Thor pronto lo identificaron con Hércules, por su fuerza, o con Júpiter, como dios del cielo y las tormentas. Pero cada panteón tiene su propio estilo, su propio genio. Cada mitología refleja la forma de pensar, las costumbres, el entorno de sus creyentes. Los actos de los dioses nórdicos nos hablan de la forma de ser de los que creían en ellos, del mundo que les rodeaba, repleto de niebla, bosques, nieve, montañas, hielo, mares fríos; un mundo en el que creían ver una infinidad de criaturas invisibles, numinosas, que habitan entre las rocas, entre los árboles, poblando el aire, los ríos, los pantanos…
Griegos y romanos tenían una visión parecida. No olvidemos que para ellos la Naturaleza también estaba llena de náyades, ninfas, sátiros, etc. Sin embargo, las figuras mitológicas del mundo grecolatino muestran un carácter más acorde con el clima y el paisaje mediterráneo, luminoso, extrovertido, muy colorido. Los personajes que habitan el mundo nórdico se adecúan sin embargo al paisaje, el clima y el carácter de las gentes que habitaban en el norte de Europa. Es más abrupta, más salvaje, más íntima también, menos extrovertida, pero posee una fuerza propia que nos habla de las tormentas en el Mar del Norte, o en los bosques umbríos del interior. Esconde una visión más cruda, más cercana a los elementos básicos del mundo: la tierra, el viento, el agua, el fuego.

¿Qué nos recuerdan los mitos, las religiones?

Nos recuerdan nuestro pasado, y que no hace tanto el ser humano se consideraba parte de un mundo que tenía un sentido mágico, sagrado y trascendente, un mundo en el que adivinábamos la presencia de lo divino, del numen, de lo “otro”, en cada rincón. Se trata de una visión del entorno “inspirada”, en el sentido más amplio de la palabra, incluido el artístico. Pero también conectan con lo más profundo de nuestra psique. Cada mito puede interpretarse de diferentes formas, en diferentes niveles, y a menudo son una metáfora, o una alegoría de símbolos y arquetipos que pueblan nuestro inconsciente. A menudo el rito se convierte en un psicodrama en el que el espacio y el tiempo sagrado, y los personajes que intervienen dentro y fuera de él, son un reflejo de lo que ocurre en nuestro pensamiento más profundo tanto a nivel individual como colectivo. Los sueños y las pesadillas de pueblos enteros se reflejan en sus creencias.

“La magia se canta”. ¿Qué aporta la música al territorio nórdico?

El ritmo, la melodía, la textura del sonido, la música en sí, es un instrumento mágico. Nuestra palabra encantamiento, que es similar a hechizo, procede del latín incantamentum, y esta de “in cantare”. El encantamiento se canta, se musica, se engendra con un ritmo y una cadencia determinados. Las palabras carmina y carmen expresan la misma idea, aluden al verso cantado, verso que se convierte en plegaria y en hechizo. Esa asociación del canto, de la música, con la magia es universal. Para los germanos era fundamental. Una forma de magia que se practicaba entre ellos es el conocido como galdr, palabra que procede de una raíz que significa precisamente eso, canto. Dichos cantos o “encantamientos” se empleaban para todo tipo de situaciones, desde ayudar a una mujer a dar a luz hasta desatar tormentas o dejar indefenso al enemigo.
Tácito, el historiador romano, refiere cómo los germanos, antes de entrar en combate realizaban una especie de bardito o canto poniendo sus escudos delante de la boca, para que la voz saliera más grave y profunda, y cuya finalidad era, por un lado, la de sembrar el miedo en el enemigo, pero que también les servía para presagiar el resultado del combate. Con fines similares parecían emplearse los lur, largas trompetas de metal que se tocaron desde la Edad de Bronce hasta la Edad Media.
La música es también un arte mágico dominado por algunas criaturas que pueblan el mundo, como los waserman y los fossegrim, espíritus naturales de las aguas cuya música integra los sonidos del bosque y de los ríos y es capaz de encantar a la Naturaleza toda. El ruido del agua que corre o cae, a veces era comparado con la música de los genios acuáticos. Algunas videntes germanas se aprestaban a escuchar este canto para aprender conocimientos sobre las cosas ocultas. Todavía hoy circulan en Escandinavia historias sobre violinistas que han hecho ofrendas y pactos con los espíritus de ríos y cascadas para aprender su oficio. La música de estos virtuosos, en la creencia popular, puede encantar, fascinar e incluso obligar a bailar hasta la extenuación a su audiencia.

