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Gálvez con máscara

Crónica

6 Mar 2020

Un paseo por la obra poética del poeta surrealista

Gálvez o el fluido lábil de lo imaginario

Esther Peñas. Fotografías: Gálvez / Madrid

Hay poetas lábiles. Escurridizos, si lo prefieren. Poetas que alumbran detrás de una inmensa roca y solo con suerte –o el vínculo del afecto- uno llega hasta ellos. Poetas que al menor descuido dejan de estar para habitar (se) al otro lado, hasta donde no se sabe muy bien cómo llegar. Y se nos vienen cuando menos se los espera. Así Javier Gálvez (Madrid, 1969). Encarnación, acaso, de la flor de Coleridge. Parece soñado mas queda la prueba de que existe allí donde hace un quiebro la tercera línea de la palma izquierda de la mano. 

Gálvez es un poeta escueto. Pareciera que aspirase y que, en el breve lapso de esa inspiración, se le cayeran los versos que nos comparte. Me pregunto qué fue de él en el lapso ingente que transcurre desde su primer poemario, 1997, y el siguiente, 2014. Estaría incubando el silencio. Porque es un poeta, sobre todo, de silencios. 

La pregunta la responde él, que me facilita una relación de plaquettes inencontrables elaboradas en ese periodo: Mi distinguida melancolía urinaria, (2005); El camino de lo confesable (2008); Praga (2009), Amour fou Écart Absolu (2009), Trece puentes (2010), La ciudad alucinada (2011), Libélulas (2011), todas ellas en Ediciones La bella cristalera. También SUR REAL ISMO¡ (2014) e Himeneo sucumbido (2014), ambas en Ardemar Ediciones.

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Si pudiéramos trazar una orografía de su poética –seguro que tuerce el gesto al leer esta palabra, poética- hablaríamos de un campo semántico poblado de vientres, manos, espuma, almendras, lenguas, leche, vergas, miradas. En los espacios interregnos –nueva mueca al leer el vocablo-: un territorio sexual, otro tendente a cierta sublimación melancólica, uno de juego, siempre el humor zurciendo de por medio, uno de cierto cientifismo obsolescente, otro brumoso –el del sueño-, y un reflujo gaditano que cada tanto regresa. Más o menos. 

Escribe o dispara con obturador anhelante. Lo mismo da. Resultado: poema. O poesía. Después publica haciendo malabares tipográficos: disposición del espacio, uso voltaico del color, empleo de bastardillas y signos de puntuación dis-locados…   

Es la suya una poesía dispuesta al tacto (numerosas alusiones a lo agrietado, lo rugosos, los pliegues…) y cierta querencia nocturna (“la noche reverdece sobre la herrumbre/ de mis vigilias sofocadas”). Sonríe, eso nos gusta. Sonríe cuando escribe y cuando mira. Y alcanza algunos momentos de una hondura de vértigo. 
Saquen sus pasajes.

Voracidad sexual versus la cítara de los pronombres

La voz latina, versus, en su etimología original: algo que se encamina hacia, no algo que se opone a. Voracidad sexual de los primeros poemarios de Gálvez, salvajes, incómodos, húmedos por cualquiera de sus recovecos, con un deseo incontestable. Con el tiempo, ese deseo se sostiene, pero deja paso a un mayor protagonismo de lo que podríamos llamar la cítara de los pronombres, un deseo de amor (una voluntad de amar) el amor que ha acontecido, en el que siempre –en uno y otro momento- encontramos lo que rasga, la arista, el dolor. Más que dolor, presunción de dolor, que no es lo mismo aunque duela igual.   

InversageIndicios del bosque (Ediciones La Torre Magnética, 1997). Veinte fotografías, con prólogo de Eugenio Castro, que revelan el erotismo de una mirada en fuga, de un Jonás que no huye sino que sale al encuentro de cuanto exhala aroma sexual: vulvas en la falda de un tronco (sobre un pajar improvisado de cintas); nudos como gárgolas monstruosamente hipnóticas, de pulso feroz y caníbal; ojos en línea vertical (ojos a lo alto o doble vulva asaetada en alambre de lotería carnal); siluetas voluptuosas en el tronco, mujeres como actrices de cine italiano troqueladas en la corteza –que vuelven una y otra vez en sus poemarios-; sonrisas de polichinela en enjambre de sutilezas, sombras sobre tronco que se extienden como indómito deseo, sombras que obedecen inclinando la cabeza, que babean rastros de cuerpos calados de batalla; retorcidos troncos como ansia de encuentro, orificios, vanos, faltas y recortes; rugosidades en muestra impúdica que arrastran los ojos al contacto).

