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Óscar Fajardo

Entrevista

27 Mayo 2020

Óscar Fajardo, escritor

“Hemos desaprendido a convivir con nosotros mismos”

Esther Peñas / Madrid

La sentimentalización del discurso, el delegar en lo externo el báculo de nuestro dicha, hacer de nosotros templo y no mercado 24/7, como el conocido libro de Jonathan Crary, son algunos de los obstáculos que nos distancias de una buena vida. Desengañarnos, aceptar el fracaso, el aburrimiento y los límites, rechazar lo sucedáneo, perseverar en uno mismo –a través de la escucha y de los afectos- es la propuesta del escrito Óscar Fajardo en su último trabajo, Insatisficción (Oberon) para acercarnos a ella.

¿Cómo reconocer una necesidad ficticia de una auténtica?

Lo fundamental es cuestionarnos a nosotros mismos, y hacerlo cada cierto tiempo para evitar vivir con nuestras inercias de manera inconsciente. Dentro de ese cuestionamiento, hay tres preguntas de cabecera que deberíamos hacernos periódicamente: ¿Puedo vivir sin esto que siento que necesito ahora? ¿Cuánta de esa necesidad es realmente mía y cuánta proviene del exterior, de aquello creo que se espera de mí socialmente? Finalmente, preguntarnos si cubrir esa necesidad contribuirá a mi bienestar, a llevar esa vida buena que llamaban los griegos. Ser curioso acerca de uno mismo a través de estas preguntas, indagar en lo que somos y queremos ser realmente es una vía para eliminar lo superfluo que nos despista de esa vida buena.

Sé que es una pregunta compleja pero ¿por qué estamos tan insatisfechos si, hablo de las sociedades avanzadas, tenemos más motivos quizás de nunca para estar felices?

Ese es precisamente el punto de partida de Insatisficción. Sorprende comprobar que la abundancia de la sociedad avanzada no se acompaña proporcionalmente de una abundancia de satisfacción. Hemos de partir de la base de que el ser humano siempre necesita una cierta insatisfacción para moverse, para subsistir, adaptarse y evolucionar. En el libro comento hasta veinte factores por los que nuestros tiempos parecen haber convertido la insatisfacción permanente en uno de los principales males endémicos de la sociedad. Factores que se engloban en distintos ámbitos que van desde los valores sociales dominantes, el modelo económico que nos hemos dado, los avances tecnológicos o las formas de comunicación que hoy manejamos, hasta el estilo de vida y el papel desdibujado de las instituciones. Pero como los diez mandamientos, y aun a riesgo de simplificarlo demasiado, bien podrían resumirse en dos: aprender a convivir con uno mismo y desarrollar la cultura de los afectos. Thoureau recordaba que nunca se sentía más acompañado que cuando estaba solo. Hemos desaprendido a convivir con nosotros mismos y nos esquivamos de continuo cayendo en una espiral de actividad constante que la cultura, la economía y la tecnología potencian. Y, como segundo “mandamiento”, desarrollar la cultura de los afectos. La sociedad de hoy en día no es afectuosa ni respetuosa con los demás. Ha olvidado el “usted primero, por favor” que es la base de la moral, como afirmaba el filósofo Enmanuel Levinas. La palabra buena, el aliento, el abrazo, el barrio, el “cuenta conmigo” hacen la cultura de los afectos. Hoy, en cambio, vivimos comprimidos en las pantallas y el afecto se diluye en las tarjetas de crédito y en el consumo, en la velocidad y fugacidad, en la competitividad... 

¿Cuánto de nuestra dicha depende de nosotros y cuánto del entorno, del azar, etc.?

