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Escribano

Entrevista

6 Mayo 2019

Asunción Escribano, poeta

“Hemos olvidado el poder sanador que tiene la mirada”

Esther Peñas / Madrid

Salmos de lluvia (Vaso roto). Con este título la poeta Asunción Escribano (Salamanca, 1964) celebra la vida, la trascendencia de las cosas pequeñas, sentirse parte de un todo que permite que el universo se vincule y se responda. Con ritmo aquilatado, próximo al canto salmódico, los poemas que conforma este diván albergan la inocencia del asombro, esas predisposición del ánimo en el que uno se des-coloca, se con-mueve. El lector no puede sino sentirse escuchado al leerlos. 

Los salmos de la lluvia ¿son más sagrados por húmedos?

Tienen de sagrado el ser “Salmos”, esa manera de la celebración que viene de lejos. En ella se suma la palabra agradecida al canto. El signo al ritmo. La humedad procede de arriba, de la lluvia, que todo lo empapa y permite su renacimiento cada temporada. Es un planteamiento lírico que tiene mucho de simbólico. El poema que da título al libro relata un suceso insignificante y real: un día llueve torrencialmente y, en lugar del planteamiento civilizado de buscar el refugio, siento la necesidad de salir al jardín a mojarme, como los animales, como los árboles o como la hierba… y entonces sucede la fusión, la sensación de pertenencia, de plenitud, de ser una con todo lo que me rodea. Y esa es una forma de sacralidad a la que canto, no sólo por la sensación de igualdad que experimento sino, sobre todo, por la conciencia que tomo de esa unidad, que después se mantiene en la memoria, y permanece hasta hacerse poesía. Una unidad que hoy, con frecuencia, desconocemos, porque la hemos olvidado.

“…como un santuario/ que contuviera en su custodia/ la curación/ de todas las heridas de la tierra”. La naturaleza, ¿es capaz de reparar nuestro interior?

Sin duda la naturaleza cura y repara, sana y restaura una mirada que está rota, y ni siquiera lo sabe. Nuestro tiempo ha aprendido a caminar sobre el cemento y a contemplar un horizonte tapiado, y hablo de algo tanto real como simbólico, en las ciudades. Hemos olvidado el poder sanador que tiene la mirada. “Salmos de la lluvia” habla de esa otra forma de estar ante la realidad, que vuelve los ojos a lo lejos y que descansa en lo que mira: los árboles, los pájaros, el cielo… en la que se vuelven a restaurar los colores originarios. Para alimentar la palabra hay que alimentar antes el sentido primero del mirar, de una manera distinta, desacostumbrada, iluminadora, apaciguada. Y también habla el poemario de una forma de habitar que exige el abandono, la confianza. Hugo Mujica tiene unos versos que me maravillan y que dicen: “Camino del abandono;/ ofrenda de no elegir los pasos”. Creo que esa curación también incluye un ejercicio de cesión en el deseo de controlar todo lo que nos pasa y nos rodea. En el fondo se trata de llevar a cabo un profundo ejercicio de confianza.

De un –largo- tiempo a esta parte el poeta parece haber perdido su interés por la naturaleza, ¿En qué momento se produjo la ruptura?

Creo que es un signo de la modernidad. La película “El Señor de los Anillos” dio brutalmente imagen a las palabras de Tolkien cuando refleja cómo las entrañas de la tierra se violentan para forjar extrañas y maléficas criaturas que hacen que incluso los árboles tomen parte en la contienda contra el mal. Evidentemente el auge de la técnica al que se llegó hace siglo y medio aproximadamente nos arrojó a todos, definitivamente, del paraíso. Esto aún sigue ahora, por ejemplo, en África. Son contextos que también conducen a la creación, pero con menos serenidad, y de obras que pueden ser buenas literariamente, pero que llevan al lector a otro tipo de situación que la que se expresa en mi poesía. En cualquier caso, parece que actualmente hay corrientes poéticas que están volviendo a reivindicar esa idílica etapa de habitación en la naturaleza. Thoreau ha desembarcado con fuerza de nuevo entre nosotros, y cultiva nuevos lectores en una generación que tendrá que luchar contra el cambio climático. María Sánchez, por ejemplo, nos ha ofrecido recientemente un hermoso poemario contextualizado en la llamada de atención y defensa de un mundo natural que está desapareciendo, y sin el que no podremos sobrevivir.

“Contemplo la maravilla del esplendor/ de este momento”. ¿Qué hace falta para que la mirada tenga disposición al asombro?

El asombro, como la mayoría de las cosas importantes en la vida, llega para el que está en disposición de apertura, para aquel que está dispuesto a poner su vida en peligro, cuestionando todo lo que “cree” que sabe, sus certezas. Porque una de sus características es que pone todo patas arriba, te cuestiona, te vuelve lo que eras, niño frágil dispuesto a entregarte a la inocencia primera, esa que la educación y la sociedad nos acaba robando. El asombro se cuela por cualquier resquicio, seamos jóvenes o mayores. Es el chispazo del que el poeta se sirve para obtener el fuego, y estoy convencida de que cuanta mayor capacidad de asombro tenga un poeta mejor y más grande será su poesía. Recuerdo en estos momentos al último Hierro, al que conocí, dibujando como un niño. Al poeta puede faltarle el aire para respirar, pero sin asombro se muere sin remedio. 