Tomadas en El Retiro, los Jardines del Moro y la Casa de Campo –entre otros espacios- estas imágenes anuncian una brutal sensualidad que no abandona el oficio del poeta.   

Vagabundo del vaho (solsticio ediciones, 2014). “En los pliegues de mis manos la leche de tus ojos”. Hay un deseo que se hace cuerpo ajeno en exploración constante: “Todos los reflejos de este mundo reducidos/ al miserable hueco de un ombligo de carnaval”. Hay un deseo compartido de fluidos y búsquedas: “Tu espalda es mi/ horizonte/ desplegado en mis labios”. Es un deseo que descubre que “El camino más corto entre dos puntos/ es la distancia más larga”. Y esa punzada de dolor enredada. Y esa dureza de léxico (vergas vetustas, piedras, herrumbre, grifos cerrados). Poemario acompañado de dos imágenes (vestigio en la corteza de un árbol y una ventana de madera, de doble hoja, cerrada).

Elíptica, (ardemar ediciones, 2014). Bajo el dominio de Eros, cajas para guardar las formas de amor. Ramaje desnutrido. ‘Caja para guardar las formas de la concupiscencia’: Siémbrame de almendras/ bajos los fastos/ del cordel lingual. (Una única imagen, la de portada). Cajas como respiraderos de un palpitar en el hemisferio exacto de las pasiones. 

Médanos (ardemar ediciones), donde se declara, al ritmo explícito de Celan “partidario del absolutismo erótico”. Una escritura des-boca-da, iridiscente, arrastrada por una soga allí “donde chapoteas con tus manos siempre limpias”. Textos vertiginosos, de una intensidad rosácea de ingle, con trece puentes y sus lugares –esta vez físicos-, los trece puentes de amor. Siempre “al fondo de tu lengua”, en escarceos “recorridos/ por la lentitud/ de/ un/ caracol”. “Bajo la advocación de El Ángel Caído he recorrido los sofocantes caminos de la voluptuosidad”. Bajo esa misma advocación, ha caído al fondo de una imagen que cierra. La suya, sumergido en una bañera. Desnudo, claro. 

Inversages (Ediciones El ojo de Buey, 2015), de una belleza estética enorme. El título alude al método surrealista para crear realidad mágica a partir de la unión de dos o más imágenes invertidas de objetos reales, de partes de esos mismos objetos, o de estructuras abstractas. Lo que nos depara esta práctica son imágenes de un poder visual enorme, con fuerza poderosa, de coloso antiguo, existente. Siete imágenes de una belleza anatómica, que nos muestran en un desafío que “lo oculto siempre esta visible”.

Abiertamente hermética (ardemar ediciones, 20169), ejemplar custodiado por un imperdible, con primera página troquelada, también de color rosáceo, como el alba de la Odisea. “Préstale un puñal a la ternura”. Así nos rasga. “A veces quisiera reírme. Con un trozo de mente en los pies. Como si fuera la última semilla”. Y en verdad “todo lo que ama se le esparce”, porque todo impregna. Sabe que “solo el naufragio salva al ahogado”. E invoca a Praga. Invoca en Praga. “Enfilarse hacia la curva”. Ése es el enigma irresuelto. Acaso el más enigmático de sus poemarios. Acaso el más bello. Acaso el de mayor hondura. El que nos avisa de “la rancia estrategia del desengaño”, con pórtico a lo inconsciente: “El erizo de tus tobillos bebe u líquido espeso: es el amor que se contrae en sus mallas de bailarina”.

Agua casi fuego (ardemar ediciones, 2017). Plaquette sin fotos, algo inusual en Gálvez, pero también sucede en alguna otra. Nos invita a buscar las fugas de ciertas cuestiones filosóficas atravesadas con la sonrisa del estoico que no lo es. Del hedonista confiado. “Amar y ser amado no hay mayor contradicción”. Se dice en el ágora. Gusta Gálvez, en este caso, por ejemplo, de invocar dos voces –anverso y reverso, uno y otro, uno y lo otro, vigilia y sueño, voz y eco-: Ella le dijo: “si abres la puerta, ya no volverás a soñar”. Él, confundido, dibujó una cerradura del otro lado de la puerta. Esta plaquette consta de un número indeterminado de ejemplares, por cierto. 

Fragmentos de una vida en ruinas (ardemar ediciones, 2017), sin fotos. La ruina es “el fragmento de uno mismo que se sustenta en la carencia, es decir, en la presencia incompleta del otro…” Nueve cantos brevísimos (“Tu nombre rezuma el sabor de las almendras. Cada sílaba tuya, un seno donde paladeo el aroma de una fruta”).  Cada uno de ellos, una vibración de cuenco de iniciados en amor. Un susurro de nigromante: “Escucha este pequeño chasquido en la diagonal del sentimiento: es un labio separándose de otro labio”. 