La magia, precisamente, es una herramienta muy presente en la mitología y religión nórdica, y que no es exclusiva de los dioses, ¿qué tipos de magia encontramos?

Ya hemos hablado del galdr, los “encantamientos”, que además eran empleados también en la magia rúnica. A partir del siglo I aparece entre los germanos un curioso alfabeto que no era empleado para textos largos, sino para inscripciones cortas, monumentos conmemorativos, etc. Son las runas, cuyo nombre significa secreto, susurro. Los maestros rúnicos, los vitki, los erilar, tallaban runas con fines mágicos en todo tipo de objetos, incluidas armas y utensilios de uso común, o en tablillas y talismanes fabricados de diversos materiales. Después las teñían con sangre, generalmente la suya propia, y terminaban cantando sobre ellas para infundirles el poder del canto.
Otro conjunto de técnicas o sistema mágico muy popular era el seidr, un tipo de magia que se atribuía a los dioses vanes, dioses de la fertilidad y la abundancia, y a muchas criaturas invisibles, como los elfos, aunque también era un arte bien conocido de Odín. El seidr consta de muchos elementos que parecen emparentar con el chamanismo. En determinadas ceremonias el practicante se sienta sobre una tarima o un trono alto, acompañado de ayudantes que cantan canciones rituales y del sonido de un tambor. Esto atrae a los espíritus con los cuales el seidman (hombre que practica el seidr), o la seidkona (mujer que practica el seidr), entrará en contacto cuando alcance un estado de trance, gracia al cual podrá dialogar con ellos para conocer cosas ocultas, o encargarles diferentes tareas. Las mujeres que practicaban el seidr eran consideradas como sacerdotisas de elevado rango social e infundían un enorme respeto entre sus vecinos. Otra palabra que las designa es völva, “la que lleva el cayado”, pues solían acompañarse de una vara imbuida de poderes mágicos con la que hacían y deshacían a su antojo.
Con estas y otras armas a los magos y brujos nórdicos se les atribuían poderes tan variados como alterar el tiempo atmosférico; fascinar a la gente para hacerles ver lo que deseasen; infundir amor; apaciguar los ánimos; maldecir, silenciar a los adversarios en un juicio, dormir, enloquecer o matar a los enemigos; sanar; o incluso levantar a los propios muertos.

Las runas, ¿cuánto tienen que ver con el tarot?

Lo cierto es que no mucho, salvo el hecho de que son soportes que ayudan a la concentración. Su origen es muy distinto, pese a que muchos autores ocultistas tratan de fundirlas, reunirlas o desarrollar métodos adivinatorios que los combinan de una u otra manera.
Lo que sí es cierto es que ambos sistemas aluden a imágenes y símbolos poderosos de nuestro inconsciente. Las runas son un regalo de los dioses. Odín consiguió su conocimiento en un estado visionario y de autosacrificio, tras colgar del árbol de los mundos atravesado por su propia lanza durante nueve días y nueve noches. Al igual que el Tarot, las runas, además de haber servido como un alfabeto mágico con el que inscribir palabras y expresiones mágicas, parecen haber sido utilizadas para la adivinación. Tácito nos habla de un rito en el que se inscribían signos sobre varitas de madera, que se arrojaban al azar y de las que el consultante extraía una de cada grupo de tres para interpretar su significado. Muy probablemente esos signos no eran otra cosa que runas.
No tenemos ni idea de cómo se usaban realmente para este propósito. No hay textos que describan la forma en que eran usadas para la adivinación. Pero el mercado está lleno de una gran cantidad de obras dedicadas a la adivinación rúnica basadas más en la imaginación del autor que otra cosa. Lo más probable es que el maestro de runas las inscribiera sobre materiales y las tiñera con su propia sangre, pero apenas nada más sabemos acerca de cómo se tiraban o se interpretaban. Ahí radica quizá parte de su misterio; el caso es que mucha gente se ve atraída por ellas y acaba desarrollando su propia forma de “leerlas”.

¿Qué nos dicen las runas?