Tradicionalmente, la cultura occidental tendía a ver las cosas de fuera hacia adentro, es decir, consideraba lo exógeno y lo externo a nosotros la principal causa de nuestro bienestar o malestar. De ahí que hayamos creado un entramado de instituciones sociales tan alto. La cultura oriental, en cambio, hacía el camino contrario, de dentro del individuo hacia afuera. Sin embargo, en los últimos tiempos, Occidente ha querido adoptar a su manera esa perspectiva oriental, pero lo ha hecho desde el individualismo, desde el “lo que te ocurre es todo asunto tuyo y está en ti el resolverlo”. Creo que la dicha tiene un alto componente de un cúmulo inmenso de cosas, desde nuestro material genético hasta la familia donde nacemos, la cultura en la que vivimos y recibimos, la sociedad donde nos insertamos, la educación… Es importante entender que el origen de esa dicha tiene infinidad de componentes y no se puede ser reduccionista respecto a que todo está en mí, o todo está en los otros. La verdadera dicha está en comprender ese equilibrio, que además siempre es poco estático y se encuentra en movimiento continuo.

¿Cómo es posible que impere el ‘eres lo que tienes’?

Como comento en el libro, hay factores muy diversos que imperan en esa identificación del tener con el ser. Nuestro instinto ancestral de supervivencia nos lleva a acumular y conservar bienes. Por otra parte, como seres sociales que buscan reconocimiento rápido y evidente, la posesión de bienes materiales resulta el camino más corto para lograrlo. Asimismo, necesitamos desarrollar una idea de pertenencia y arraigo, y el tener bienes nos introduce de manera superficial en determinados grupos para crearnos un vano sentido de pertenencia. Todo ello fomentado por una incesante invitación a identificar el consumo con el ser a través de la publicidad, que nos lleva a creer firmemente que somos más cuanto más consumimos. Así que todo se convierte en una carrera sin freno en la que, además, se nos proporcionan instrumentos financieros para anticipar el gasto continuamente y así continuar en esa espiral.

¿Por qué se trata de anular a toda costa nuestro nivel de intolerancia al fracaso, al aburrimiento, a la dificultad?

Creo que más allá de anular como un hecho intencionado, esa reducción de niveles es una consecuencia de lo que yo denominaría “cultura del movimiento”, que no en movimiento. Hemos creado una realidad en la que, para que todo funcione, todo ha de estar en movimiento. Lo que se para no produce, y lo que no produce no sirve, es inútil. Y la derivada lógica es que si el pararse es el final, todo ha de moverse cada vez más rápido. A partir de ese mecanismo, se achica el espacio para el aburrimiento que es la antesala de lo creativo, de la imaginación y que es la escuela donde se aprende empatía y resiliencia. Y lo mismo ocurre con la dificultad y el fracaso. Lo difícil exige tiempo y una cierta dosis de fracaso que una cultura del movimiento no se “puede permitir”. Por eso, con esta pandemia, la desorientación es inmensa, porque todo se ha parado, y hemos llevado ese movimiento de una manera estéril a las redes.

¿Se trata, como el adagio hippie, de ser rico por necesitar menos?

Más que adagio hippie, es algo que ya proclamaba Diógenes en Grecia cuando decidió vivir con tan solo un manto, un báculo, un zurrón y un cuenco. El minimalismo ya nació con él hace miles de años. Y, aunque suene hippie o “naif”, lo cierto es que no por ello deja de ser verdad. El ser humano se ha hecho preso de las herramientas que él mismo creó para liberarse. Y en ese sentido es menos libre e independiente, que es nuestro principal capital, y nuestra principal riqueza, algo que a menudo olvidamos y que debería servir para medir buena parte de nuestro progreso. Hoy, bajo esa apariencia de libertad, somos esclavos de multitud de cosas que nos pasan inadvertidas y nos insatisfacen. Nos hemos cubierto de capas y capas de lo superfluo para tapar nuestras carencias, y bajo ellas condenamos nuestra satisfacción plena. 

¿Cómo reducir esta bulimia consumista?