Ausências/ Presenças (Melusina restituida) –sin sello editorial-. Fotografía sobre la silueta de árbol ya conocida, como la melodía que despierta por la espita de la falta. Y un movimiento circular. Y un recordar a Heráclito (ese llorón, ese oscuro filósofo que sentenció la más hermosa de las denegaciones a la inversa: lo que es no puede no ser). Pero Gálvez.

[Poemas para una estación inexistente] (ardemar ediciones, 2019). Sin imágenes. A dos voces. “Y abierto quedó el extremo otro. Mi corazón tiene forma de almendra, como tu nombre”. Gálvez como el dios Pan, disemina cierta melancolía hermosa en su rocío expuesto. Canta bajito, para que los pétalos se estiren.   

A ras de suelo

Caminamos casi enfurecidos, con la cabeza gacha, más por no toparnos con nosotros mismos desde fuera, pareciera. También Gálvez camina, pero lleva un ritmo –me parece- enlentecido, y sí mira al suelo, pero en busca de indicios. Y los encuentra. Lleva paso abierto. Irrumpe el prodigio.

LosasTambién en guantes, pero más aquí, en Losas (si ne qua non ediciones, 2015) una erótica del caminar, un mirar al suelo, no para adentrarnos en nosotros sino para salir de nosotros; nueve fotografías de Gálvez y Lurdes Martínez, jugando a apretadores (ese oficio inverosímil del Siglo de Oro de cuando se empujaba a las mujeres –en este acaso a las grietas de las baldosas- para que quepan en su hueco- pero a la inversa). Como si el mirar resquebrajara la acera para detener los pasos. “He marcado el ancho de tus muslos / con la malla de mi saliva”. Y un dibujo de Antonio Ramírez en la contracubierta.

 )trayectoria del sueño( -si ne qua non ediciones, 2020-, de nuevo dos voces, haciendo su sugerente espacio al eco.

Cádiz

Somos desde aquel lugar que no ha dejado de crecer en nosotros. De aquel lugar que nos lleva dentro. 
Cádiz tactilado (solsticio ediciones, 2016), ocho entradas (senos de bronce del hospital de mujeres, una instigación casi rijosa a introducir el dedo meñique empapado de aceita de oliva para descifrar la placa de la vidente con párpado lacerado...) Once fotografías (extraño número en sus entregas).

Ruidos de Muros (solsticio ediciones, 2016). Mapa imposible de Cádiz, orografía poética de una ciudad que balbucea sortilegios, un circo, un jardín del olvido existencial, la torre de las turbas… se despliega el mapa para olvidarlo, para sacar la brújula de la pupila lisérgica del hallazgo. La clave: “mantener un curso sinuoso”. 

Hilos de las mareas (solsticio ediciones, 2016), con Bruno Jacobs. Siete imágenes del mar en un intento de envolver con lana una roca, abandonando la llave exacta del océano a los pies del agua. Lo húmedo y lo seco en un juego de vaivenes. Florilegio estático. Y espumeante.

En blanco (solsticio ediciones, 2019; pero no hay título, tampoco cursiva). Cádiz. “La sororidad del levitador”.

Cartelas de cine mudo

Moviolas con elegancia de soplo delicado sobre molinillo. Juego. Amagar y no dar para recibir ya no en espera de. Abrir la sonrisa de parasol en latitudes de sortilegio.

Guantes (solsticio ediciones, 2014), en colaboración con Bruno Jacobs y Lurdes Martínez. “Una proyección meridiana de una obsesión múltiple”. Uno pareciera arrumbado en zona marítima, dos –de obrero- sobre el suelo, losas amplias, dos sobre empedrado. Cinco guantes para tres pares. Uno anda suelto.

Teoría de los pasajes (solsticios ediciones, 2014), ensoñamiento al cabo de 77 pasos con apertura de hallazgo. Subversión, impaciencia, mímesis, inercia, ósmosis, demolición. Ocho imágenes para un breve encuentro sumado alejandrino.

Sobre piedras en rotación (ardemar ediciones, 2015), agua y humo, y cinco piedras que nos remiten directamente a las cavernas, allí donde el deseo y la poesía, porque la poesía no es algo que se habita una vez llenado el estómago. El hombre antiguo cazaba, hacía fuego con piedras, pero pintaba sus grutas. Necesitaba soñar. Como Gálvez. Que convierte “el hecho de pisar por los terrenos (…) en un prodigioso andar en sueños”. Un lenguaje analfabeto y un “ojo que palpa”. Y cinco imágenes para el cuerpo.