Cada runa tiene asociada una palabra cuyo sonido inicial, o final en el caso de la runa ing, es el valor fonético que representa. La primera runa, por ejemplo, feoh, representa el sonido f. Pero feoh es además una palabra que significa ganado, prosperidad. De modo que esta runa está asociada al crecimiento y la fertilidad. La palabra asociada a cada runa describe de forma sucinta su significado. Se conservan además una serie de poemas, los llamados poemas rúnicos, en los que se dedica una estrofa a cada una de ellas en las que el poeta hace comentarios y enuncia aforismos sobre la palabra que las define. Y es que cada runa tiene una historia que contar, algo sobre lo que reflexionar. Habrá quien diga que sólo hay que saber escuchar.

¿Qué vigencia tienen, a día de hoy, estos mitos en la cultura nórdica, siguen mantienen su peso específico o, como en el resto de Europa, está arrinconada?

Sobrevive en la cultura, en el folclore, y en las tradiciones de los países donde se asentó. Por ejemplo, en otoño e inverno, durante la luna nueva, se celebraba el disablot, un festival religioso dedicado a las dísir, deidades femeninas. Se aprovechaba esta fiesta para reunir en asamblea a gentes de toda la comarca. Pues bien, esta fiesta sobrevive en Suecia con el nombre de Disting, un mercado anual que se celebra en febrero, recuerdo de las ferias que durante esos días se celebraban en tiempos paganos. Todavía hoy algunas celebraciones navideñas son una pervivencia directa del antiguo festival pagano de Yule.
Incluso los viejos dioses sobreviven en refranes, dichos y hasta en algunos ritos populares. Hasta no hace mucho si se escuchaba el ruido de un carruaje por la noche los campesinos de Suecia exclamaban “Odín pasa”. En Islandia cuando sufren una ola de calor suelen referirse a ella como una Lokabrenna, o “fuego de Loki”. Recordemos que Loki era un dios trapacero, asociado al fuego, que traía siempre de cabeza al resto de los habitantes de Asgard, el mundo donde viven Odín, Thor, etc. También en Islandia es corriente escuchar un refrán según el cual “Cuando Loki y Thor caminan durante mucho tiempo, no se acaban las tormentas”. Uno puede encontrarse allí con gente que afirma que puede ver a la “gente invisible”, e incluso se han desviado carreteras rodeando rocas y trozos de terreno donde supuestamente habitan los espíritus de la tierra para no molestarlos.
Otro ejemplo, en muchos lenguajes germánicos, incluido el inglés, los días de la semana aluden a los dioses. El martes, Tuesday, es el “día de Tiw”, el dios Tyr; el miércoles es Wednesday, “día de Woden”, Wotan, Odín; el jueves, Thursday, es el “día de Thor”; Friday es el “día de Frigg”, la mujer de Odín…
Hay, en fin, indicios de los viejos mitos por todas partes si uno sabe mirar de cerca. Pero además no faltan grupos e incluso iglesias y organizaciones religiosas reconocidas oficialmente en muchos países, como Asatrú, con un buen número de adeptos y afiliados, que intentan revivir la antigua religión nórdica. 

De los mitos que componen este territorio de creencias populares nórdicas, ¿por cuál siente especial querencia Javier?

Pues es difícil quedarse con uno sólo. Mitos como el de la Cacería Salvaje, que en muchos lugares de Europa explica el ruido y la aparatosidad de las tormentas en el bosque como el paso de Odín encabezando a todo un ejército espectral de valkirias, lobos y guerreros caídos en combate, tienen una fuerza poética y romántica a la que resulta imposible resistirse. De gran belleza es también el mito de la creación del Universo, los nueve mundos que lo componen habitados por dos clases de dioses, además de gigantes, elfos de la luz y de la oscuridad, enanos,… Imposible resistirse también a la épica cruda y terrible del mito del Ragnarök, la batalla final en la que perecerán muchos dioses y todo el mundo conocido; eso sí, para dar paso a nuevos dioses, dioses de la luz y benévolos que regirán sobre un mundo nuevo y una Edad de Oro, en la que el propio hombre prosperará junto al resto de los seres que han sobrevivido al destino final de este mundo. Algunos mitos encierran lecciones de vida, como el valor y la abnegación del dios Tyr que sacrifica su brazo, devorado por el lobo Fenrir, para salvar a todo y a todos de esta bestia feroz capaz de engullir el mundo.
Difícil, muy difícil quedarse con uno sólo; de todos se aprende algo y todos rezuman poesía y magia. Después de conocerlos bien, uno mira la Naturaleza con otros ojos y el mundo parece más rico, más vivo.