¿Cuánto de plegaria tiene el poema?

El poema tiene de plegaria lo que hay de esperanza en las palabras del poeta. En mi caso, los “Salmos de la lluvia” son poemas profundamente esperanzados. Ningún poema puede no ser un gemido, un quejido o una alabanza, ni siquiera una exposición descriptiva, de lo que su autor siente o espera, y como tal ya está pidiendo el poeta una respuesta, aunque sea silenciosa, callada, de respetuosa escucha. Pero, aun cuando el poema sea un desahogo, también entonces será una plegaria. Y si la poesía es social y el poeta clama contra las injusticias del mundo, no hace sino seguir la senda del profetismo veterotestamentario. El poeta pide para él y para otros, y el poeta también ofrece su palabra como camino, como pregunta o como respuesta. Todo poema, como todo texto sagrado, espera su escucha. Es de ida y vuelta, al fin y al cabo.

“Que al mundo lo gobierna/ una hermosura/ completamente original y novedosa/ merecería su registro en las noticias”.  ¿Hemos perdido la fe en la belleza?

Hemos trastocado la belleza en comercio, la hemos reducido a la percepción de lo trivial. Y hemos prostituido la forma de mirar, confundimos la belleza con la atracción. El escritor surcoreano Byung-Chul Han ha escrito en La salvación de lo bello que “a lo bello se le priva hoy de toda consagración”, que “ha dejado de ser un acontecimiento de la verdad”. A nuestro mundo sólo le interesa lo bello si puede generar beneficio. Si no es útil y genera dinero, no interesa. Si un paraje es hermoso, construimos sobre él para que lo disfruten unos pocos. Si un animal es hermoso lo vendemos, o lo enjaulamos para encerrarlo en un zoológico o, muerto ya, en un museo… Y así con todo. Miramos humanizando o cosificando. 
El mundo cada vez se articula más en todo a dos principios: lo bello y lo trágico. Sólo hay que ver los contenidos que se difunden con mayor frecuencia en los medios de comunicación. En este sentido me parece muy interesante la sección de La Vanguardia titulada “La contra”, en la que se difunden otras miradas no habituales, casi todas ellas reivindicadoras de las distintas posibilidades que tiene la belleza. En una de ellas, hace un tiempo, el fotógrafo francés Yann Arthus-Bertrand decía que “vivimos sobre una obra de arte irreproducible”. La mirada se acaba acostumbrando a todo, y al final, deja de ver lo que tiene delante. Este fotógrafo decía que hacía fotos del planeta “para que lo amemos”. Es decir, que nos tienen que volver a enseñar lo que está ahí, delante de nuestros ojos… También La Vanguardia publicó en 2016 un artículo en el que se afirmaba que “La ciencia demuestra que la belleza está en el ojo de quien mira”. Esto que descubre ahora la ciencia, ya lo había descubierto desde sus orígenes la poesía. Yo creo que esa es una de las capacidades del poeta, en realidad de todo artista, descubrir la belleza -en cualquiera de sus variadas y múltiples formas- en lo que mira.

Para Asunción, ¿qué cualidad tiene la belleza?

Serenidad, armonía, silencio, naturaleza, ritmo, música, también a veces tristeza, y mucha palabra, entre otras cosas. Siento que la belleza me habla cuando yo estoy callada. Por eso, aunque en mi vida profesional me dedico a enseñar disciplinas que todas ellas tienen que ver con la palabra, en mi vida privada me gusta mucho el silencio, me gusta callarme para escuchar y poder mirar en profundidad. El silencio del que hablo no sólo se refiere a los sonidos, sino también al resto de percepciones. También tiene que ver con mi relación con el tiempo y con el mundo. Cuando tengo demasiada actividad me vuelvo sorda y ciega. Necesito retirarme para poder respirar, escuchar y contemplar. Entonces aparece ella, la belleza, en todo. En cada instante, en cada cosa. Y con ella, siempre de la mano, la poesía, como un destello que se me impone, como si yo fuera su profeta. Es una experiencia muy hermosa, y salvadora en momentos en que la vida se vuelve triste, oscura y dura.

Si “Del mundo se ha hecho dueña/ la elocuencia”, ¿qué se ha adueñado de la poesía?