Corteza de lengua (solsticio ediciones, 2015), en colaboración con Bruno Jacobs. El asombro de la traducción de ciertas expresiones -frases hechas- que vienen de otros idiomas (lenguas, checo, neerlandés, serbio, rumano). Ver el mediodía en la puerta –juzgar algo según el propio punto de vista-. Sin fotos. 
Frases mediúmnicas (Exposición de fotografías de la galería Cristóbal Colón), ardemar ediciones, 2015. Cinco fotografías en un cubículo y el lomo de una estantería que sisea. 

Álgebra de la mirada (el ojo de buey, 2016), junto a Silvia Guiard. Dos imágenes tomadas por un océano de por medio. La silueta de una diosa, o algo más humilde, de una maga. O acaso una dama que huye en pos de su amante, o que espera la hora en la que va a ser ajusticiada, y quiere serlo. 

3 poemas espeluznantes (ardemar ediciones, 2016), edición in tonso, con traducción a cargo Ruíz de Murag (un heterónomo de Gálvez, lleno de sorpresas), quien despliega “los manteles del festín poético”.

Haquí Hoy (solsticio ediciones, 2018). Cinco pintadas fotografiadas en muros (“porque nuestros sueños no caben”).

Cientifismo obsolescente

La mesura (si es que es posible en Gálvez), el cálculo –improbable- del experimento.

Paralajes (Oporto en perspectiva) -Ediciones ojo de buey, 2015-. Tres imágenes cargadas de ángulos, de perspectivas, y un a ras de suelo con final de punta de  flecha. 

El juego de la tienda de lectricidad (solsticio ediciones, 2015). El laboratorio secreto del conde de Saint Germain (enchufes afeminados, pilas en desuso interruptores de una única posición). La Ley de Ohm (rescatada para ser resignificada a propósito de la intensidad poética), en tanto que los hechos poéticos son relativos al estado de receptividad mental del observador. Una única fotografía.

El tiempo es una lluvia de pasos (solsticio ediciones, 2017), con fotografía de Bruno Jacobs, y una nueva propuesta de teoría de la relatividad. Alto voltaje circular.

(tres principios de la imaginación) -solsticio ediciones, 2020-. Principio de Arquímedes (“un objeto total o parcialmente sumergido en un fluido cargado de imaginario experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso del volumen de imaginario desalojado por lo encantatorio”). Gloria pura. Primera Ley de la Termodinámica y el Teorema de Pitágoras. Por supuesto, revisitados. Redoble por trancas. Puerta grande. Y cinco imágenes.

Corriente continua (solsticio ediciones, 2014), “aquella cuyas cargas eróticas fluyen siempre en el mismo sentido en un circuito erótico cerrado, moviéndolo del polo negativo al polo positivo de una fuerza erotocromotriz”. A partir de un recorte de prensa –sin fechar- en el que se nos da noticia de una carta que llegó a su destinatario 21 años después de haber sido franqueada, mediando siete kilómetros entre destino y origen. Gálvez reescribe la pieza haciendo que la pérdida no sea una carta sino un beso (“con permiso de erección”) que tarda 21 años en llegar a los labios. Dos fotografías –de pintadas en la pared.

El canto de la bruma

Lo que no entendemos. Lo que nos habla. Lo que acaso nos sostiene. A pesar del tañido de lamento que se cuela. 

Brûler une fenètre (ardemar ediciones, 2014). Reúne el material de tres plaquettes extintas (El neumático automático, Último neumático y Afterglow of your love). Mucho más arrastrado por fuerzas subterráneas, si bien retocadas, como el autor nos dice en su testamento –a modo de pórtico-. “Mujer que amo por encima del amor mismo/ la languidez de los tubérculos”. Abrupto, hiriente en lo que se salvaguarda: “Te declaro mi amor/ y me escupo de succiones indecentes” “…más sinuoso que los espumarajos circundados/ velozmente por los ventiladores exhaustos/ de tus valvas rebosantes del esperma alocinógeno/ de los trompetistas de jazz”. “A rastras suplicante me agarro a tus pezuñas/ endiabladas y apenas sobrevivo/ a la luz de tu saliva envalentonada/ ante la espuma carnal de mis nervios”, “descorrido mar/ mil veces mutilado por el sol”. (Una melancolía del desagüe). Con la colaboración de Lurdes Martínez y dos imágenes.

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Hasta aquí ciertas huellas de Gálvez. Hasta aquí, algunas quedaron latentes, medio asomadas por lo incierto de un cometa. Acaso lleguen. ¿21 años después? Si tuviera que describirles a este poeta escogería estos versos suyos: “Ustedes saben que es necesario vivir y que es necesario morir pero sobre todo que es necesario amar”. Háganle caso.

(pueden ir al encuentro de algunas de sus publicaciones en la Librería Eleutheria o en Enclave de Libros)