Es cierto que somos una sociedad compulsiva e impulsiva ya en casi todo, no solo en el consumo. En el libro Insatisficción nos comparo con la voracidad de las musarañas, que son pequeños insectívoros que necesitan alimentarse cada dos o tres horas, y que son capaces de comer al día el equivalente al cincuenta por ciento de su peso. El comercio electrónico abierto las 24 horas del día con todo a un clic, la publicidad en cada esquina, todo nos lleva al escenario del consumo, de lo impulsivo y lo compulsivo. Vuelvo al comienzo de la entrevista y a las tres preguntas. Resolver esas preguntas nos sacan de esa voracidad. Y todo ello condimentado con una búsqueda de lo que perdura y de la calidad, no de la renovación constante. Como defendía William Morris y recuerdo en mi libro, debemos buscar lo que es útil para nosotros, no para los demás, y lo que es bello. Lo bello siempre se queda y permanece, y suele estar reñido con aquello que es de usar y tirar. 

¿Para combatir la insatisfacción, qué armas usan ellas y cuáles ellos?

La insatisfacción no distingue de géneros. Tiene más que ver con la naturaleza humana que con el ellos y ellas. No aprecio diferencias ni variaciones en las formas en que un hombre o una mujer puedan abordar sus propias insatisfacciones. 

¿Qué tiene que tener un estilo de vida para que ayude a una estabilidad emocional?

Una de las peculiaridades que tiene nuestra época y que no aprecio en tiempos precedentes es la preponderancia de la emocional. Nuestra sociedad se ha convertido en hiper emocional y todo lo que sucede a alrededor apunta a nuestras emociones. Las manifestaciones culturales, la publicidad, la política, los medios de comunicación, todo coloca en su diana a nuestra amígdala, a esa zona límbica de nuestro cerebro donde se procesan nuestras emociones. Nos convertimos así en montañas rusas emocionales que se desbordan cada poco tiempo. Nunca se había hablado tanto de inteligencia emocional como remedio para ese desbordamiento. Pero la emoción en sí es poco controlable cuando surge, así que lo que hay que evitar es exponerse de continuo a esas excitaciones emocionales encapsuladas en formas de tweets, de titulares, de likes, de ruido, de abundancia de imágenes sin contexto…Si quieres dejar de tomar chocolate, la mejor manera es no comprarlo ni llevarlo a tu despensa, porque una vez allí, ya es difícil no caer. Lo mismo ocurre con la estabilidad emocional, hay que alejarse del ruido, de la actividad frenética y reservar espacios para “ir al desierto” como decía Susan Cain. 

¿Por qué el ‘lado oscuro’, como usted lo llama, tiene tantos adeptos?

Cuando hablo del lado oscuro en el libro Insatisficción, me refiero a la alta carga de pesimismo y negatividad que existe en nuestra sociedad actual. Los seres humanos tenemos una querencia hacia lo negativo porque nuestro arcaico instinto de supervivencia se activa por encima de todo cuando adivina peligro, y además cerebralmente necesitamos más esfuerzo para encajar la noticia negativa que la positiva. Esa predisposición es aprovechada por los medios de comunicación que la usan con profusión para captar audiencia y competir. Ese ir y venir constante, ese mezclar una noticia buena y tres malas aumenta aún más esa atención que prestamos a lo negativo. Toda negatividad genera una pesada carga, una nube negra que nos hace ser una sociedad triste, nostálgica, hiper preventiva y, sobre todo, temerosa. Como afirmaba el poeta Eduardo Galeano, hoy tenemos miedo a todo, a los ladrones y a la policía, a la soledad y a la multitud, a morir y a vivir. 

¿El amor es lo más importante de la vida?

Creo que solo cuando se ama se vive. Para mí, todo lo bello es precedido por un acto de amor. Tener una vida bella, una vida buena solo es posible cuando se posee la firme voluntad de amar, de amarse a uno mismo y de amar a las personas y el mundo que nos rodea. Lo bueno es que el amar es un acto primordialmente de voluntad, y esto nos permite encontrar el amor y la belleza en todo lo que deseemos.