Ese verso parte de la conciencia del poder de la palabra sobre el mundo. Estamos permanentemente bombardeados por eslóganes de todo tipo que nos invitan a consumir. Mientras escribía “Salmos de la lluvia” me di cuenta de que junto a los eslóganes políticos y comerciales, el mundo natural tenía los suyos propios: el viento sonando entre los árboles, el sonido del río cuando baja entre las piedras, la lluvia cuando cae en los tejados…, y que también ellos buscan vendernos algo, la excelencia de su producto. Y pensé que esa idea merecía un poema.
En relación con qué se ha adueñado de la poesía, creo que vivimos una época generosa en la aceptación de poéticas diversas. En los últimos años se ha superado la dicotomía entre la poesía de la experiencia y la poesía del silencio, algo normal, por otra parte, porque creo que todo poema comparte esa doble dimensión de comunicación y de conocimiento. Hoy se escribe mucha poesía y muy diversa. En los últimos años de la poesía se han adueñado docenas de poetas que, en nuestro país arrojan poemarios hermosos y diferentes entre sí, ayudados por editoriales grandes y últimamente, de manera especial, pequeñas, que le están haciendo mucho bien, pues la poesía, con frecuencia, se siente incómoda en grandes palacios, pero alegre en la cabaña en el bosque de Thoreau. No estoy segura de que se lea mucha poesía, pero los lectores jóvenes también parecen quererse adueñar de una poesía que les habla a ellos y con su estilo. 

Respecto de los poetas que han convertido el poema en un tweet, un cosido de ingeniosas frases, ¿qué tiene que decir?

El cambio en la forma de comunicarnos, con el auge creciente de las redes sociales, ha desarrollado en los jóvenes el gusto por la literatura del fragmento. Muchas de esas formas están ancladas en una larga tradición, como pasa, por ejemplo, con los haikus, cultivados desde antiguo en Oriente y, ahora, retomados por poetas occidentales, algunos de los cuales escriben verdaderas maravillas (me vienen a la memoria, muy recientes, los magníficos Diecisiete alfiles de María de los Ángeles Pérez López). En Occidente frente a ese predominio de la estética breve de haiku, hemos trabajado desde antiguo más el aforismo, apoyado sobre todo en la lógica, o en el juego retórico. Algunas editoriales, como La Isla de Siltolá, incluso, han llegado a crear colecciones. Y hay escritores que son auténticos maestros del aforismo, como Nicolás Gómez Dávila y sus Escolios a un texto implícito, que nos dio a conocer Jacobo Siruela, ya en Atalanta. Pero el riesgo de ambas formas está en quedarse en el puro lucimiento lúdico, en el ingenio simple. De este modo, igual que ocurre en cualquier otro tipo de texto literario, se corre el riesgo de que la forma anule el fondo. También esta corriente se ha adueñado de la poesía y podemos encontrar autores -sobre todo jóvenes- que escriben textos breves que, como dices, cosen frases agudas u ocurrentes, en obras en las que hay que leer muchas páginas para encontrar un poema que valga la pena. En poesía lo ingenioso distrae y el lector lo percibe. Lo ingenioso, como otros malos modos de escribir, también intenta adueñarse de la poesía, pero esta lo descabalga pronto.

¿Cuáles son esos “momentos en la vida cotidiana/ cercanos al milagro”?

El milagro al que me refiero apunta siempre a lo pequeño y desapercibido. Se enhebra a lo cotidiano. No necesita de grandes momentos para suceder, porque está sucediendo permanentemente. Depende de nosotros su percepción. Y para ello, de nuevo, es necesario el silencio en casi todo. La velocidad, el exceso de obligaciones, la necesidad de estar siempre “haciendo” nos aleja de su escucha. Pero cuando estamos en “acorde” (así titulé yo uno de mis poemarios, aludiendo a esta comunión) con lo que nos rodea, sucede permanentemente, y es una fuente profunda de felicidad y, en mi caso, también de escritura. Un milagro fue el momento de gestación, bajo la lluvia, de “Salmos de la lluvia”, tal como he relatado antes. El milagro lo hace lo que ocurre en el interior de cada uno cuando se produce una interacción con lo que sucede en la vida. Cada sinapsis es un milagro y la frecuencia de estos es semejante a la de aquellas. Pero, una vez más, no estamos acostumbrados a ver la belleza y distinguirla de lo trivial.

Usted escribe “para despojar los ojos/ de la niebla”. ¿Cómo saber que un poema está terminado?

Decía Paúl Valery que “un poema nunca se acaba, solamente se abandona”, pero en mi caso no es así. Con frecuencia los poemas me dicen su final, que para mí es muy importante. El final es como un torniquete en una herida, para que no se pierda sangre. El o los últimos versos son como un nudo donde se agarra el poema. Como una cremallera. Siento en ellos que el poema está acabado. Otra cosa es luego en las sucesivas relecturas, la necesidad de perfilar el ritmo, o de cambiar algún término que no encaja en el poema… pero eso pertenece al cuidado final. El poema me suele nacer redondo, acabado. Si lo dejo a la mitad, cuando vuelvo a él ya no me habla, se me ha vuelto mudo, y tengo que abandonarlo. Me ha sucedido alguna vez, y ahí están en el cajón los fetos de poemas que pudieron ser, pero que ya no serán. Un poema está terminado cuando se ha expulsado todo el aire y nada queda por decir. La próxima inspiración será para otro poema distinto ya. Y ahí estamos, esperando su retorno…